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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (49 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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Ella y Karee salieron de la sala de ordenadores y dejaron atrás el zumbido de los sistemas de ventilación y los generadores. Aquellos ordenadores se ocultaban y se cuidaban como oro en paño.

Las dos mujeres entraron en uno de los comedores comunales, donde un grupo de hechiceras y sus pupilas se habían reunido para comer y conversar tranquilamente. Ticia había dispuesto aquel lugar para que las mujeres pudieran hablar entre ellas sin tener que aguantar la cháchara absurda de los hombres sobre asuntos de negocios. Cuando la hechicera suprema tomó asiento, las otras mujeres levantaron la vista y la saludaron con un gesto respetuoso de la cabeza.

Sin embargo, aquel ambiente agradable se vio perturbado por los gritos entrecortados de un hombre. Un joven bajito y de hombros anchos entró dando traspiés en la sala, ayudando a otro. Las piernas del joven eran cortas, y su mata de pelo rubio estaba desordenada.

—Necesita ayuda. Hombre enfermo.

Ticia frunció los labios en una mueca de desaprobación. Jimmak Tero era uno de los Defectuosos, un bebé imperfecto que había sobrevivido. Tenía la cara ancha y redonda, la frente abombada, y ojos azules e inocentes muy separados. Su carácter dulce no compensaba su falta de inteligencia. A pesar de sus desprecios constantes, Ticia no había logrado convencerle de que allí arriba, entre la gente normal, no le querían. El seguía yendo.

—Hombre enfermo —repitió Jimmak—. Necesita ayuda.

Jimmak medio arrastró al hombre hasta una silla. El hombre se desplomó con el rostro sobre la mesa. Llevaba un mono de trabajo de VenKee, con muchas herramientas y bolsillos y bolsitas de muestras. Era uno de los buscadores que vagaban por las selvas de Rossak recogiendo productos de uso farmacéutico. Jimmak, que era un salvaje, ayudaba con frecuencia a aquella gente, guiándola por las zonas más oscuras y laberínticas de la selva.

Ticia se acercó.

—¿Por qué le has traído aquí? ¿Qué ha pasado?

Karee Marques permaneció junto a Ticia, y Jimmak las ayudó a incorporar al enfermo. Al verle la cara, Karee lanzó una exclamación. Ninguno de ellos había visto aquellos síntomas desde hacía casi dos décadas, pero eran inconfundibles.

—¡La plaga!

Muchas de las mujeres que había en la sala se levantaron enseguida y se apartaron. A Ticia se le aceleró la respiración, se le secó la boca y la garganta, pero se obligó a hablar con voz tranquila y analítica. No podía permitir que las demás la vieran dudar.

—Tal vez. Pero si es así, se trata de una cepa diferente. Tiene las mejillas sofocadas y decoloración en los ojos. Pero esas manchas de la cara son distintas… —Muy adentro, con una certeza indefinible, intuyó algo que habría costado horas y más horas de pruebas—. Aunque, sí, básicamente, creo que se trata del mismo virus.

Ticia sabía que la amenaza de las máquinas pensantes no había terminado. Aunque Omnius les había atacado con las pirañas mecánicas, la premonición de Norma era demasiado apremiante, y auguraba un desastre mucho mayor que el que provocaron aquellos bichitos. Quizá aquellas cápsulas también contenían el retrovirus… aunque lo más probable es que en Rossak la enfermedad hubiera estado latente, que hubiera pasado años madurando en la selva, mutando, volviéndose más mortífera.

—Va a morir —dijo Ticia mirando al buscador de hierbas. Y luego se volvió hacia Jimmak con mirada severa—. ¿Por qué no te has encargado de él tú mismo? Así a lo mejor habrías infectado a todos los Defectuosos y os habríais muerto de una vez. —La energía chisporroteaba en sus cabellos rubio platino por la ira descontrolada. Pero trató de concentrarse—. No tendrías que haberlo traído aquí, Jimmak.

El joven la miró con sus ojos bovinos, con aire herido y decepcionado.

—¡Vete! —espetó ella—. Y si encuentras más víctimas, no las traigas.

Jimmak se escabulló, andando hacia atrás con torpeza. Cuando se dio la vuelta, lo hizo con aire apocado, con la cabeza gacha, como si quisiera desaparecer.

Ticia lo siguió con la mirada y meneó la cabeza, sin hacer caso del enfermo que tenía en la mesa. Detestaba a aquellos Defectuosos, que sobrevivían miserablemente en la selva en lugar de morirse. Los habría despreciado a todos incluso si uno de ellos no hubiera sido hijo suyo… Jimmak.

59

Existe un equilibrio enloquecedor en el universo. Cada momento de alegría queda compensado por un momento igual de tragedia.

A
BULURD
H
ARKONNEN
, diarios privados

Para cuando su ascenso a bashar hubo superado los trámites burocráticos del ejército de la Humanidad, Abulurd Harkonnen ya había elegido un equipo de soldados para analizar las mortíferas pirañas mecánicas. Había estudiado personalmente los historiales de servicio y las hazañas de científicos, mecánicos, ingenieros, y eligió solo a los mejores. Y, en nombre del bashar supremo Vorian Atreides, requisó unos laboratorios que recientemente habían quedado vacíos, no muy lejos de la mansión administrativa del Gran Patriarca.

Se habían encontrado miles de aquellos bichitos agotados por toda Zimia, como un mortífero granizo. El equipo de investigación de Abulurd desmontó más de un centenar, y descubrió así los circuitos con la rígida programación y la minúscula pero eficaz fuente de energía que permitía a cada uno moverse… y matar.

Aunque Abulurd no era científico, comprobaba periódicamente los avances que se hacían en los laboratorios.

—¿Tienen ya alguna idea sobre cómo defendernos? —preguntaba a cada hombre y cada mujer cuando pasaba por sus mesas de análisis—. ¿Qué hemos de hacer para detenerlos la próxima vez? Omnius es muy persistente.

—Tenemos muchas ideas, señor —dijo una ingeniera sin levantar la vista de un potente microscopio con el que estaba estudiando los diminutos mecanismos—. Pero antes de hacer nada definitivo, necesitamos entender mejor estas pequeñas armas.

—¿Funcionarían contra ellos los impulsos Holtzman?

Otro de los ingenieros meneó la cabeza.

—No es probable. Estos artefactos son muy primitivos. No tienen tecnología de circuitos gelificados, así que los impulsos descodificadores no les afectan. Sin embargo, en cuanto comprendamos lo que impulsa su programación, seguramente podremos desarrollar un arma igual de efectiva.

—Continúen —dijo Abulurd. Cuando consultó el reloj, se excusó y se fue a toda prisa a sus alojamientos provisionales para prepararse para la ceremonia. Ese día le iban a colocar su insignia con el nuevo rango durante una ceremonia oficial.

La pequeña habitación de Abulurd era austera. Había regresado hacía muy poco a Salusa después de un año con la flota de vigilancia de Corrin, así que tenía muy pocas posesiones. Y no escuchaba música para relajarse. Su vida era el ejército, y poco tiempo le quedaba para pasatiempos, compras, lujos… para nada.

Aunque tenía treinta y ocho años y alguna vez había tenido algún amorío, no estaba casado ni tenía hijos. Todavía no le apetecía sentar cabeza y concentrarse en otras prioridades. Sonriendo, se puso su uniforme cuidadosamente planchado. Durante un largo momento, se estuvo mirando en el espejo. Ensayó una expresión adecuadamente solemne, pero se sentía muy agitado y el corazón le latía con fuerza. Ojalá hubiera estado allí su padre. Se habría sentido orgulloso.

Pero hacía ya tiempo que el primero había partido en compañía de Porce Bludd en un viaje de reconocimiento por los Planetas Sincronizados afectados por los ataques radiactivos. Faykan accedió a ocupar el lugar de su padre y colocarle a Abulurd su nueva insignia.

Abulurd comprobó su aspecto una vez más y decidió que su pelo, su uniforme y su expresión eran perfectos, así que salió.

En aquella ceremonia, setenta y ocho soldados iban a recibir ascensos y recomendaciones. Abulurd esperó pacientemente en su sitio mientras los que ocupaban los rangos más bajos y los más jóvenes recibían sus condecoraciones. Observaba a los oficiales de mayor edad, a los veteranos de guerra, los políticos consumados y los brillantes especialistas tácticos que habían actuado de forma determinante durante la Yihad y los años de recuperación. Parecían orgullosos de impulsar las carreras de aquella nueva hornada de oficiales.

Fue una decepción que Faykan cambiara de opinión en el último momento, aunque no le sorprendió. El virrey interino mandó una nota de disculpa por no poder ofrecer a su hermano menor la insignia con su nuevo rango. No dio detalles, pero Abulurd sabía que sus razones eran políticas. Al menos no se había molestado en mentir.

En el interior de la sala cavernosa del auditorio, el oficial permaneció sentado en silencio. Aunque sentía un peso en el corazón, no quería que se notara. Una demostración semejante le habría avergonzado. El hecho de que hubiera recuperado el apellido Harkonnen no significaba que ya no honrara el de los Butler.

Cerca del palco, sobre un pedestal, estaba el contenedor transparente con el cerebro vivo de Vidad, el último de los pensadores de la Torre de Marfil. Vidad había regresado a Salusa poco después de la Gran Purga con la noticia de que los otros pensadores habían muerto a manos de los cimek. Y poco más dijo sobre lo que había hecho durante su largo viaje; Abulurd le había oído murmurar a Vorian Atreides que seguramente el pensador se había ido porque no quería estar en Salusa cuando la flota robótica atacara los mundos de la Liga. Ahora, Vidad estaba allí de nuevo, con curiosidad, deseando ayudar o estorbar, dependiendo de su humor esotérico.

La ceremonia seguía su camino, y Abulurd permanecía sentado con rigidez, recordando todo lo que había logrado, cómo había seguido las órdenes sin vacilar, honrando a sus oficiales de mando. Siempre se había sentido obligado a hacer lo que le mandaban, y no por los honores ni las medallas que pudieran darle. Sin embargo, mientras veía a los otros oficiales recibiendo sus insignias entre los aplausos de sus amigos y familiares, comprendió lo maravilloso que sería. Contuvo un suspiro.

El nombramiento de Abulurd como bashar era la última actividad de aquella ceremonia larga y tediosa. Cuando finalmente llegó su turno, Abulurd se acercó con rigidez al estrado, solo. El maestro de ceremonias pronunció su nombre, y empezaron a oírse murmullos por toda la sala, junto con algunos aplausos educados.

Y entonces hubo cierto revuelo. El maestro de ceremonias anunció:

—Ha habido un cambio en la persona que ofrecerá la insignia con el nuevo rango a Abulurd Harkonnen.

Abulurd se volvió al oír que las puertas se abrían. Su rostro se iluminó, su boca se distendió en una sonrisa; sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. El bashar supremo Vorian Atreides acababa de entrar.

Vor subió al podio sonriente, y se colocó junto a Abulurd.

—Alguien tenía que hacerlo. —El guerrero veterano cogió la insignia como si fuera un tesoro. Abulurd se puso muy derecho. Vor se adelantó. Aunque aparentaba casi la mitad de años que Abulurd, se conducía con total seguridad y respeto.

—Abulurd Harkonnen, en reconocimiento a tu valor, tu iniciativa y la valentía que demostraste durante el reciente ataque contra Zimia… por no mencionar las incontables muestras de valor que has dado a lo largo de tu carrera en el ejército de la Yihad… me complace ascenderte de tu actual rango de bator al de bashar, en grado de cuarto. No conozco a ningún soldado que merezca este nombramiento más que tú.

Y dicho esto, le colocó la insignia en el pecho y luego le hizo darse la vuelta para que pudiera mirar a los allí presentes.

—Mirad bien a vuestro nuevo bashar —dijo, aún con una mano en su hombro—. Aún le quedan muchas hazañas por conseguir para la Liga de Nobles.

El aplauso fue algo apagado y disperso, pero el joven no tenía ojos para nada que no fuera la expresión de satisfacción paternal de Vorian. La opinión de los demás no le importaba, ni siquiera la de su padre o su hermano.

Vor se volvió a mirar a los otros mandos militares, a los oficiales de la Liga, incluso a Vidad.

—La valentía demostrada por el bashar Harkonnen en la crisis reciente me ha traído a la memoria acciones similares llevadas a cabo por su abuelo Xavier Harkonnen. —Hizo una pausa, como si los estuviera desafiando a que se quejaran—. Yo fui un buen amigo de Xavier, y sé que en su corazón solo había lealtad. De hecho, también sé que su nombre ha sido calumniado injustamente y que la verdad se ha ocultado por motivos políticos. Ahora que la Yihad ha terminado, no hay razón para seguir perpetuando esas mentiras y proteger a personas que hace mucho que murieron. Propongo que la Liga nombre una comisión para limpiar el nombre de los Harkonnen. —Cruzó los brazos sobre el pecho. Abulurd habría querido abrazarlo, pero siguió escuchando atentamente.

—Pero, bashar supremo… eso pasó hace ochenta años —dijo el Gran Patriarca Boro-Ginjo.

—Setenta y seis años. ¿Cambia eso algo? —Vor lo miró con dureza. Sin duda a Xander Boro-Ginjo no le gustaría lo que la comisión iba a descubrir—. Ya he esperado demasiado.

Entonces, como una ventana que se rompe inesperadamente en mitad de la noche, la felicidad de Abulurd quedó hecha añicos. Un hombre despeinado y con rostro coloradote se abrió paso hasta el auditorio.

—¿Dónde está el bashar supremo? Debo encontrar a Vorian Atreides. —Abulurd reconoció al noble de Poritrin, Porce Bludd—. Traigo terribles noticias.

Abulurd vio que Vor pasaba automáticamente a modo emergencia, igual que le había visto hacer ante la crisis de los bichitos mecánicos.

—En Wallach IX nos atacaron —exclamó Bludd—. Mi yate espacial está averiado…

El bashar supremo le interrumpió, tratando de hacer que ordenara sus pensamientos.

—¿Quién les atacó? ¿Las máquinas pensantes? ¿Sigue Omnius aún en alguno de los mundos atacados?

—No, Omnius no, fueron los cimek. ¡Titanes! Estaban construyendo monumentos, estableciendo una nueva base entre las ruinas. Quentin y yo bajamos a echar un vistazo y los titanes nos atacaron. Derribaron el vehículo aéreo de Quentin. Lo despedazaron. Quería rescatarle, pero los cimek atacaron y tuve que huir con la nave bastante tocada. Y vi cómo se abalanzaban sobre él.

—¡Los cimek! —dijo Vorian con incredulidad.

—Por muchos enemigos que derrotemos —dijo Abulurd con voz trémula, imaginando a su padre tratando de hacer frente a las máquinas—, siempre hay otros que ocupan su lugar.

60

La unión del hombre y la máquina sobrepasa los límites de lo que significa ser humano.

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Nuevas memorias

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