Finalmente, divisó el primer objetivo de su misión.
La joven etérea estaba ante el escaparate de una tienda donde se vendían objetos mecánicos, apliques y objetos inocuos que habían escapado a la ira de los violentos y los saqueadores. Los ciudadanos de la Liga utilizaban esas cosas sin plantearse su origen, sin pensar que aquellos productos de alta tecnología eran primos lejanos de Omnius. Todas las máquinas, todos los aparatos electrónicos, todos los circuitos, eran tentaciones inherentemente malvadas. Se insinuaban en la vida diaria para que la gente aceptara alegremente la presencia de las máquinas.
Aspirando en silencio, Rayna cogió impulso con la palanca y rompió la cristalera, dejando al descubierto aquellos objetos. Entonces se puso a aporrearlos, hasta convertirlos en desechos de metal y polímero. Su primer golpe al enemigo. Sus visiones le habían dicho que debía acabar con aquella plaga desde dentro, borrar cualquier vestigio de las máquinas pensantes para que los humanos no pudieran volver a sucumbir en el futuro.
Presa de un frenesí extrañamente tranquilo, Rayna destrozó todo lo que veía. Cuando no encontró más manifestaciones mecánicas, fue hasta otro edificio, el de una empresa de contabilidad, y en la segunda planta encontró máquinas de cálculos. Las destrozó también. Un hombre que parecía debilitado y asustado se acercó para detenerla, pero se encogió cuando ella se puso a insultarle con frialdad y decisión y le reprendió por haber permitido la presencia de máquinas en su negocio.
—Los humanos solo encontraremos desgracias si no eliminamos todas las manifestaciones de los demonios mecánicos. ¡He escuchado la voz de Dios, y actuaré en consecuencia!
Ante tanta vehemencia, por bien que provenía de una persona menuda, el hombre huyó.
Había tanto que hacer que Rayna no hizo distinciones entre los diferentes niveles de la tecnología, las variaciones en la complejidad de los ordenadores. Fue incansablemente de un negocio a otro hasta que, finalmente, dos miembros de lo que quedaba de las fuerzas de seguridad de Parmentier la detuvieron. Pero no era más que una niña, la hija del gobernador fallecido, y después de observarla, los hombres se miraron entre sí.
—Ha pasado momentos muy duros. Solo está descargando su rabia de la única forma que puede. Y estoy demasiado cansado para ocuparme de nada que no sea una emergencia.
—E incluso con las emergencias yo muchas veces hago la vista gorda. —Uno de los hombres, alto y de piel oscura, señaló con severidad a Rayna—. Por esta vez lo dejaremos pasar, pequeña, pero no vuelvas a meterte en problemas. Vuelve a tu casa.
Rayna se dio cuenta de que era muy tarde. Estaba cansada, así que hizo lo que le decían y volvió a la mansión del gobernador.
Sin embargo, al día siguiente, volvió a salir con la palanca en busca de nuevos objetivos y estuvo destrozando todas las máquinas que encontraba y cualquier objeto que pudiera relacionarse con ellas.
Solo que esta vez la acompañaba una pequeña multitud de observadores, muchos de ellos macilentos martiristas. Y los observadores empezaron a cantar en señal de apoyo y se armaron también con garrotes…
La fe y la determinación son las mejores armas de un guerrero. Pero las creencias se pueden corromper. Cuidado, porque esas armas se pueden volver en tu contra.
M
AESTRO DE ARMAS
I
STIAN
G
OSS
Después de salir de Ginaz, en su primera misión Nar Trig e Istian Goss esperaban poder entrar en combate directo contra las fuerzas de Omnius. En vez de eso, los nuevos maestros de armas se encontraron formando parte de una embrollada acción policial y de recuperación en Honru.
—Lo normal habría sido que al hombre que lleva en su interior el espíritu de Jool Noret lo mandaran al frente —gruñó Trig—. Este lugar ha sido liberado, no veo por qué no pueden mantener ellos solos el orden.
—Recuerda lo que nos enseñaron: cualquier batalla en la que se defienda a la humanidad es importante. —Istian reprimió un suspiro—. Si esta misión es tan fácil como dices, terminaremos enseguida… y entonces podrán enviarnos a alguna batalla.
Cuando el batallón de Quentin Butler abandonó Honru, los supervivientes oprimidos se dejaron llevar por el afán de venganza, incitados por la propaganda de los martiristas. Los robots centinelas, los ojos espía y el resto de subsistemas que servían a la supermente fueron desmantelados, los circuitos se desconectaron, la maquinaria fue destrozada. Nar Trig miraba a aquellos fanáticos con una curiosidad voraz, como si intuyera en ellos un fervor muy parecido al suyo contra las máquinas pensantes.
Por desgracia, pensó Istian, estaban tan obcecados con aquella venganza que habían causado más daños de los necesarios. Si hubieran dedicado su energía y entusiasmo a reconstruir Honru en lugar de aplastar a un enemigo que ya había sido derrotado, los dos maestros de armas podrían haber luchado en batallas reales en vez de tener que perder el tiempo allí.
Las cuadras de los esclavos habían sido destruidas, y la gente acondicionaba alojamientos en el interior de antiguos edificios de las máquinas, levantaban tiendas de campaña y cobertizos, y sacaban las cosas que podían ser de utilidad de las fábricas de la antes reluciente ciudad. Altares extravagantes y coloridos a los tres mártires se extendían como la mala hierba por toda la ciudad y el campo, con sus minas a cielo abierto. Largos estandartes donde aparecían Serena, Manion el Inocente y el Gran Patriarca Iblis Ginjo ondeaban en los edificios altos. En lugar de cultivar productos comestibles, los granjeros martiristas plantaban prados de caléndulas, la flor que se había convertido en el símbolo del hijo asesinado de Serena Butler.
Istian y Trig avanzaban por las calles, alerta. Las filas de los martiristas habían aumentado notablemente, y con frecuencia sus agradecidos seguidores celebraban vigilias religiosas, se reunían para rezar. Se hacían con cualquier reducto de maquinaria que encontraban intacta entre las ruinas y luego la destrozaban en ceremonias simbólicas.
Sin embargo, los supervivientes empezaban a aplacarse, y cada día se volvían más hacia labores más productivas. Istian esperaba que Trig y él pudieran marcharse en cuanto llegara una nueva nave.
Mucha gente llegaba allí desde otros mundos de la Liga, algunos para reclamar una parte del nuevo territorio, otros porque querían ayudar realmente. El filántropo lord Porce Bludd, nieto de Niko Bludd, que había muerto durante el gran levantamiento de esclavos en Poritrin, contribuyó con fuertes sumas de dinero. Para la reconstrucción de Honru no iban a faltar dinero, recursos ni mano de obra. Lo único que fallaba era la falta de un objetivo concreto e iniciativa, pensó Istian.
De pronto oyeron un grito. Istian se volvió y vio a un hombre con uniforme de oficial que corría hacia ellos… era el administrador militar de la colonia. A pesar de su rango relativamente alto, el hombre era de sangre noble y tenía más de burócrata que de guerrero. Trig se llevó la mano a la espada de impulsos, listo para entrar en acción.
—¡Mercenarios! Necesitamos vuestra ayuda. —Con el rostro enrojecido por la carrera, el administrador militar se detuvo ante los dos maestros de armas—. Cuando estaban abriendo uno de los almacenes sellados de comida, los obreros han encontrado tres robots de combate ¡y aún están activados! Los mek han matado a dos de los nuestros antes de que pudiéramos cerrar de nuevo el depósito con ellos dentro. Tienen que destruirlos.
—Sí. —Trig esbozó una sonrisa feroz y se volvió hacia su compañero de entrenamientos—. Enseguida.
Istian miró con expresión decidida y satisfecha.
—Vamos.
En una zona de la ciudad llena de almacenes idénticos con forma de cubo y cámaras de almacenamiento, los dos mercenarios corrieron tras el administrador militar y una docena de yihadíes bien armados. Podían haber utilizado explosivos y pesados proyectiles para destruir a los robots, pero necesitaban los suministros, el material y los recursos que se habían conservado intactos en el interior de los almacenes. Además, Istian y Trig podían vencer a los enemigos con su saber hacer, y sin daños colaterales. Y los yihadíes querían ver a los mercenarios y su famosa habilidad en un combate cuerpo a cuerpo con el enemigo.
Una multitud los siguió hasta su destino. La gente gritaba. Algunos llevaban estandartes de los tres mártires. Trig alzó su espada de impulsos en un gesto desafiante, y los martiristas lo vitorearon. Istian se concentró en lo que tenían por delante, preparándose mentalmente para el enfrentamiento. Recordó las antiguas leyendas de valientes caballeros con armadura que se enfrentaban a dragones en sus guaridas mientras los campesinos miraban aterrorizados. Y supuso que él y Trig tenían una función similar.
Cuando por fin estuvieron ante la puerta metálica y sellada del almacén, Istian vio que su superficie lisa y pulida tenía abolladuras, como si hubieran lanzado proyectiles contra ella desde el interior. Evidentemente, los robots de combate habían intentado salir.
En cuanto la barrera de las puertas se abrió, las altas y voluminosas máquinas de matar avanzaron, proyectando apéndices puntiagudos, armas mortíferas, brazos lanzallamas, cañones proyectiles. La pesadilla de cualquier humano… y justo el tipo de enemigo al que los maestros de armas de Ginaz estaban entrenados para matar. Chirox les había enseñado bien.
Istian y Trig gritaron al unísono y se lanzaron al frente levantando sus espadas de impulsos. Los robots de combate parecieron sorprendidos ante sus pequeños oponentes. Una llamarada salió de uno de los brazos incineradores, pero Trig saltó hacia la izquierda, rodó por el suelo y se incorporó de un salto. Istian saltó hacia delante, agitando su espada contra el atacante. Con un solo golpe, envió una descarga de energía por el apéndice del robot de combate. El lanzallamas quedó flácido, sin energía.
Los otros dos robots giraron y convergieron cuando Trig cargó contra ellos. Los ojos del joven brillaban, y ni siquiera se molestó en intentar evitarlos. En la mano izquierda llevaba su espada de impulsos, y en la derecha una pequeña daga de energía.
Enfurecido con el mek que le había lanzado la llamarada, Trig se enfrentó a este, golpeando, cortando. Dio unos toquecitos en el botón de la empuñadura para aumentar la potencia de las descargas y, con un revoltijo de golpes bien dados, cortocircuitó la memoria central del robot, borrando de esa forma su programación y dejándolo totalmente inoperativo.
Istian se concentró en el otro robot que seguía intacto. La máquina levantó dos brazos de artillería, pero el joven era demasiado rápido y no le dio tiempo a reajustar la mira del objetivo. Los brazos lanzaron los explosivos cuando pasó por el punto muerto y estallaron, dejando un cráter humeante un metro por detrás de Istian. Había logrado entrar en la zona de vulnerabilidad.
La máquina replegó sus brazos de artillería y sacó otros dotados de hojas cortantes que se agitaban como tenazas. Istian las evitó, dejó que sus pensamientos fluyeran, tratando de sentir el espíritu de Jool Noret guiándolo desde su interior. Pero no sentía su presencia y pensó: «¿Por qué guardas silencio?»..
Por primera vez, Istian luchó sin pensar, sin temor a las heridas o al dolor. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, tres de los afilados brazos de la máquina cayeron con flacidez a los lados, como sauces marchitos.
Y para rematar la faena, golpeó con la espada de impulsos los brazos de artillería que la máquina había replegado, para evitar que disparara contra los espectadores fanáticos que no dejaban de acercarse, como si quisieran ayudar a derrotar al enemigo con sus manos desnudas. Si se acercaban demasiado, Istian sabía que habría una carnicería.
Aullando como un salvaje, Trig ya se había lanzado contra el último robot. La máquina agitó los brazos, tratando de utilizar un nuevo grupo de armas. Era evidente que se limitaba a defenderse y no estaba preparada para la furia de aquel guerrero enloquecido. Al verlo, Istian pensó con pesar que era en Nar Trig en quien tendría que haber renacido el espíritu de Jool Noret.
Rechinó los dientes y puso más empeño en la lucha.
Uno de los brazos con cuchillas del mek le acertó en el hombro y otro en el pecho. Pero Istian dobló su cuerpo hacia atrás en un ángulo increíble y el borde aserrado de la cuchilla solo dejó marcada en su esternón una fina línea de sangre.
Y se incorporó como movido por un resorte. Su espada de impulsos, puesta a su máxima potencia, golpeó el torso blindado del mek de combate lanzando una descarga que agotó definitivamente su batería, aunque paralizó los sistemas móviles del robot y dejó sus brazos y sus piernas inmovilizados, la artillería desactivada y la cabeza girando adelante y atrás.
Trig por su parte asestó un golpe en la columna de su adversario, bajo una lluvia de chispas que hizo que el mek se echara a temblar. Dio un segundo golpe, con la fuerza suficiente para romper los conductos y tubos de soporte y, finalmente, hizo saltar la cabeza blindada. El pesado cuerpo cayó al suelo.
Sintiendo que la adrenalina lo abandonaba como una presencia tangible —¿es posible que aquello fuera el espíritu de Jool Noret?—, Istian se desplomó y dejó caer su espada de impulsos al suelo. Los músculos le temblaban. A su lado, Trig caminaba arriba y abajo como un tigre salusano enjaulado buscando un nuevo oponente.
Antes de que pudieran volverse hacia el primer robot de combate, que estaba desactivado, aunque su cabeza seguía moviéndose adelante y atrás, los martiristas se arrojaron sobre él armados con sus propias armas, garrotes, martillos, palancas. La chusma descargó su rabia contra las tres máquinas derrotadas, golpeando y gritando, y convirtieron a aquellos monstruos asesinos en chatarra.
Saltaban chispas, las piezas se desprendían. Las unidades de procesamiento fueron aplastadas, los módulos de circuitos gelificados se extrajeron y quedaron desparramados por el suelo del almacén. La chusma no se detuvo hasta que, con un último y gran clamor, convirtieron la metralla en despojos irreconocibles.
—Podemos aprovechar este metal —dijo el administrador militar alegremente—. Los martiristas han iniciado un programa para reciclar los restos de las máquinas pensantes y utilizarlos como material de construcción, para herramientas agrícolas y carpintería. Las antiguas escrituras nos dicen que convirtamos las lanzas en podaderas.