La supermente no podría oponer resistencia, ni enviar mensajes de alerta con la suficiente rapidez. Como veloces asesinos, las naves de la Yihad aparecerían, golpearían y desaparecerían. Omnius no tendría tiempo ni de ver venir el golpe.
Al menos esa era la idea…
Es posible que muramos mañana, pero hoy hemos de tener esperanza. Aunque no nos sirva para vivir más, al menos dará un sentido a nuestra existencia.
A
BULURD
H
ARKONNEN
,
Diario de los últimos
siete días de Salusa Secundus
Aunque la población en pleno de Salusa Secundus se entregó a aquel esfuerzo a gran escala, un mes no era suficiente para evacuar el planeta. Tenían que prepararse para lo peor.
Mientras la Liga se volcaba en la tarea de reunir suficientes naves, voluntarios para las tripulaciones y ojivas nucleares, Abulurd Harkonnen se quedó para ayudar a su hermano Faykan a administrar el gran éxodo desde el mundo capital de la Liga.
El comandante supremo Vorian Atreides había congregado su flota de naves que plegaban el espacio ante Salusa, formando una fuerza militar como nunca se había visto en la humanidad. Uno tras otro, todos los grupos de combate fueron activando los motores Holtzman y desaparecieron. Pasaría mucho tiempo antes de que tuvieran informes completos, pero Abulurd tenía fe en aquel plan desesperado. Cada mañana, después de unas pocas horas de sueño, se levantaba pensando en los nuevos planetas que habrían desaparecido del Imperio Sincronizado.
Sin embargo, por las imágenes que el padre y el hermano de Abulurd habían traído de Corrin, todos sabían lo que se avecinaba sobre la capital. Incluso si la Gran Purga lograba destruir el corazón del imperio enemigo, Salusa Secundus estaba condenada.
Abulurd no podía salvar a todo el mundo, pero trabajaba todas las horas del día para sacar de allí al mayor número posible de personas. Desde Zimia, Faykan dio instrucciones para requisar hasta la última nave y reclutar a toda persona capacitada.
Aquella misma mañana, Abulurd había ido a buscar a su madre a la Ciudad de la Introspección para meterla en una nave de evacuación. Todos sabían que no habría tiempo para evacuar a todo el mundo, y algunos se mostraron visiblemente indignados: no entendían que salvara a aquella mujer a expensas de la vida de otros. Su madre no era consciente de nada, no se daba cuenta del peligro, ni sabía que la estaban salvando.
Abulurd lo entendía, hasta se planteó la posibilidad de dejar a Wandra en una sección subterránea y fortificada de la Ciudad de la Introspección. Pero allí nadie cuidaría de ella. Había tantas cosas que considerar, tantas decisiones cruciales que tomar… Para él, cada aliento de su madre era importante, porque dejaba abierta la posibilidad —por muy remota que fuera— de que sobreviviera. No, no podía dejarla allí. Aquello le hizo pensar en Ix, donde Ticia Cenva había jugado a ser Dios al decidir quién se salvaba y quién no…
Finalmente, decidió hacer oídos sordos a las quejas y las acusaciones de favoritismo. «Es mi madre —se dijo a sí mismo—, y es una Butler». Apeló a la autoridad de Faykan, dio sus órdenes y se aseguró de que se cumplían.
Día tras día, Abulurd veía las multitudes que corrían a embarcar en las naves disponibles en el puerto espacial y llenaban las cubiertas de carga y de pasajeros con mucha más gente de la que estaban diseñadas para llevar. Veía el pánico en sus caras y sabía que no podrían pegar ojo hasta que todo aquello acabara. Él mismo se acostumbró a tomar dosis regulares de melange… no para protegerse de la plaga, sino para tener energía para seguir adelante.
Levantaba los ojos al cielo y veía partir las naves una tras otra. Muchas de ellas volverían a por más pasajeros; otras, temiendo la llegada inminente de la flota de Omnius, se quedarían bien lejos, dejando a Abulurd la posibilidad de rescatar cada vez a menos gente.
Las naves salvavidas y unas cuantas que aún estaban en cuarentena ya habían sido evacuadas a un lugar convenido lejos del sistema. Allí, a salvo de cualquier control de radar, esperaban pasar inadvertidas para la flota robótica.
Faykan se encargaba de los titánicos aspectos administrativos, acompañado en todo momento por su pálida sobrina, que había estado con él desde su llegada. Sin embargo, incluso en medio de aquella frenética evacuación, la fantasmal figura de Rayna Butler parecía tener su propia agenda. Hablaba bien claro y alto ante cualquiera que se parara a escucharla y, dado que había superado la plaga, muchos eran los que prestaban atención a sus palabras. La joven tenía una extraña voz que podía llegar a grandes multitudes, ante las que declaraba con apasionamiento su misión: la destrucción de todas las máquinas pensantes.
—Con Dios y Serena Butler de nuestro lado, no podemos perder.
«Si uno escucha sus palabras —pensó Abulurd— parece que no hay nada que temer». Habría querido poder inspirar a Faykan y Rayna para que incitaran a las masas a ayudar o a construir algo, en lugar de limitarse a proclamar sus rígidas creencias y destrozarlo todo.
Era imposible imponer un orden en aquel éxodo precipitado. En dos semanas, todos aquellos que querían huir o tenían acceso a alguna nave se habían marchado, pero muchas de las naves no tendrían capacidad o provisiones suficientes para mantener a su pasaje durante todo el período de emergencia, ya que nadie sabía exactamente cuándo llegaría la flota de combate de Omnius.
Otra cosa completamente distinta era el esfuerzo de cavar y rezar para que todo fuera bien. Equipos de ingenieros del ejército de la Yihad excavaron refugios subterráneos gigantes, los reforzaron con malla de aleación y vigas de soporte y los llenaron con montones de provisiones. Los que no hubieran logrado salir del planeta a tiempo se ocultarían en estas madrigueras, donde estarían protegidos durante el bombardeo inicial de la flota de exterminio.
Si tenían que basarse en sus experiencias anteriores, seguramente el ejército de máquinas atacaría y luego se retiraría. Sin embargo, si decidían eliminar totalmente la capital y establecer un nuevo dominio en el planeta, los supervivientes quedarían atrapados bajo tierra y sus posibilidades de sobrevivir serían prácticamente nulas. Aun así, no tenían elección.
Muchos salusanos, cuyas familias habían vivido durante generaciones en el planeta, no habían querido marcharse. Prefirieron quedarse y arriesgarse, aunque Abulurd estaba convencido de que cambiarían de opinión en cuanto vieran llegar las naves de Omnius.
Aquella tarea parecía imposible, desesperada. Pero Abulurd haría lo que pudiera. Vorian Atreides le había encomendado la misión… no necesitaba más incentivos.
Las naves de evacuación seguían despegando del puerto espacial de Zimia y otras plataformas de lanzamiento por toda Salusa. Al principio, los equipos de monitores trataban de llevar un registro de quién se iba y adonde, y quién seguía en el planeta. Pero las apabullantes cifras enseguida hicieron imposible el esfuerzo. Ahora Abulurd y sus compañeros se limitaban a ayudar a la gente a salir. Si sobrevivían, ya se ocuparían de aquello más adelante.
Si la Gran Purga funcionaba y lograban destruir todas las encarnaciones de la supermente, el padre de Abulurd, el comandante supremo Atreides y lo que quedara de la flota de naves que plegaban el espacio, regresarían para enfrentarse a la fuerza de exterminación robótica, que ya no tendría quien la dirigiera.
Por el momento, como defensa, las pocas naves de guerra que quedaban sin motores Holtzman permanecían en la órbita de Salusa, formando un patético cordón defensivo alrededor del planeta. Todos los yihadíes que se habían quedado sabían que iban a morir. Habían visto la magnitud de la flota de Omnius.
Pero Abulurd no pensaba rendirse… no todavía. Allá fuera, en algún lugar, Vorian Atreides y Quentin Butler estaban dirigiendo la Gran Purga. Día tras día, mundo tras mundo.
Nuevas naves volaron hacia el cielo, cada una de ellas con un puñado de supervivientes que seguramente escaparían a la ira de Omnius. Por sí solo eso ya estaba bien. De alguna forma, entre todos acabarían obteniendo una victoria de aquel momento de desesperanza.
La imaginación del humano es infinita. Ni siquiera las máquinas más complejas pueden entender esto.
N
ORMA
C
ENVA
, pensamientos grabados
y descifrados por Adrien Cenva
Casi en trance pero sin acabar de caer, Norma mascó dos nuevas cápsulas de melange. La esencia de especia impregnó su boca y sus fosas nasales, hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas. Luego, en su mente viajó muy lejos de Kolhar…
La Gran Purga seguía su camino por los Planetas Sincronizados. Norma sabía que el ejército de la Yihad estaba eliminando a las encarnaciones de Omnius de las zonas fronterizas con sus ataques relámpago. Los planetas controlados por las máquinas caían, uno a uno, sin que el resto de las supermentes supiera nada.
Y su tecnología para plegar el espacio lo hacía posible.
Pero en lugar de estar orgullosa, Norma intuía una profunda turbación en su psique. Extraños ecos de desastre resonaban por sus visiones inducidas por la especia, y se sentía terriblemente culpable.
Dado que no había logrado resolver los problemas de la navegación a través del espacio plegado, muchos soldados estaban muriendo. Cada vez que un grupo de combate saltaba de un objetivo al siguiente, su número se reducía. Y volvía a reducirse antes de que lograran llegar al siguiente. ¡Oh, un precio demasiado alto!
Con su cuerpo perfecto y hermoso, como un ángel vengador, Norma estaba sola en lo alto de uno de los enormes tejados planos de la planta de montaje de sus naves. Miraba al cielo de la noche, cuajado de estrellas titilantes y brillantes planetas. Algunos eran mundos de la Liga, otros, planetas dominados por las máquinas pensantes… y otros ya no serían más que pozos radiactivos, totalmente inertes.
La inmensidad del espacio la llamaba. Una brisa fresca agitaba sus largos cabellos. Norma había encontrado una forma de unir la galaxia entera, plegando el tejido del espacio. Todos los sistemas estelares que veía, y muchos más, ahora estaban al alcance del humano. Los motores Holtzman funcionaban, como ella había previsto. Pero seguía habiendo algo que se le escapaba.
«Mis motores siguen siendo defectuosos».
Su cuerpo estaba tan saturado de melange que ya casi nunca dormía. No como cuando era pequeña y dormía en las cálidas cuevas de Rossak. En aquellos tiempos, se acostaba con muy pocas preocupaciones en la cabeza, aunque su madre nunca le prestaba atención. Y para compensar el desagrado de Zufa, Norma se replegaba a otros territorios y jugueteaba con unas matemáticas tan esotéricas que casi entraban en el campo de la física y la filosofía.
Con la ayuda y el apoyo de Aurelius, importantes ideas habían empezado a insinuarse en la mente hambrienta y receptiva de Norma, como las primeras gotas de lo que acabaría por ser un océano. A los siete años, la reserva de su intelecto seguía aumentando y siempre se acostaba con la mente llena de problemas o ejercicios mentales; en el estado de duermevela que se produce justo antes de caer en el sueño profundo, muchas soluciones la tentaban, y rara vez se despertaba sin haberlas considerado todas en detalle.
En aquel momento, a su espalda, oía el silbido de un motor Holtzman que unos trabajadores estaban probando en el interior de uno de los edificios. Se concentró en el sonido, pero este se hizo más distante. Palpitando en su interior, las dosis masivas de melange la tranquilizaron, amortiguando sus percepciones sensoriales, al tiempo que reforzaban otras capacidades. El sonido se desvaneció gradualmente y su cuerpo dejó de notar la brisa. Era como si su pensamiento la estuviera elevando hacia el cielo estrellado.
Allá fuera, las naves de la flota de la Yihad plegaban el espacio y saltaban entre diferentes dimensiones para ir de un Planeta Sincronizado a otro. En su mente oyó a la tripulación de una nave que se evaporaba y desaparecía, oyó sus almas desgarradas… y todo porque no podía ayudarles a encontrar el camino. Deseó que el comandante supremo hubiera podido instalar los sistemas informatizados prohibidos en más que las doce naves principales. Si un ordenador estaba diseñado para ayudar a la destrucción de Omnius, ¿seguía siendo inherentemente malo?
O quizá tendría que haber diseñado rutas para la flota, haber hecho los saltos más cortos y a través de zonas espaciales más predecibles. Como en un sprint: haber cubierto las rutas seguras en un instante y haber seguido con la tecnología normal por las zonas sin cartografiar. Pero una precaución como aquella les habría costado demasiado tiempo. ¡Tiempo! Y el ejército de la Yihad no tenía tiempo.
Su visión seguía siendo muy vívida y le permitió ver las tormentas nucleares desatadas por las bombas de la Liga, huracanes de energía atómica de impulsos que arrasaban los enclaves de Omnius… y a los humanos cautivos, que en un primer momento lanzaban vítores y luego veían que ellos también estaban condenados.
Otro mundo de las máquinas que desaparecía, otro Omnius eliminado. Pero, con cada trayecto a través del espacio plegado, el ejército cada vez tenía menos naves.
Norma salió de pronto de su aturdimiento y se dio cuenta de que el extenso tejado estaba bañado por la luz de varios globos de luz. Adrien estaba muy cerca, observándola con aire preocupado. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? El sonido de los trabajos y las pruebas de los astilleros de pronto le llegó con una nitidez sorprendente.
—Hay tantas víctimas… —Notaba la garganta seca y carrasposa—. No pueden ver adonde les llevan mis naves y por eso están perdidos. Demasiados valientes soldados de la Yihad, demasiados prisioneros inocentes de los Planetas Sincronizados. Mis naves. Mi fracaso.
Los ojos oscuros de Adrien la miraron con resignación y estoicismo.
—Es uno de los precios que hay que pagar en esta guerra larga y sangrienta, madre. Cuando la Yihad termine, podremos volver al trabajo.
Aun así, durante toda la noche, Norma estuvo oyendo los gritos de los que morían resonando por y a través del espacio.
El camino del guerrero, momento a momento, está en la práctica de la muerte.
M
AESTRO DE ARMAS
I
STIAN
G
OSS
De acuerdo con el plan que Vor había establecido con el primero Quentin Butler antes de partir de Salusa Secundus, después de cada enfrentamiento con un Planeta Sincronizado cada grupo de combate enviaba veloces mensajeros. Dada la tasa de pérdidas estimada para cada salto en el espacio, no podían arriesgarse enviando soldados profesionales a cada uno de estos encuentros; en cambio, los voluntarios martiristas sí eran prescindibles.