Ira Divina (56 page)

Read Ira Divina Online

Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Ira Divina
2.65Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Sí, el iraní está aquí! Eso es bueno, ¿no lo creen? El tipo es fundamentalista. Si está aquí, no creo que Al-Qaeda se atreva a hacer estallar la bomba hoy, ¿no?

—Al-Qaeda es suní y considera infieles a los chiíes —explicó el historiador—. El presidente iraní es chií, luego es un infiel. Matarlo sería un excelente incentivo para Al-Qaeda.

Ted movió la cabeza y se volvió hacia el este, en dirección a la zona donde se encontraba la sede de las Naciones Unidas.

—¿Y la ONU? —preguntó—. ¿Es que ni siquiera respetan la ONU?

Tomás sonrió sin ganas.

—¿Respetar la ONU? Al-Qaeda ya ha perpetrado ataques violentos contra la ONU en Afganistán, Iraq, Argelia, Somalia, Sudán, el Líbano…

—¿Por qué? Las Naciones Unidas es una organización que reúne a todos los pueblos, también a los musulmanes. ¿Qué diablos les pasa? ¿Cómo pueden atacar a la ONU?

—Al-Qaeda acusa a la ONU de crímenes contra el islam, incluido el reconocimiento de la existencia de Israel —explicó Tomás—. No obstante, el principal problema es teológico.

—Está de broma.

—Hablo en serio. La Carta de las Naciones Unidas establece la igualdad de todas las religiones y los musulmanes no aceptan eso, ya que Mahoma declaró la superioridad del islam. La declaración de igualdad de las religiones contradice a Mahoma, y la consecuencia es que Al-Qaeda considera que la ONU es una organización antiislámica.

Ted enarcó las cejas, perplejo al oír todo aquello, que para él era nuevo.

—¡Pero…, pero la libertad religiosa es un derecho humano fundamental!

—Eso es lo que nosotros creemos, pero muchos musulmanes no lo ven así —observó Tomás—. Es más, el mundo islámico planteó muchas objeciones a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y no vinieron sólo de los fundamentalistas. De hecho, muchos países musulmanes ni siquiera aceptan esa declaración, porque establece el derecho a cambiar de religión conforme a la libre voluntad. Eso choca frontalmente con el delito de apostasía establecido por el Corán y por el Profeta, que prevé la pena de muerte para quien reniegue del islam. Además, la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece la igualdad total entre hombres y mujeres, y entre las personas de cualquier religión, lo que también va contra las leyes del islam. De ahí que muchos musulmanes, y no sólo los fundamentalistas, consideren que la Declaración va contra el islam.

El hombre del FBI gruñó, frustrado.

—¡No sé qué decir!

El edificio de las Naciones Unidas estaba a cuatro manzanas de distancia. Tomás vio que en la siguiente avenida, Lexington Avenue, una barrera metálica bloqueaba el acceso a partir de la calle 42. Las calles parecían estar cortadas al tráfico desde allí.

Crrrrrr
.

—Big Mother a Foxtrot One.

—¿Sí, Big Mother?

—Es imposible evacuar Manhattan. No hay tiempo.

—¿Y el presidente?

—Tampoco podemos sacarlo de la sede de la ONU. Técnicamente el edificio no es territorio norteamericano, por lo que el presidente no tiene prioridad sobre los demás gobernantes que están allí. Son unos treinta. Tendríamos que sacarlos a todos a la vez, y no es posible hacerlo en unos minutos.

—¿Qué? —se escandalizó Ted, que perdió la calma por primera vez—. ¿Están locos? ¡El presidente tiene que salir inmediatamente de Manhattan!

—Lo lamento, Foxtrot One. Ha sido el propio presidente quien ha tomado la decisión. Tienen que encontrar esa bomba y neutralizarla.

El hombre del FBI tuvo ganas de tirar el intercomunicador al suelo, pero se contuvo. La situación era demasiado grave para permitirse el lujo de tener un ataque de nervios. Respiró hondo y recuperó el control.

—¿Han detectado algo los contadores geiger?

—La sede de la ONU está limpia, Foxtrot One. Y también las calles aledañas al edificio. Estamos ampliando la búsqueda.

Ted guardó el intercomunicador portátil en el cinturón y consultó una vez más el reloj.


Fuck
! —renegó—. Faltan tres minutos para que comience el discurso del presidente. Quizá tengamos que interceptar a Fireball.

—Ya le he dicho que primero tenemos que localizar la bomba —dijo Rebecca, que parecía estar ya cansada de repetirlo—. ¿Cuántas veces tengo que recordarles que el objetivo último no es neutralizar a Fireball, sino neutralizar la bomba?

El lado opuesto de Lexington Avenue estaba lleno de policías. Se veían francotiradores en muchas terrazas y balcones de los edificios. Los helicópteros zumbaban y se oían sirenas por todas partes. No había duda de que, aquel día, los alrededores de la sede de las Naciones Unidas eran el lugar más vigilado del planeta. Ante tal dispositivo de seguridad, parecía una locura que alguien soñara con cometer un atentado en aquel lugar esos días, pero, por lo visto, nada de eso impresionaba a Al-Qaeda.

Ahmed concentró su atención de nuevo en la figura solitaria de Ahmed, que ahora caminaba por Lexington Avenue en dirección norte y pasaba al lado de la multitud de policías y de coches patrulla que protegían el acceso a la zona de la sede de las Naciones Unidas. ¿Estaría su antiguo alumno explorando el terreno? El historiador dudó de todo lo que hasta entonces había dado por sentado. ¿Cómo podían estar seguros de que el atentado era inminente? Y si, en realidad, todo aquello no era más que…

Se cayó.

Sin que nadie lo esperara, Ahmed pareció haber tropezado y, de repente, se derrumbó contra el suelo.

Los tres perseguidores clavaron la vista en el cuerpo del hombre que se había caído en la acera, al otro lado de la avenida, intentando entender qué había pasado. El sospechoso se había caído y, por lo visto, no se levantaba.

¿Estaría bien?

Tomás y los dos compañeros se mantuvieron atentos al cuerpo tirado en el suelo esperando que se levantara, que se moviera o hiciera algo. Pero no se movió, y los tres llegaron a la conclusión inevitable: habían abatido a Ahmed.

60


F
oxtrot One a Big Mother.

Ted se agarraba de nuevo al intercomunicador portátil. Hervía de irritación y sentía que un nerviosismo creciente se apoderaba de él.

—¿Qué pasa, Foxtrot One?

—Fireball está
down
. ¿Quién demonios le ha disparado?

—Voy a comprobarlo, Foxtrot One —le respondieron—.
Standby
.

Se quedaron los tres en la esquina de Lexington Avenue con la Cuarenta y tres, junto al edificio de la Chrysler, observando al cuerpo inmóvil de Ahmed. Vieron algunos policías acercarse y un hombre de bata blanca que salía de una ambulancia. El hombre de la bata blanca, obviamente un médico, se arrodilló junto al cuerpo de Ahmed y comprobó sus constantes vitales. Habló luego con los policías. Parecía evidente que les daba instrucciones sobre cómo proceder.

Cuando terminaron de hablar y gesticular, dos guardias levantaron el cuerpo y lo llevaron a la ambulancia, un coche blanco con la cruz roja y el nombre del Bellevue Hospital en la parte inferior. Tumbaron a Ahmed en una camilla y lo metieron en el vehículo por la puerta trasera, que luego cerraron.

—Quizá lo mejor es que vayamos a ver qué pasa —dijo Tomás, inquieto por haber perdido el contacto visual con Ahmed.

—¿Y si el tipo vuelve en sí? —preguntó Rebecca—. Nos verá haciendo preguntas al médico y nos delataríamos. No, quizás es mejor que nos quedemos quietos. Más vale que el FBI se ponga en contacto con los responsables del hospital y que pregunten al médico por los canales habituales.

Ted asintió con la cabeza en señal de que aceptaba la sugerencia y habló de nuevo por el intercomunicador:

—Foxtrot One a Big Mother. ¿Podría comprobar algo, por favor?

—Diga, Foxtrot One.

—Se han llevado a Fireball en una ambulancia del Bellevue Hospital estacionada junto al Chrysler. ¿Podría el hospital preguntar discretamente al médico qué le pasa al paciente?

—Roger, Foxtrot One.

El hombre del FBI pasó la vista por la azotea de los edificios. El perfil lejano de un francotirador le recordó que aún no le habían respondido su otra pregunta, por lo que volvió a pegarse el intercomunicador a la boca.

—Por cierto, Big Mother. ¿Sabemos ya quién ha sido el idiota que abrió fuego contra Fireball?

—Negativo —le respondió—. Aún estamos intentando averiguar qué ha pasado, pero nadie ha dicho nada. Quienquiera que haya sido, no ha dicho ni mu. Probablemente ha sido un francotirador que se ha puesto nervioso, no lo sé…

—No me sorprendería —murmuró Ted entre dientes, bajando lentamente el intercomunicador mientras movía la cabeza—. Han reclutado novatos, y los tipos se cagan. —Volvió a ponerse el intercomunicador delante de la boca y apretó el botón—. Big Mother, ¿tenemos resultados de la inspección con los geiger?

—Afirmativo, Foxtrot One. Hemos puesto varios coches con contadores a recorrer toda la zona y el resto de la ciudad. Casi hemos completado la búsqueda.

—¿Y bien?

—Negativo. No hemos detectado signos de radioactividad en ninguna parte de Manhattan. Está todo limpio. Por lo visto, no hay ninguna bomba, Foxtrot One.

Ted, Tomás y Rebecca se miraron entre sí, sin saber qué hacer ni decir. La situación parecía tomar un derrotero imprevisible: lo que era seguro, al momento se convertía en improbable. Parecía una montaña rusa de emociones.

En un gesto que parecía ya un tic nervioso, el historiador portugués miró el reloj por enésima vez.

—Es la hora.

El hombre del FBI reculó algunos pasos y se paró delante de una tienda de electrodomésticos para ver la CNN en un televisor. Tomás y Rebecca se le unieron. La cadena estaba retransmitiendo en directo desde el interior de la sede de la ONU: un hombre de traje azul oscuro y corbata roja subía tranquilamente al podio de mármol verde para dar su discurso.

Era el presidente de los Estados Unidos.

Crrrrrr.

—Big Mother a Foxtrot One.

—¿Qué pasa, Big Mother?

—Debe de haberse confundido sobre la ambulancia.

—¿Confundido?

—El Bellevue Hospital dice que no tiene ninguna ambulancia en Lexington. Es más, ni siquiera tiene ambulancias en la zona. ¿Puede comprobarlo?

Ted se fijó en el vehículo blanco de emergencias médicas, estacionado al otro lado de la Avenida. Efectivamente, en las puertas de la ambulancia ponía «Bellevue Hospital».

—Disculpe, Big Mother. La ambulancia es del Bellevue Hospital, no me cabe la menor duda al respecto.

—Negativo, Foxtrot One. El hospital dice que no tiene ninguna ambulancia en la zona.

Ted no se dio por vencido.

—¡Se equivocan! —insistió—. La tengo delante…

En un gesto impulsivo, Tomás, que seguía la conversación con creciente interés, le arrancó de las manos el intercomunicador portátil al hombre del FBI y habló directamente con el mando de la operación.

—Big Mother, aquí Tomás Noronha, del NEST —se presentó—. Estoy acompañando a Foxtrot One y necesito saber algo.

Tardaron unos segundos en responder. Daba la impresión de que el comandante de la operación estaba ponderando si debía hablar con un aficionado extranjero que no pertenecía al Bureau. Sin embargo, la gravedad de las circunstancias condicionó su decisión.


Go ahead, mister
Noronha.

—¿Han pasado los contadores geiger por toda la ciudad?

—Afirmativo.

—¿Y no han registrado radioactividad en ninguna parte?

—Exacto. No hay nada.

—¿Está diciéndome que la aguja del contador geiger no ha registrado ninguna actividad? ¿Nada de nada?

—Bueno, hay siempre circunstancias en que el geiger indica radioactividad, ¿no?

—¿Qué circunstancias?

—A ver, cuando pasa al lado de hospitales, por ejemplo. Los hospitales están llenos de equipos radioactivos. Siempre que se pasa el contador geiger por un hospital, la aguja se mueve. Pero eso es normal y lo damos por descontado.

El corazón de Tomás latía cada vez más deprisa. Su mirada reflejó el terror que le invadía y tuvo tanto miedo de hacer la siguiente pregunta que casi no la hizo.

Pero la hizo.

—Y… ¿las ambulancias?

—Es lo mismo.

Tomás miró a Ted y a Rebecca. Los tres cayeron en la cuenta: miraron la ambulancia aparcada en la base del Chrysler y sus rostros se paralizaron durante un segundo eterno al interpretar lo que veían desde una perspectiva totalmente nueva. El pavor cayó sobre ellos como una sombra: la ambulancia era la bomba atómica.

61

C
omo si hubieran recibido en ese momento una descarga eléctrica, los tres echaron a correr para cruzar la avenida. Ted y Rebecca sacaron sus pistolas. Tomás, con las manos vacías, corría a su lado. Sus mentes le daban vueltas de manera obsesiva a una misma idea, al mismo descubrimiento, al mismo horror: la ambulancia era la bomba atómica.

Se acercaron al vehículo sin preocuparse por pasar desapercibidos. Era todo demasiado urgente para andarse con sutilezas. El hombre del FBI agarró el tirador intentando abrir la puerta trasera, pero estaba atrancada. Sin dudar ni un momento, Ted apuntó con la pistola a la cerradura, la sujetó fuerte para evitar el retroceso del arma y apretó el gatillo.

Pam.

El estallido brutal del disparo resonó en los tímpanos de Tomás y sembró el caos alrededor. Los policías que se encargaban de la seguridad de la zona se percataron de que ocurría algo extraño, sacaron las armas y comenzaron a gritar.

—Freeze.

Pero Ted los ignoró.

La cerradura de la ambulancia saltó en pedazos y tiró de la puerta, que se abrió de inmediato. Dentro había dos hombres: uno de camisa verde arrodillado sobre algo y el que llevaba la bata blanca con un arma en la mano.

Pam.

Pam.

Ted abatió al hombre de bata blanca, que se retorció y cayó a la calle. El hombre de verde, Ahmed, sacó una pistola y apuntó hacia fuera.

Crack-crack-crack-crack-crack.

Una lluvia de balas cayó sobre Ted, que cayó desamparado al suelo. Los policías habían abierto fuego sobre él al pensar que el hombre del FBI acababa de disparar contra un médico indefenso.

—¡CIA! —gritó Rebecca a los policías—. ¡Alto el fuego!

Los policías dudaron un momento y dejaron de disparar.

Pam.

Desde el interior de la ambulancia, Ahmed disparó y Tomás rodó por el suelo, fulminado por el tiro.

Rebecca se lanzó al suelo y apuntó a Ahmed, que ya giraba el arma humeante hacia ella.

Pam.

Pam.

Ahmed cayó en el interior de la ambulancia.

Crack-crack-crack-crack-crack.

Other books

Hungry by Sheila Himmel
Horace Afoot by Frederick Reuss
Crystal Keepers by Brandon Mull
Darkness Clashes by Susan Illene
What Was Promised by Tobias Hill
The Turning Tide by Rob Kidd
Discretion by Allison Leotta