—Si los acontecimientos lo permiten, ¿puedo acompañarla a Solsticio y ayudar en lo que pueda? No podrá ser su tío: pasado mañana estará liado con los problemas técnicos si mi lista de componentes toma forma.
—¡No puedo apartarlo de sus deberes!
—La experiencia me dice que si Soudha no ha sido arrestado para entonces, lo que estaré haciendo pasado mañana es comerme el coco. Un día alejado de los problemas tal vez sea lo que necesite para abordar las cosas desde una perspectiva nueva. Me estará usted haciendo un favor, se lo aseguro.
Ella frunció los labios, dudosa. —Admito… que agradecería la compañía.
¿Se refería a cualquier compañía en general, o a la suya en particular?
Tranquilo, chico. Ni siquiera lo pienses
.
—Bien.
Desde el vestíbulo llegaron voces: uno de los guardias y un murmullo familiar. Ekaterin se puso en pie de un salto.
—¡Mi tío está aquí!
—No ha tardado mucho. —Miles la siguió al pasillo.
El profesor Vorthys, el amplio rostro arrugado de preocupación, le entregó su maleta al guardia y abrazó a su sobrina, murmurando condolencias. Miles lo observó, lleno de exquisita envidia. La cálida compasión de su tío casi la hizo llorar, cosa que no había conseguido toda la fría profesionalidad de SegImp; Miles tomó nota mentalmente. Frío y práctico, ése era el truco. Ella se secó las lágrimas de los ojos, envió al guardia con la maleta al despacho de Tien, como antes, y condujo a su tío al salón.
Tras una breve charla, se decidió que el profesor la acompañaría a recoger a Nikolai. Miles estuvo de acuerdo a pesar de su manía de ofrecerse voluntario. Vorthys tenía derecho familiar, y Miles estaba demasiado relacionado con la muerte de Tien. También se tambaleaba porque el efecto de los tranquilizantes y estimulantes que había tomado antes del almuerzo se estaba pasando. Tomar la tercera dosis en un día sería un error. En cambio, despidió al profesor y a Ekaterin, y luego comprobó cómo iban las cosas en el Cuartel General de SegImp por medio de la comuconsola segura.
No había nada nuevo. Regresó al salón. El tío de Ekaterin ya estaba allí; Miles debería marcharse del apartamento enseguida. Recoger sus cosas e instalarse en aquel hotel mítico del que llevaba hablando hacía una semana. No había espacio para él en este pequeño apartamento, con Vorthys ocupando de nuevo la habitación de invitados. Nikki necesitaría su cama, y en modo alguno estaba Miles dispuesto a que Ekaterin tuviera que alquilar otra gravi-cama, o algo peor, para que su lord Vor la utilizara. ¿Qué esperaba, cuando ordenó aquella cosa? Debía marcharse, decididamente. No era tan neutral respecto a su anfitriona como imaginaba, si aquel maldito guardia pudo hacer un comentario capaz de lanzar a Tuomonen por aquella lista de embarazosas preguntas sobre las maletas.
—¿Necesita usted algo, milord? —la voz del guardia despertó a Miles.
—Hum… sí. La próxima vez que uno de ustedes venga del Cuartel General de Solsticio, que me traiga un petate militar.
Mientras tanto, Miles se tumbó en el sofá después de todo. Se quedó dormido en cuestión de minutos.
Miles despertó cuando Ekaterin y su tío regresaron con Nikki. Se sentó y consiguió parecer razonablemente compuesto cuando tuvo que mirar al niño. Nikki parecía triste y asustado, pero no lloraba ni estaba histérico; evidentemente, volvía sus reacciones hacia dentro y no hacia fuera. Igual que su madre.
Como Ekaterin no tenía amigas que trajeran guisos y pasteles a la manera de Barrayar, Miles hizo que SegImp les proporcionara la cena. Los tres adultos mantuvieron la conversación en un tono neutral delante de Nikki durante la cena; después él se fue a jugar solo a su cuarto, y Miles y el profesor se retiraron al estudio para intercambiar datos. El nuevo equipo encontrado arriba era bastante peculiar, e incluía sistemas de transferencia de energía capaces de impulsar una pequeña nave de salto, de los cuales se habían desgajado partes, fundiéndose y al parecer explotando en una lluvia de plasma.
—Verdaderamente interesante —lo calificó el profesor, una muletilla típica de los ingenieros que captó la atención de Miles.
El coronel Gibbs llamó vía comuconsola. Sonrió secamente al ver a los dos Auditores Imperiales, una expresión que Miles empezaba a reconocer como la versión de Gibbs del éxtasis.
—Lord Vorkosigan. Tengo la primera conexión documentada que estaba usted buscando. Hemos localizado los números de serie de un par de conversores que la gente de lord Vorthys encontró arriba entre las compras de Calor Residual de hace ocho meses. Los conversores fueron entregados en la estación experimental.
—Bien —jadeó Miles—. Por fin tenemos otra relación aparte del cadáver de Radovas. Ya tenemos una verdadera pista. Gracias, coronel. Continúe.
Ekaterin durmió mejor de lo que esperaba, pero despertó comprendiendo que había soportado la mayor parte del día anterior gracias a la adrenalina. El día que comenzaba, con su espera forzada, iba a ser más difícil.
Llevo esperando nueve años. Puedo soportar diecinueve horas más
. Estar tumbada en la cama hacía que un vago dolor se apoderara de ella, a pesar de que se había librado del caos que era la vida con Tien. Así que se levantó, se vistió con cuidado, pasó ante el guardia del salón, preparó el desayuno y esperó.
Los Auditores se despertaron poco después y aparecieron agradecidos en busca de comida, pero se llevaron el café a la comuconsola segura. Ella se quedó sin cosas que limpiar. Se asomó al balcón, pero descubrió que la presencia de otro guardia de servicio le impedía descansar allí. Así que ofreció café a los guardias, se retiró a la cocina y esperó un poco más.
Lord Vorkosigan volvió a salir. Rechazó su oferta de más café, y en cambio se sentó a la mesa.
—SegImp me ha enviado el informe de la autopsia de Tien esta mañana. ¿Cuánto quiere saber al respecto?
La visión del cuerpo congelado de Tien, colgado de la barandilla, destelló en su memoria.
—¿Hubo algo inesperado?
—No con respecto a la causa de la muerte. Descubrieron su Distrofia de Vorzohn, naturalmente.
—Sí. Pobre Tien. Pasar todos estos años, lleno de pánico por su enfermedad, para acabar muriendo por otra causa —sacudió la cabeza—. Tanto esfuerzo, tan equivocado. ¿Pudieron decidir si la enfermedad estaba muy avanzada?
—Las lesiones nerviosas eran muy claras según el forense. Aunque cómo pueden distinguir un puntito microscópico de otro… Los signos externos, si interpreto correctamente la jerga médica, habrían sido imposibles de ocultar muy pronto.
—Sí. Lo sabía. Me preguntaba por el proceso interno. Cuándo empezó. Cuánto de, bueno, de la conducta y el mal tino de Tien se debía a su enfermedad.
¿Debería ella haber aguantado más? ¿Podría haberlo hecho? ¿Hasta que se hubiera desencadenado otra catástrofe?
—El daño avanza lentamente durante mucho tiempo. Las partes afectadas del cerebro varían de una persona a otra. Las suyas, por cierto, parecían concentrarse en las regiones motoras y el sistema nervioso periférico. Aunque tal vez sea posible achacar algunas de sus acciones a la enfermedad, más tarde, si hace falta un lavado de cara.
—¡Qué… político! ¿Un lavado de cara para quién? Yo no lo quiero.
Él sonrió, algo sombrío.
—No esperaba que lo quisiera usted. Pero tengo la desagradable convicción de que este caso va a abandonar sus claros parámetros técnicos para convertirse en algo feo y político tarde o temprano. Nunca descarto una posible reserva.
Se miró las manos, extendidas sobre la mesa. Sus mangas grises no llegaban a ocultar los vendajes blancos de sus muñecas.
—¿Cómo se tomó Nikki la noticia?
—Fue duro. Empezó, antes de que se le contara, intentando convencerme para que le dejara quedarse en casa de su amigo otra noche. Todo pasión y testarudez, ya sabe cómo son los chavales. Ojalá hubiera podido dejar que se quedara, para no decírselo. No pude prepararlo tanto como me habría gustado. Finalmente tuve que hacer que se sentara y se lo conté: «Nikki, ahora tienes que venir a casa. Tu padre murió en un accidente con su mascarilla anoche.» Se… quedó en blanco. Casi deseé que volviera a lloriquear.
Ekaterin apartó la mirada. Se preguntó qué oblicuas formas acabaría por tomar la reacción de Nikki, y si las reconocería. O las manejaría bien. O no…
—No sé cómo van a ir las cosas a la larga. Cuando perdí a mi madre… era mayor, y sabíamos que se iba a producir, pero fue doloroso, ese día, esa hora. Siempre pensé que habría más tiempo.
—Todavía no he perdido a mis padres —dijo Vorkosigan—. Los abuelos son distintos, creo. Son viejos, de algún modo es su destino. Me quedé impresionado cuando murió mi abuelo, pero no cambió mi mundo. Creo que a mi padre sí que le afectó.
—Sí —ella alzó la mirada, agradecida—, ésa es exactamente la diferencia. Es como un terremoto. Algo que se supone que no tiene que moverse se desploma de pronto bajo tus pies. Creo que el mundo va a ser un lugar más terrible para Nikki esta mañana.
—¿Le ha dado ya la noticia de la Distrofia de Vorzohn?
—Lo estoy dejando dormir. Se lo diré después del desayuno. Es mejor no impresionar a un niño que tiene un nivel bajo de azúcar.
—Qué extraño, yo pienso lo mismo respecto a mis soldados. ¿Hay algo… en que pueda ayudar? ¿O prefiere estar a solas?
—No estoy segura. Hoy no hay colegio de todas formas. ¿No iba a ir con mi tío a la estación experimental esta mañana?
—Sí, pero puede esperar una hora.
—Creo… que me gustaría que se quedara. No es bueno convertir la enfermedad en un secreto tan grande como para que sea horrible hablar de ello. Ése fue el error de Tien.
—Sí —animó él—. Es sólo una cosa. Hay que tratar con ella.
Ella alzó las cejas.
—¿Una maldita cosa después de otra? —dijo.
—Sí, algo así. —Él le sonrió, los ojos grises chispeando. Ekaterin advirtió que por alguna extraña combinación de suerte y cirugía, ninguna cicatriz marcaba su cara.
—Funciona, como táctica si no como estrategia.
Cumpliendo su ofrecimiento, lord Vorkosigan regresó a la cocina cuando Nikki estaba terminando el desayuno. Se retrasó a propósito, meneando el café que tomaba solo, apoyándose contra la encimera. Ekaterin respiró hondo y se sentó junto a Nikki a la mesa, con la taza medio vacía y fría en la mano. Nikki la miró, alerta.
—No vas a ir al colegio mañana —empezó a decir, esperando dar un tono positivo.
—¿Es porque será el funeral de papá? ¿Tendré que quemar la ofrenda?
—Todavía no. Tu abuela ha pedido que traslademos el cuerpo a Barrayar, para enterrarlo junto a tu tío, que murió cuando eras pequeño.
El mensaje de contestación de la madre de Tien había llegado por la comuconsola por la mañana, retransmitido por los relés del agujero de gusano.
Por escrito, igual que el de Ekaterin, y tal vez por las mismas razones: así se podían quedar muchas cosas fuera.
Haremos todas las ceremonias y quemaremos la ofrenda allí, cuando puedan estar todos presentes.
—¿Tendremos que llevarlo en la nave de salto con nosotros? —pregunto Nikki, preocupado.
—De hecho, SegImp, el Servicio Civil Imperial se encargará de eso, con su permiso, señora Vorsoisson —dijo lord Vorkosigan desde el rincón—. Probablemente regresará a casa antes que tú, Nikki.
—Oh —dijo Nikki.
—Oh —repitió Ekaterin—. Yo… me lo estaba preguntando. Gracias.
Él enarcó una ceja.
—Permita que me encargue de todo. Usted tiene otras cosas que hacer.
Ella asintió, y se volvió hacia su hijo.
—De todas formas, Nikki… tú y yo vamos a ir a Solsticio mañana, a visitar una clínica. Nunca te lo mencionamos antes, pero tienes una enfermedad llamada Distrofia de Vorzohn.
Nikki hizo un gesto de incertidumbre.
—¿Qué es eso?
—Una enfermedad, en la cual, con la edad, tu cuerpo deja de producir algunas proteínas de la forma adecuada para que hagan su trabajo. Hoy en día los médicos pueden suministrarte unos retrogenes que producen las proteínas correctamente, en compensación. Eres demasiado joven para tener ningún síntoma, y con este tratamiento, nunca lo tendrás.
Con la edad de Nikki, y en la primera explicación, probablemente no era todavía necesario entrar en complicados detalles sobre lo que significaría para su futura reproducción. Ella advirtió cómo había conseguido tratar el tema sin usar la palabra «mutación».
—He recopilado un montón de artículos sobre la Distrofia de Vorzohn, que puedes leer cuando quieras. Algunos son demasiado técnicos, pero hay un par que creo que podrías comprender con un poco de ayuda.
Ya. Si podía evitar disparar la alarma, ésa debería ser una forma razonablemente neutral de darle la información a la que tenía derecho, y él podría seguir a su propio ritmo más tarde.
Nikki parecía preocupado.
—¿Dolerá?
—Bueno, tendrán que sacarte sangre, y tomar algunas muestras de tejidos.
—A mí me han hecho todo eso unos cuantos miles de veces a lo largo de los años, por diversos motivos médicos —intervino Vorkosigan—. La extracción de sangre duele un momentito, pero no después. La muestra de tejidos no duele porque usan un microaturdidor médico, pero cuando se pasa el efecto, duele algún tiempo. Sólo necesitan una muestra diminuta, así que no será mucho.
Nikki pareció digerir esto.
—¿Tiene usted esa cosa de Vorzohn, lord Vorkosigan?
—No. Mi madre fue envenenada con un producto químico llamado soltoxina, antes de que yo naciera. Dañó principalmente mis huesos, y por eso soy tan bajito —se acercó a la mesa y se sentó con ellos.
Ekaterin esperaba que Nikki preguntara a continuación algo así como «¿Seré bajito?», pero en cambio los ojos marrones del niño se ensancharon llenos de extrema preocupación.
—¿Su madre murió?
—No, se recuperó por completo. Afortunadamente. Para todos nosotros. Ahora está bien.
Él absorbió esto.
—¿Tuvo miedo?
Ekaterin advirtió que Nikki todavía no había comprendido quién era la madre de lord Vorkosigan; en relación con la gente de la que había oído hablar en las clases de historia. Vorkosigan alzó las cejas, divertido.
—No lo sé. Podrás preguntárselo tú mismo, algún día, cuando… si la conoces. Me encantará oír la respuesta —advirtió la mirada inquieta de Ekaterin, pero su expresión impenitente continuó.