La biblioteca de oro (16 page)

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Authors: Gayle Lynds

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Thriller

BOOK: La biblioteca de oro
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Ryder lo observó, advirtiendo la soltura de sus articulaciones: las manos abiertas que parecían relajadas, pero no lo estaban ni mucho menos; la cabeza, que se desplazaba levemente de un lado a otro, indicando que el hombre inspeccionaba la zona con mucha mayor atención de lo que advertirían a primera vista la mayoría de las personas. Todo indicaba en él que se trataba de un profesional bien formado en las artes de la seguridad.

Eva miró a Ryder.

—¿Preston?

Ryder siguió observando al desconocido, memorizando sus rasgos.

—Sí, creo que sí —dijo.

CAPÍTULO
20

Los dos
bobbies
se volvieron y se plantaron hombro con hombro, cerrando el paso hacia los cubos de basura, al acercarse Preston. Este les dijo algo; pero la distancia difuminó sus palabras. Los policías, tras oírlo, se tranquilizaron un poco. Uno asentía con la cabeza y lo invitó a acercarse con un gesto de la mano.

Preston caminó hasta el cuerpo de Charles Sherback y se inclinó para mirarlo. Ryder observó que se le tensaban levemente los hombros.

Y entonces, sucedió. Con movimientos precisos, veloces, de pronto estaba erguido, empuñaba una pistola con silenciador y se volvía hacia los
bobbies
. Su cara no mostraba la menor emoción.

Ryder sacó su pistola de un tirón. Demasiado tarde. Preston disparó por debajo del otro brazo, acertando a quemarropa en el corazón del
bobby
más cercano, e, inmediatamente después, en el corazón del segundo. Estaba tan seguro de sus posiciones y de su propia capacidad para matar, que les había disparado sin tener que volverse del todo hacia ellos.

Eva se quedó rígida. Ryder le puso una mano en el brazo.

Los dos policías se quedaron inmóviles, aturdidos, convertidos en estatuas que sangraban. Cuando cayeron, uno se sentó con las piernas cruzadas y el otro apoyó una rodilla en tierra. Después, se derrumbaron; el primero cayó sobre el vientre; el segundo, de costado. Mientras les manaba la sangre, los brazos y las piernas se les movían convulsivamente.

Preston se guardó el arma en la funda y sacó a rastras el cuerpo de Charles de detrás de los cubos de basura. El ruido del roce de los talones sobre la calzada llegaba hasta la azotea. Preston se echó el cadáver al hombro y comenzó a andar. Ryder observó que seguía sin dar muestras de emoción.

—No quiere que nadie vea el tatuaje —opinó Eva.

Ryder estudió al asesino que se desplazaba. Llevaba el cuerpo de Charles sobre un costado. El cuerpo le cubría una parte del tronco, pero la cabeza y las piernas de Preston eran un objetivo más difícil todavía a aquella distancia. No tardaría en pasar por debajo de ellos y en tomar la salida del callejón para llegar al Renault. Ryder tenía que actuar rápidamente. El mejor objetivo era el tronco.

—Llame al 999 y explíqueles dónde está el callejón —dijo a Eva—. Vaya a la caseta a llamar. Desde allí no le llegará la voz al callejón. No les diga nada de nosotros.

Ella, sin decir palabra, tomó el teléfono móvil de Charles y echó a correr.

Ryder se apoyó bien, apuntó cuidadosamente, tomó aire, lo soltó, y disparó dos veces seguidas en rápida sucesión, apuntando al costado derecho de Preston para evitar darle en el corazón. Las detonaciones fueron ruidosas. Preston se tambaleó de pronto.

Pero mientras el cuerpo de Charles caía al suelo del callejón, Preston se rehízo, se dejó caer junto a él y rodó sobre sí mismo. Le apareció el arma entre las dos manos, apuntando hacia arriba, buscando al que le había disparado. Aquel hombre era francamente bueno.

Ryder apuntó y volvió a disparar dos veces.

Preston cayó hacia atrás, y Ryder tuvo entonces su momento de suerte. La cabeza de Preston golpeó la calzada. El impacto terminó con él. Preston se quedó inmóvil un momento. Cerró los ojos. Una mano soltó la pistola y la otra cayó al suelo, flácida.

Ryder, con una sonrisa adusta, corrió a la caseta de las escaleras.

Eva estaba de pie junto a la puerta.

—Les he llamado. Cuando les he dicho que había dos
bobbies
muertos, me han prestado mucha atención. Vienen de camino. ¿Ha matado a Preston?

—Espero que no. Quiero que lo interroguen a fondo. Apártese de la puerta.

Estaba cerrada con un candado. Rompió el cierre con la empuñadura de su Beretta y abrió la puerta. Salió una bocanada de aire con olor a cerrado y humedad. Sin más luz que la tenue de las estrellas, los escalones de cemento descendían hacia un abismo negro. Ryder encendió su linterna en miniatura, y los dos bajaron rápidamente, uno junto al otro.

Ryder habló con voz tranquila.

—¿Se siente capaz de hablar del tatuaje de Charles?

Aunque parecía que Eva lo estaba llevando bien, Ryder no tenía idea de en qué medida le había afectado lo sucedido.

—¿Está de broma? Claro que sí.

—A mí me parece que, dado que Charles quería que la biblioteca se descubriera, su intención era que el tatuaje fuera descifrable. Supongo que nos habló de Aristágoras y Heródoto porque pensaba que no solo entendería usted que había dejado un tatuaje, sino que entendería el mensaje. De modo que, volvamos al principio. ¿Qué significa
LAW 031308
?

Ella no dijo nada. Bajaron dos tramos de escalera más. Las puertas estaban numeradas, y vieron que habían llegado al sexto piso.

Eva se decidió por fin a dar su opinión.

—Supongo que
LAW
puede no tener nada que ver con la ley ni con el derecho. O puede que las letras sean unas iniciales, un acrónimo. Pero a mí no me suena ese acrónimo. «Lectores Asociados de Wellington»; «Liga Anti Washington» —dijo al azar—. Esto no tiene el menor sentido. El número es demasiado corto para ser un número de teléfono. Puede que tampoco sea una serie de cifras individuales, sino un número completo; dejando el cero, tenemos el 31.808. O puede que lleve una coma decimal. Pero ¿dónde iría la coma?

—Está bien, vamos a pensar en términos de códigos. Códigos de barras. Códigos postales. Algún tipo de código de envío.

—No me suena de nada.

Siguieron descendiendo en silencio.

—Puede que sí tenga que ver con la ley —dijo él—. ¿Tuvieron alguna vez un pleito su marido y usted?

—De eso me he librado.

Cuando llegaron a la planta baja, él entornó un poco la pesada puerta cortafuegos de metal y atisbó al otro lado. Cerró la puerta con suavidad.

—Tenemos compañía —dijo—. Hay un guardia en un puesto de recepción, y tiene aspecto de estar odiosamente atento. No estoy con humor de correr más riesgos. Bajaremos al sótano.

Descendieron de nuevo.

A él se le ocurrió una idea.

—Puede que el código sea una cosa personal. Ya sabe, personal de Charles y de usted.

Cuando llegaron a lo más profundo, la puerta de la escalera daba a un garaje vacío, iluminado por luces fluorescentes dispuestas aquí y allá, en el techo. A treinta metros de distancia ascendía una rampa hacia la entrada de vehículos. Estaba cerrada con una pesada puerta de garaje, pero junto a esta había una puerta auxiliar para peatones. Corrieron hacia ella. Estaba cerrada con llave, pero en esta ocasión no había ningún candado que Ryder pudiera abrir de un golpe. Este inspeccionó el terreno y enroscó el silenciador a su Beretta.

—Apártese —le ordenó.

Ella le obedeció, y él apuntó hacia abajo para que la bala diera en el suelo al otro lado. Disparó.
Pum
. Saltó una bocanada de polvo metálico.

Se guardó el arma, hizo girar el picaporte y se asomó al exterior. Estaban en una calle transitada, pero él no sabía en cuál.

—Parece seguro —dijo a Eva.

Salieron a la calle, donde los recibió el mal olor de los tubos de escape. Pasaba por la acera bastante gente que iba o volvía de los bares y locales. Se abrió la puerta de un
pub
y se oyó la música
tecno
fuerte que sonaba en el interior. Pero por encima de todo se percibían los aullidos de más sirenas de Policía. Él calculó que eran dos.

Ryder echó una mirada a Eva, vio su expresión de alarma.

—Con suerte, se dirigen al callejón —le dijo—. Encontrarán a Preston, y los disparos en los cuerpos de los policías coincidirán con su pistola.

—Sí; pero puede ser que tengan una descripción de nosotros por la primera llamada por la que acudieron los dos
bobbies
al callejón. El que llamó pudo habernos visto.

Aquello también lo preocupaba a él. Aquella noche se habían dado tantas circunstancias imprevistas, que ya no daba nada por hecho.

Mientras caminaban, ella siguió diciendo:

—He estado pensando en lo que dijiste, Judd…, lo de que el código puede ser una cosa personal de Charles y mía.

Era la primera vez que lo tuteaba.

—Dime.

—Las cifras podrían ser una fecha. Charles y yo nos casamos el 13 de marzo de 2000. De modo que el
03
puede ser el mes de marzo, el
13
puede ser el día, y el
08
, el 2008.

—Eso fue solo un mes antes de la desaparición. Y bien, ¿qué pasó en vuestro aniversario, en 2008?

De pronto vieron venir por la calle, hacia ellos, dos coches de Policía a toda velocidad. Las luces rotatorias azules y rojas hendían la noche como sables.

Él se alisó el pelo y la ropa.

—Tenemos que ir despacio y mezclarnos con la gente. Cógeme del brazo.

Pero ella deslizó su mano dentro de la de Ryder, y este sintió una sensación extraña, y tan agradable que se forzó a sí mismo a quitársela de la cabeza antes de que llegara a causarle dolor. Siguieron adelante bajo la luz de las farolas… y los coches patrulla pasaron ante ellos sin detenerse.

Él le soltó la mano y, para salvar las apariencias, se entretuvo en sacar el espejito y mirar por él.

—Han doblado la esquina.

Advirtió que Eva se relajaba. Cuando ella volvió a hablar, fue con voz de discutir seriamente de negocios.

—Si te digo la conclusión a que he llegado, tienes que prometerme que me llevarás contigo. Apuesto a que, después de todo lo que ha pasado esta noche, los de la Biblioteca de Oro tendrán muchas más ganas de librarse de mí. Quiero asegurarme de que los atrapan. Quiero estar allí.

—Me estás haciendo chantaje.

Ella le dedicó una sonrisa irónica.

—Parece que he aprendido algo de ti.

Él, a su vez, no pudo contener otra sonrisa.

—Muy bien; trato hecho —dijo. La miró con severidad.

Pero, si te llevo conmigo, tendrás que hacer exactamente lo que yo te diga… cuando yo te lo diga. Lo digo en serio, Eva.

—El profesional eres tú. Todo lo que digas, siempre que seas razonable.

—No. Esto no es negociable. Míralo de este modo: si vienes, me estarás poniendo en peligro a mí también. No habrá tiempo de hacer preguntas ni de discutir.

Ella soltó un suspiro.

—Está bien. Así que… lo que creo es esto. En 2008, Charles y yo celebramos nuestro aniversario haciendo un viaje en avión a Roma. Visitamos a un viejo amigo suyo, Yitzhak Law. Es un catedrático bien conocido en nuestro campo. Charles y él solían quedarse conversando hasta altas horas de la noche. Compartían una pasión, la búsqueda de la Biblioteca de Oro. Puede que Charles llevara el tatuaje para indicar que Yitzhak sabe dónde está la biblioteca.

Ryder respiró hondo.

—Entonces, nos vamos a Roma —dijo.

Segunda parte

La carrera

Cuando las fuerzas de Aníbal se acercaban a Roma, uno de sus espías le hizo saber que corría en la ciudad el rumor de que Fabio, el dictador romano, estaba a sueldo de él. Sabiendo esta noticia, el gran caudillo militar se dedicó a asolar las comarcas circundantes, destruyéndolo y quemándolo todo a su paso… pero respetando las fincas de Fabio. En cuanto llegó a Roma la noticia, Fabio hizo proclamar que no era ningún traidor. Pero su gente no le creyó, y Aníbal ganó así un tiempo y una ventaja psicológica valiosos.

De la traducción del
Libro de los Espías

El espionaje es una actividad tan antigua como la humanidad, y un arte que han practicado desde hace mucho tiempo los estrategas más hábiles y más traicioneros.

Revista
US News
&
World Report

19 de enero de 2003

CAPÍTULO
21

Doug Preston, lleno de dolor, se despertó dando un respingo. El callejón. Seguía en el callejón, tendido en la calzada, cerca del cadáver de Charles Sherback. Volvió la cabeza haciendo un esfuerzo, y vio los cuerpos de los dos policías. Después, miró al otro lado y vio su propio Renault, más allá del coche de Policía. El callejón seguía desierto.

Miró con atención el cráneo pelado de Charles, que a la luz disponible parecía gris como un hueso viejo. ¿Qué demonios quería decir aquel tatuaje?

De pronto, le llegó al cerebro el estrépito de las sirenas de la Policía. Era aquello lo que lo había despertado. Se puso de pie trabajosamente. El corazón le palpitaba con fuerza. Se frotó el chichón que tenía en el cogote; era del tamaño de un huevo de águila. Le dolía el lado derecho del pecho como si le ardiera. Estaba muy magullado, pero no herido, pues llevaba bajo la chaqueta y la camisa un chaleco antibalas de Kevlar de última generación, y los proyectiles no lo habían atravesado.

Se sentía débil; se inclinó y se apoyó las manos en los muslos, intentando quitarse de encima el dolor a base de fuerza de voluntad. Por fin, asió el cadáver de Sherback, consiguió echárselo al hombro y caminó penosamente hacia su coche. Cuando llegó a la entrada del callejón, oteó la calle estrecha, y después abrió la puerta trasera del Renault y echó a Charles al interior del vehículo.

Cuando se puso al volante y dio a la llave de contacto, el ruido de las sirenas le hizo saber que tenía pocos segundos para evitar que lo descubrieran. Pisó a fondo el acelerador, arrancó con chirrido de neumáticos, dobló la esquina derrapando, y redujo después la velocidad. Se sumó al tráfico con normalidad.

Se secó el sudor de la frente con mano temblorosa y soltó una maldición en voz alta. ¿Quién demonios había sido el que le había disparado? Debía de ser el mismo que había matado a Charles.

Pensó en el hombre que había visto asomado al borde de la azotea del edificio y que lo observaba pistola en mano. Pero por entonces él ya estaba lesionado, y el hombre le había disparado dos veces más sin darle tiempo de disparar a su vez. En ningún momento había visto al hombre más que como una silueta negra. Iba a resultar más difícil atrapar a Eva Blake si a esta la estaba ayudando un tipo que disparaba así de bien.

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