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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Ciencia Ficción

John Carter de Marte (8 page)

BOOK: John Carter de Marte
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—Kantos Kan reordena la flota —gritó John Carter sobre el fragor de la batalla, mientras los combatientes reanudaban en el suelo la batalla con inusitada violencia.

—¡Las naves regresan! —gritó la princesa—. ¡Se dirigen hacia esa espantosa criatura!

—Están abriendo su formación —replicó Carter—. Kantos Kan intenta rodear al gigante.

—¿Pero por qué?

—Observa. Le está dando a Pew Mogel de su propia medicina.

La vasta flota de naves de Helium disparaba desde todos los lados. Otras picaban desde arriba, y cuando se aproximaban a su enorme blanco los tiradores dejaban caer un verdadero diluvio de balas y rayos en el cuerpo del gigante.

Dejah Thoris suspiró con alivio.

—No podrá aguantar durante mucho tiempo.

Sin embargo, John Carter meneó la cabeza con tristeza mientras el gigante atacaba a las naves con renovada furia.

—Creo que no es así. Ni siquiera los rayos sirven contra esa criatura. Su cuerpo fue imbuido del suero que Ras Thavas descubrió. Corre a través de sus tejidos y los reconstruye inmediatamente con increíble poder y velocidad, reemplazando todo lo que queda destruido o quemado.

—¿Quieres decir que ese grotesco monstruo jamás podrá ser destruido? —le preguntó Dejah Thoris aterrorizada.

—Es probable que viva y crezca para siempre —replicó el terrestre—. Sólo algo drástico podría acabar con él…

Un repentino fuego de determinación brillo en los ojos grises como el acero del terrestre.

—Hay un medio para detenerle, mi princesa, y salvar a tu pueblo…

Un arriesgado plan se había formado en la mente de Carter. Acostumbrado a actuar rápidamente en impulsos repentinos. Ordenó a su malagor bajar cerca de la cabeza de Tars Tarkas.

Al saber que la batalla no tenía esperanza, el guerrero verde combatía furiosamente desde su gran thoat.

—Ordena a tus hombres que regresen a las montañas —gritó Carter a su viejo amigo—. Esconderos y reorganizaros y esperad mi regreso.

La siguiente media hora encontró a John Carter y a la joven en el buque insignia de Kantos Kan. La gran flota heliumita se había retirado a las montañas para reagruparse y volver al ataque. Todos los capitanes eran conscientes de la futilidad de la batalla contra el indomable gigante. Aun así, todos estaban dispuestos a luchar hasta el fin por su nación y por su princesa, recientemente rescatada. Después de abordar la nave liberaron al gran malagor que les había servido tan fielmente. Kantos Kan se arrodilló enfervorecido ante la princesa y le dio la bienvenida a su viejo amigo.

—Saber que estáis salvos de nuevo es un placer que contrarresta el gran dolor de ver nuestra ciudad de Helium caída en manos del enemigo —afirmó Kantos Kan.

—No hemos terminado, Kantos Kan —le dijo el terrestre—. Tengo un plan que quizá funcione. Vamos… necesito diez de tus naves grandes tripuladas por el equipo mínimo.

—Daré órdenes de romper formación y haremos una asamblea en el buque insignia inmediatamente —le respondió Kantos Kan alejándose para dar las órdenes.

—Un momento —le detuvo Carter—. Que cada nave sea equipada con doscientos paracaídas.

—¿Doscientos paracaídas? —le preguntó—¡Si, señor!

Casi inmediatamente aquellos que comandaban las diez grandes naves llenas de tropas, partieron en solitaria formación hacia la nave de Kan tos Kan. Cada uno con una dotación mínima de diez hombres y doscientos paracaídas; dos mil en total. Mientras abordaban la nave insignia, John Carter habló con Kantos Kan.

—Mantón tu flota intacta hasta que regrese. Protege la ciudad manteniéndote cerca de ella como mejor puedas. Volveré al amanecer.

—Pero al monstruo… —gruñó Kantos Kan— Míralo… necesitaremos hacer algo para salvar a Helium.

La enorme criatura, erguida en toda su gigantesca altura, y vestida con su roída túnica, arrojaba piedras y bombas sobre Helium, cada una de sus acciones dictada por la onda corta de Pew Mogel, que se agazapaba en el refugio levantado sobre la cabeza del gigante.

John Carter posó su mano sobre un hombro de Kantos Kan.

—No malgastes naves y hombres vanamente en luchar contra esa criatura —le advirtió—; y créeme amigo mío, sé lo que digo… volveré en la madrugada.

John Carter tomó la mano de Dejah Thoris y la besó:

—Adiós, mi señor —murmuró ella, con lágrimas en los ojos.

—Estarás a salvo aquí, con Kantos Kan, Dejah Thoris —le dijo el terrestre—. Adiós mi princesa.

Saltó ágilmente sobre la borda de la nave de transporte de tropas. Sufría al dejar a Dejah Thoris, pero sabía que estaba a salvo.

Diez minutos después, Dejah Thoris y Kantos Kan contemplaban cómo las diez rápidas naves desaparecían en el distante horizonte.

Cuando John Carter desapareció, Kantos Kan izó las enseñas personales de Dejah Thoris en su mástil junto a su estandarte, de manera que todo Helium supiera que su princesa estaba a salvo y cerca de ellos.

Durante la ausencia del terrestre, Kantos Kan y Dejah Thoris siguieron sus instrucciones, refrenando a sus fuerzas en una batalla desesperada. Como resultado, los guerreros de Pew Mogel se encontraban cada vez más cerca de Helium, mientras que el deforme sujeto preparaba a Joog para el asalto final a la ciudad fortaleza.

Exactamente veinticuatro horas después, las naves de John Carter regresaron.

Al aproximarse a Helium, el terrestre estudió atentamente la situación. Había temido que fuera demasiado tarde, pues su misión secreta le había robado un tiempo precioso, más del que había calculado.

Pero ya había llegado. Era el momento exacto de poner en marcha un plan que suponía la única esperanza de la nación de Helium.

XI

UN PLAN AUDAZ

Temeroso de que Pew Mogel interfiriera en sus ondas de radio con Kantos Kan, John Carter hizo que su nave se situara junto a la de su amigo.

El grupo de naves, que le había acompañado en la misión se agrupaban tras su líder.

Sus capitanes esperaban nuevas órdenes de este extraordinario hombre de otro mundo. En las últimas veinticuatro horas habían visto a John Carter cumplir una tarea que ningún marciano habría soñado con hacer.

Las próximas cuatro horas podrían determinar el éxito o fracaso de un plan tan fantástico que el terrestre mismo aun sonreía al pensar en él.

Sólo su viejo amigo Kantos Kan sacudió su cabeza cuando John Carter explicó sus intenciones pocos minutos después, en la cabina de la nave insignia.

—Temo que no funcione —dijo—. Tu plan es muy ingenioso, pero no creo que tenga efecto contra esa horrible monstruosidad.

—Helium está sentenciada y, aunque lucháramos hasta el fin para salvarla, no podremos hacer nada.

Mientras hablaba, Kantos Kan miraba abajo, hacia Helium. Podían ver a Joog el gigante en la llanura, arrojando grandes rocas contra la ciudad.

El porqué Pew Mogel no había ordenado al gigante entrar en la ciudad hasta el momento, Carter no lo entendía. Parecía ser que Pew Mogel disfrutaba al ver los destructivos efectos de las rocas cuando se estrellaban contra los edificios de Helium.

El espantoso Joog parecía servir con placer a los propósitos de su amo, pues estaba haciendo mucho más daño de aquella manera del que posiblemente haría dentro de la ciudad.

Pero sólo era cuestión de tiempo que Pew Mogel ordenara el asalto final sobre la ciudad.

Entonces, sus atrincheradas fuerzas se arrojarían sobre los muros de Helium, escalando los muros y rompiendo las puertas. Sobre sus cabezas volaban los monos en sus rápidas monturas, repartiendo muerte y destrucción desde el aire.

finalmente llegaría Joog, sumándose con un golpe final a la victoria da Pew Mogel.

La horrible carnicería que caería posteriormente sobre su pueblo hizo que Kantos Kan se estremeciera.

—No hay tiempo que perder, Kantos Kan —le dijo el terrestre—. Debo asegurarme de que seguirás mis órdenes al pie de la letra.

Kantos Kan miró al terrestre fijamente antes de hablar.

—Tienes mi palabra, John Carter, aunque sepa que la consecución de tu plan supondrá tu muerte o la de cualquier otro hombre, no dejaré de cumplirlo.

—Bien —le dijo el terrestre—. Saldré inmediatamente. Cuando veas al gigante elevar sus manos tres veces será la señal para llevar a cabo mis órdenes.

Justo antes de alejarse con su nave, John Carter llamó a la puerta de la cabina de Dejah Thoris.

—Adelante —oyó que respondía desde dentro.

Cuando abrió la puerta vio a Dejah Thoris sentada a una mesa. Estaba frente a una pantalla visora a través de la que se había comunicado con Kantos Kan. La joven se levantó con lágrimas brillando en sus ojos.

—No te vayas de nuevo, John Carter —rogó—. Kantos Kan me ha hablado de tu plan… 110 creo que sea posible su éxito, y sólo conseguirás sacrificarte inútilmente. Quédate conmigo, mi señor, y muramos juntos.

John Carter cruzó la habitación y tomó a la princesa en sus brazos… quizás por última vez. Ella recostó su cabeza en su amplio pecho y sollozó suavemente. El la acarició suavemente durante un momento antes de hablar.

—En Marte —dijo—, encontré un pueblo orgulloso y libre, cuya civilización he aprendido a admirar. Su princesa es la mujer que yo amo. Ella y su gente están ahora en grave peligro. Mientras me quede una sola oportunidad de salvarla a ella y a Helium de la terrible catástrofe que se abate sobre todo Marte, me aferraré a ella.

Dejah Thoris sonrió levemente frente a sus palabras, y lo miró intensamente.

—Perdóname, mi señor —murmuró—. Durante un minuto mi amor hacia ti me ha hecho olvidar que también me debo a mi pueblo. Si hay alguna esperanza de salvarlos, mi egoísmo sería imperdonable por retenerte a mi lado; ve, pero recuerda que si tú mueres el corazón de Dejah Thoris morirá contigo.

Momentos después, John Carter se sentaba a los controles de una veloz nave monoplaza de la Flota Heliumita.

Dijo adiós a las dos solitarias figuras que permanecían en el puente de la nave insignia y puso en marcha los motores de radium. Sintió cómo la pequeña nave se estremecía bajo el impulso de los reactores y se lanzó a gran velocidad y a gran altura sobre el campo de batalla.

A continuación efectuó un picado. El viento silbaba sobre las alas de la nave, mientras aumentaba su velocidad, descendiendo como un meteorito, siempre hacia abajo… hacia el gigante.

XII

EL DESTINO DE UNA NACIÓN

Ni Pew Mogel ni Joog el gigante, habían advertido a la solitaria nave que caía sobre ellos.

Pew Mogel sentado en su refugio sujeto al yelmo de Joog, estaba dando las órdenes de ataque a sus tropas por onda corta.

Una cúpula de cristal de tres metros, completamente circular, rodeaba el refugio, ofreciendo a Pew Mogel una visión completa de las fuerzas que combatían a sus pies.

Quizás si Pew Mogel hubiera mirado hacia arriba a través del cristal circular de su acerado refugio, habría alcanzado a ver a la veloz nave del terrestre precipitándose contra él.

John Carter estaba arriesgando su vida, la de su mujer y la de los supervivientes de Helium, en la esperanza de que Pew Mogel no le viera.

Condujo su pequeña nave con la velocidad de una bala hacia la cúspide de la cúpula que cubría el santuario de Pew Mogel.

Joog estaba ahora parado, con los hombros inclinados hacia delante. Pew Mogel le había ordenado que se detuviera para completar sus últimas órdenes a las tropas.

El gigante estaba en pie entre las montañas y la ciudad, en medio de la llanura. No se dio cuenta de que a menos de cien metros sobre la pequeña cúpula Carter se preparaba para atacar. Había ganado más altura para evitar ser descubierto por Pew Mogel. Su enorme velocidad también tenía el mismo propósito.

Ahora, si quería salir vivo de allí, debía dejar caer su aparato velozmente. El impacto debía producirse a la velocidad exacta.

Si el impacto se producía a demasiada velocidad, sólo conseguiría matarse a sí mismo, sin la seguridad de que Pew Mogel muriera con él.

Por otro lado si su velocidad era excesivamente lenta, nunca podría chocar contra el duro cristal que cubría el refugio. En ese caso, su destrozado aparato podría golpear en la estructura acerada y conducir a Carter a la muerte sobre el campo de batalla, mucho más abajo, cincuenta metros sobre la cúpula. Paró los motores, una rápida mirada al marcador de velocida\1…, ¡Demasiado rápido para el impacto!

Sus manos volaron sobre el panel de instrumentos. Tiró de tres palancas. Tres pequeños paracaídas ralentizaron parcialmente la velocidad de la nave, provocando que ésta descendiera con mayor lentitud.

Pocos instantes después, la proa de la nave golpeó contra la pequeña cúpula.

Se escuchó un crujir de acero y madera cuando la proa chocó, atravesando la ventana y deteniéndose parcialmente sobre el suelo del compartimento de Pew Mogel.

La popa de la nave sobresalía fuera del armazón, pero la compuerta había quedado dentro del compartimento.

John Carter saltó de su interior con la espada brillando en la mano.

Pew Mogel aún estaba mirando con gesto enloquecido a su alrededor, asustado por el tremendo impacto. Su micrófono y sus auriculares, con los que dirigía las acciones de Joog y de las tropas en combate, habían salido despedidos de su cabeza y rodaban por el suelo. Cuando dejó de mirar a su alrededor con el semblante enloquecido; Pew Mogel se quedó sentado, mirando con incredulidad al terrestre.

Sus pequeños y desmayados ojos refulgieron. Abrió varias veces la boca para hablar, y finalmente movió las manos espasmódicamente.

—Desenfunda tu espada, Pew Mogell —le dijo el terrestre en voz tan baja que apenas pudo oírlo Pew Mogel.

El hombre sintético no hizo intención alguna de obedecer.

—¡Estás muerto! —croó finalmente.

Era como si quisiera convencerse de que lo que veía frente a él con la espada desenvainada era solo una alucinación. De hecho, miraba a Carter con tanta intensidad que su ojo izquierdo volvió a desaparecer tras su mejilla, tal y como el terrestre recordaba haber visto antes en Korvas cuando la criatura se excitaba.

Lo volvió a encajar y lo colocó sobre su mejilla.

—Rápido, Pew Mogel saca tu arma… no tengo más tiempo que perder.

Carter pudo echar una ojeada al gigante que continuaba parado bajo sus pies. Aparentemente, no se había percatado del cambio de amo que se había producido sobre su cabeza, aunque había dado un leve respingo cuando la nave chocó contra el refugio de su amo.

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