Llevo dos años recopilando este informe que tiene ahora en su poder. En él verá los graves efectos secundarios que causa el consumo prolongado de
pinmetil
tanto en el sistema nervioso central como en el sistema endocrino. Entre ellos: depresión aguda, depresión psicótica y manía, trastornos del humor, psicosis con alucinaciones, adicción al medicamento, problemas cardíacos, disfunción de la pituitaria, desequilibrio de la función sexual, esterilidad… ”
Seguí leyendo compulsivamente todas las páginas que siguieron, informes, analíticas, todo en un orden escrupuloso que no dejaba resquicio de duda. Sellos oficiales, registros, todo había pasado el más estricto control sanitario y los efectos secundarios que se presentaron en el Ministerio de Sanidad se habían dulcificado.
—¡Sanidad ha pasado por alto todo esto!
—Eso no es imposible para ellos. Tienen miembros en todos los organismos de poder. No les habrá sido difícil sobornar a alguien.
—Anna Magí —dije arrastrando las palabras al leer su nombre escrito en la rúbrica de varios formularios oficiales —, me la presentó mi madre. Últimamente se veían a menudo. Le ha estado ayudando. No puedo entender que sea más importante el dinero que la vida de los niños.
Seguí pasando hojas hasta que llegué a unos expedientes de seguimiento de pacientes que habían estado siendo medicados.
—¡Mentiroso! —exclamé pensando en Joan.
—¿Qué sucede?
—Estos informes son de los ochenta, hasta los noventa. Joan me dijo que no habían suministrado el fármaco hasta el año pasado. ¡Me mintió! Evaristo tenía razón, su hijo había sido medicado mucho antes de lo que oficialmente estaba registrado en los informes que yo revisé. Él ya sabía que había efectos secundarios muy graves y no lo frenó.
De pronto sentí un pinchazo en mi corazón.
Me llevé la mano al pecho y aparté la vista de la pantalla del ordenador.
Kahul leyó por mí al ver que yo no podía continuar:
—Seguimiento de la paciente Sandra Ros i Paquer. Año del inicio del tratamiento: mil novecientos ochenta y seis. Tres comprimidos al día de 0.5 mg.
»Paciente de seis años de edad. Presenta un cuadro de distorsión de la realidad, imaginación desenfrenada, introversión, pesadillas con connotaciones sexuales ¡Cómo no ibas a tener pesadillas sexuales si estaban abusando de ti! ¡Hijos de puta! —exclamó Kahul— La paciente no responde al tratamiento—prosiguió—; ingreso en la clínica psiquiátrica de
Sant Jordi
; tratamiento con electro convulsión. Resultado: la paciente ofrece un cuadro de pérdida de memoria. Notable mejoría. Su estado es normal.
¡Malditos cabrones! —exclamó Kahul.
Era la primera vez que lo veía tan alterado, tenía el rostro encendido y los dientes apretados.
Kahul me pasó el portátil.
—Esto datos son más recientes, de hace cuatro años. Sigue Irania, eres fuerte, sigue leyendo—me animó. Posó sus manos en mis hombros con suavidad.
Sequé nuevamente mis ojos y proseguí la lectura:
—La paciente presenta disfunción ovárica. Esterilidad por uso continuado…
Dejé de leer, la voz se me quebró. Las lágrimas nublaban mi visión.
—¡¿Por qué lo han hecho?! —le pregunté— Mi padre me ha hecho todo esto, mi propio padre, mi madre lo ha consentido y mi marido ha callado. ¡No me lo puedo creer! ¿Tan poco valía para ellos? ¡Son unos monstruos!
Kahul me abrazó y me dijo al oído:
—No pueden reconocer lo especial que eres. No permitas que sigan haciéndote daño. Ahora tenemos la fuerza, tenemos pruebas contra ellos. Pagarán por todo el sufrimiento que te han causado a ti y a otros.
Me derrumbé en sus brazos intentando encontrar alivio a mi dolor, pero era muy intenso, cargado de rabia, pero él seguía apretándome con fuerza y su amor me llegó hondo, derrumbando los muros y armaduras que me cubrían. Lo sentí y me abrí al amor que me enviaba, lo sentí como me sanaba, como liberaba la pesada carga que había portado por años y años encerrada en lo más profundo de mi alma.
Pasaron largos minutos hasta que me vi con fuerzas para salir de entre sus brazos y enfrentarme por mí misma a la realidad.
Los ojos me escocían. Tomé una bocanada de aire. Miré al frente viendo la masa sin forma de gente que se agolpaba guiada por un hombre con una banderilla roja. En el grupo un padre y su hijo me miraban fijamente.
Sequé mis lágrimas con el puño del abrigo. Poco a poco los fui reconociendo.
Me sonreían, me saludaban tímidamente con la mano, parecían que se estaban despidiendo de mí.
Volvieron a brotar las lágrimas por mis mejillas de felicidad y de tristeza.
—Lo siento mucho —les dije.
—¿Con quién hablas, Irania?
—Sebas y su padre, se marchan. Ellos murieron por culpa de Farma-Ros.
—¿Eran otros espíritus que te perseguían?
—Sí, pero ahora se van.
—Quizá sienten que se hará justicia con ellos.
—Se hará justicia. Os lo prometo.
No voy a mentir, me sentí víctima y eso me ayudaba a cargar más odio hacia ellos. Hacia mi padre, por su crueldad impune sobre mi inocencia y la inocencia de mi hermana, y sobre Joan, pues su ambición no tenía límites. Una ambición que sobrepasaba el respeto, la dignidad, la vida.
Asimilar la maldad que envolvía a mi familia, me costó tiempo y creo que una persona jamás puede llegar a reponerse del todo, si no hace mucho esfuerzo de su parte por perdonar. Pues el rencor y el odio te pueden perseguir allá donde vayas, incluso más allá de la vida en la Tierra.
Entre las dunas ardientes de tu pecho,
me engullí de arena y huesos.
Buscando el agua que calmara mi boca,
de la sed de tus besos.
Necesitaba liberar mi carga. Era demasiado pesada para portarla yo sola y mientras Kahul hacía recados en Blanes, yo cogí un tren hasta Masnou, no sin antes dejarle una nota dándole las señas exactas de adónde me dirigía.
Supuse que era la última persona que esperaba encontrar frente a la puerta de su lujosa casa en una urbanización de la colina.
Su rostro la delató antes de hablar:
—¡Sandra! —exclamó mi hermana. Casi percibí signos de alegría en sus ojos, aunque muy profundamente enterrados. Iba impecable, enfundada en un sobrio traje de chaqueta gris perla y zapatos de tacón.
—¿No me invitas a pasar? —le pregunté.
—¡Todos estamos buscándote! ¿Dónde estabas?
Caminé hasta el salón y me senté en su sofá mientras ella me seguía atónita con la mirada.
Luego caminó hacia el sillón frente al mío y se quedó segundos mirándome como si lo que veía no coincidiera con sus recuerdos.
—¿Qué te ha pasado? Estás distinta, tu pelo…
—He cambiado, ahora veo las cosas de otro modo. Soy una nueva mujer.
Aurora me miraba inquisitiva y tardó minutos en tomar asiento frente a mí. Aún así no la sentía relajada, su rostro delataba cierta angustia.
—¿Por qué te escapaste de la clínica? Ahí cuidaban muy bien de ti.
Solté una risa cínica.
—No Aurora, no cuidaban de mí. Cuidaban de vosotros, una guardería para una loca que dice la verdad. Porque esa verdad es tan incómoda, tan molesta que es mejor borrarla con electroshock y pastillas.
—En eso no cambias, sigues viéndonos como tus enemigos. Sandra, por tu bien, debes volver y seguir el tratamiento. ¿Sabe mamá que estás aquí?
—Estoy bien, siempre lo he estado, no me sucede nada malo. Sí, veo espíritus, los he visto siempre, pero esto no desaparecerá de mi vida nunca, es parte de mi ser. Y no voy a volver porque no me entienden. Y aquello que no entienden intentan curarlo pero yo no necesito curarme. Lo único que quería era que me quisierais como soy. Que me aceptarais a pesar de ser diferente, pero nunca lo conseguí y no entiendo el motivo. Ya he desistido, ahora he comprendido que soy yo quien debe hacerlo. Ahora yo soy la dueña de mi vida y decido qué hacer y dónde ir, y volver al manicomio no es buena idea.
—¿Por qué has venido entonces?
—Porque he recordado parte de mi infancia olvidada y necesito que me escuches.
—Está bien, voy a traer café y ahora me cuentas eso tan importante que has recordado.
Al cabo de unos minutos apareció mi hermana con una bandeja. Me sirvió un café y me ofreció unas galletas recién hechas por su cocinera.
Miré el café con desconfianza pero hice que sorbía y luego lo dejé.
—Lo que voy a contarte es muy duro para mí y luego también lo será para ti. Pero es verdad y debes creerme. ¿Vas a creerme Aurora?
—¡Cómo voy a creerte si no me lo cuentas!
Tragué saliva. Sentí que volvía a formarse un nudo en mi garganta.
—¿Recuerdas el bolso de lentejuelas que apareció en la casa de Boí?
—¿Ese azul? ¡Sí! —me dijo impaciente— ¡¿Y qué tiene que ver?!
—Pues lo encontré bajo unos túneles que hay en la finca. En un principio creí que eran túneles de cañerías de agua o luz, luego pensé que eran refugios de guerra pero luego encontré una sala bajo ellos. Allí en el suelo encontré el monedero. Yo había estado ahí de pequeña. No lo recordé en primer momento pero poco a poco fui teniendo las imágenes más claras en mi mente.
—¿Ese fue el día que viste a mi hija en el bosque sola? —me preguntó.
Sentí el sarcasmo con el que me había lanzado la pregunta.
—¡Deja de mirarme como si estuviera loca! Ahora sé que lo que he visto es cierto. Bajo la finca hay unos túneles y estos túneles llevan a una cueva muy antigua donde hay una cascada que cae sobre una poza de agua cristalina. Entra un rayo de luz que todo lo ilumina. Allí nos llevaban cuando éramos muy pequeñas y unos hombres con túnicas negras practicaban unos ritos satánicos con nosotras. Lo he recordado.
Aurora apoyó la frente sobre su mano mientras negaba repetidamente con la cabeza.
—Yo no recuerdo nada. A ver, cuéntame más detalles.
—¡Tienes que recordarlo, tú también estabas ahí! ¡Yo te vi!, vi tus ojos cómo me mirabas pidiéndome ayuda cuando papá estaba encima de ti.
Aurora se enderezó de golpe y su rostro se transformó, la ira encendió sus ojos. Comenzó a apretar los dientes.
—¿Qué estás insinuando? —me preguntó arrastrando las palabras.
Tragué saliva porque todavía se me antojaba doloroso, extraño tener que pronunciar y oír aquellas duras palabras:
—Papá abusó de nosotras cuando éramos pequeñas, y también dejó que lo hicieran otros hombres.
El semblante de paciencia que me había mostrado hacía segundos se desplomó de golpe.
—¡Cállate! ¡Cómo puedes decir esas cosas tan horribles! ¿Por qué le odias tanto?
—¡Porque me robó mis recuerdos! ¡Me robó la infancia! Y me ha robado la posibilidad de ser madre.
—¿Pero qué chifladuras estás diciendo? ¡Eso es mentira! Solo dices mentiras porque estás amargada.
—No Aurora, tienes que creerme, tienes que recordar. Recuerda los símbolos del zodíaco en el suelo, las velas negras y rojas, esos malditos cánticos. Yo tenía cinco años y tú diez. Tú tendrías que acordarte más. ¡Yo lo recuerdo! ¿Por qué tú no? ¡¿Por qué?!
—Porque eso no ha pasado nunca. Solo en tu cabeza. Sandra, por favor deja de hacernos daño. ¡Déjanos vivir en paz! —me gritó.
Aurora se levantó del sillón y caminó hasta la ventana del salón, se movía nerviosa de un lado a otro negando con la cabeza y los brazos cruzados sobre su estómago.
Me levanté y me puse frente a ella buscando su mirada.
—¿A qué paz te refieres? ¿A callar y mirar hacia otro lado? ¡No! No lo voy a permitir, llegaremos al fondo de todo y papá tendrá que pagar en la cárcel por lo que nos ha hecho.
—¿Llegaremos? ¿Tú y quién? ¿Es ese profesor de yoga?
Sentí que el aire se me cortaba.
—¿Cómo sabes eso?
—¡Sandra, por Dios, abre los ojos! Ese hombre te está manipulando ¡Es un estafador!
—¡¿Pero qué dices?! ¿Quién te ha contado eso?
—Las cámaras de seguridad de la clínica tomaron fotos de él mientras te ayudaba a escapar. Ese hombre no es quien dice ser Sandra. Te está confundiendo.
Tiene una denuncia por acoso. Vive de extorsionar a mujeres adineradas. ¿No me crees? Compruébalo tú misma. Aurora caminó como llevada por el viento hasta una mesita de cristal que tenía junto al sofá y me pasó el teléfono.
—Llama a la policía y pregunta por Daniel Sánchez Ortiz.
—¿Quién es ese?
—Ah claro, en el centro se dio a conocer como Kahul —dijo en tono de burla.
Me dejó perpleja que estuviera tan informada. Lila tenía razón, me habían estado siguiendo. Lo que no sabía era desde cuándo.
—No intentes confundirme, yo creo en él.
De pronto tuve un mal presentimiento. Escuché a lo lejos el sonido de puertas de automóvil cerrarse.
Corrí hacia la ventana que daba a la calle y miré tras la cortina.
—¡¿Me has delatado?!
—Es por tu bien, Sandra, estás muy enferma. Deja que te ayudemos ¿No quieres volver a nosotros? ¿A estar de nuevo en familia?
—No has creído nada de lo que te he contado.
Corrí hacia el patio trasero de la casa mientras mi hermana salía a abrir a los hombres que venían a por mí. Salté el muro de la casa contigua y pasé por encima de un tejado hasta que llegué a otro muro. Era muy alto pero no medía el peligro, cualquier cosa era mejor que volver al psiquiátrico Sant Jordi. Así que me deslicé por el poste de hormigón de la luz y llegué hasta la calle, allí corrí cuesta abajo hacia el paseo marítimo hasta que un coche lujoso de color negro comenzó a seguirme. Supuse serían los hombres que trabajaban para mi padre porque comenzaron a acelerar.
Aceleré la carrera pero me tropecé con un grupo de adolescentes que salieron en monopatín. Ellos no cayeron debido a su agilidad pero yo terminé en el suelo con mis manos despellejadas y mis rodillas doloridas.
Cuando ya estaban a solo unos metros de mi, Kahul apareció por una de las calles.
—¡Irania, levántate, corre!
Me levanté y subí de un salto a la moto. Aceleró pero el coche era más rápido y nos pisaba ya los talones. Creí que ya estaba todo perdido, que nos alcanzarían.
Pero Kahul entró por una estrecha calle peatonal, allí se detuvieron. Luego siguió un camino forestal y nos adentramos en el bosque hasta que los perdimos de vista.
No dejé de abrazar su cintura con fuerza y a pesar que estábamos a salvo no dejaba de temblar. Había estado a un paso de volver de nuevo a las garras de mi padre y con ello a las garras de la locura y a la oscuridad absoluta de mi mente.