James Potter y La Maldición del Guardián (24 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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Rose alzó la mano para palmear el brazo de Cedric, pero su mano lo atravesó directamente.

—Lo siento mucho, Cedric —dijo—. Puedes venir con nosotros siempre que quieras. Tus viejos amigos no estarán allí, pero podría haber nuevos amigos esperando.

Cedric asintió y sonrió, pero James no pensó que el fantasma creyera las palabras de Rose.

—¿Nos vemos por ahí? —le preguntó James.

—Claro —estuvo de acuerdo Cedric—. Tal vez todo el asunto del Espectro del Silencio sea demasiado. La próxima vez bajaré el tono.

Los tres estudiantes se volvieron y recorrieron el pasillo. Cuando giraban la esquina, James miró atrás. No había rastro del fantasma de Cedric, pero James tenía el presentimiento de que todavía estaba allí de todos modos. Saludó con la mano, después alcanzó a Ralph y Rose.

Cuando pasaron el gran umbral que daba al patio, James se detuvo. En la penumbra azul de la tarde, un pequeño grupo de estudiantes se habían reunido cerca de la verja. James notó que eran todos Slytherins, y Albus estaba de pie en el centro de ellos. Con un sobresalto, James comprendió que era miércoles por la noche, la noche en que Tabitha Corsica había "hecho arreglos" con Albus.

—Esperad —dijo James quedamente, deteniendo a Ralph y Rose. Tan casualmente como pudo, se paseó hasta la puerta y se deslizó entre las sombras, observando al grupo de Slytherins.

—¿Qué está pasando ahí? —preguntó Rose, uniéndose a James. James la silenció.

Tabitha estaba hablando con Albus, sonriendo encantadoramente, asintiendo con la cabeza. Philia Goyle y Tom Squallus permanecían cerca junto con algunos otros Slytherin a los que James no conocía. No podía oír lo que estaban diciendo. Cuando la multitud se movió, James vio que Tabitha Corsica sostenía algo largo y fino, envuelto en una tela negra.

—Es la mayor parte del equipo de Quidditch Slytherin —exclamó Ralph en voz baja—. Ahí está Beetlebrick. Es el guardián. Fiera y Havelock son los golpeadores.

James entrecerró los ojos.

—Es de suponer lo que Corsica tiene en esa funda negra.

De repente los Slytherins se giraron y comenzaron a salir del patio. Albus iba a la cabeza, riendo, y gesticulando alegremente. James se deslizó a través del umbral, siguiéndolos.

—¿Adónde vas? —preguntó Ralph.

—¿A ti que te parece? Voy a seguirlos. Corsica está planeando subir a Albus en esa cosa maldita suya.

Ralph hizo una mueca.

—¿Y qué planeas hacer, detenerlos?

—Sé que no puedes ayudarme, Ralph —dijo James rápidamente—, ya que son tus compañeros de casa y todo eso. Pero yo voy a ver que están planeando al menos.

—No es eso —replicó Ralph—. Es solo que creo que es elección de Albus. Tengo la impresión de que... no deberías involucrarte.

—Lo tendré en cuenta —masculló James. Saltando al patio que se oscurecía rápidamente. Un momento después, oyó pisadas de alguien que le seguía.

—No tienes que venir, Rose —dijo James, deteniéndose en la verja del patio.

—¿Pero qué dices? —susurró ella ásperamente—. Iba a ir a espiarlos lo hicieras tú o no.

James le sonrió. Juntos, se agacharon y avanzaron furtivamente alrededor del borde de la verja, observando la partida de los Slytherins. La penumbra de la noche que se aproximaba hacía difícil ver. Un momento después, Rose señaló. James siguió la dirección y vio a las figuras con túnica subiendo una colina a cien metros de distancia. Se dirigían al campo de Quidditch, por supuesto. Manteniéndose tan agachados como podían, Rose y James los siguieron.

Cuando se acercaban al campo, James indicó a Rose que le siguiera. La condujo por un camino sinuoso que rodeaba el costado de la grada Gryffindor. Tan silenciosamente como pudieron, se arrastraron hacia arriba por la escalera de madera hasta el nivel más bajo. Allí, agachados bajo la barandilla se asomaron al oscuro campo.

El grupo de Slytherins estaban de pie en la línea central. James podía oír sus voces de manera confusa. Tabitha parecía ser la que hablaba. Había alguno en movimiento cuando las figuras se apartaron, y James se maldijo silenciosamente a sí mismo por haberse dejado las gafas en la mochila.

—¿Qué pasa? —susurró impotentemente—. Apenas puedo ver quien es quien.

—Tabitha acaba de quitarle la funda a una escoba —susurro Rose en respuesta—. Parece estar explicando a Albus como funciona. Él parece bastante ansioso por probarla. Apenas puede estarse quieto. Parece que tuviera que ir al lavabo.

James pudo ver lo que ocurría a continuación. Tabitha le ofreció la escoba a Albus. Él la cogió con ambas manos y la miró, después volvió a mirarla a ella. James no podía verle la cara, pero sabía que Albus estaba sonriendo con esa contagiosa y temeraria sonrisa suya. Finalmente, los otros Slytherins se alejaron de él, dejándole en el centro de un círculo desigual. Albus levantó la escoba con una mano, como probando su peso y equilibrio en la palma. Después, hábilmente, la lanzó al aire. La escoba bajó y osciló junto a él a la altura de la cadera. James luchó contra la urgencia de gritar una advertencia a Albus. James había montado en esa escoba una vez, y había sido un terrible desastre. Había algo extremadamente inusual en su magia. Había luchado contra James y casi le había matado. Cuando Tabitha la montaba durante los partidos de Quidditch, parecía ejercer una influencia muy sospechosa sobre las escobas que la rodeaban, e incluso, sospechaba James, sobre la propia Snitch. Rose enganchó una mano en el cuello de James y tiró de él hacia abajo. James no había notado que había empezado a ponerse de pie, preparándose para gritar una advertencia a su hermano. Miró a Rose fijamente, con los ojos desorbitados.

—No —dibujó ella con la boca, sacudiendo la cabeza.

James volvió a mirar al campo. Albus había extendido la palma y envuelto la mano alrededor del mango de la escoba que flotaba. Rápidamente, como sin pensarlo conscientemente, pasó una pierna sobre ella, montándola a horcajadas, y pateó. La escoba salió disparada hacia adelante, girando lentamente y llevando a Albus bien alto en la profundidad de la noche. Alcanzó el nivel superior de las gradas y se detuvo gentilmente. Albus era simplemente una sombra negra recortada contra el cielo oscuro. Mientras James observaba, se agachó sobre la escoba. Esta salió disparada hacia adelante, perfectamente controlada. En la distancia, Albus aullaba felizmente, su voz resonaba sobre las colinas cercanas.

Rose se inclinó hacia James.

—Tuve clase de vuelo con Albus el martes —susurró—. Entonces no podía volar así.

James apretó los labios en una fina línea. Miró furiosamente hacia la asamblea de Slytherins en el campo pero no pudo sacar nada en claro. Si alguno de ellos estaba influenciando directamente el vuelo de Albus con su varita, él no podía verlo.

En el silencio de la noche descendente, James pudo oír el silbido y aullar del vuelo inaugural de su hermano. Albus subía y bajaba sobre el campo y las colinas cercanas, gritando de alegría. Finalmente, después de unos minutos de volar al azar, bajó en una larga y curvada zambullida sobre las cuatro gradas de las Casas, ganando velocidad. James y Rose se agacharon tanto como pudieron cuando Albus pasó sobre el pasadizo Gryffindor. Él giró la escoba fácilmente y tiró de ella, flotando sobre las cercanas banderas en la cima de la grada. James contuvo el aliento, esperando que la sombra de los asientos fuera suficiente para ocultarlos a él y a Rose. Albus tomó un profundo aliento, apuntó la escoba hacia el campo, y de repente se detuvo. Parecía estar mirando directamente a James, pero en la oscuridad, era difícil de decir. Probablemente estaba mirando más allá de James, a los Slytherins reunidos en el centro del campo. Finalmente, Albus se inclinó hacia adelante. La escoba emprendió una enérgica zambullida, pasando sobre las filas de asientos. James se agachó tanto como pudo, temiendo que Albus pudiera haberle pillado cuando pasó sobre la barandilla. La estela del paso de Albus se asentó, y James oyó a su hermano reír.

—¡Pequeño imbécil! —jadeó James. Rose le silenció.

Albus descendió en un apretado círculo, finalmente llevando a la escoba a aterrizar tan suavemente como una semilla de diente de león. Los Slytherins aplaudieron y se apiñaron alrededor de Albus, felicitándole.

—Un talento natural —entonó la voz de Tabitha sobre la brisa—. Justo igual que su padre.

—¡Y una leche natural! —siseó James por lo bajo. Rose tiraba de su túnica, empujándole hacia las sombras de nuevo. Juntos, observaron al grupo de Slytherins volver a cruzar el campo, sus voces perdiéndose en el creciente viento. Mientras observaba, James vio a Albus levantar la mirada hacia él y sonreír.

Después de un minuto, James y Rose bajaron de las gradas y desanduvieron sus pasos de vuelta al castillo.

—Viste como manejó esa escoba —exclamó James, luchando por mantener la voz baja—. O para ser más precisos, ¡como ella le manejó a él!

Rose respondió pensativamente.

—Admito que parece un poco sospechoso. Pero tú mismo dijiste que apenas pudiste controlar una escoba hasta que conseguiste tu Thunderstreak. Tal vez Albus solo necesitaba conseguir el tipo correcto de escoba para destacar.

James sacudió la cabeza, exasperado.

—No lo entiendes. Yo intenté montar esa escoba una vez. ¡Casi me mató!

—Bueno, se suponía que no debías estar montándola, ¿no? Algunas escobas nuevas están equipadas de ese modo. Incluso la tuya tiene la opción "Realzamiento Extragestual", ¿no? Una vez se imprime contigo, cualquier otro que intente montarla tendrá serios problemas.

—Mira —dijo James, lanzando las manos al aire—, tendrás que confiar en mí en esto, Rose. Esa escoba está maldita, de algún modo. Y probablemente fue Tabitha quien la maldijo.

Rose le miró de reojo.

—¿Por qué dices eso?

James sacudió la cabeza.

—Es una larga historia. Pero te diré una cosa, hay algo especialmente malvado en ella. Probablemente no me creerías si te lo contara. Los demás difícilmente lo hacen.

—Bueno —replicó Rose, manteniendo la voz tan nivelada cómo fue posible—, tal vez haya una buena razón para ello.

—¿De qué lado estás, por cierto?

—Perdón —dijo Rose, enfadándose—. ¿Quieres decir si estoy del lado de James Potter o del de Albus Potter? Porque no sabía que tuviera que escoger.

James suspiró profundamente.

—Olvídalo. Lo siento, Rose.

Rose le miró durante un largo momento mientras se acercaban a la verja del patio.

—El volar está en la sangre de los Potter, James. No puedes saber si Albus no es bueno simplemente de forma natural. La razón por la que se permite hacer las pruebas de Quidditch a los de primeros es por lo bueno que fue tu padre en su primer año. Pero si hay algo raro en esa escoba, o en la propia Tabitha Corsica, yo seré la primera en ayudarte a convencer de ello a Albus. ¿Vale?

James sonrió pálidamente.

—¿Lo prometes?

Rose asintió con la cabeza. Juntos, entraron en el patio y subieron a la luz del vestíbulo principal. Ralph estaba sentado al pie de la escalera principal, esperándolos. James sonrió.

—Voló en ella, supongo —dijo Ralph, levantándose para unirse a ellos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Rose.

—Albus y el resto pasaron junto a mí de camino a cenar —dijo Ralph—. Albus se acercó y me dijo que te diera un mensaje cuando llegaras. Dijo que puede que te robe la plaza en el próximo partido familiar.

James puso los ojos en blanco y miró a Rose.

—No te rías —dijo, señalándola con un dedo.

—Yo no he dicho nada —replicó ella, cubriéndose la boca con la mano—. Vamos. Entremos a cenar antes de que nos cierren las puertas.

6. El Rey de los Gatos

El jueves por la mañana, la primera clase de James y Ralph era Literatura Mágica. El aula consistía en una galería semicircular adjunta a la parte trasera de la biblioteca. Las ventanas estaban alineadas en la pared curva, llenando la habitación con la luz solar de la mañana. La nueva profesora de Literatura Mágica, Juliet Revalvier, estaba sentada en su escritorio, hojeando un gran libro mientras los estudiantes encontraban sus asientos. Comparada con la mayoría del personal docente de Hogwarts, la profesora Revalvier era una mujer relativamente joven y menuda. Su cabello rubio oscuro le llegaba a la altura del hombro, enmarcando un rostro abierto y amigable. Con sus gafas de lectura puestas, James pensó que se parecía un poco a un duendecillo listo.

—Otra vez tú, no —susurró Ralph cuando Rose se deslizó en el asiento junto a él.

—Pedí específicamente entrar en esta clase si podía —explicó Rose, sacando su libro de texto de Literatura Mágica de la mochila—. Tengo todos los libros que pide Revalvier en los clásicos de la literatura mágica. Incluso escribió ella misma algunas novelas, hace un par de décadas, aunque en su mayoría se comercializaron entre los muggles bajo un seudónimo. Todo fue un poco controvertido.

—Sí, creo que oí hablar de ello —dijo James, recordando a Creevey Cameron y sus novelizaciones de las aventuras de Harry Potter—. Era ella, ¿no?

—Bueno, ella y algunas otras personas. Fue un proyecto de prueba, encabezado por una de las grandes compañías editoriales del mundo mágico. Creo que el problema fue, en todo caso, demasiado éxito. El Ministerio terminó involucrándose y hubo bastante alboroto. Al parecer, publicar versiones reales del mundo mágico como ficción en el mundo muggle es una violación a la Ley de Secretismo, aunque el Wizengamot nunca la condenó por nada. Fue despojada de la mayor parte de sus derechos de autor, lo cual explica por qué terminó aquí, enseñando.

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