Por el momento, su campaña de bombardeos nucleares había sido un éxito, pero habían logrado aquellas victorias a un precio tremendo. Después de tantos saltos por el tejido espacial, el número de efectivos era de menos de un cuarto que cuando partieron. Muchos de sus guerreros más brillantes, algunos de ellos amigos desde años atrás, estaban muertos. Y miles de inocentes habían muerto en los Planetas Sincronizados, desintegrados en la bruma atómica.
Los muertos eran tantos que Quentin sentía dos grandes cargas, el peso de la responsabilidad y el sentimiento de culpa del superviviente. Algún día, cuando tuviera tiempo, tendría muchas cartas que escribir, familiares a los que visitar… si sobrevivía.
Algunas de las naves que quedaban habían resultado dañadas en combate y se habían reparado lo justo para que pudieran arrojar sus ojivas nucleares, aunque no contaban con ninguna otra capacidad defensiva ni ofensiva. Otras tenían inutilizadas sus baterías de artillería; o los escudos Holtzman. Una docena de naves aún podían plegar el espacio, pero no tenían capacidad ofensiva. Solo podrían utilizarse en operaciones de rescate o, hasta cierto punto, como naves de relleno, para que la fuerza de ataque de la Yihad pareciera más importante de lo que era.
Cada pequeño elemento desempeñaba un papel importante.
A través del comunicador, la ayudante de Quentin transmitía con ojos brillantes instrucciones de última hora al resto de naves. Cuando Quentin dijo que estaba listo, el comandante supremo Atreides coordinó el salto por el tejido espacial para la ofensiva final contra Omnius.
—¡Pongamos rumbo a Corrin!
Como respuesta, los oficiales y los soldados lanzaron vítores, un gran rugido que resonó por el sistema de megafonía. A Quentin le dieron escalofríos. Décadas de guerra habían llevado a aquel punto. Si querían salir victoriosos, iban a necesitar cada técnica, cada instinto que los soldados hubieran aprendido en la batalla.
Las naves enemigas empezaron a aparecer de improviso. Más de doscientas, todas ellas con los distintivos del ejército de la Yihad.
—Han venido a eliminarnos, Gilbertus —dijo el robot.
—Nuestras defensas aguantarán —insistió la supermente con voz atronadora desde uno de los paneles de las paredes—. He realizado simulaciones y cálculos.
Poco a poco, los primeros grupos de naves robóticas en regresar habían ido ocupando posiciones alrededor de Corrin, formando una serie de anillos defensivos y trampas. Sin embargo, el grueso de la flota aún estaba de camino. Con aquello no podrían repeler a los fanáticos humanos. Erasmo contempló a los atacantes hrethgir que amenazaban Corrin, consciente de que sus bodegas de carga estaban llenas de naves atómicas de impulsos.
Una vez más, Omnius había infravalorado claramente al enemigo humano. Erasmo sabía perfectamente que las defensas mecánicas que habían preparado a toda prisa y el puñado de naves de guerra que habían logrado regresar a tiempo no serían suficiente.
Estadísticamente, cabía la posibilidad de que los hrethgir ganaran.
Cuando empezaron a llegar los primeros informes tácticos, Quentin se acercó a la pantalla de proyección.
—Sus defensas son más importantes de lo que esperábamos. ¿Qué hacen todas esas naves de guerra ahí abajo? Pensaba que la flota de exterminación había partido hacia Salusa hace semanas. ¿Han dejado una fuerza de guardia?
—Es posible. Si no, es que alguien ha alertado al Omnius-Corrin —dijo Vorian Atreides por el comunicador—. Pero aun así podemos penetrar en sus líneas… si ponemos todo lo que tenemos en este último encuentro. Simplemente, será más difícil que nuestras otras victorias.
Quentin contó sus naves. Afortunadamente, no había perdido ninguna en el último salto desde el punto de encuentro, y eso le animó.
—Primero desplegaremos la red de satélites descodificadores. Nuestro principal objetivo es evitar que Omnius escape. —Vorian dio orden para que las naves lanzaran las boyas defensivas que habían construido a toda prisa, cada una equipada con un generador de impulsos. Los científicos habían preparado un entramado perfecto, una extensa red destructiva que formaría una barrera impenetrable para las mentes de circuitos gelificados de las máquinas pensantes. Era el concepto opuesto a los escudos de energía de Tio Holtzman, que los mundos de la Liga normalmente utilizaban para mantener a las máquinas fuera.
Las naves robóticas siguieron en sus posiciones, en una órbita cercana al planeta, como si estuvieran desafiando a los humanos. Los satélites descodificadores se dispersaron alrededor de Corrin, como semillas espaciales.
—Eso los dejará bien servidos —dijo Vor—. Preparados para activar la red descodificadora a mi orden…
En el puente de la nave de Quentin, la primera oficial gritó desde su puesto de observación.
—¡Se acercan más naves enemigas, señor! ¡Muchas!
—¡Por Dios y santa Serena, mirad! —exclamó uno de los voluntarios martiristas—. La flota de exterminio ha regresado.
Quentin dio la espalda a la imagen del pequeño grupo de naves robóticas concentradas alrededor de Corrin. Nuevas naves de la inmensa flota llegaron rodeando Corrin, con el sol coagulado a su espalda. Aunque estaban muy lejos del número de efectivos que él y Faykan habían visto en su expedición de reconocimiento, seguían llegando nuevas naves, ocupando más y más espacio. Llevaban los motores muy calientes, y parecían desperdigadas y desorganizadas, como si hubieran vuelto deprisa y corriendo.
Quentin observaba, tratando de calcular la cantidad de naves que regresaban.
—¡Activad los motores Holtzman! Maldita sea. Están demasiado cerca, y el sistema es demasiado imperfecto para que podamos saltar a través del espacio y aparecer del otro lado de esas naves.
Desde su nave insignia, el comandante supremo Atreides transmitió:
—Sabían que veníamos. De alguna forma lo sabían. El Omnius-Corrin los ha hecho regresar para salvarse.
Las enormes naves robóticas se iban cerrando más y más, formando un poderoso cordón para defender al último Omnius. Era un acto de desesperación, estaba claro, y la supermente parecía muy consciente de sus posibilidades. Pero, con solo un cuarto de sus efectivos y después de haber sufrido tantos reveses, por más que lo detestara, Quentin llegó a la conclusión de que no tenían suficiente potencia de fuego para traspasar la barrera defensiva.
Aun así, respiró hondo y transmitió a la nave insignia.
—Hemos ido demasiado lejos para rendirnos ahora. ¿Doy la orden de atacar? Quizá logren pasar las suficientes naves para que podamos lanzar nuestras bombas atómicas de impulsos antes de que tengan tiempo de organizarse.
Vor vaciló solo un momento.
—A estas alturas sería un gesto inútil, primero. Ninguna de nuestras naves podría penetrar en la atmósfera y soltar la carga nuclear. No pienso malgastar más vidas.
—Nos estamos ofreciendo voluntarios, comandante supremo. Es nuestra última oportunidad.
—No. Negativo. No lo haremos.
Quentin no podía creerse lo que oía.
—Al menos deje que activemos los satélites Holtzman que hemos desplegado. Así no podrán pasar nuevos refuerzos.
—Al contrario, primero. Quiero que todos se congreguen alrededor de Corrin. Por el momento, los satélites permanecerán inactivos. —Su voz tenía un tono satisfecho—. He tenido una idea.
Desde la superficie del planeta, las naves robóticas salían a la atmósfera a toda velocidad, activando su armamento, listas para convertirse en una barrera suicida si la Liga seguía adelante. La flota de guerra seguía acercándose desde detrás del gigante rojo, penetrando en el sistema, apiñándose por encima de Corrin como langostas. Las naves enemigas regresaban y tomaban posiciones, formando una barrera impenetrable.
Quentin empezaba a entender.
—Ah, está dejando que las máquinas se pongan ellas solas la horca al cuello.
—Ya que estamos, vale la pena dejar que hagan el trabajo por nosotros, primero.
Las naves robóticas seguían regresando, formando diferentes capas defensivas por encima de Corrin. Quentin sabía que no podrían vencerles. Ninguna defensa podría haber protegido Salusa de un enemigo tan formidable, pero por suerte habían vuelto atrás. Siguió mirando mientras las últimas naves rezagadas aparecían y ocupaban su sitio en la barrera para defender el último de los Planetas Sincronizados.
—Muy bien —dijo el comandante supremo Atreides—. Ahora activaremos la red descodificadora. —Y por su voz daba la sensación de que estaba sonriendo.
Flotando por encima de Corrin, los pequeños satélites Holtzman se activaron, creando una red letal alrededor del planeta. Cualquier nave robótica que tratara de pasar a través de la parrilla energética sería destruida. Ningún cerebro de circuitos gelificados podía atravesar aquella línea.
—No les hemos destruido —dijo Vor—, pero todas las máquinas pensantes que quedan están atrapadas en Corrin. Por el momento, esos satélites descodificadores evitarán que nos causen más problemas.
—Esto es como un empate —comentó Quentin mientras veía los informes de los escáneres. Su voz sonaba infinitamente cansada y decepcionada—. Están acorralados como ratas.
Vor evaluó la situación, conocía las probabilidades.
—Casi todas nuestras naves deben permanecer aquí para asegurar que las máquinas no vayan a ningún sitio… hasta que encontremos la forma de destruirlas. —Pensó en el siguiente paso, porque sabía que las máquinas seguían reforzando y reforzando sus defensas con cada minuto que él tardaba en tomar la decisión. Pero los satélites descodificadores los contendrían. Finalmente, meneó la cabeza.
—Ahora que tenemos a Omnius atrapado, debemos mantener nuestras fuerzas aquí y traer todo lo que podamos antes de que Omnius pueda fabricar refuerzos. Corrin será la última batalla, para las máquinas pensantes y para la humanidad. —Cerró el puño y golpeó el brazo de su asiento de mando—. Primero Butler, quiero que venga a mi nave. Usted y yo volveremos a Zimia a entregar nuestro informe.
—Sí, comandante supremo. —Quentin tenía la espalda encorvada, y sus hombros se doblaban por el peso de la derrota. Habían sacrificado tantas vidas, habían luchado tanto… De pronto dio un profundo suspiro porque lo comprendió. Aquel empate podía considerarse una victoria, sí. Para animar a sus soldados, habló por el canal general.
—Pensad en ello, mirad ahí fuera y veréis esa temible flota. ¡La flota entera! Al obligar a Omnius a traerlos de vuelta, hemos salvado las vidas de la población de Salusa Secundus.
—Habría preferido destruir a las máquinas pensantes —musitó su primera oficial, golpeando el respaldo de un asiento con el puño, visiblemente frustrada por tener que dejar aquello sin terminar.
—Aún hay tiempo para eso —dijo Quentin—. Encontraremos la forma. Preparados para replegar las naves a una distancia segura, aunque permanecerán en formación de contención.
La victoria. La derrota. No son más que imposturas, espejismos. Avanza hacia tu propia muerte luchando sin temor y la vida no podrá contarte entre la horda de esclavos que tiene.
M
AESTRO DE ARMAS
I
STIAN
G
OSS
El grueso de la maltrecha flota de naves que plegaban el espacio, aún con su carga de bombas atómicas de impulsos, permaneció en Corrin para mantener a las máquinas pensantes a raya. Cada día trataban de encontrar alguna pequeña brecha. Gracias a los satélites descodificadores, por el momento había un empate entre ambas fuerzas, aunque se trataba de un equilibrio muy frágil.
Vorian Atreides y Quentin Butler volvieron a Salusa Secundus. En el mundo capital de la Liga, el comandante supremo reunió otro grupo de naves de guerra, retirando las defensas de emergencia que habían quedado en órbita sobre Salusa mientras los evacuados empezaban a regresar. Convocó a las últimas grandes naves, incluso las que no estaban equipadas con motores que plegaban el espacio, para que partieran de inmediato hacia Corrin.
—Necesito hasta la última ballesta y jabalina. Todas.
—Eso nos dejará totalmente desprotegidos —exclamó el virrey interino, que había sido uno de los primeros en abandonar Salusa y fue uno de los primeros en regresar en cuanto se supo que el planeta ya no estaba en peligro—. ¿Es eso prudente militar o políticamente?
—De momento, no hay nada de lo que tengamos que defendernos. Si no logramos contener al último Omnius en Corrin, si no encontramos la forma de destruir a la última supermente, entonces ninguna defensa será suficiente —dijo Vor—. Soy el comandante supremo del ejército de la Yihad, y esto es una decisión militar: me llevaré esas naves.
Sus manos estaban manchadas con la sangre de miles de millones de personas, el precio que había aceptado para poder llevar a cabo la Gran Purga. No pensaba detenerse ahora. Quentin permanecía junto a él, como una piedra, con expresión dura, pero cada vez que conseguía decir algo su voz sonaba tranquila.
—No podemos confiarnos… ahora no, nunca. Aunque están atrapadas en Corrin, con la espada contra la pared, las máquinas son más peligrosas que nunca.
—No hay tiempo que perder. La última de las supermentes se siente acorralada; las máquinas dedicarán todos sus recursos a construir nuevas armas y reforzar sus defensas para que no podamos pasar —dijo Vor ante los miembros perplejos del Consejo—. Durante las próximas semanas, los próximos meses, por cada nave que Omnius construya, nosotros construiremos otra. No importa lo que nos cueste, no podemos permitir que las máquinas escapen.
Quentin miró a los políticos agitados de la mesa.
—En cuanto veamos una pequeña grieta en sus defensas, estaremos listos para entrar. —Dio un profundo suspiro, con aire agotado y quebrantado—. Hemos vendido nuestra alma para conseguir esta victoria, no permitiré que todos esos sacrificios hayan sido en vano.
En Zimia, Vor miraba al exterior. El sol estaba saliendo, y teñía con su luz dorada los hermosos edificios, muchos de ellos todavía vacíos. Una a una, las naves regresaban, trayendo a los evacuados desde los lugares donde se habían ocultado fuera del sistema. Durante la Gran Purga, Abulurd y Faykan habían hecho un buen trabajo preparando a Salusa para lo peor. En aquellos momentos, los dos Butler miraban a su padre y al comandante supremo.
Leronica ya había sido enterrada, aunque a Vor le habría gustado llevarla a Caladan. Estes y Kagin habían vuelto al planeta durante la evacuación, y no creía que regresaran a Salusa. Ya no tenían ninguna razón para volver.