Durante unos instantes, y en silencio absoluto, todos contemplaron el legendario objeto. Era increíble estar frente a él. Pero así era. Estaba sobre un soporte que parecía de oro. Emil alargó su mano y tocó con suavidad la superficie pulida y dorada del arca. No pasó nada en particular.
—Ahora hemos de ir con cuidado —indicó Emil con seguridad—. Los palos travesaños para su traslado no pueden estar lejos de aquí.
Klaus contestó al momento.
—Aquí están, Emil —dijo mientras, ayudado por los demás, los extraía de la fisura en la pared donde estaban y los iba colocando en su posición en los laterales del arca. Una vez puestos, el arca adquirió el aspecto que tenía en las muchas ilustraciones que habían podido ver.
—¿Cuánto crees que pesa, Emil? —preguntó Horst, mirando el arca desde todos los ángulos.
—Sigo creyendo que está entre los cien y los ciento cincuenta kilos. Ahora lo sabremos —Emil miró alrededor—. Buscad a ver si hay algo más que corresponda al arca. No tendremos otra oportunidad.
Buscaron, pero no había nada más. Holzwarth, Klaus, Georg y Emil se dispusieron a llevar el arca, tras ponerse las miras VAMPYR. A un movimiento coordinado, elevaron el arca y comenzaron a caminar hacia la puerta de la caverna. Salvaron sin dificultad el recipiente de agua y el cubo del principio. Salieron del tabernáculo. Gross y Stümpel ya estaban en la puerta de la cueva y dieron vía libre al grupo para pasar por la iglesia. Entre Hermann y el
Unterscharführer
Werner Schüler, cargaron el cuerpo inconsciente de Helbing. Siguieron avanzando.
El arca, así llevada, tenía un aspecto imponente. El transmisor de radio sonó en ese instante. Era la posición MG en la puerta de la iglesia.
—Observamos movimiento en las tiendas de los beduinos. Se están levantando, pero no parece que hayan notado nuestra presencia. Todavía está todo muy oscuro.
Con decisión, pero preocupado, Horst contestó.
—Ahora salimos e iniciamos el repliegue. Preparaos —alcanzaron la puerta de la iglesia y salieron al exterior. La posición MG estaba siendo desmontada a toda prisa. Sin descanso, los porteadores se dirigieron al terraplén de subida. Unos gritos surgieron de las tiendas. A través de las miras nocturnas pudieron ver cómo se iniciaba una frenética actividad entre los beduinos que, entre gritos, despertaban a sus compañeros todavía dormidos. ¡Les habían descubierto! Había que llegar arriba lo antes posible. Desde allí podrían defenderse mejor.
Llegaron hasta la segunda posición MG a mitad del terraplén, que ya había comenzado el desmontaje de la ametralladora pesada.
—¡Esperad! —ordenó Horst— ¡Cubridnos mientras llegamos arriba!
Al instante, volvieron a dirigir la ametralladora hacia abajo, a la espera de lo que pudiera suceder. Con paso fatigado, los porteadores del arca sobrepasaron la posición y siguieron su marcha hasta la zona de traslado. Horst miró su reloj Glycine. Todavía faltaban 55 minutos para iniciar el viaje.
Gross se quedó con sus hombres en esta segunda posición.
—¡Vosotros seguid. Ahora subiremos! —ordenó, decidido, a los demás. De repente, oyeron que un griterío inmenso se acercaba hacia allí. Aún no se veía a nadie y los nervios estaban a flor de piel. Con gran esfuerzo iban subiendo el arca, que parecía pesar algo más de lo que había supuesto Emil. El griterío estaba ya muy cerca. Ya estaban a la vista y eran más de veinte hombres armados con espadas.
El rapidísimo tableteo de la MG42 rompió aquellas voces. Gritos de espanto y gemidos desesperados sustituyeron al griterío de ataque. Otra ráfaga acabó con los que estaban todavía en pie, que ni siquiera eran capaces de imaginar qué era lo que les estaba matando. Las miras VAMPYR les daban una ventaja total. Todavía se escuchaba algún gemido. Luego el silencio absoluto. Aún estaba oscuro, pero se adivinaba la pronta salida del sol.
—¡Vámonos! —ordenó Gross, mientras ayudaba a sus hombres a desmontar la ametralladora pesada. El resto ya había alcanzado el terraplén superior y estaba ya junto a la última posición. Al poco, Gross y sus dos hombres llegaron cargando la MG42, su trípode y la munición.
Se oían voces beduinas que partían de las tiendas. Sin duda, llamaban a sus compañeros que ahora descansaban sin vida sobre el camino de subida. El tableteo de la ametralladora les había amedrentado y no se atrevían a acercarse. Con la oscuridad no podían ver qué había pasado. Nadie se atrevió a salir. Esperarían a la salida del nuevo día.
Dejaron el cuerpo de Helbing en el suelo con un macuto que hacía las veces de almohada.
—Ha muerto —informó lacónicamente Stümpel, tras comprobar la presión sanguínea del ahora cadáver. Era curioso, pero el rostro de Helbing se veía tranquilo y casi se diría que dormía. Prácticamente no se había dado cuenta de nada, había sido demasiado rápido.
Todos lo rodeaban, mirando el cuerpo sin vida de Helbing, con un nudo en el estómago.
—¿Qué hacemos ahora Horst? —preguntó Gross, de forma práctica—. ¿Lo llevamos de regreso o lo enterramos aquí? —Horst parecía aturdido por aquella situación inesperada. Era algo que no había imaginado, a pesar de que sabía que podían morir en cualquier misión.
—¿Qué os parece a vosotros? —dejó caer Horst—. No tenemos ninguna orden a este respecto. Podemos hacer lo que consideremos mejor —observó los rostros de Gross y sus hombres que eran de absoluta desazón.
—Era un compañero vuestro Werner. Haremos lo que decidáis. No tengo problemas, aunque entiendo que en las SS no se deja atrás a un compañero —Gross afirmó con la cabeza.
—Es verdad. Vendrá de regreso con nosotros y lo enterraremos en nuestra época —envolvieron el cuerpo de Helbing en una manta que se mantenía ceñida con dos cinturones de cuero y que permitía un traslado más cómodo del cadáver.
Georg y Hermann manipulaban la radio-baliza temporal para programar el regreso. El ingenio emitió un suave pitido. Una luz piloto indicaba que estaba en funcionamiento. Solo quedaba esperar los 35 minutos que quedaban. Aprovecharon para mirar con curiosidad el Arca, que descansaba en el suelo, con los travesaños para su transporte colocados en su lugar. Aunque su imagen se parecía a los muchos grabados que habían podido ver, su construcción era una combinación de madera y metal, pero de construcción más simple de lo que se esperaba de un artefacto de esa aparente sofisticación técnica. Los dos ángeles situados en su parte superior estaban uno frente a otro, de rodillas y con las alas desplegadas. No abrieron el Arca, aunque una lógica curiosidad embargaba sus mentes.
—Desde luego es más pesada de lo que imaginaba y también más simple en su construcción —dijo Emil.
—No sé qué contiene. No puedo imaginarlo —Georg miraba si la tapa tenía hendiduras o goznes para su apertura—. Aquí está la hendidura de apertura —dijo señalando en un punto.
—No podemos abrirla. Esa no es nuestra misión, Georg —dijo Horst, enfriando las ganas y la curiosidad de los demás. Había que ser disciplinado en los traslados, y ese asunto estaba muy claro.
—¿Es de oro, Emil? —preguntó Stümpel, acariciando la superficie del arca.
Emil contestó sin apartar la vista del legendario objeto—. Creo que sí, y de alta pureza, si los datos bíblicos son ciertos.
Unos adornos laterales también dorados remataban la caja en sus cuatro caras sobre las que descansaba la tapa, que le daba un aspecto más acabado y único. No llevaba ningún símbolo hebreo, ni de otro origen. Quien la hubiera fabricado no había dejado su sello o impronta. No estaba sobrecargada de adornos, sino que era muy sobria. No podían imaginarse cómo podía funcionar. No parecía peligrosa.
Willy Seelig, uno de los hombres de Gross que había permanecido en la primera posición MG sobre el terraplén, observaba atentamente los alrededores para prevenir cualquier incidencia.
—Me temo que vamos a tener compañía —dijo señalando un punto hacia el norte.
Horst cogió unos prismáticos, ya que la tenue luz del amanecer ya permitía vislumbrar algo. Un grupo de jinetes a caballo se dirigía hacia allí. Eran unos cuarenta hombres. Dos carros los seguían a una cierta distancia.
—No creo que vengan por todo lo que acaba de suceder —dijo mirando al grupo—. De todas maneras, preparemos una MG y nuestras armas de mano.
Willy Seelig y Karl Höhne volvieron a preparar su ametralladora sobre el trípode y colocaron el peine de balas. La MG42 estaba perfectamente engrasada y su aspecto era imponente. Seelig, el tirador, apuntaba hacia el grupo que se iba acercando por el horizonte. Ajustaba la mira y el alza del arma. Era fundamental. Los jinetes y los carros levantaban una columna de polvo a su paso, con lo que su localización no era difícil. Estaban, en aquel momento, a menos de dos kilómetros de allí. La MG42 podía alcanzarlos sin dificultad. Por lo que calculaba Horst, y a la velocidad con que se desplazaban, llegarían casi al mismo tiempo en que ellos iniciarían el traslado.
—Espero que no tengamos problemas. Ya hemos tenido bastantes contratiempos y aún nos falta lo más importante: el regreso.
El tiempo pasaba lentamente, mientras miraban a su alrededor con impaciencia.
—Tendría que haber un sistema por el cual pudiéramos avisar al concluir la misión y pudiésemos iniciar el traslado al instante —sugirió Georg.
—La verdad es que es una experiencia tremenda. Parece que el cuerpo vaya a romperse —dijo Stümpel, pensando en voz alta.
—Desde luego, es lo peor de todo —contestó Horst, ya que era lo que más le molestaba de todo el sistema temporal.
—Para mí lo peor es no saber dónde estás mientras se realiza el traslado. Mientras vuelas en el tiempo… —indicó Klaus, que estaba sentado sobre una piedra guardando algo de tierra en un pequeño recipiente, como era su costumbre en los traslados—. No sé en qué momento de la Historia podemos aparecer —remató. El nombre del camarada Karl Wehrmann apareció en la mente de todos ellos. ¿Dónde estaría ahora? ¿Sería alguien todavía, estaría vivo o se habría convertido en algo indescriptible? No podían contestar a estas preguntas. Casi era mejor no pensar en ello, aunque admitían que esa posibilidad existía.
El
Haupsturmführer
Johannes Günther seguía observando el arca con curiosidad.
—¿Cómo funciona? —dijo de repente—. No veo palancas, ni un cañón, ni antenas, ni nada obvio que indique su uso claramente… ¡Es solo una caja con dos ángeles! ¿Realmente funciona? —remató con una sonrisa.
De nuevo Horst tuvo que poner las cosas en su sitio.
—Comprendo vuestra curiosidad. Es un objeto único y legendario, pero no nos han pedido que lo investiguemos nosotros. Solo hemos de llevarlo a Alemania.
Un chasquido eléctrico indicó que parecía iniciarse el traslado.
—¡Se han adelantado! —dijo Horst de repente—. ¡Todos a vuestros puestos, poneos las gafas protectoras! —desmontaron la ametralladora a la velocidad del rayo y juntaron todo el material al lado del arca. Los chasquidos eran más continuados. Se pusieron las gafas. Todo estaba en orden, colocaron el material que habían llevado y se fueron situando en círculo alrededor del arca. No podían dejar nada allí.
De repente, comenzaron a notar la desagradable sensación habitual. Un inmenso arco voltaico rodeó a todo el grupo y una luz cegadora apareció a continuación. Lo que allí estaba pasando se podía ver a varios kilómetros de distancia. Una semi-esfera les cubrió totalmente, parecían estar dentro de una habitación sólida pero transparente, que les permitía ver qué pasaba alrededor. El hormigueo en sus extremidades, y finalmente en todo su cuerpo, fue creciendo en intensidad. Los chasquidos eléctricos eran de una intensidad descomunal. Horst pensó que la Campana tenía mucha más fuerza que antes. Un tirón formidable pareció romperlos por la mitad. Empezaba el traslado. Horst tuvo tiempo de mirar el arca por última vez. Todo se desvaneció en la tormenta temporal.
Horst fue el último en despertarse en la cama del hospital donde siempre eran llevados tras los traslados. Estaba en los laboratorios subterráneos de la fábrica A.E.G. Wekstätten Fürstenau, en la Baja Silesia. Sus compañeros se movían libremente y parecían no solo de un excelente humor, sino muy recuperados físicamente. Era todo muy raro. Él tampoco estaba conectado a ninguna pantalla y todo era diferente a los últimos traslados. Parecía que la tecnología había solventado algunos de los problemas físicos derivados del sistema. Le sorprendía la rapidez con que la técnica avanzaba en este campo, que para él resultaba complicadísimo. Sin embargo, observó que el hospital parecía menos equipado que la última vez. Tenía lo justo para atenderles.
El doctor Helle apareció, como en el último traslado, y verificó que todo estaba en orden. También comentó con cada uno de ellos algunos datos médicos sin la mayor importancia.
Por último, habló con Horst aparte.
—Bien, todo está en orden,
Haupsturmführer
Bauer. Sus hombres y usted no tienen secuelas de este traslado. Por mi parte, tienen el alta médica a partir de este momento —Horst pareció alegrarse de la noticia, sin embargo no pudo ocultar su sorpresa por los cambios que había detectado.
—Doctor Helle —empezó—. Estará de acuerdo conmigo en que hay cosas que han cambiado con respecto al último traslado. Nuestra forma física y anímica es mucho mejor, y casi podríamos salir de nuevo a otro destino temporal sin más espera. ¿Qué ha pasado?
—
Haupsturmführer
Bauer —contestó el doctor Helle—, hay varias cosas que han cambiado. De entrada, estamos trasladando todo el equipo científico y material a Praga. El avance ruso, que detendremos en algún momento, no nos permite trabajar con la tranquilidad necesaria aquí en estos momentos. Allí estaremos mucho mejor y seguiremos nuestras investigaciones hasta la victoria final.
Horst confirmó con la cabeza las palabras del doctor Helle.
—Sí, el general Kammler nos comentó lo del traslado, pero no imaginé que fuese tan rápido.
Helle sonrió.
—El general Kammler es un hombre expeditivo, tiene muy clara la misión que debe realizar y el poco tiempo del que dispone. Hoy Alemania necesita de hombres como él. Resueltos e implacables. No es el momento de los titubeos ni de los pusilánimes. Nuestros enemigos son feroces y buscan la desaparición de Alemania en el más amplio sentido de la palabra.
Helle continuó.
—Por otro lado, hemos mejorado enormemente las consecuencias físicas del viaje temporal a través de los sensores que les pusimos antes de su partida y de un nuevo fármaco que les hemos inyectado a su regreso. Creo que el avance es obvio —Horst no pudo por menos que confirmar las palabras del doctor. Él y sus hombres eran un ejemplo de ese avance.