Mi apartamento es un puto caos. Mi casa es reflejo de mi vida: un desorden crónico. Un desorden ordenado donde sólo yo encuentro lo que busco. Nunca podría vivir con nadie. Dudo que se acostumbrase a este batiburrillo de cosas que no tienen sitio y van rondando de un lugar a otro, de la mesa al sofá, del sofá al mueble… Pero yo tampoco podría permitírselo a nadie. Así que sigo soltero, pero no entero, eso está claro. Me gusta follar sin complicaciones, placer por placer, como decía aquella canción. La principal diferencia entre follar y hacer el amor es que cuando haces el amor conoces el nombre y apellidos de la persona con la que estás. Por eso prefiero follar, porque los compromisos me tocan las pelotas y mi interés por el nombre de mis amantes es bastante insignificante, nulo, por no decir que carezco de él. Lo veo algo totalmente innecesario. No necesito saber cómo te llamas para poder chupártela. El sexo es sólo sexo y tiene la importancia que se le quiera dar. No pretendo ni necesito que nadie me regale la luna para poder follar. No me prometas nada que no te he pedido. Ven, echamos un polvo y lárgate. Una vez que me he corrido estorbas en la cama. A veces dos son multitud.
Doy al «play» y comienza a sonar Moby. Me encanta la canción «Lift me up». Cuando va por la mitad me da pereza y cambio el disco. No termino de oírla. De repente, me apetece escuchar a Bowie.
Acordándome del trío sólo he conseguido que mi pequeño amigo vuelva a estar en pie de guerra. Desnudo, me dirijo al baño mientras noto cómo aquel cacho de carne que sobresale de mi cuerpo tan duro como si llevase un hueso dentro se balancea arriba y abajo con cada paso que doy. Es una situación rara, no sé si es molesta o no, pero sí que es rara.
Me miro desnudo al espejo y no me veo mal. Poseo un buen cuerpo. Mi trabajo me cuesta mantener los abdominales. Tengo una buena tableta. Algunos dicen que soy creído y prepotente. Puede ser, pero tengo razones.
Llevo barba de varios días que, lejos de darme aspecto de sucio como a mucha gente, a mí me da un rollo a lo tío duro que mola bastante. Mi mandíbula es muy cuadrada y esto también gusta, lo noto en las miradas de los otros. Suelo verme guapo en los ojos de los demás. Más que guapo, atractivo, morboso tal vez. Mi nariz es grande y mis labios carnosos. Mis ojos son marrones, normales diría yo, aunque los hay que dicen que tengo mirada penetrante. Desafiante, más bien, pero eso también se debe a la cicatriz que tengo de cuando me partí la ceja. Llevo la cabeza al uno. Me encanta la sensación de pasar la mano o la lengua por una cabeza rapada. Mido aproximadamente un metro ochenta y cinco y no sé cuánto peso, pero supongo que debo estar muy cerca de mi peso ideal, al menos eso es lo que parece observándome en el espejo. En la tetilla izquierda tengo un
piercing
recién hecho que aún me duele. Por eso cuando me masturbo ese pezón ni me lo toco y si lo hago es de forma muy suave. Esperaré mejor a que se cure. Tengo los pezones muy sensibles y el pendiente lo acentúa aún más. Mi pecho y mi abdomen están cubiertos por una fina capa de pelo, no mucho, el necesario. Odio a los tíos que van todo depilados y se les queda la piel como si fuesen una gallina a la que acaban de desplumar, pero tampoco me gustan esos a los que no se les ve la piel de tanto pelo que tienen. Me gusta el pelo pero no en exceso. Las cosas en exceso nunca son buenas. Mi culo está duro y firme, es lo que más me curro en el gimnasio. Me gusta que la peña se ponga cachonda al tocarlo y quieran rompérmelo. Rara vez me dejo. El ansia que les provoca mi negativa me excita muchísimo. Tal vez ahí sí tenga demasiado pelo, no lo sé. Tampoco nadie se ha quejado nunca. Como decía no estoy mal de cuerpo, ni de manubrio, ni de culo, pero lo que más me gusta de mi cuerpo con diferencia son los tatuajes. Tengo varios, me vuelven absolutamente loco. Desde mi punto de vista no hay nada más morboso que un tío rapado, con buen cuerpo, con un
piercing
en el pezón y lleno de tatuajes. Conmigo funciona. Llevo una especie de tribal que abarca desde el hombro hasta medio brazo, llegando también hasta casi el cuello. Tengo otro en un muslo, ocupándolo hasta la rodilla y otro donde la espalda pierde el nombre, que pone «love» en letras góticas. Todavía no tengo muy claro porqué me puse esa palabra pero supongo que uno echa de menos lo que no tiene. En este momento no lo tengo pero es que tampoco lo quiero, no lo tengo nada claro. Mis pies son grandes y mis piernas fuertes. Uso un cuarenta y cuatro. En definitiva, me gusto a mí mismo, me gusta mi cuerpo y eso me da seguridad, y se nota. Siempre consigo lo que quiero, siempre. Así que procura no olvidarlo.
Bowie grita en la sala mientras estoy sentado en la taza del inodoro. Tiro de la cisterna y me vuelvo a mirar en el espejo. Pongo mi nabo y mis huevos en el lavabo y los mojo. Agarro la espuma de afeitar y la extiendo bien por mis pelotas y la base del rabo. Voy a afeitarme las bolas. Se lo he visto a algunos tíos en el gimnasio y me gusta cómo queda.
La espuma está fría pero más lo está el mármol, o de lo que coño sea mi lavabo, porque al plantar los cojones he dado un respingo. Nunca antes me los he afeitado pero hoy me apetece hacerlo.
Apoyo la cuchilla sobre la piel y me tiembla un poco el pulso. Respiro hondo y comienzo la faena. Agarro mis testículos con una mano estirando la piel para poder pasar la
gillette
fácilmente. El filo está helado. Un nuevo escalofrío vuelve a recorrer mi piel, produciéndome cosquillitas en los huevos. Me gusta la sensación de pasar la maquinilla, me excita, me pone lo peligroso. Siento una mezcla de miedo, grima y morbo. Voy quitando cremosas capas para dejar al aire mi piel blanca. Enjuago la cuchilla en el agua, que está muy caliente, y vuelvo a empezar, una y otra vez, hasta que no queda espuma, ni pelos, ni nada, sólo piel, la piel de mis enormes huevos. Con la mano derecha tiro del glande. Ahora voy a afeitarme la base del pene, así se verá mejor y nadie tendrá que escupir pelos cuando me la esté chupando. Podría decirse que estoy haciendo un bien social.
Me despisto pensando en tonterías y hundo la cuchilla más de lo que debería. Me hago un corte. La sangre no tarda en brotar. Es un cortecito de nada pero la sangre es muy escandalosa. Me la limpio con los dedos y al soltarme el miembro me doy cuenta de que se mantiene solo. Esta situación me ha excitado bastante. Vuelvo a estar empalmado. No sé si ha sido sentir un objeto cortante o el corte en sí, pero mi polla está mucho más dura que antes, cuando me desperté. Finalizo el corte de pelo y me observo en el espejo, de un lado, del otro, pero soy incapaz de ver cómo ha quedado de frente, porque sigo en pie de guerra. Mi entrepierna está salvaje, parece que tenga vida propia. Cojo el pene y lo hecho para abajo haciendo fuerza, me veo y me gusto. Mi polla y mi mano se enzarzan en un pulso para demostrar quién puede más. Gana mi rabo. Al soltarlo golpea fuertemente mi bajo vientre, como una catapulta.
Me meto en la ducha dejando correr el agua por mi «nuevo» cuerpo. Es increíble la sensación de desnudez que te aporta el hecho de no estar acostumbrado a no tener pelo en determinadas zonas. La piel está muy sensible y el corte me escuece un poco, pero sigo excitado, cada vez más, no puedo soportarlo. Con el grifo abierto y el agua cayendo sobre mi cuerpo empiezo a masturbarme.
Una mano recorre mi polla de arriba a abajo otra vez como tantas otras lo ha hecho. Se conocen bastante bien. Mis manos saben dónde y cómo posicionarse para llegar al éxtasis cuanto antes. Mi otra mano recoge mis pelotas, ahora sin pelo, y las acaricia, suavemente. Juega con ellas, las aprieta en la base, las estira…
Levanto mi brazo y huelo mis axilas. Siguen oliendo a sexo, el pasivo del trío me las estuvo lamiendo un buen rato. Vuelvo a acordarme de la follada que le hemos echado entre el extranjero y yo.
Recuerdo cómo el que no hablaba español me desabrochó los vaqueros de un tirón y se tragó mi polla entera, cuando saltó hacia fuera deseosa de caricias. Hasta las amígdalas y sin que las más remota sensación de fatiga se reflejase en su cara. El muy cabrón sabía lo que se hacía y con su lengua relamía mi glande, lo succionaba.
Se la metí a Luis sin lubricante y sin resistencia, porque es uno de esos culos que han nacido para eso, para ser follados una y otra vez, sin necesidad de miramientos, sin «despacio que me duele», ni «poco a poco». De una vez, entera. Unos veinte centímetros de carne insertados a golpes y de golpe en un culo que ardía de lo caliente que estaba. Ese culo necesitaba ser follado desde hacía un buen rato y yo sólo hice lo que él me pedía, follármelo. Luis abría con sus manos sus cachetes y dejaba a la vista su ojete, rosado y hambriento.
Antes de metérsela no pude evitar comerle ese culito. Mi lengua se abría paso en aquel laberinto de placer. Me gusta comerle el culo al tío al que me voy a follar, sobre todo si sus ojos se quedan en blanco, como le pasó a él. Disfruto mordiéndole los cachetes, escupiéndole en todo el ojete, oyéndole suplicar que se la clave de una vez… La primera vez que se la metí me sentí tan bien dentro que pensé que no querría sacársela en toda la noche. Lo tenía a cuatro patas en mi cama y mi rabo entraba y salía de su culo con una facilidad pasmosa. Las embestidas eran tan fuertes que mis pelotas golpeaban contra las suyas. Luis hincaba la cabeza en el colchón unas veces, otras se metía en la boca la herramienta del sin nombre, que ya empezaba a tener ganas de coger el relevo para poder entrar en aquella cueva.
Mis manos agarraban su cintura, atrayéndolo hacia mí. Quería sentir el final de aquel culo, quería meterla hasta el fondo y sólo paré de empujar cuando noté mi polla entera dentro de él. Alterné las embestidas con algunas palmadas en sus cachetes, que se ponían rojos. Luis con cada hostia gemía más y más.
Estoy recordando esto y parece que lo estoy viviendo de nuevo. El gel de baño hace que mis manos resbalen más de lo normal. Las gotas transparentes que nacen en mi punta también ayudan a ello. Estoy muy, muy cachondo. Noto cómo mis pelotas se encogen y suben. La bolsa que las envuelve ahora no cuelga tanto como antes. Una corriente eléctrica recorre mi cuerpo y mi polla. Mi leche comienza a salir a borbotones, salpicando las paredes de la ducha.
Los cristales transparentes acogen como inquilinos estos chorros espesos que no se van con el simple agua que cae. En la sala, Bowie canta el «Rebel, Rebel», parece que también lo estuviese celebrando. Y de nuevo ese olor a sexo que tanto me gusta hace acto de presencia. Me gusta cómo huele la leche, mi leche. Me gusta cómo sabe… Siento que me mareo. Cuando tengo orgasmos muy intensos me mareo y tengo que tumbarme antes de perder el conocimiento. Muchos de mis amantes se asustan cuando esto me sucede. No es típico, pero es cierto que me ocurre. Juro que no exagero nada. Me siento en el plato de ducha, el agua cae sobre mí espabilándome. Mi nácaro vuelve a lo suyo, a su tamaño habitual, poco a poco, con paciencia. La misma paciencia que yo he tenido para disfrutar de esta corrida. Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien con una simple paja.
Termino de enjuagarme y salgo. Mientras me seco con la toalla suena el teléfono.
–¿Agente Mulleras? –preguntan al otro lado de la línea.
–Sí, soy yo.
–Soy el agente García. Venga cuanto antes, ha aparecido un tío muerto.
«Míralo de esta forma: ya no tendrás que preocuparte por la soledad.. Si esto continúa así, pronto moriremos».
El dedo en el corazón
«Escribo para olvidar.
O quizás para recordar con más claridad,no lo sé».
El dedo en el corazón
«Y sólo soy feliz cuando me miento»
Manifiesto marica
Cuando llego a la escena del crimen todo está revuelto. El agente García me pone al día de todo lo ocurrido. En el salón un chico joven ahorcado, una pena. No llega a treinta años y, la verdad, está bastante follable, aunque tal vez debería decir estaba, puesto que yace de cuerpo presente.
–¿Ha dejado alguna nota, algún indicio de por qué se suicidó? –pregunto.
–De momento no tenemos nada, no parece que haya nada raro –me dice el agente García.
La casa está revuelta, como si le hubiese dado un ataque de ansiedad o algo así antes de matarse y lo hubiese destrozado todo. Las estanterías vacías, los libros en el suelo. Mu-chos, cientos de ellos esparcidos. Capote, Cooper, Amis, Burroughs, Leroy, Hollinghurst… Todos por los suelos pero tan faltos de vida ahora como su dueño. Algunos están abiertos, otros han sufrido la amputación de sus hojas. La habitación entera está llena de papeles. El portátil se encuentra destrozado contra el suelo y la impresora también. Hechos añicos. Debe haberlos estampado él mismo. Parece como si hubiese tenido algún problemilla, tal vez cualquier tío del «Bakala» que le ha dado plantón. Estos jovenzuelos recién ascendidos de adolescentes se creen muy maduros pero a la primera de cambio pierden los papeles, y de qué forma. Me doy cuenta de que lo que estoy pensando es una banalidad y dejo de frivolizar con estos temas porque el pobre chico está muerto y ni siquiera sé si era o no marica.
Los
flashes
me deslumbran una y otra vez. El equipo de homicidios, mi equipo, está haciendo fotos de todo. Efectivamente soy policía. Soy el agente Mulleras y tengo fama de rodearme siempre de los mejores profesionales. Me gusta mi trabajo. Es cierto, y siempre intento rodearme de gente a la que le guste tanto como a mí. Llevo muchos años en la profesión pero todavía se me hace duro cuando veo muerto a alguien tan joven, aunque sea un suicidio, como es este caso. ¿Qué puede pasar por la cabeza de un chico tan joven para querer dejar de vivir? Tal vez fuera mal de amores, drogas, deudas, mafias… No tengo ni idea, pueden ser tantas cosas… Un día todo va bien y al siguiente se rompe el cable que hace que tu vida marche y con él todo se va al traste.
El cuerpo empieza a oler mal y una fina capa de moscas danza a su alrededor. No sé cuántos días llevará muerto. Eso debe determinarlo el forense cuando haga la autopsia. Uno de los policías que se encuentra buscando pistas empieza a encontrarse mal y vomita. La falta de experiencia te juega malas pasadas. A todo se acostumbra uno, a todo. Incluso a ese olor pestilente y abominable. Más tarde llora.
–¿Qué te ocurre? –le pregunto.
–No entiendo ¿por qué tanta maldad? –me dice.
–¿Maldad? ¿Qué quieres decir? –vuelvo a preguntar extrañado.