La tecnomed preparó un segundo hipospray, y despegó un parche pequeño de una tira de plástico.
—¿Quiere extender la muñeca, señora?
Ekaterin así lo hizo; la mujer apretó con firmeza el parche de pruebas alérgicas contra su piel, y luego lo retiró. Siguió sujetando la muñeca mientras controlaba el tiempo. Tenía los dedos fríos y secos.
Tuomonen envió a los dos guardias a controlar el perímetro, o sea, el pasillo y el balcón, y colocó un grabador vid sobre un trípode. Entonces se volvió hacia Vorkosigan.
—¿Puedo recordarle, lord Vorkosigan —dijo con extraño énfasis—, que más de un interrogador pueden crear una confusión innecesaria en un interrogatorio con pentarrápida?
Vorkosigan agitó una mano, reconociendo lo que decía.
—Cierto. Conozco la situación. Adelante, capitán.
Tuomonen miró a la tecnomed, quien observó con atención la muñeca de Ekaterin y la soltó.
—No hay problema —informó la mujer.
—Proceda, por favor.
Siguiendo las indicaciones de la tecnomed, Ekaterin se subió la manga. El hipospray siseó contra su piel con un frío mordisco. —Cuente lentamente hacia atrás a partir de diez —le dijo Tuomonen.
—Diez —contó Ekaterin, obediente—. Nueve… ocho… siete…
—Dos… uno… —la voz de Ekaterin, casi inaudible al principio, se hizo más firme a medida que contaba hacia atrás.
A Miles le pareció que casi podía distinguir los latidos del corazón de Ekaterin mientras la droga inundaba su sistema. Los puños apretados se relajaron en su regazo. La tensión de su cara, cuello, hombros y cuerpo se derritió como la nieve al sol. Sus ojos se ensancharon y brillaron, sus pálidas mejillas se inundaron de color, sus labios se abrieron y curvaron, y ella miró a Miles, más allá de Tuomonen, con una sonrisa resplandeciente. .
—Oh —dijo, con voz sorprendida—. No duele.
—No, la pentarrápida no duele —dijo Tuomonen, con voz tranquilizadora.
No se refiere a eso, Tuomonen
. Si una persona vive en el dolor como una sirena en el agua, hasta que el dolor se vuelve tan invisible como respirar, su súbita eliminación (aunque sea artificial) debe de ser un acontecimiento sorprendente. Miles suspiró aliviado al comprobar que Ekaterin no iba a ser de las que se ríen o lloriquean, ni de aquellas personas en las que la droga liberaba, de vez en cuando, un torrente de obscenidades verbales, o un torrente igualmente embarazoso de lágrimas.
No. La pega va a ser cuando se la retiremos. Comprender aquello lo dejó helado. Pero, Dios mío, ¿no está hermosa cuando no siente dolor?
Su calidez abierta y sonriente le parecía extrañamente familiar, y trató de recordar cuándo había visto aquel aire tan dulce en ella. Hoy no, ni ayer…
Fue en tu sueño
.
Oh
.
Se acomodó en su asiento y apoyó la barbilla en la mano, los dedos sobre la boca, mientras Tuomonen iniciaba la lista de preguntas neutrales de rigor: nombre, fecha de nacimiento, nombre de los padres… lo de costumbre. El propósito no era sólo dar a la droga tiempo para actuar, sino también establecer un ritmo de preguntas y respuestas que ayudara a llevar adelante el interrogatorio cuando las preguntas, y las respuestas, se hicieran más difíciles. El cumpleaños de Ekaterin era sólo tres semanas antes que el suyo, advirtió Miles de pasada, pero la Guerra de los Pretendientes Vordarianos, que tanto caos había causado el año de sus nacimientos en las regiones alrededor de Vorbarr Sultana, apenas había tocado el Continente Sur.
La tecnomed se había sentado fuera del círculo de conversación, donde ni interrogador ni sujeto podían verla, pero donde ella sí podía oírlos a ellos. Miles confió en que tuviera los permisos de seguridad adecuados. No sabía, y decidió no preguntar, si su sexo era un detalle amable por parte de Tuomonen, un reconocimiento tácito de que un interrogatorio con pentarrápida podía ser una violación mental. La brutalidad física no cuadraba con los interrogatorios de pentarrápida, que habían ayudado a eliminar a ciertos desagradables tipos psicológicos de carreras con éxito como interrogadores. Pero un ataque físico no es el único ataque posible, ni necesariamente el peor de todos. Tal vez la tecnomed era la siguiente disponible entre el personal.
Tuomonen se dirigió a la historia más reciente. ¿Exactamente cuándo había conseguido Tien su puesto en Komarr, y cómo? ¿Se había reunido con alguien en su apartamento, o con alguien del grupo de Soudha, antes de partir de Barrayar? ¿No? ¿Había visto ella su correspondencia? Ekaterin, cada vez más alegre por la relajación inducida por la pentarrápida, hablaba tan confiadamente como una niña. Le había ilusionado tanto el nombramiento, la proximidad a buenas instalaciones médicas, segura de que conseguiría ayuda de tipo galáctico para Nikki por fin. Ella había insistido en que Tien pidiera el puesto y le ayudó a escribir la solicitud. Bueno, sí, la había escrito casi entera. La Cúpula Serifosa era fascinante, y el apartamento que les habían asignado era mucho más grande y bonito de lo que esperaban. Tien decía que los komarreses eran tecnoesnobs, pero ella no los encontraba tan…
Amablemente, Tuomonen la recondujo al tema que los ocupaba. ¿Cuándo descubrió exactamente la relación de su marido con el desfalco, y cómo? Ella repitió la misma historia sobre la llamada de medianoche que Tien hizo a Soudha que le había contado ya a Miles, intercalada con detalles más precisos: entre otras cosas insistió en darle a Tuomonen la receta completa para preparar leche con coñac. La pentarrápida hacía cosas raras a la memoria de la gente, aunque no proporcionaba, a pesar de los rumores, unos recuerdos perfectos. El informe sobre la conversación que había oído parecía casi literal, de todas formas. A pesar de su obvia fatiga, Tuomonen fue hábil y paciente, permitiéndole que divagara a su gusto, alerta a la gema oculta de información crítica en aquellas asociaciones libres que un interrogador siempre espera encontrar, aunque normalmente no ocurriera.
Cuando describió su irrupción en la comuconsola de su marido a la mañana siguiente, Ekaterin incluyó un comentario colateral.
—Si lord Vorkosigan pudo hacerlo, yo podría hacerlo también.
Tuomonen, alerta, preguntó sobre el tema y ella se lanzó a una embarazosa descripción de su opinión sobre la intromisión que Miles había hecho antes, al estilo SegImp, en su propia comuconsola. Miles se mordió los labios y miró a Tuomonen, que tenía las cejas alzadas.
—Pero dijo que le gustaron mis jardines. Nadie más en mi familia quiere mirarlos siquiera —ella suspiró, y le sonrió tímidamente a Miles. ¿Podría él esperar que lo hubiera perdonado?
Tuomonen consultó sus notas.
—Si no descubrió las deudas de su marido hasta ayer por la mañana, ¿por qué transfirió casi cuatro mil marcos a su cuenta la mañana anterior? —su atención se intensificó ante la expresión de ebria desazón de Ekaterin.
—Me mintió. Hijo de puta. Dijo que íbamos a ir al tratamiento galáctico. ¡No! No lo dijo, maldición. Tonta de mí. Quería que fuera verdad con tantas ganas… Mejor ser tonta que mentirosa, ¿no? Yo no quería ser como él.
Tuomonen buscó confirmación en Miles con una rápida mirada de aturdimiento. Miles suspiró.
—Pregúntele si era el dinero de Nikki.
—El dinero de Nikki —confirmó ella, asintiendo con la cabeza. A pesar del sopor de la pentarrápida, frunció ferozmente el ceño.
—¿Tiene esto sentido para usted, milord? —murmuró Tuomonen.
—Me temo que sí. Ella había ahorrado esa suma de sus gastos de la casa con vistas al tratamiento médico de su hijo. Vi las cuentas en sus archivos, cuando hice esa, hum, desafortunada incursión. Supongo que su esposo, con la promesa de que lo utilizaría para ese propósito, se apoderó de ese dinero para entregárselo a sus acreedores.
Un auténtico desfalco
. Miles resopló, para bajar su presión sanguínea.
—¿Lo han localizado?
—Tien lo transfirió a la Agencia Inversora Rialto.
—No se podrá recuperar, supongo.
—Pregúntele a Gibbs, pero no lo creo.
—Ah —Miles se mordió los nudillos, e indicó con un gesto a Tuomonen que prosiguiera. Armado ya con las preguntas adecuadas, Tuomonen confirmó explícitamente esta interpretación, y se dispuso a sonsacar todos los detalles personales sobre la Distrofia de Vorzohn.
—¿Preparó usted la muerte de su marido? —preguntó Tuomonen en el mismo tono neutral.
—No.
Ekaterin suspiró.
—¿Le pidió o le pagó a alguien para que lo matara?
—No.
—¿Sabía que iba a morir?
—No.
La pentarrápida frecuentemente hacía que los sujetos sometidos a ella fueran muy literales: siempre había que hacer las preguntas importantes, las que acuciaban, de un montón de formas distintas, para asegurarse.
—¿Lo mató usted?
—No.
—¿Lo amaba usted?
Ekaterin vaciló. Miles frunció el ceño. Los hechos eran la presa natural de SegImp; los sentimientos tal vez no. Pero Tuomonen no se había salido del tema todavía.
—Creo que lo quise, alguna vez. Tuve que hacerlo. Recuerdo la maravillosa expresión de su cara el día que nació Nikki. Debo de haberlo amado. Pero se agotó. Apenas puedo recordar esa época.
—¿Lo odiaba usted?
—No… sí… no lo sé. También eso se agotó —miró a Tuomonen—. Nunca me pegó, ¿sabe?
Vaya epitafio.
Cuando por fin me entierren, rezo para que mis seres queridos tengan algo mejor que decir de mí que «Nunca me pegó»
.
Miles apretó los dientes y no dijo nada.
—¿Lamenta que muriera?
Cuidado, Tuomonen
…
—Oh, pero si ha sido todo un alivio. Qué pesadilla habría sido hoy si Tien estuviera todavía vivo. Aunque supongo que SegImp lo habría detenido. Robo y traición. Pero me habría alegrado de verlo marchar.
»Lord Vorkosigan dijo que no podría haberlo salvado. No hubo tiempo suficiente después de que Foscol me llamara. Me alegro. Está feo alegrarse. Supongo que debería perdonar a Tien por todo, porque ahora está muerto, pero nunca lo perdonaré por convertirme en algo tan feo.
A pesar de la droga, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
—Yo antes no era así, pero ahora no puedo volver atrás.
Algunas verdades son más profundas de lo que la pentarrápida podrá sondear jamás. Sin decir nada, Miles le tendió a Ekaterin un pañuelo de papel. Ella se secó los ojos con inquietud.
—¿Necesita más droga? —susurró la tecnomed.
—No.
Miles hizo un gesto con la mano, demandando silencio. Tuomonen hizo más preguntas neutrales, hasta que algo parecido al aire confiado y feliz del principio regresó.
Sí. Nadie tendría que decir tanta verdad de una vez
.
Tuomonen contempló sus notas, luego miró incómodo a Miles y se lamió los labios.
—Sus maletas y las de lord Vorkosigan fueron encontradas juntas en su vestíbulo —dijo—. ¿Planeaban marcharse juntos?
La sorpresa y la furia atravesaron a Miles en una caliente oleada.
¡Tuomonen, cómo se atreve…!
Pero el recuerdo de haber tenido que recoger toda aquella ropa interior ante la mirada del guardia de SegImp detuvo sus palabras; así que, sí, podría haber parecido extraño para alguien que no supiera lo que pasaba. Convirtió sus acaloradas palabras en un suspiro, que dejó escapar poco a poco. Los ojos de Tuomonen se movieron, conscientes de aquel suspiro.
Ekaterin lo miró, parpadeando confundida.
—Eso esperaba.
¿Qué?
Oh.
—Quiere decir al mismo tiempo —aseguró Miles, rechinando los dientes—. No juntos. Pruebe con eso.
—¿Planeaba lord Vorkosigan llevársela a usted?
—¿A mí? Oh, qué idea tan encantadora. Nadie iba a llevarme a ningún sitio. ¿Quién querría? Tenía que marcharme sola. Tien arrojó por el balcón el
skellytum
de mi tía, pero no se atrevió a tirarme a mí. Quería hacerlo, creo.
Miles reflexionó sobre esas últimas palabras. ¿Cuánto valor físico le hizo falta para soportar a Tien hasta el final? Miles no subestimaba el coraje necesario para enfrentarse a hombretones capaces de agarrarte y lanzarte al otro lado de la habitación. Valor y sabiduría, y no dejarse atrapar, ni bloquearse la salida. Los cálculos eran automáticos. Y tenías que practicar. Para Ekaterin, debió de ser como hacer aterrizar un carguero repleto en su primera lección de vuelo.
Tuomonen, buscaba desesperadamente aclararse y no dejaba de mirar a Miles.
—¿Iba usted a fugarse con lord Vorkosigan? —repitió. Ella alzó las cejas.
—¡No! —dijo atónita.
No, por supuesto que no
. Miles trató de volver a capturar su primera reacción ante la acusación, excepto que pensó: Qué gran idea. ¿Por qué no se me ocurrió?, y casi estuvo a punto de dar al traste con su control. De todas formas, ella nunca se habría fugado con él. Todo lo que podía ofrecerle era pasear por la calle con un muti…
Oh, demonios. ¿Te has enamorado de esta mujer, idiota?
Hum. Sí
.
Advirtió en retrospectiva que llevaba enamorándose varios días. Y acababa de darse cuenta. Tendría que haber reconocido los síntomas.
Oh, Tuomonen. Las cosas que descubrimos con la pentarrápida
.
Por fin pudo ver adónde quería llegar Tuomonen. Una conspiración en toda regla: asesinar a Tien, echarle la culpa a los komarreses, huir con la esposa dejando atrás el cadáver…
—Un escenario halagador, Tuomonen —le susurró Miles al capitán de SegImp—. Un trabajo muy rápido por mi parte, considerando que la conocí hace sólo cinco días. Le doy las gracias.
—Si se le pudo ocurrir a mi guardia —contestó rápidamente Tuomonen—, y se me pudo ocurrir a mí, se le podría haber ocurrido a cualquiera. Mejor descartar la idea lo antes posible. No se puede decir que pudiera aplicarle a usted la pentarrápida. Milord.
No, ni que Miles fuera a ofrecerse voluntario. Su conocida y peculiar reacción a la droga, tan históricamente útil para evadir los interrogatorios hostiles, también le imposibilitaba librarse de cualquier acusación. Tuomonen estaba solamente haciendo su trabajo, y haciéndolo bien. Miles se echó hacia atrás.
—Sí, sí, muy bien —gruñó—. Pero es usted optimista, si piensa que la pentarrápida puede competir con los rumores. Como cortesía hacia la reputación de los Auditores Imperiales, hable con ese guardia suyo después de esto.