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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

Irania (5 page)

BOOK: Irania
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—Si no fuera por el partido que gobierna, todo nos iría mejor por aquí.

El invitado dejó de mirarme y comenzó el debate político con Joan y mi padre, esta vez en inglés, el idioma que los unía.

Volví a guardar silencio cuando siguieron el hilo sobre política y economía.

Todos parecían tener opiniones, me sentía ajena y dejé que mi imaginación volara al observar los granos de café que servían de adorno en un jarro de cristal de la mesa. Pensé en lo negros que eran y si eran de Colombia o de Ecuador. Me vi rodeada de cafetales en un campo caluroso y húmedo. Allí había una aldea y yo había ido con mi jeep para visitar a los miembros del poblado. Los niños con sus caritas sonrientes, saltaban a mi alrededor, al darles un caramelo cada vez que venía a verlos. Allí estaba sola, sin mi familia, sin presiones, libre para ser yo misma.

No era consciente de que mi mente me llevaba justo donde mi corazón quería estar. Pero en aquel tiempo, para mí solo era fantasear, en ningún momento creía que podía hacer realidad ese sueño. Tampoco sabía que tenía todo el derecho de hacerlo. Porque creía que mi vida no era mía.

Mientras, mi madre, que siempre tenía un ojo clavado sobre mi persona, vio como iba transformándose mi rostro y no le gustó la boba sonrisa que debió formarse, mientras jugueteaba con el solomillo sin probar bocado. Ella sabía que me evadía con facilidad, pero no soportaba que lo hiciera delante de aquellos importantes socios para la empresa. No me lo iba a tolerar.

—Sandra, puedes pasarme la salsa, por favor —y esto lo dijo en un tono más alto de lo que hubiera sido normal para ella, acompañado de un golpe de su tacón en mi pantorrilla.

Salí de mi ensueño de golpe y tiré sin querer la copa de vino de mi padre sobre su ensalada.

La doncella limpió y rellenó con rapidez de nuevo la copa de mi padre.

Mi padre me miró con disgusto.

—No has comido nada —me dijo.

—No tengo mucha hambre —le contesté.

—Querida, tienes que tomar mucha proteína —apuntó mi madre. Corté un trozo de carne y la ingerí para deleite de mis espectadores. Me resultó repulsivo, pero lo tragué. Mi padre sonrió y continuó la charla.

Don Braulio, como le llamaba todo el mundo, era un hombre de marcado carácter. Él decía que si no era así las hienas le comerían. Por hienas se refería a la competencia. Había traspasado los sesenta y tenía todo el pelo blanco aunque todavía le quedaba algún reflejo rubio. Tenía pocas arrugas marcadas, aunque la que más se le veía eran las comisuras caídas de los labios y la del entrecejo, de haberlo tenido años fruncido por las preocupaciones.

Mi padre era controlador en la distancia, como una sombra que siempre estaba presente en todas las acciones que emprendía en mi vida, porque sabía que hiciera lo que hiciera, si no era de su gusto, terminaría por no hacerlo. Y mi madre era la encargada de recordármelo y concretarlo. A pesar de todo, tenía fama de ser un caballero de nobles modales y decían que era un hombre justo. A mí nunca me lo pareció. Pero las apariencias eran lo que eran y cada uno veía lo que quería ver.

Cuando terminaron los postres, los hombres fueron al salón a tomar el café y cerraron la puerta. Pero antes mi padre se aseguró de que mi madre me acompañaba hasta mi habitación. Se me antojó extraña su conducta.

Mientras me ponía el camisón, mi madre me trajo las vitaminas y la pastilla de hierro que me había recetado el doctor Aranda, con un vaso de agua.

—¿Te estás alimentando bien? —me preguntó con un tono de desconfianza que teñía invisiblemente sus palabras—. Apenas has comido nada esta noche.

—La carne me da asco.

—Eso no es problema, la tienes que comer, es por tu hijo.

—Me dan náuseas, te lo prometo.

—Todas las embarazadas tienen náuseas, no eres especial.

—Tengo miedo —le confesé.

Mi madre me miró asombrada.

—¿De qué puedes tener miedo? No te entiendo hija, mira que lo intento, pero no te entiendo. Es normal que sientas cosas, las hormonas están revolucionadas, pero tienes que ser fuerte.

Me metí en la cama y mi madre terminó de arroparme. Las lágrimas comenzaron a rodar calientes por mis mejillas.

Se sentó en el borde de la cama y soltó un largo suspiro. Noté que intentaba ser dulce y paciente conmigo, pero la paciencia no era su mejor virtud.

—Todo lo que te sucede es normal, es fisiológico. Tú has estudiado medicina y sabes que es normal. ¿Por qué quieres hacer un drama? Eres una Ros i Paquer, somos una familia fuerte, tienes unos genes fuertes y podrás con este y con todos los embarazos que vengan.

Negué con la cabeza.

—Estoy muy cansada —le dije.

Después de tres rechazos, me sentía exhausta, anímicamente derrotada. Nunca había logrado pasar del segundo mes de gestación hasta aquel momento. Pero aún así no tenía excesivas esperanzas de que esa vez, fuera a ser la definitiva.

—Ya todo ha terminado. —me contestó— ¡Lo has conseguido! Ahora tu vida tendrá sentido. ¡Tu hijo te dará la felicidad! Ya lo verás.

—Siento que algo no va bien. Tengo miedo de perderlo.

Mi madre dio un respingo de la cama. Estaba tensa y tenía los puños apretados.

— ¡Deja de decir estupideces! Lo único que no va bien es tu cabeza, has querido engañarnos a todos, pero a mí no puedes engañarme. Continúas con tus malditos delirios —afirmó—, me defraudas. Mañana volverás a ver al doctor Vall.

— ¡No! —grité.

—Sí, ¡lo harás! Por el bien de mi nieto. —concluyó mientras cerraba la puerta del dormitorio de un portazo.

El taconeo de sus zapatos se fue haciendo cada vez menos audible hasta que el silencio y la oscuridad inundaron mi dormitorio. Miré a mi alrededor, escaneando cada centímetro de las paredes y a cada instante me sentía más angustiada. Me sentía observada y poco a poco fui hundiéndome bajo el edredón. Notaba el frío a mi alrededor, un frío que calaba mis huesos. Me tapé hasta la cabeza, cerré los ojos e intenté pensar en cosas alegres y positivas pero venían a mi mente imágenes negras, oscuras, angustiosas, aparecían una y otra vez hasta que debí dormirme.

Me desperté dos horas después con una molesta sensación en mi estómago. Recordé el filete de ternera, la sangre que salía al trincharlo, el sabor a carne cruda. Toda mi boca sabía a sangre.

De pronto me entraron náuseas. Me levanté y fui al baño que tenía en mi dormitorio. Me acerqué a la taza del inodoro y esperé.

Tenía escalofríos y la sensación de angustia se agudizaba. Al cabo de unos minutos conseguí arrojar la cena.

Mientras esperaba a que la desagradable sensación del vómito desapareciera de mi cuerpo, observé por la ventana como mi marido acompañaba a los invitados a su coche. Me extrañó que todavía estuvieran en la casa. El más bajo de ellos abrió el maletero y sacó un maletín negro y se lo entregó a Joan. Luego se despidieron haciendo un extraño gesto con los brazos. Me acerqué un poco más a la ventana y seguí contemplando la escena con curiosidad, porque aunque estaba oscuro, creí ver que los rostros de aquellos extranjeros iban transformándose en otra cosa. Sus pieles blancas comenzaban a oscurecerse y empezaron a tomar un tono verdoso.

Parpadeé varias veces pero la imagen seguía intacta. A continuación, sus ojos comenzaron a colorearse de amarillo. No daba crédito a lo que veía. Pensé que debido al mareo mi vista me estaba jugando una mala pasada pero continué mirando, no podía apartar los ojos de la ventana. Sus cabezas habían tomado forma de reptil, de serpiente.

Entonces vi como una especie de sombra oscura con forma humana se puso junto a mi marido y caminó junto a él hacia la casa. El corazón comenzó a latirme con fuerza.

Miré de nuevo a los socios y me encontré con los horribles ojos de uno de ellos, clavados en la ventana. Me había visto.

Me aparté enseguida refugiándome tras la cortina.

El corazón se me había desbocado.
No es real
-me decía a mí misma-.
Lo estoy imaginando
.

Fui al lavabo y me lavé la cara con agua fría. Comencé a sentir frío. Salí del baño tiritando, la mandíbula me temblaba.

Recorrí lentamente con la mirada el dormitorio. No había nada, solo las sombras de los objetos, pero yo seguía sintiéndome observada. Entonces comencé a sentir susurros. Luego voces que decían:
Lo va a matar
; Luego risas y más susurros.

Sentí miedo por Joan, me armé de valor, caminé hasta la puerta y la entreabrí. Desde allí escuché la verja de la casa y el motor del coche que partía. Salí del dormitorio y bajé poco a poco los fríos peldaños de mármol negro de la escalera. Todavía se oían las voces de mi padre y de Joan en el salón aunque ahora la puerta permanecía ligeramente entreabierta.

Caminé despacio pero mi corazón latía agitado.

Cuando me acerqué miré por la rendija. Mi padre y Joan tenían un maletín abierto, estaban contando fajos de billetes grandes. Había una cantidad enorme de dinero sobre la mesa.

—Nos hemos quitado un gran peso de encima, esa mujer ya no será un problema —dijo mientras sorbía un trago de su copa—. Ahora ya no quiero oír más excusas. ¿Me has entendido? Pronto será la ceremonia y todo debe estar en su lugar. No quiero más errores.

Joan asintió.

—Estoy capacitado para hacerlo. He nacido para esto. No os defraudaré.

—Todavía no estés tan seguro.

—Estoy dispuesto a lo que sea, lo sabes desde hace años. He arriesgado mucho en mi carrera para retirarme ahora.

—Esta semana entramos en la fase cinco, ya no hay vuelta atrás.

—Estoy impaciente.

Ambos se sonrieron. No reconocí a mi marido ni tampoco a mi padre, sentí miedo al invadir su intimidad, me parecieron dos extraños. Fui retirándome de la puerta lentamente hacia atrás pero al girarme para volver a la habitación lo vi sobre el rellano superior de la escalera, aquella cosa que había seguido a Joan ahora estaba allí y se deslizaba por la escalera con suavidad no tenía pies pero parecía tener piernas, era una masa amorfa de materia densa que desprendía un horrible olor. Creí que nada que viniera de la tierra podría oler de aquella manera.

Me quedé paralizada por unos segundos. En esos segundos intenté convencerme de que aquello no estaba allí frente a mis ojos de que no era real, que todavía soñaba en mi cama, pero el olor era nauseabundo, demasiado para ser un sueño.

Cuando estuvo cerca y abrió su horrible boca, solté un grito que me desgarró la garganta. El terror se apoderó de mi ser.

—¿Qué ocurre, Sandra? —escuché tras de mí.

Al girarme para pedir ayuda me encontré con que mi padre y mi marido habían salido del salón y me miraban alarmados.

Joan me cogió de los hombros y comenzó a zarandearme.

—¿Sandra, qué ocurre? ¿Qué te sucede?

Los ojos de Joan se iban transformando de gris a amarillo hasta que su piel blanca comenzó a tornarse verdosa al igual que había visto en los socios extranjeros. Estaba aterrada, confundida, presa de un impacto emocional tan fuerte que no lograba discernir.

— ¡No os acerquéis! —grité.

Me solté de sus brazos con un fuerte empujón.

Mi padre intentó frenarme pero le solté una patada en la rodilla. Él también se había transformado en un reptil y ya no entendía sus palabras, solo veía su lengua viperina y sus afilados dientes.

Corrí descalza tanto como me permitían mis pies y salí al exterior de la casa, llegué a la verja y comencé a gritar pidiendo auxilio. No había nadie en la calle, entonces corrí presa del miedo más atroz que había sentido jamás. La adrenalina recorría mi cuerpo y aunque chocaba con objetos en mi carrera nada me detuvo, porque no sentía el dolor.

Escuché una voz que me decía «detente» pero al girarme vi que el reptil y la pestilente sombra negra me alcanzaban.

Corrí calle abajo hasta que una luz me cegó, entonces un golpe seco me frenó lanzando mi cuerpo con fuerza por los aires.

En aquel instante dejé de correr. Dejé de sentir mi cuerpo. Dejé de respirar y mi corazón de latir.

—Irania, despierta, ya no has de temer —escuché.

Capítulo 3

Recógeme entre tus brazos

y desdibuja los trazos

que aún queden de mi cuerpo.

Abrí los ojos y me encontré con un ser hermoso, ni joven ni viejo, sin una edad clara y definida. Vestía una larga túnica color verde, pero era el verde más bello que hubiera visto jamás. Tenía algo que podía describirse como alas que surgían de su espalda pero no eran alas de pájaro, eran alas de brillante luz.

Miré mis manos, luego mis brazos y mis piernas, todo era de vibrante energía, podía sentir como si estuviera en muchos sitios a la vez, como si mi cuerpo ocupara ninguno y todos los lugares al mismo tiempo. Me sentía ligera, libre, feliz.

El ser que me miraba con amor me tendió una mano. La tomé, sentía que le conocía, era muy familiar.

—¿Qué ha pasado?

—No mires hacia atrás, sígueme estarás segura.

No pude evitar desobedecerle y miré hacia atrás mientras sentía que mi cuerpo subía. Joan estaba en el suelo arrodillado, mi padre de pie con las manos en la cabeza… y… mi cuerpo sobre el asfalto.

Sentí desesperación en ellos.

— ¡Estoy muerta! —exclamé. Un ligero frío recorrió mi ser.

—Sígueme con los ojos, mírame, estás a salvo, yo te guío.

No pude dejar de mirar los amorosos ojos del ángel que me tomaba en sus manos y me conducía entre brumas de color cada vez más blanquecino.

—Irania, estás con la familia, ahora ya no tendrás más dudas, no habrá más dolor. Continúa conmigo.

De repente las brumas desaparecieron y llegamos a un hermoso templo en forma de pirámide de cristal que cambiaba de colores según la luz que venía de un extraño sol.

—Estás en casa, no temas.

Contemplé el lugar con los ojos abiertos, deslumbrada por la belleza que emitían sus paredes que parecían vivas como si estuvieran compuestas de materia celular con conciencia. No me resultaba del todo extraño.
¿Quizá lo vi en sueños?
pensé.

Todo era familiar, pero incierto, los recuerdos parecían llegar pero lentamente, poco a poco.

El ángel me acompañó hasta la entrada del templo y me dejó allí.

—Yo no puedo continuar, mi misión termina aquí. Lo miré desconcertada.

—No te preocupes, estaré aquí cuando salgas— me dijo.

—Está cerrado y no sé cómo entrar.

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