Karate-dō: Mi Camino (12 page)

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Authors: Gichin Funakoshi

BOOK: Karate-dō: Mi Camino
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Recuerdo lo preocupado que estaba el Departamento Metropolitano de Policía (en la época en que llegué a Tokio) de que el karate fuese utilizado como un arma ofensiva. Pienso que actualmente la gente no es tan imprudente. Algunos años después un alto oficial me dijo, “Usted sabe que a cualquiera que se encuentre llevando un arma de fuego o una espada se lo puede arrestar por posesión ilegal de armas, pero con el karate las únicas armas son las manos y las piernas y no podemos arrestar a la gente por llevar eso. Así que me gustaría decirle que tenga cuidado de que la gente joven que se entrena en su Dojo no haga uso de esa habilidad para cualquier propósito ilegal. ¡Hay tantas bandas de criminales actualmente en el país!”

Yo pensaba que si a través de mis esfuerzos estas bandas aprendían karate y lo usaban para dañar o matar gente mi nombre caería en desgracia para siempre. Estoy orgulloso de que entre los cientos que estudiaron y practicaron en mi Dojo no conozco un solo caso en que esta habilidad haya sido usada ilegalmente.

Siempre he puesto énfasis durante mi enseñanza de que el karate es un arte defensivo y nunca debe ser utilizado con fines ofensivos. “Tenga cuidado”, escribí en uno de mis primero libros “acerca de las palabras que dice, porque si es jactancioso usted puede hacerse de gran cantidad de enemigos. Nunca olvide el viejo refrán de que un fuerte viento puede destruir un firme árbol pero el sauce se dobla y el viento pasa a través de él. Las grandes virtudes del karate son la prudencia y la humildad”.

Es por eso que siempre enseño a mis estudiantes que estén alertas pero nunca vayan a la ofensiva con su habilidad en el karate y enseño a mis nuevos alumnos que bajo ninguna circunstancia permitiré que usen sus puños por tener diferencias personales. Confieso que algunos de los jóvenes no están de acuerdo conmigo: ellos dicen que el karate puede precisamente usarse en circunstancias en que sea absolutamente necesario.

Yo trato de explicarles que ésta es una concepción totalmente errónea del verdadero significado del karate, una vez que se comienza a utilizar el karate el resultado se hace un asunto de vida o muerte. ¿Y cómo podemos aceptar para nosotros mismos dar un combate de vida o muerte frecuentemente con los pocos días que estamos en la tierra?

En ninguna circunstancia el karate debe ser usado ofensivamente. Para ilustrar mi punto de vista daré un ejemplo de un hombre joven que estuvo por poco tiempo en mi Dojo Meisei Juku y que un día decidió probar sus patadas sobre un perro que cuidaba los jardines de la residencia Matsudaira, vecinos nuestros. El joven falló la patada y fue seriamente mordido por el perro. Por eso digo que aquellos que teniendo entrenamiento de karate piensan en usar su habilidad, están pervirtiendo el significado del arte.

Algo más querría comentar aquí es el llamado “golpe cortante de karate” usado en las peleas profesionales. No es algo de lo que realmente estoy muy bien calificado para hablar, porque conozco poco o nada de las peleas profesionales, y como no me gusta estar entre la muchedumbre nunca vi un match excepto por televisión.

Este “golpe cortante de karate” es el principal arma usado por Rikido-zan, el hombre que más ha popularizado la pelea profesional en Japón, por lo cual lo respeto. Yo estaba admirado cuando dijo que había aprendido karate y que cuando era luchador de sumo había practicado con Yukio Togawa, que había sido estudiante de mi Dojo. Así, Rikido-zan estudió karate antes de ser luchador profesional, un hecho que ilustra claramente lo decidido que estaba en aprender todas las técnicas relacionadas con su profesión.

Cuando vi su famoso “golpe cortante de karate” por televisión observé que no había ninguna variación con el golpe “shuto” de karate. La palabra “shuto” significa “mano espada”, refiriéndose al uso de la mano como una espada o cuchillo, con los cuatro dedos y el pulgar extendidos y apretados uno con otro.

A pesar de su aparente similitud, el “golpe cortante de karate” y el “shuto” son dos cosas muy distintas. Cuando observé a Rikido-zan parecía estar utilizando sus manos como cuando un chico impulsa una “espada” de bambú.

Nuestro “shuto”, sin embargo, es un arma mucho más mortal: es como una afilada espada de acero. Un golpe “shuto” en el costado del cuello de un oponente lo puede matar instantáneamente. Si golpea el omóplato lo destrozará y puede, como la hoja de un cuchillo, penetrar en el cuerpo de un oponente. Es el mismo “shuto” que a veces es usado para romper tablas y tejas.

A pesar de que el “golpe cortante de karate” proviene del “shuto” los expertos de karate podrán ver grandes diferencias. En karate, por ejemplo, raramente se levanta el brazo más alto que la cabeza (aunque los principiantes tienden a hacer esto al practicar los katas o al hacer sus movimientos).

Pero un practicante nunca levantará sus brazos y sí lo hace el peleador con el “golpe cortante de karate”.

También este último es realizado con el brazo totalmente extendido, mientras que el “shuto” se realiza con el codo flexionado. Aunque el movimiento es mas corto comparado con el “golpe cortante de karate” puede ser por supuesto infinitamente más letal.

Todos los días

A menudo me preguntan los periodistas (y también médicos) aquellos que la gente vieja debemos responder. Lo que todos quieren saber es a que debo mi longevidad. Y mi sencilla respuesta es que no tengo ninguna regla secreta excepto moderación. ¡Tengo noventa años y me siento tan bien de salud y de espíritu que no me sorprendería totalmente si este día marcase el comienzo de una nueva vida para mí!

Moderación, sí. Sin embargo pienso que quizás si le cuento a mis lectores acerca de algunos de mis hábitos diarios en mi larga vida ellos podrán comprender más claramente como es posible para mí vivir una madura y activa vejez. Como conté muy al comienzo de este libro, mi nacimiento fue prematuro y tanto mi familia como mis vecinos pensaron que no viviría más de tres años.

Ahora, noventa años después, aún enseño karate y escribo libros y mi mente está tan ocupada pensando nuevas actividades como si tuviese la mitad de la edad.

Detengámonos por un momento en la importancia del alimento. Yo como frugalmente, nunca hasta estar lleno. Los vegetales son los favoritos en mi dieta y aunque no soy apasionado de la carne y el pescado, como ambos con limitación. Me hice una regla de nunca tener más que un plato y un tazón de sopa. Creo que limitarse en las comidas puede ser uno de los motivos principales para que conserve un excelente salud. Debo mencionar también que es mi costumbre y siempre lo ha sido, comer comidas calientes en verano y frías en invierno. Por ejemplo yo nunca, como lo hace la mayoría de la gente, comí helado o tomé agua helada cuando hacía calor.

Para vestirme me disgusta la ropa pesada. Okinawa es muy cálida la mayor parte del año así que hay poca necesidad de usar ropa pesada, pero aún ahora durante los inviernos en Tokio, yo visto tan liviano como es posible.

Nunca usé aquellos calderos de carbón que llamamos “hibachi” o las estufas de carbón (kotatsu) ni nunca he usado algo como una botella de agua caliente.

Durante las cuatro estaciones del año duermo sobre una sola y fina manta con una almohada de lana o de caña y aún en el rigor del invierno me cubro con una sola manta. Nunca usé mantas adicionales. Debido a que mi familia era pobre me acostumbré a esa relativa austeridad y nunca encontré ninguna razón para cambiar mi forma de vida. Aún ahora vivo en una casa alquilada y en lo que más insisto es en un cuarto alto. Esto lo hago muy deliberadamente porque creo que subir las escaleras es un excelente entrenamiento para los músculos de las piernas. Esta costumbre puede ser también importante factor de mi larga vida de buena salud.

Siempre me levanto temprano. Supongo que mis jóvenes lectores, acostumbrados a que hagan cosas por ellos, puedan encontrar esto sorprendente, pero cuando me levanto enrollo mi manta y la guardo en el ropero. Cuando vivía en Okinawa nunca dejé que mi mujer hiciese esas cosas por mí, así como ahora no quiero que la hagan mis hijos o mis nietos. Mi costumbre fue siempre hacer las cosas yo mismo, como limpiar mi habitación, ventilar mi manta o sacar el polvo de mis libros. Soy un firme creyente de la importancia de la limpieza e insisto en realizarlo personalmente. Esta ha sido siempre mi costumbre.

Cuando me levanto limpio el polvo que pudo haberse acumulado sobre el retrato del Emperador Meiji en traje de corte, un retrato que me regaló mi hijo, o sobre el de Tokamori Saigō, el soldado y estadista Meiji. Este último me lo obsequió su hijo mayor, Kichinosuke Saigō. Luego limpio mi habitación, practico algún kata, lavo mis manos y cara y luego tomo un sencillo desayuno.

Ahora ocasionalmente me concedo una indulgencia que no la consideraba cuando era joven: a veces hago una pequeña siesta después de mi almuerzo. Mis tardes las dedico en general a escribir o leer. Escribo generalmente contestando a estudiantes que habiéndose graduado en la universidad trabajan en lugares distantes y quieren que les escriba algo. Practiqué caligrafía desde niño pero luego nunca permití que preparasen mi tinta y ahora tampoco lo permito. Como deben saber mis lectores, los escritores japoneses usan tallos de pigmentos sólidos que los convierten en tinta colocándolos en un tazón de piedra conteniendo agua. Este es un proceso lento, así que paso varios meses para contestar a los estudiantes. ¡Espero que no sean mis años que causan este retraso!

Siento que cuando escribo no necesito anteojos pero sí cuando leo cartas escritas con pluma y tinta. Mi sentido auditivo está aún aguzado pero debo confesar que mis dientes no son los realmente los míos. No tengo problemas con ellos cuando como pero me ha sucedido a veces durante una conversación que se me aflojan y siento que se me caen, así que los presiono con un dedo contra mi encía, lo que no siempre contribuye a que se me entienda.

Creo que debo comprarme una dentadura nueva y mejor uno de estos días.

Bueno, después de todo una persona difícilmente puede alcanzar mi edad sin tener problemas. A veces le reprocho a mi hijo mayor cuando le dice a mi mujer: “Recomiende a su esposo que tenga cuidado cuando va a la ciudad, hay tantos autos y micros en las calles y su esposo no es ningún joven!”

“Y cuán viejo” ella responde irónicamente “cree que es usted, abuelo?”

Dos hábitos que nunca tuve fueron fumar y beber. Cuando era joven mis maestros de karate me advirtieron contra ambos y seguí fielmente sus advertencias. Decía un maestro “si usted está con diez, veinte o cincuenta compañeros, nunca olvide que ellos pueden convertirse en sus enemigos si se emborrachan. Si usted bebe tenga siempre eso en la mente”.

Un hábito que he mantenido toda mi vida es bañarme diariamente, pero al contrario de muchos de mis conciudadanos yo prefiero el agua moderadamente caliente que muy caliente. No me gusta estar mucho tiempo en el agua.

En el pasado, cuando acostumbraba ir al baño público el encargado se ofrecía a darme masajes, pero siempre me hacía sentir cosquillas, así que rápidamente le decía que pare. Ahora la gente joven de mi familia me pregunta si me gustaría darme masajes pero yo me niego diciéndoles que viejo como soy mis músculos están en excelentes condiciones.

Y esto es verdad aunque quizás los que no me conocen al verme caminar por la calle puedan pensar lo contrario, porque aún uso la forma de caminar deslizándose que nosotros llamamos “suriashi”, que es la que se usaba cuando era joven. Actualmente la juventud no acostumbrada a esta vieja costumbre puede suponer que me caigo de rodillas, pero están equivocados.

Yo viajo solo haciendo por ejemplo frecuentes excursiones a Kamakura.

No necesito ayuda para subir o bajar del tren y realmente me siento disgustado de que los universitarios me alquilen un auto cuando voy a enseñar. También es desagradable el hecho de que cuando en uno de mis solitarios viajes encuentro un antiguo practicante, invariablemente insista en acompañarme. Esto demuestra por supuesto un gran afecto, pero aunque mi cabello es blanco y en una década seré centenario siento que no necesito ninguna ayuda.

Mi mayor desagrado es que mi memoria no es tan buena como antes. A veces olvido cosas o cometo tontos errores como bajarme en una estación de tren equivocada, pero pienso que la gente joven a veces comete errores similares, así que mi opongo a aceptar que esto es una demostración de senilidad.

Esta falta de memoria se extiende también hacia los estudiantes de los departamentos de karate de varias universidades. ¡Hay tantos! Y a veces no solo olvido sus nombres sino también a que universidades están asistiendo.

Cuando todavía son estudiantes usando sus uniformes el problema es relativamente simple, pero es peor cuando se gradúan y comienzan a usar ropas comunes.

A veces hombres a los que enseñé décadas atrás me visitan cuando viajan a Tokio. Por supuesto ellos me recuerdan muy vívidamente, pero el número de mis antiguos estudiantes son decenas de miles. Así que frecuentemente no se como llamarlos y me siento obligado a caer en esta frase común,

“¡Cuánto a crecido usted!”

Luego los jóvenes de mi familia me tocan advirtiéndome y me murmuran, “Abuelo, su invitado es un caballero gentil y próspero. ¿No piensa que es descortés decirle cuanto que a crecido?” Pero aunque los recuerde claramente o no, yo siempre estoy feliz de recibir visitas de mis antiguos estudiantes y estoy muy agradecido con ellos por ayudar a popularizar el Karate-dō.

Uno de mis mayores placeres actuales es estar en la compañía de jóvenes entusiastas del karate. Unos pocos años atrás, cuatro o cinco, fui invitado a Shimoda, en Izu, por uno de estos grupos. Tomé el tren a Itó y luego el micro y cuando mis jóvenes anfitriones me recibieron pensé que ellos esperaban encontrarme muerto de cansancio.

Con mucho cuidado me condujeron al hotel donde habían reservado un cuarto para mí en la planta baja. Le pregunté al encargado si tenía un cuarto en la planta alta por el paisaje y porque me iba a sentir mejor cuando me despertase. El estuvo feliz en complacerme pero fue otro motivo de preocupación para mis jóvenes anfitriones así como para los empleados del hotel, todos los cuales estaban preocupados de que me tropezase y cayese. Así que tuve que demostrarles que un hombre de noventa años podía aún subir las escaleras y también bajarlas.

Los habitantes de la ciudad, me enteré, pensaron que era como mínimo veinte años más joven y todo el viaje a Shimoda fue realmente placentero. Mis anfitriones parecieron estar tan contentos como yo. El recuerdo de sus caras sonrientes durante todo el viaje de vuelta me hizo sentir que mi trabajo estaba lejos de finalizar. Aunque el Karate-dō ha tenido grandes progresos no es aún tan popular como me gustaría que fuese. Así que pienso que debo seguir viviendo bastante tiempo más para ver completado el trabajo que comencé tiempo atrás.

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