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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (20 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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Y la evidencia se convirtió en algo indiscutible.

—¡Sí… Sí! —Miró con gesto triunfal a Mohandas, respirando agitadamente—. ¡El denominador común es la melange! Mira. —Y le mostró los historiales, uno a uno. Las palabras brotaban de su boca atropelladamente—. En su mayor parte, las muertes parecen concentrarse por grupos sociales, y en principio eso no tiene sentido. Las clases bajas son más propensas al contagio que las familias nobles o los ricos hombres de negocios. Hasta ahora no había entendido por qué, porque la alimentación y el sistema sanitario no hacen distinciones entre la población.

»Pero si resultara que una persona que consume especia tiene una mayor resistencia ante la exposición al virus, entonces ¡las clases bajas que no se pueden permitir la especia morirían en mayor número! Mira, incluso los pacientes a los que se ha administrado especia después de contagiarse responden mejor.

Mohandas no podía negar la evidencia.

—¡El doctor Arbar nunca probó la especia! Incluso si no es una cura definitiva, es evidente que la melange mitiga los síntomas. Da resistencia. —Se puso a andar arriba y abajo, pensando—. La molécula de especia es extremadamente compleja, una enorme proteína que VenKee nunca ha sintetizado ni ha logrado descomponer. Es muy probable que esta molécula bloquee la proteína mediante la que el virus transforma las hormonas del organismo en compuesto X. Digamos que si hay una parte de la enzima que normalmente ocupan la testosterona y el colesterol, que después se transforman en compuesto X, quizá la melange tiene una estructura lo bastante parecida a estas hormonas para ocupar esa parte y neutralizar así la enzima.

Raquella sintió que el color le subía a las mejillas.

—No olvides que los primeros estadios de la enfermedad incluyen la paranoia, las alucinaciones y la agresividad. La especia potencia los procesos mentales… y quizá también ayuda a proteger a la persona frente al contagio inicial.

Mohandas la aferró por los hombros.

—Raquella, si lo que dices es cierto, esto será un descubrimiento importantísimo. Podemos tratar a poblaciones enteras que todavía no hayan quedado expuestas al virus e inmunizarlas.

—Tienes razón, pero tenemos que actuar deprisa. Y ¿de dónde sacaremos tanta melange?

Mohandas bajó la cabeza.

—El problema es mucho más grave. ¿Acaso dudas que la epidemia ya habrá llegado a otros planetas? Es posible que se esté extendiendo por la galaxia como plaga de langostas. Tenemos que hacer llegar la noticia a la Liga a toda costa.

Raquella aspiró con fuerza.

—Mi… Vorian Atreides… ¡él lo hará!

Salió corriendo de la sala de archivos y fue a la sala de comunicaciones del hospital, ahora abandonada. Tenía que enviarle una señal antes de que su nave saliera del sistema. Como comandante supremo del ejército de la Yihad, él podía insistir en que se incrementara de forma drástica el suministro de especia a los planetas que pudieran estar en el punto de mira de Omnius.

Para su alivio, tras una larga espera, Vor contestó. Sin perder tiempo, Raquella le explicó lo que había descubierto y esperó. Finalmente Vorian dijo:

—¿Melange? Si es como dices, vamos a necesitar un montón. ¿Estás segura?

—Segurísima. Haz llegar el mensaje… y cuídate.

—Tú también —dijo Vor—. La central de VenKee en Kolhar está en mi ruta de vuelta a Salusa. Puedo hablar directamente con los responsables del comercio con la especia. —Y dijo algo más, pero la estática no le permitió oírlo bien, y luego la comunicación se cortó.

22

Un ejecutivo de éxito es como un jugador de póquer: debe esconder sus emociones o mostrar emociones falsas para que los demás no puedan utilizarlas en su contra.

A
URELIUS
V
ENPORT
,
El legado de los negocios

Durante casi dos semanas, Vor viajó en el
Viajero Onírico
a unas aceleraciones que solo un robot estaba preparado para soportar, decidido a llevar cuanto antes aquella información vital a la Liga. Su cuerpo empezaba a resentirse, pero sabía que cada minuto que pasaba podía significar la pérdida de más vidas.

Si aumentando la velocidad de su nave hasta los límites soportables conseguía salvar aunque solo fuera una vida, sería recompensa más que suficiente. El propio Agamenón le había enseñado esa lección cuando le sometió al tratamiento de extensión vital: el dolor es un precio muy pequeño a cambio de la vida.

Durante su largo viaje, Vor no había manifestado síntomas ni indicios de la enfermedad, no había visto ninguna de las señales sobre las que Raquella le había alertado. Eso significaba que era inmune. Y que por tanto podía poner manos a la obra enseguida sin miedo a contagiar a otros ni temer por su propia seguridad.

Vor varió su ruta dando un pequeño rodeo para ir a los astilleros de VenKee en Kolhar. Dadas las circunstancias, pensó que lo mejor era hablar directamente con los principales proveedores de especia. Las ramificaciones del descubrimiento de Raquella eran sorprendentes.

Aunque no fue ninguna sorpresa, cuando inició la aproximación a Kolhar Vor escuchó con pesar a través de las noticias que pasaban por los canales de comunicación que la epidemia había empezado a extenderse a otros mundos. Omnius hacía llegar la enfermedad con una eficacia implacable, contaminando un planeta tras otro, a pesar de los esfuerzos de la Liga por evitarlo. Se imponían cuarentenas, pero no con la suficiente rapidez; e incluso cuando las precauciones conseguían hacer que la epidemia quedara limitada a un territorio, como mínimo la mitad de la población estaba condenada a morir.

Vor era el único que tenía noticias esperanzadoras, y todo dependía de la cooperación de VenKee. Aquellos que consumían especia eran más resistentes a la plaga.

VenKee tenía el monopolio de las exportaciones de melange, y mantenía en secreto sus técnicas y sus proveedores. La empresa también tenía el monopolio de las naves que plegaban el espacio para el transporte comercial. En la mente de Vor las piezas encajaron enseguida: si querían contrarrestar el rápido avance del virus había que proporcionar medicinas de forma inmediata, y para eso era imprescindible el uso de las naves que plegaban el espacio. Y de especia…

Vor juró que no saldría de Kolhar hasta que tuviera lo que necesitaba.

Al final, la misma Norma Cenva acompañó a Vor en el
Viajero Onírico
a Salusa. Había previsto su llegada y, con una extraña e inexplicable presciencia, sabía que traería noticias urgentes. Después de oírle decir las primeras frases, Norma ya sabía tres cosas: la situación era crítica, la especia era fundamental para la supervivencia de la raza humana y debía ir con él a Salusa para dirigirse al Parlamento de la Liga.

Antes de partir, Norma mandó a tres pilotos mercenarios muy bien pagados con el mismo mensaje a bordo de naves de reconocimiento que plegaban el espacio. De este modo, el Consejo de la Yihad estaría al tanto de la situación y podría empezar a difundir la noticia. Para cuando ella y Vor llegaran, ya habrían empezado a mover las cosas.

Luego dio instrucciones a su hijo Adrien para que modificara todas las actividades de la empresa e incrementara la producción y distribución de especia hasta los máximos niveles posibles. Finalmente, siguió a Vor a su nave negra y plateada.

—Me concentraré mejor en tu nave que aquí. —Y señaló a los astilleros, donde aún estaban ocupados con las labores de reconstrucción y reparación debidas a la reciente explosión—. Tendríamos que partir enseguida.

Cuando despegaron, Vor puso la nave a una aceleración moderada, pero Norma le aseguró que su cuerpo podía aguantar una presión mayor que el de él, así que de nuevo llevó al
Viajero Onírico
a una velocidad de vértigo. La nave de actualización salió disparada del sistema en un vector directo hacia Salusa Secundus.

Durante el trayecto, Norma se concentró en sus pensamientos y sus cálculos, rodeada de notas, cuadernos electrónicos y otros materiales de su despacho de Kolhar. Pero, curiosamente, nada de aquello le hizo falta. No, en lugar de eso se encontró viajando al interior de su mente, absorbiendo y procesando cantidades ingentes de información. Descubrió que su capacidad mental aumentaba más allá de los límites imaginables.

Vor casi tenía la sensación de que no había nadie con él, aunque estaba acostumbrado a viajar solo. Durante las largas y tediosas horas de silencio, pensó con afecto en los tiempos en que volaba en compañía de Seurat. Dado el clima actual de guerra y maldad, no le habría ido mal poder distraerse jugando con el robot, o incluso con sus torpes intentos de hacer chistes.

El
Viajero Onírico
aterrizó entre sacudidas en una pista ventosa del puerto espacial de Zimia, en mitad del día. Norma salió de su trance, miró por la ventana de su camarote y vio la capital del planeta.

—¿Ya estamos?

Cuando iban de camino al edificio del Parlamento, ella y Vor se enteraron de que, durante las escasas semanas que había durado su viaje, la plaga se había extendido a una docena más de planetas. Los mejores científicos de la Liga no sabían cómo combatirla, aunque cuando los exploradores llegaron con la noticia del descubrimiento de Raquella sobre la melange, la demanda de especia había aumentado enormemente. Sin embargo, muchos planetas no tenían acceso a la suficiente melange.

Norma esperaba cambiar eso con su anuncio.

Mentalmente, Norma ajustó su apariencia, alisando su pelo rubio y suavizando su expresión. Mientras su cuerpo funcionara con la suficiente eficacia para lograr lo que quería, las apariencias poco le importaban. Pero hizo aquel esfuerzo en honor a su difunto marido.

Mientras subía los escalones junto al apuesto comandante supremo, vio claramente la importancia de su papel para el devenir de la humanidad. Norma se veía como algo efímero, como un soplo de oxígeno que permitiría que la vela siguiera encendida. No le importaba si la historia la recordaba o no. A ella solo le interesaba el trabajo. Y salvar vidas.

—¿Estás preparada? —le preguntó Vor—. Pareces muy lejos de aquí.

—Yo estoy… en todas partes. —Sus ojos pestañearon, y entonces se concentraron en el inmenso edificio que tenía ante ella—. Sí, estoy aquí.

En ese momento, un grupo de hombres con túnicas amarillas salió apresuradamente del edificio, llevando un cilindro de plaz que albergaba un cerebro. Norma lo miró con curiosidad cuando el grupo pasó junto a ellos con aire ensimismado. Aunque nunca había interactuado personalmente con ninguno de los antiguos cerebros, Zufa, su madre, le había hablado de sus métodos secretos.

—Vidad, uno de los pensadores de la Torre de Marfil —dijo Vor con visible desagrado. Y la apremió para que cruzaran las arcadas y pasaran al interior de las salas bulliciosas y resonantes del Parlamento—. Esta vez no dejaré que se inmiscuyan como hicieron con aquel absurdo plan de paz.

Desde que Serena se había convertido en mártir para reparar el daño que hicieron los pensadores de la Torre de Marfil, hacía más de medio siglo, Vidad residía en Salusa Secundus, dedicado al estudio de los registros históricos y los tratados filosóficos más recientes. También era un estorbo en asuntos de política, y se entrometía en el trabajo del Consejo de la Yihad. Vor habría querido que volviera con sus compañeros del planetoide helado de Hessra.

Cuando llegaron, el Gran Patriarca Xander Boro-Ginjo presidía la sesión, con su estrafalario y ostentoso collar de mando al cuello, un visible símbolo de su posición como líder espiritual de su pueblo. Junto a él, estaba sentado el alto y desgarbado virrey interino, O'Kukovich. Aunque teóricamente era el líder político de la Liga de Nobles, no tenía ningún poder real, no era más que una figura de relleno, como masilla en un agujero.

Norma y Vor ocuparon sus asientos en la primera fila de la sala de asambleas. Su llegada provocó cierto revuelo, aunque el Parlamento estaba en mitad de un largo debate sobre la propagación de la epidemia. Hasta el momento, que se supiera los planetas afectados eran quince, y todos temían que poco a poco irían llegando más malas noticias. El Consejo de la Yihad ya había propuesto que se tomaran medidas militares extremas para proteger Salusa Secundus.

Vor estudió el programa y vio una larga lista de informes y ponentes, todos ellos señalados como «urgente». Dio un suspiro y se recostó en el asiento.

—Aún tardaremos un rato.

Norma notaba el pánico en las voces de los hablantes, lo veía en sus rostros. Los representantes que estaban más cerca musitaban con nerviosismo entre ellos. Aunque una parte de su mente siguió con sus pensamientos y sus cálculos, se hizo cargo de la magnitud del desastre mientras escuchaba los sucesivos informes. En Salusa Secundus aún no se había dado ningún caso, y había una seria propuesta de ley para imponer el bloqueo total y proteger así a la población del planeta.

Norma se sentó más derecha cuando el siguiente poniente subió al estrado: la líder de las hechiceras de Rossak, su medio hermana, Ticia Cenva. Con su rostro de alabastro lleno de pasión y su larga cabellera rubia y la túnica de color hueso meciéndose levemente con una brisa inexistente, Ticia miró a su audiencia en silencio, intimidándola con su imponente presencia.

Norma no esperaba ninguna sonrisa de su medio hermana, ni siquiera un gesto de la cabeza. A pesar de sus extraordinarios talentos, su familia estaba rota, y ellas estaban muy distanciadas.

Durante años Zufa había visto a Norma como un fracaso y había preferido concentrarse en su contribución a la Yihad. Debido a sus poderes como gran hechicera, Zufa Cenva siempre había soñado con tener una hija perfecta, pero para cuando esa hija llegó, en la forma inmaculada de Ticia, Norma se había transformado en algo que superaba sus sueños más disparatados. Así pues, Zufa abandonó alegremente a la hija que siempre había querido y dejó que la criara otra hechicera de Rossak, y ella se entregó en cuerpo y alma al trabajo de Norma. Y luego fue asesinada, junto con Aurelius.

Ticia creció en Rossak, y manifestó todos los poderes mentales por los que su madre tanto había rezado, pero vivía en un pozo de resentimiento. Décadas más tarde, ocupó su puesto como hechicera suprema, como Zufa, solo que ella era más severa y se dedicó a su trabajo con mayor entrega que su madre. Norma, por su parte, vivía tan inmersa en sus teorías y sus cálculos, por no hablar de los negocios de VenKee, que rara vez se había molestado en visitar a su medio hermana. Ninguna de las dos habría considerado a la otra una «amiga», ni siquiera en el sentido más general de la palabra.

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