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Authors: Gichin Funakoshi

Karate-dō: Mi Camino (6 page)

BOOK: Karate-dō: Mi Camino
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El karate-dō es uno

Un serio problema que presenta, en mi opinión, actualmente el Karate-dō, es la existencia de escuelas divergentes. Yo creo que esto puede tener efectos perjudiciales para el futuro desarrollo del arte.

En Okinawa había hace tiempo, como ya conocemos, dos escuelas, Nawate y Shurite, y estas estaban relacionadas con dos escuelas de boxeo chino llamadas Wutang y Shorinji Kempo, que florecieron durante las dinastías Yuan, Ming y Chin. El fundador de la escuela Wutang se atribuye a un cierto Chang Sanfeng, mientras que el fundador de la escuela Shorinji se dice que ha sido el mismo Daruma (Bodhidharma), el fundador del Budismo Zen. Ambas escuelas, de acuerdo a las referencias, eran muy populares, y sus adherentes daban frecuentes demostraciones públicas.

La leyenda dice que la escuela Wutang recibió su nombre de la montaña china donde primero comenzaron a practicar, mientras que Shorinji es la pronunciación japonesa del Templo de Shaolín de la Provincia de Hunan, donde Daruma predicó la vía del Buda. De acuerdo con una versión de la historia, sus seguidores eran físicamente sin igual por el rigor del entrenamiento que él exigía, y después de que muchos caían exhaustos, él les ordenaba comenzar a la mañana siguiente e entrenar sus cuerpos, así sus mentes y corazones podrían llegar a aceptar y seguir la vía del Buda. Su método de entrenamiento era una forma de boxeo que comenzó a conocerse como Shorinji Kempo. Aunque muchas de las leyendas las aceptamos como hechos históricos, pienso que hay un poco de duda de que el boxeo chino haya realmente cruzado el mar hasta Okinawa, donde se combinó con el estilo indígena okinawense de pelea con puño para formar la base de lo que ahora conocemos como karate.

Se dice que inicialmente las dos escuelas chinas de boxeo se unieron con las dos escuelas okinawenses, Shōrin-ryū y Shōrei-ryū, pero cuán precisa interrelación existió entre ellas está, por supuesto, en la niebla del tiempo. Lo mismo ocurre respecto a las escuelas Shurite y Nawate.

Lo que conocemos es que las técnicas de la escuela Shōrei eran más convenientes para una persona robusta, mientras que las técnicas de Shōrin eran convenientes para gente con constitución más pequeña y menor fuerza.

Ambas escuelas tenían sus ventajas y desventajas. La Shōrei, por ejemplo, enseñaba una forma más efectiva de defensa propia pero le faltaba la movilidad de la Shōrin. Las técnicas actuales de karate han adoptado las mejores cualidades de ambas escuelas.

Nuevamente digo que esto es como debería ser. No hay lugar en el Karate-dō contemporáneo para distintas escuelas. Sé que algunos instructores pretenden haber inventado un kata nuevo y extraordinario y se arrogan a sí mismos el derecho de ser llamados fundadores de “escuelas”. Ciertamente yo he escuchado referirse a mis colegas y a mí mismo como la escuela Shōtōkan, pero yo objeto enérgicamente este intento de clasificación. Creo que todas estas “escuelas” deberían amalgamarse en una, así el Karate-dō podrá proseguir un ordenamiento y progreso útil para el hombre futuro.

El karate de mi mujer

He mencionado antes que mi familia provenía de la clase “shizoku”. Mi abuelo paterno, Gifuku, fue un excelente estudioso confuciano y como la mayoría de los estudiosos, tenía pocos problemas con el dinero –o sea, tenía muy poco dinero como para preocuparse. El tenía, sin embargo, un alto favoritismo por parte del “hanshu” (jefe del clan) y le fue dado el deber y el honor de instruir a las hijas del viudo “hanshu” en la ética confuciana. Estas lecciones privadas se daban en el Kuntoku Daikun Goten, un palacio donde vivían las señoritas y donde había también un altar dedicado a los antepasados del “hanshu”. Estaba prohibida, por supuesto, la entrada de hombres al palacio de las señoritas, pero fue hecha una excepción con Gifuku.

Al hacerse demasiado viejo como para continuar enseñando, renunció a su puesto y fue recompensado por el “hanshu” con una casa en Teiramachi, cerca del palacio; en el tiempo de la Restauración Meiji también se le dio una considerable suma de dinero. Lamentablemente, después de la muerte de mi abuelo, la propiedad y el dinero que legó mi padre fue lentamente pero totalmente disipado.

Para mi desgracia, mi padre era grande y generoso. Era experto en pelear con palos (“bōjitsu”) y un consumado cantor y bailarín, pero tenía un desafortunado defecto. Era un gran bebedor, y ésta, sospecho, fue la causa de que el legado de Gifuku gradualmente se alejó de las manos de mi familia. La casa donde vivíamos, aún cuando yo era chico, fue siempre alquilada.

Debido a nuestra relativa pobreza, yo no me casé hasta que fui mayor de veinte años, una edad un poco avanzada para casarse en esa época en Okinawa. Mi salario como maestro de escuela primaria era la fastuosa suma de tres yen por mes, y con esa cantidad yo tenía que mantener no sólo a mi mujer y a mí mismo sino también a mis padres y abuelos; no estaba permitido a los maestros de escuela tener otro tipo de trabajo extra. Además yo estaba trabajando muy duramente en karate, que aunque yo lo quería mucho, no me aportaba ni un solo sen.

Así estábamos, una familia de diez, subsistiendo con un ingreso de 3 yen al mes. El hecho de que fuésemos capaces de hacerlo se debió totalmente a la diligencia de mi mujer. Avanzada la noche, por ejemplo, ella se consiguió un trabajo tejiendo una vestimenta típica llamada “kasuri” por la que le pagaban seis sen cada una. Luego se levantaba al alba y caminaba cerca de una milla hasta un pequeño terreno donde cultivaba los vegetales para la familia. A veces quería acompañarla, pero en esa época era considerado impropio para un maestro ser visto trabajando en el campo al lado de su mujer. Así, no iba muy seguido con ella y cuando lo hacía me ponía un sombrero ancho y grande para evitar ser reconocido.

Yo estaba asombrado de cuándo ella encontraba tiempo para dormir, pero nunca escuché una palabra de queja. Nunca sugirió que aprovechase más mi tiempo en lugar de practicar karate en cada minuto que tenía. Por el contrario, me estimulaba para que continuase y ella misma tenía interés en él, viendo frecuentemente mis prácticas. Y cuando se sentía particularmente cansada, ella no hacía como supongo la mayoría de las mujeres deben hacer, descansar y decirle a uno de los hijos que le masajeara sus hombros y brazos.

¡Oh no, no mi mujer! Lo que ella hacía para aliviar su exhausto cuerpo era salir y practicar katas de karate, y debido a esta conducta ella se hizo tan diestra que sus movimientos eran como los de un experto.

En los días en que yo no practicaba ante los agudos ojos de Azato o Itosu, lo hacía sólo en nuestro patio. Varios jóvenes del vecindario, que me habían estado observando, se acercaron a mí un día y me preguntaron si les podía enseñar karate, lo que por supuesto me complació mucho. A veces me retrasaba en la escuela y en aquellas ocasiones cuando retornaba a mi casa encontraba a los jóvenes practicando por su cuenta, con mi esposa entusiasmándolos y corrigiéndolos cuando hacían algo equivocado. Simplemente por mirarme practicar y por practicar ella misma ocasionalmente, logró alcanzar un total entendimiento del arte.

Por nuestra casa pagábamos una renta mensual de 25 sen, que era una suma bastante grande en aquellos días. Nuestros vecinos eran en su mayoría pequeños comerciantes y hombres “jinriksha” (N.deT.: carro de pasajeros tirado por un hombre), algunos vendían chinelas para la casa, artículos como peines y otros habas preparadas que las llamábamos “tofu”. En algunos casos nuestros vecinos se volvían pendencieros después de que habían bebido.

En esos casos generalmente mi mujer intercedía y hacía las paces. Ella frecuentemente tenía éxito aún cuando en el vecindario se hubiese llegado a una pelea, que no era fácil ni para un hombre. Por supuesto ella no usaba la violencia en su rol de mediadora, utilizaba su poder de persuasión. Así, mi mujer, admirada en su hogar por la diligencia y economía, era conocida en el vecindario como adepta al karate y hábil mediadora.

Final del secreto

Sucedió en el primer o segundo año de este siglo, según recuerdo, que nuestra escuela fue visitada por Shintarō Ogawa, que era el comisionado de escuelas de la Prefectura de Kagoshima. Entre las varias exhibiciones que se habían preparado para él hubo una demostración de karate. Él pareció muy impresionado por esto, pero solo más tarde me enteré que cuando retornó a Okinawa dio un detallado informe al Ministerio de Educación, alabando las virtudes del arte. Como resultado del informe de Ogawa el karate formó parte del programa de la Escuela Media de la Prefectura de Daiichi y de la Escuela Normal de Hombres. El arte marcial que yo había estudiado en secreto cuando era muy pobre emergió de su encierro y además se ganó la aprobación del Ministerio de Educación. No sé como expresar mi profunda gratitud por Ogawa, pero determiné consagrarme todo el tiempo y esforzarme todo lo posible en la popularización del arte.

Una vez que se tomó la decisión de incluir karate en los programas de escuela se comenzó a recurrir a toda clase de gente. No solo la escuela media sino también la escuela primaria adoptó el sutil arte de defensa propia como parte de sus cursos de educación física y mucha gente vino a mí para buscar consejos y ofrecerme ser instructor. Después de asegurarme el permiso de Azato e Itosu, resolví tener estudiantes y aún puedo recordar la alegría que sentí cuando tuve mi primer clase de karate.

Algunos años después, el Almirante Rokurō Yashiro (quién fue después comandante) llegó con su buque de entrenamiento a un puerto cercano y un día vino a ver la ejecución de los kata de karate realizada por mis alumnos de escuela primaria. Quedó tan impresionado que luego ordenó a sus oficiales y hombres bajo su mando que vean nuestras demostraciones y que luego aprendan el arte. Esta fue, creo, la primera vez que hombres de la marina presenciaron una práctica de karate.

Luego, en 1912, la Primer Flota de la Armada Imperial, bajo las órdenes del Almirante Dewa, ancló en Chūjo Bay y una docena de hombres de la tripulación permaneció durante una semana en el albergue de la Escuela Media de la Prefectura de Daiichi para observar y practicar karate. Así, gracias al entusiasmo del Capitán Yashiro y del Almirante Dewa, el karate comenzó a ser conocido en Tokio, ya que muy poco se conocía de él hasta ese momento. Según recuerdo transcurrieron otros diez años para que los hombres de karate fueran desde Okinawa a Tokio para introducir y enseñar el arte.

En 1921, el Príncipe de la Corona (ahora emperador) se detuvo en Okinawa durante un viaje a Europa. El Capitán Norikazu Kanna, que estaba al mando del destroyer donde el príncipe viajaba, había nacido en Okinawa, y creo que fue él quién hizo la sugerencia al Príncipe de observar una demostración de karate. Esta fue preparada y se me confirió el honor de que esté a mi cargo, realizándose en el Gran Hall del Castillo Shuri. Ya pasaron muchos años de este día, pero aún recuerdo vívidamente lo emocionado que estaba.

Posteriormente me contaron que el Príncipe dijo que se había impresionado con tres cosas en Okinawa: los hermosos paisajes, el Dragón Drain de la Fuente Mágica del Castillo Shuri y el karate.

Fue un poco antes de la visita del Príncipe a Okinawa que renuncié a mi trabajo como maestro de escuela. Aunque parezca extraño, un ascenso causó mi renuncia, debido a que mis superiores me ordenaron ir a una isla lejana del archipiélago, conde tenía que ser el principal de la escuela primaria. Mi madre era anciana y estaba postrada en la cama, y yo, su único hijo, no quería dejarla, así que no tuve más alternativa que presentar mi renuncia. Casi tres décadas de mi vida como maestro de escuela finalizaron, pero estoy contento porque nunca dejé mis conexiones con el sistema escolar de Okinawa. Después de consultarlo con Shoko Makaina, el Jefe de la Biblioteca de la Prefectura de Okinawa, y Bakumonto Sueyoshi, el gerente editor del Okinawa Times, organicé la Sociedad de Protección de Estudiantes de Okinawa y luego fui su director. Al mismo tiempo establecí otro grupo con la ayuda de mis colegas, la Asociación de Okinawa para el Espíritu de las Artes Marciales, para lograr la unificación del Karate-dō.

Entrenamiento de por vida
Contra un tifón

Quizás sería más modesto dejar que otra persona describa mis hazañas de la juventud que hacerlo uno mismo. Pero decidido a olvidarme de mi pudor, quiero citar aquí las palabras de Yukio Togawa, no responsabilizándome de ellas más allá de asegurar a mis lectores que el incidente que describo es verdadero. El lector podrá ver rasgos de locura, pero yo no me arrepiento.

“El cielo” escribía el Sr. Togawa, “estaba negro y había un fuerte viento que devastaba todo lo que se ponía a su paso. Enormes ramas eran arrancadas fácilmente de grandes árboles y polvo y tierra volaba por el aire pegando en la cara de la gente”.

“Okinawa es conocida como la isla de los tifones, y la violencia de estas tormentas tropicales no se puede describir. Para evitar la acción del viento que desbastaba regularmente la isla cada año durante la estación de tormentas, las casas de Okinawa eran bajas y se construían tan firmes como era posible; con fuertes paredes de piedra y tejas en los techos aseguradas con cemento.

Pero los vientos son tan fuertes (a veces llegan a velocidades de cien millas por hora) que a pesar de todas las precauciones las casas se resquebrajan y tiemblan”.

“Durante un tifón particular, toda la gente de Shuri se metió en su casa rogando para que pase el tifón sin producir graves daños. No, estoy equivocado cuando digo que toda la gente se metió en su casa, había un hombre joven sobre el techo de su casa en Yamakawa-chō, que estaba resuelto a combatir el tifón”.

“Cualquiera que hubiera observado esta figura solitaria habría seguramente concluido que había perdido el sentido. Usando solo un “loincloth” (N.deT.: vestimenta cubriendo la mitad del cuerpo, doblada entre las piernas y atada en la espalda) permanecía sobre las resbaladizas tejas y tenía entre ambas manos, como protegiéndose del viento, un tatami de estera. Debía haberse caído del techo porque su cuerpo casi desnudo estaba cubierto de barro”.

“El joven parecía tener veinte años o aún menos. Era de baja estatura, apenas mediría más de cinco pies, pero sus brazos eran grandes y sus bíceps abultados. Su cabello estaba cortado como el de un luchador de sumō, con un rodete con una pequeña horquilla de plata, indicando que pertenecía a los “shizoku”.

“Pero todo esto es de poca importancia. Lo importante era la expresión de su cara, grandes ojos brillando con una extraña luz, amplia frente y piel rojo cobriza. Apretando fuertemente sus dientes mientras el viento lo golpeaba violentamente, daba una sensación de tremendo poder. Parecía uno de los guardianes de los reyes Deva”.

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