Tardos Mors se hincó las uñas en la palma de la mano.
—¿Quién es el advenedizo que se llama a sí mismo el más poderoso caudillo de Marte? —Carter miró con dureza la nota.
—Debe de tener espías aquí —dijo—. Pew Mogel sabía que esta mañana Dejah Thoris y yo efectuaríamos nuestro viaje de inspección.
—Debe habérselo comunicado un espía—gruñó Tardos Mors—, pues encontré la nota prendida de las cortinas de mi cámara privada de audiencias. ¿Pero qué podemos hacer? Dejah Thoris es la única cosa que amo en esta vida —su voz se quebró\1.
—Todo Helium la ama, Tardos Mors, y preferirían morir antes que volver con las manos vacías.
Carter se situó frente a la pantalla del monitor y pulsó un botón.
—Convoquen a Kantos Kan y a Tars Tarkas —habló rápido, dando órdenes—. Deben presentarse aquí al instante.
Más tarde, el enorme guerrero verde y el delgado hombre rojo penetraban en la cámara de audiencias.
—Eres afortunado, John Carter, pues estoy en Helium en mi visita semanal desde las llanuras. —Tars Tarkas asió su enorme espada con sus poderosas cuatro manos. Su gigantesco cuerpo se alzaba majestuosamente sobre sus otros compañeros.
Kantos Kan posó su mano en el hombro de John Carter.
—Estaba en camino hacia mi palacio cuando recibí tu llamada. Al parecer, los rumores sobre el rapto de la princesa corren por todo Helium.
He venido inmediatamente —dijo el noble compañero— para ofrecerte mi espada y mi corazón.
—Nunca he oído hablar de este Pew Mogel —dijo Tars Tarkas—. ¿Es un hombre verde?
Tardos Mors gruñó, Probablemente sería algún pequeño renegado o un criminal con un exagerado egocentrismo.
Carter pasó la mirada sobre la nota de rescate.
—No, Tardos Mors, creo que es un enemigo más formidable de lo que imaginamos. También es muy inteligente. Debe tener una nave muy silenciosa para raptar a Dejah Thoris tan rápido o quizás alguna gran ave. Sólo un hombre poderoso puede preparar el rapto de la Princesa de Helium sin pensar en las consecuencias y esperar hacerse con todas las existencias de hierro.
«Probablemente tiene bajo su mando grandes recursos. Es dudoso que tenga intención de devolver a la princesa, y quizás piense incluir más detalles en otras notas de rescate. De pronto, los ojos del terrestre se estrecharon. Una sombra se había movido en la sala vecina.
Con un poderoso salto, Carter cruzó el arqueado umbral. Una figura furtiva corría en la semioscuridad del pasillo con Carter tras sus talones. Sabiéndose sorprendido, el extraño se detuvo, se arrodilló y apuntó con una pistola de rayos a la cercana figura del terrestre. Carter vio el dedo cerrarse sobre el gatillo.
—¡Carter! —gritó Kantos Kan—. ¡Al suelo!
Con la rapidez de la luz, Carter se agachó. Una larga hoja silbó sobre su cabeza y se clavó en el corazón del extraño hasta la empuñadura.
—Uno de los espías de Pew Mogel —murmuró Carter poniéndose en pie—. Gracias, Kantos Kan.
Kan registró el cadáver, pero no encontró señales de la identidad del hombre. Vueltos a la cámara de audiencias los hombres se pusieron a trabajar con fiera resolución, alrededor de un enorme mapa de Barsoom mientras Carter hablaba.
—Hay miles de ciudades alrededor de Helium. Todas son ahora amigas. Podrán darnos noticias sobre este Pew Mogol, si es conocido. Es probable que se halle en una de las ciudades desiertas del lecho del mar, al este o al oeste de Helium, Eso significa cientos de kilómetros que inspeccionar, pero debemos peinar cada uno de ellos.
Carter se sentó a la mesa y explicó su plan:
—Tars Tarkas, al este. Contacta con los jefes de todas las tribus. Yo cubriré el oeste con exploradores aéreos. Kantos Kan permanecerá en Helium como contacto. Estad preparados día y noche con la flota aérea de Helium. Cualquiera que descubra a Dejah Thoris se lo notificará primero a Kantos Kan. Naturalmente, sólo podremos comunicar los unos con los otros a través de él. La onda de frecuencia será constante y secreta. 2000 kilociclos.
Tardos Mors se volvió hacia el terrestre.
—Cualquier recurso de mi reino está a tu servicio, John Carter.
—Marchamos inmediatamente, majestad, y si Dejah Thoris está viva en Barsoom, la encontraremos.
LA BÚSQUEDA
Durante tres horas John Carter permaneció sobre el tejado del aeródromo real dando las últimas instrucciones a la flota de 24 rápidas naves de exploración unipersonales.
—Cubrid todo el territorio de vuestros respectivos distritos. Si descubrís algo, no intentéis ocuparos de ello por vosotros mismos, notificadlo a Kantos Kan inmediatamente.
Carter observó los ceñudos rostros frente a él y tuvo la certeza de que le obedecerían.
—¡Vamos! —ordenó Carter mientras señalaba con un pulgar sobre su hombro a las naves. Los hombres le siguieron y pronto todos volaban velozmente sobre Helium.
Carter permaneció sobre el techo durante un tiempo más para hacer algunas comprobaciones con Kantos Kan. Se ajustó los auriculares sobre" la cabeza y a continuación los ajustó a 2000 kilociclos. La señal de Kantos Kan le respondió inmediatamente.
—Tu señal llega perfectamente. Tras Tarkas está saliendo ahora de la ciudad. La flota aérea está movilizada. Toda la fuerza aérea espera para ir en vuestra ayuda. Kantos Kan, corto.
La noche encontró a Carter volando a cinco mil kilómetros de Helium. Estaba muy cansado. La búsqueda en varias ciudades en ruinas y en los canales había sido infructuosa. El ronroneo de los auriculares le despejó.
—Kantos Kan informando. Tras Tarkas ha completado su búsqueda desde el este al sur; otros exploradores aéreos al oeste y sur informan negativamente. Volveré a contactar contigo si llega alguna noticia. Esperamos órdenes. Seguimos a la escucha. Corto.
—Ninguna orden. Ninguna noticia. Corto.
Cansado, dejó que la nave se moviera a la deriva. Tampoco podía ver hasta que las lunas salieran. El terrestre cayó en un sueño irregular.
Era medianoche cuando sonó el altavoz, sacando a Carter de sus pesadillas. La voz de Kantos Kan sonaba excitada:
—Tars Tarkas ha encontrado a Dejah Thoris. Se encuentra en una ciudad desierta del fondo del Mar Muerto de Korvas. —Kantos Kan dio la exacta latitud y longitud del punto—. Tars Tarkas pide el mayor secreto sobre sus movimientos. Se encuentra en el puente principal de entrada a la ciudad. Kantos Kan, corto. Adelante, John Carter.
Éste cortó la comunicación con Kantos lían, urgiéndole a que estuviera preparado con la Flota Aérea de Helium. A continuación, ajustó la dirección de su girocompás, un aparato que podía llevarle automáticamente a su destino.
Varias horas después el terrestre volaba sobre una zona de bajas colinas y vio bajo él una antigua ciudad levantada en el lecho del Mar Muerto. La sobrevoló y descendió sobre el puente que Tars Tarkas había marcado para el encuentro. Largas y negras sombras cubrían el seco cauce bajo el puente.
Carter salió de su nave oculto por las sombras y caminó por entre las miñosas y altas ruinas de la ciudad. Se detuvo cuando un solitario murciélago surgió de una torre emitiendo chirridos, como una nave derribada.
¿Dónde estaba Tars Tarkas? El hombre verde no había aparecido sobre el puente. Al llegar a la entrada de la ciudad, Carter se detuvo bajo la sombra negra de un muro y esperó. Ningún sonido rompía el silencio de la tranquila noche. La ciudad era como una tumba. Deimos y Phobos, las dos veloces lunas de Marte, corrían a través del cielo.
Carter dejó de respirar para poder oír mejor. El terrestre se tensó, listo a saltar hacia su nave. En aquel momento, escuchó otros pasos a su alrededor, pasos cautelosos, acechantes que se aproximaban.
Luego un cuerpo grande y pesado cayó sobre Carter desde lo alto del muro.
Un aliento cálido y fétido quemó su cuello. Unos enormes y peludos brazos le rodearon en un feroz abrazo.
La cosa le arrojó sobre un montón de cascotes. Unas enormes manos le rodearon la garganta. Carter volvió la cabeza y vio sobre él el rostro de un gran mono blanco\1.
Tres compañeros de la criatura les habían rodeado e intentaron apresar los pies de Carter con un trozo de cuerda mientras que el otro lo inmovilizó con sus cuatro poderosas manos.
Carter dobló las piernas bajo el vientre del mono con el que luchaba. Un poderoso empujón envió a la criatura por el aire para caer gruñendo y desvalido sobre el musgo. Como un banth acorralado, Carter se puso en pie y pegó la espalda contra el muro, esperando el ataque del trío mientras desnudaba su espada.
Eran poderosas bestias de tres metros de alto con largas y blancas pelambres cubriendo sus cuerpos. Cada uno estaba equipado con cuatro musculosos brazos que terminaban en tremendas manos armadas con afiladas y enormes garras. Entrechocaban los colmillos y gruñían agresivamente mientras se acercaban al terrestre.
Carter esperó, y cuando las bestias se acercaron, sus poderosos músculos terrestres le alzaron por el aire sobre las cabezas de los monos. La pesada hoja del terrestre, impulsada por todo el poder de sus músculos, golpeó una de las cabezas bajo él, partiendo por la mitad el cráneo. Carter cayó sobre el musgo y volviéndose, se preparó para recibir a los dos monos restantes, que saltaron hacia él de nuevo. Se escuchó un aullido lleno de ira cuando la espada del terrestre se hundió en uno de los salvajes corazones.
Cuando el monstruo se derrumbó sobre el musgo el terrestre liberó su espada.
En aquel momento, la otra bestia se volvió y huyó aterrorizada, sus ojos brillaron en dirección a Carter en medio de la oscuridad mientras corría por un pasillo del edificio adyacente. El terrestre habría jurado que pudo oír que su propio nombre salía de la garganta del gran mono mezclado con un adusto gruñido mientras huía.
El terrestre acababa de levantar su espada cuando notó un ligero golpe de viento sobre su cabeza. Algo indefinido se movía hacia él.
De pronto se vio sujeto por la cintura y a continuación, algo lo alzó dos metros en el aire. Sin respiración, Carter observó la cosa que atenazaba su cuerpo. Era tan callosa como la piel de un arbok. Tenía largos cabellos como las raíces de un árbol y se retorcían sobre duras escamas.
JOOG, EL GIGANTE
John Carter se encontró frente a una monstruosa cara. Desde la coronilla de su peluda cabeza hasta el extremo de su espesa barba, la cabeza mediría tres metros completos. Una nueva monstruosidad se había instalado en Marte. Comparada con los edificios cercanos, la criatura podría medir unos diez metros de alto.
El gigante elevó a Carter sobre su cabeza y lo agitó; a continuación echó la cabeza hacia atrás y emitió una odiosa y hueca risa. Sus dientes aparecían entre los labios como pequeñas montañas. Iba vestido con una chocante túnica que caía en sueltos pliegues sobre sus caderas, pero que dejaba sus piernas y brazos libres. Con la otra mano se golpeaba el poderoso pecho.
—Yo, Joog, Yo, Joog —repetía continuamente entre risas mientras agitaba a su víctima—. ¡Yo puedo matar! ¡Yo puedo matar!
Joog el Gigante comenzó a caminar. Se abría camino cuidadosamente por entre las estrechas calles, rodeando algunas veces un edificio que era demasiado alto para pasar por encima.
Finalmente se detuvo ante un palacio parcialmente arruinado, al que las acometidas del tiempo sólo habían difuminado levemente su belleza. Enormes masas de moho y enredaderas cubrían la mampostería ocultando los cimientos. Con un rápido movimiento Joog el Gigante introdujo a John Carter a través de una alta ventana en la torre del palacio.
Cuando Carter notó que la presa del gigante había cesado, se relajó completamente. Golpeó el suelo de piedra con el cuerpo hecho un ovillo, protegiéndose la cabeza con los brazos. Mientras permanecía tendido en la profunda oscuridad del lugar donde había caído, el terrestre escuchó recuperando el aliento.
Durante un tiempo no escuchó sonido alguno; luego comenzó a oír el pesado resoplar de Joog tras las ventanas. Una vez más, los músculos de Carter reaccionaron ante la ligera gravedad de Marte y le enviaron hasta el alféizar de la ventana desnuda. Allí se colgó y vio de nuevo la enorme y odiosa cara del gigante.
—Yo, Joog. Yo, Joog —murmuraba—. ¡Puedo matar! ¡Puedo matar!
El aliento del gigante llegó hasta Carter como una llama de fundido azufre. No había escape alguno a través de aquella ventana. Saltó de nuevo al suelo. Esta vez comenzó un lento recorrido circular por la habitación, pegándose a las pulidas paredes de ersita. El suelo de piedra estaba lleno de cascotes. Carter oyó el siniestro siseo de una araña marciana cuando rompió su tela.
Tras recorrer los muros durante lo que le parecieron largas horas, no halló nada. Entonces, de repente, el mortal silencio fue roto por el grito de una mujer que llegaba desde alguna parte del edificio.
John Carter notó cómo la piel se le enfriaba. Había reconocido la voz de Dejah Thoris.
De nuevo saltó hacia la débil luz que recortaba la ventana. Miró fuera con cautela. Joog estaba tumbado sobre su espalda entre los cascotes y respiraba como adormilado, mientras su enorme pecho se alzaba dos metros con cada inspiración.
En silencio inició su camino a través del reborde que comenzaba en la ventana y desaparecía entre las sombras de una vecina torre. ¡Si pudiera llegar hasta aquella sombra sin despertar a Joog!
Casi había conseguido llegar a su objetivo cuando Joog gruñó brutalmente.
Había abierto un gran ojo. Una vez más le agarró y, levantándolo por un pie, lo arrojó de nuevo a través de la ventana.
Débilmente, el terrestre resbaló por el muro de su oscura celda y se tumbó contra él. Aquel grito llenaba su mente. Estaba atormentado por la idea de que Dejah Thoris pudiera estar en peligro. ¿Y dónde estaba Tars Tarkas? Pew Mogol podía haberle capturado también. Carter se puso en pie.
Uno de los bloques de ersita tras él se había movido. Esperó. Nada sucedía. Cautelosamente, se aproximó a la roca y la golpeó con los pies. El bloque se movió suavemente hacia dentro. Carter empujó la piedra con todas sus fuerzas. Centímetro a centímetro la movió hasta dejar finalmente un hueco por el que hacer pasar su cuerpo.
Se halló en una completa oscuridad, pero sus dedos le revelaron que era un pasadizo entre dos muros. Quizás se tratara de un camino que le llevara fuera de su prisión.