Introducción a la ciencia I. Ciencias Físicas (22 page)

BOOK: Introducción a la ciencia I. Ciencias Físicas
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Y, sin embargo, no fue mucho después de que Galileo mirase a la Luna a través de su telescopio, cuando comenzó a parecer claro que la vida no podía existir en la Luna. La superficie de la Luna no estaba nunca oscurecida por nubes o niebla. La línea divisoria entre los hemisferios luminoso y apagado era siempre muy fuerte, por lo que existía una destacable zona crepuscular. Los «mares» oscuros que Galileo creyó que serían cuerpos de agua, se descubrió que se hallaban salpicados de pequeños cráteres que, en el mejor de los casos, eran cuerpos relativamente poco consistentes de arena. Quedó pronto claro que la Luna no contenía ni aire y que, por tanto, tampoco había vida.

De todos modos, era tal vez demasiado fácil llegar a esta conclusión. ¿Qué pasaba con el lado oculto de la Luna que los seres humanos nunca veían? ¿No podían existir capas de agua debajo de la superficie que, aunque insuficientes para mantener grandes formas de vida, tal vez pudiesen sostener el equivalente de bacterias? O, si no había vida en absoluto, ¿no podían existir productos químicos en el suelo que representasen una lenta y posiblemente abortada evolución hacia la vida? Y aunque no hubiese nada de todo esto, ¿no quedaban aún preguntas que contestar en lo referente a la Luna que no tenían nada que ver con la vida? ¿Dónde se había formado? ¿Cuál era su estructura mineralógica? ¿Qué antigüedad tenía?

Por lo tanto, poco después del lanzamiento del
Spútnik I
una serie de nuevas técnicas comenzaron a emplearse para explorar la Luna. La primera
sonda lunar
con éxito, es decir, el primer satélite que pasó cerca de la Luna, fue enviado por la Unión Soviética el 2 de enero de 1959. Se trató del
Lunik I
, el primer objeto artificial que tomó una órbita alrededor del Sol. Al cabo de dos meses, Estados Unidos había publicado la proeza.

El 12 de setiembre de 1959, los soviéticos enviaron el
Lunik II
y lo apuntaron para que alcanzase la Luna. Por primera vez en la Historia, un objeto artificial descansó en la superficie de otro mundo. Luego, un mes después, el satélite soviético
Lunik III
se deslizó más allá de la Luna y apuntó una cámara de televisión hacia el lado que nunca vemos desde la Tierra. Cuarenta minutos de fotos del otro lado fueron enviadas de regreso desde una distancia de 60.000 kilómetros por encima de la superficie lunar. Eran borrosas y de escasa calidad, pero mostraban algo interesante. Que el otro lado de la Luna presentaba escasamente
maria
del tipo de los que constituyen un rasgo tan prominente de nuestro lado. No queda completamente claro el porqué de esta asimetría. Presumiblemente, los
maria
se formaron, comparativamente, tarde en la historia de la Luna, cuando un lado ya presentaba su cara hacia la Tierra para siempre y los grandes meteoros que han formado los mares se deslizaban hacia la cara más cercana de la Luna a causa de la gravedad terrestre.

Pero la exploración lunar estaba sólo comenzando. En 1964, Estados Unidos lanzó una sonda lunar, el
Ranger VII
, diseñado para estrellarse contra la superficie de la Luna, y tomar fotografías a medida que se aproximase. El 31 de julio de 1964 completó con éxito la misión, tomando 4.316 fotos de un área que ahora se llama Mare Cognitum (Mar Conocido). A principios de 1965, el
Ranger VIII
y el
Ranger IX
tuvieron un éxito aún mayor, si es que ello era posible. Esas sondas lunares revelaron que la superficie de la Luna debía de ser dura (o esponjosa en el peor de los casos), y que no estaba cubierta por la gruesa capa de polvo que algunos astrónomos sospechaban que debía existir. Las sondas mostraron incluso que esas zonas, que parecían tan llanas cuando se las miraba a través de un telescopio, estaban cubiertas por cráteres demasiado pequeños para ser vistos desde la Tierra.

La sonda soviética
Luna IX
tuvo éxito en efectuar un
aterrizaje suave
(no uno que implicase la destrucción del objeto al efectuar el aterrizaje) en la Luna el 3 de febrero de 1966, y mandó fotografías tomadas al nivel del suelo. El 3 de abril de 1966, los soviéticos situaron al
Luna X
en una órbita de tres horas en torno de la Luna, midiendo la radiactividad de la superficie lunar, y la pauta indicó que las rocas de la superficie lunar eran similares al basalto que existe en el fondo de los océanos terrestres.

Los hombres de los cohetes norteamericanos siguieron esta pista con una cohetería aún más elaborada. El primer aterrizaje suave norteamericano en la Luna fue el del
Surveyor I
, el 1 de junio de 1966. En setiembre de 1967, el
Surveyor V
había conseguido manejar y analizar el suelo lunar bajo control remoto desde la Tierra. También probó que era parecido al basalto y que contenía partículas de hierro, probablemente de origen meteórico.

El 10 de agosto de 1966, la primera de las sondas orbitadoras lunares norteamericanas fue mandada para que girase en torno de la Luna. Esos orbitadores lunares tomaron fotografías detalladas de todas las partes de la Luna, por lo que, en todas partes, sus rasgos (incluyendo la parte que permanece escondida desde la superficie de la Tierra) llegaron a ser conocidas con todo detalle. Además, se tomaron desconcertantes fotografías de la Tierra, tal y como se ve desde las vecindades de la Luna.

Digamos de pasada que los cráteres lunares han recibido el nombre de astrónomos y de otros grandes hombres del pasado. Dado que los nombres fueron dados por el astrónomo italiano Giovanni Battista Riccioli, hacia 1650, se trata más bien de antiguos astrónomos —Copérnico, Tycho y Kepler—, así como de astrónomos griegos como Aristóteles, Arquímedes y Ptolomeo, que han sido honrados con los cráteres mayores.

El otro lado, revelado por primera vez por el
Lunik III
, ofreció una nueva oportunidad. Los rusos, como estaban en su derecho, dieron nombres a algunos de los rasgos más sobresalientes. Y llamaron a los cráteres no sólo Tsiolkovski, el gran profeta de los viajes espaciales, sino también Lomonosov y Popov, los dos químicos rusos de fines del siglo XVIII. También han recompensado con cráteres a personalidades occidentales, incluyendo a Maxwell, Hertz, Edison, Pasteur, y los Curie, todos los cuales se mencionan en este libro. Un nombre muy adecuado colocado en el otro lado de la Luna es el del escritor francés pionero de la ciencia ficción, Julio Verne.

En 1970, el otro lado de la Luna era suficientemente bien conocido, para hacer posible dar sistemáticamente nombres a sus rasgos. Bajo el liderazgo del astrónomo norteamericano Donald Howard Menzel, un organismo internacional asignó centenares de nombres, honrando a los grandes hombres del pasado que contribuyeron al avance de la Ciencia de una forma u otra. Los cráteres muy prominentes fueron adjudicados a rusos como Mendéleiev (que fue el primero que desarrolló la tabla periódica, de la que hablaré en el capítulo 6), y Gagarin, que fue el primer hombre que fue colocado en órbita alrededor de la Tierra y que, años después, murió en un accidente de aviación. Otros rasgos importantes fueron empleados para recordar al astrónomo holandés Hertzsprung, al matemático francés Galois, al físico italiano Fermi, al matemático estadounidense Wiener y al físico británico Cockcroft. En una zona restringida podemos encontrar a Nernst, Lorentz, Moseley, Einstein, Bohr y Dalton, todos de la mayor importancia para el desarrollo de la teoría atómica y de la estructura subatómica.

Reflejan el interés de Menzel en sus escritos de ciencia y de ficción científica, en su justa decisión de atribuir unos cuantos cráteres a aquellos que ayudaron a suscitar el entusiasmo de toda una generación por los vuelos espaciales, cuando la ciencia ortodoxa los había descartado como una quimera. Por esta razón, hay un cráter que honra a Hugo Gernsback, que publicó la primera revista en Estados Unidos dedicada enteramente a la ciencia ficción, y otro a Willy Ley que, de todos los escritores, fue el que de forma más inteligible y exacta retrató las victorias y potencialidades de los cohetes.

Los astronautas y la Luna

Pero la exploración no tripulada de la Luna, por dramática y exitosa que fuese, no resultaba suficiente. ¿Podrían los seres humanos acompañar a los cohetes? De todos modos, costó sólo tres años y medio, desde el lanzamiento del
Spútnik I
, el que se diesen los primeros pasos en esta dirección.

El 12 de abril de 1961, el cosmonauta soviético Yuri Alexéievich Gagarin fue lanzado en órbita y regresó sano y salvo. Tres meses después, el 6 de agosto, otro cosmonauta soviético, Guermán Stepánovich Titov, voló diecisiete órbitas antes de aterrizar, pasando 24 horas en vuelo libre. El 20 de febrero de 1962, Estados Unidos puso a su primer hombre en órbita, cuando el astronauta John Herschel Glenn rodeó la Tierra tres veces. Desde entonces docenas de hombres han abandonado la Tierra y, en algunos casos, permanecido en el espacio durante semanas. Una cosmonauta soviética, Valentina V. Tereshkova, fue lanzada el 16 de junio de 1963, y permaneció en vuelo libre durante 71 horas, realizando un total de 17 órbitas. En 1983, la astronauta Sally Ride se convirtió en la primera mujer estadounidense en ser colocada en órbita.

Los cohetes han partido de la Tierra llevando a la vez dos y tres hombres. El primero de tales lanzamientos fue el de los cosmonautas soviéticos Vladímir M. Komarov, Konstantin P. Feoktistov y Boris G. Yegorov, el 12 de octubre de 1964. Los norteamericanos lanzaron a Virgil I. Grissom y John W. Young, en el primer cohete estadounidense multitripulado, el 23 de marzo de 1965.

El primer hombre en abandonar su navio de cohetes en el espacio fue el cosmonauta soviético Alexéi A. Leónov, que lo llevó a cabo el 18 de marzo de 1965. Este
paseo espacial
fue repetido por el astronauta estadounidense Edward H. White el 3 de junio de 1965.

Aunque la mayoría de los «primeros» vuelos espaciales en 1965 fueron efectuados por los soviéticos, a continuación los norteamericanos se pusieron en cabeza. Los vehículos tripulados maniobraron en el espacio, tuvieron citas unos con otros, se acoplaron y comenzaron a ir más lejos.

Sin embargo, el programa espacial no continuó sin tragedias. En enero de 1967, tres astronautas estadounidenses —Grissom, White y Roger Chaffer— murieron en tierra a causa de un incendio que se produjo en su cápsula espacial durante unas comprobaciones rutinarias. Luego, el 23 de abril de 1967, Komarov murió cuando su paracaídas se atascó durante la reentrada. Fue el primer hombre en morir en el transcurso de un viaje espacial.

Los planes norteamericanos para alcanzar la Luna por medio de navios de tres hombres (el programa
Apolo
) quedaron retrasados a causa de la tragedia, mientras las cápsulas espaciales eran rediseñadas para conseguir una mayor seguridad; pero los planes no se abandonaron. El primer vehículo
Apolo
tripulado, el
Apolo VII
, fue lanzado el 11 de octubre de 1967, con su tripulación de tres hombres al mando de Walter M. Schirra. El
Apolo VIII
, lanzado el 21 de diciembre de 1966, al mando de Frank Borman, se aproximó a la Luna, girando en torno de ella muy cerca. El
Apolo X
, lanzado el 18 de mayo de 1968, también se aproximó a la Luna, desprendiendo el módulo lunar, enviándolo a unos quince kilómetros de la superficie lunar.

Finalmente, el 16 de julio de 1969, el
Apolo XI
fue lanzado al mando de Neil A. Amstrong. El 20 de junio, Amstrong fue el primer ser humano en pisar el suelo de otro mundo.

Desde entonces han sido lanzados otros seis vehículos
Apolo
. Cinco de ellos —el 12, el 14, el 15, el 16 y el 17— completaron sus misiones sin un éxito digno de relieve. El Apolo XIII tuvo problemas en el espacio y se vio forzado a regresar sin aterrizar en la Luna, pero volvió con seguridad y sin pérdidas de vidas.

El programa espacial soviético no ha incluido vuelos tripulados a la Luna. Sin embargo, el 12 de setiembre de 1970 se disparó a la Luna un navío no tripulado. Aterrizó suave y seguramente, reunió especímenes del suelo y de rocas y luego, también de forma segura, regresó a la Tierra. Más tarde, un vehículo automático soviético aterrizó en la Luna y se desplazó bajo control a distancia durante meses, enviando toda clase de datos.

El resultado más dramático obtenido de los estudios acerca de las rocas lunares traídas tras los aterrizajes en la Luna, tripulados o no, es que la Luna parece hallarse totalmente muerta. Su superficie, al parecer, se ha hallado expuesta a gran calor, puesto que está cubierta de masas vítreas, lo cual parece implicar que la superficie ha permanecido en fusión. No se ha encontrado el menor vestigio de agua, ni siquiera indicación de que el agua pueda existir debajo de la superficie, ni siquiera en el pasado. No hay vida y tampoco la menor señal de productos químicos relacionados con la vida.

No ha vuelto a haber aterrizajes lunares desde diciembre de 1971, y, de momento, tampoco se ha planeado ninguno. Sin embargo, no existe problema respecto de que la tecnología humana sea capaz de colocar seres humanos y a sus máquinas en la superficie lunar cuando parezca deseable, y el programa espacial continúa de otras formas.

Venus y Mercurio

De los planetas que giran en torno del Sol, dos —Venus y Mercurio— están más cerca de lo que se halla la Tierra. Mientras la distancia media de la Tierra respecto del Sol es de 150.000.000 de kilómetros, las cifras de Venus son de 108.000.000 de kilómetros y las de Mercurio de 58.000.000 de kilómetros.

El resultado es que nunca vemos a Venus o Mercurio demasiado lejos del Sol. Venus no puede estar nunca a más de 47 grados, desde el Sol tal y como se ve desde la Tierra, y Mercurio no puede tampoco hallarse a más de 28 grados del Sol. Cuando al este del Sol, Venus y Mercurio se muestran por la noche en el firmamento occidental tras la puesta del Sol, se ocultan poco después, por lo que se convierten en la
estrella vespertina
.

Cuando Venus o Mercurio se encuentran al otro lado de su órbita y al oeste del Sol, aparecen poco antes del alba, alzándose al Este no mucho antes de la salida del Sol, desapareciendo a continuación entre el resplandor solar cuando el Sol se eleva no mucho después, convirtiéndose en este caso en
estrella matutina
.

Al principio, pareció natural creer que las dos estrellas vespertinas y las dos estrellas matutinas eran cuatro cuerpos diferentes. Gradualmente, quedó claro para los observadores que, cuando una de las estrellas vespertinas se encontraba en el firmamento, la correspondiente estrella matutina no era nunca vista, y viceversa. Comenzó a parecer que se trataba de dos planetas, cada uno de los cuales se movía de un lado a otro del Sol, haciendo, alternativamente, las veces de estrella vespertina y matutina. El primer griego en expresar esta idea fue Pitágoras en el siglo VI a. de J. C., y es posible que lo hubiese sabido a través de los babilonios.

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