La bruja de Portobello (28 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: La bruja de Portobello
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Es de día, el cielo está nublado, y además de las nubes, los seres humanos creen que hay un Dios Todopoderoso que guía el destino de los hombres. Sin embargo, mira tu hijo, mira sus pies, escucha los sonidos que hay a tú alrededor: aquí abajo está la Madre, mucho más cercana, dándoles alegría a los niños y energía a los que caminan sobre Su cuerpo. ¿Por qué la gente prefiere creer en algo diferente y olvidar lo que es visible, la verdadera manifestación del milagro?

Yo sé la respuesta: porque allá arriba alguien de sabiduría incuestionable guía y da órdenes, escondido detrás de las nubes. Aquí abajo nosotros tenemos un contacto físico con la realidad mágica, libertad para escoger adónde nos llevarán nuestros pasos.

Palabras hermosas y exactas. ¿Crees que es eso lo que desea el ser humano? ¿Desea esa libertad para escoger sus propios pasos?

Creo que sí. Esta tierra sobre la que piso me ha trazado caminos muy extraños, de una aldea en el interior de Transilvania a una ciudad de Oriente Medio, de allí a otra ciudad en una isla, después al desierto, a Transilvania de nuevo, etc. De un banco de los suburbios a una compañía de venta de inmuebles en el golfo Pérsico. De un grupo de baile a un beduino. Y siempre que mis pies me empujaban hacia delante, yo decía “sí” en vez de decir “no”.

¿De qué te ha valido?

Hoy puedo ver el aura de la gente. Puedo despertar a la Madre en mi alma. Mi vida ahora tiene un sentido, sé por qué estoy luchando. ¿Pero por qué lo preguntas? Tú también has conseguido el poder más importante de todos: el don de curar. Andrea es capaz de profetizar y de hablar con espíritus; he seguido paso a paso su desarrollo espiritual.

¿De qué más te ha valido?

La alegría de estar viva. Sé que estoy aquí, todo es un milagro, una revelación.

El niño se cayó y se hizo daño en la rodilla. Instintivamente, Athena corrió hacia él, le limpió la herida, le dijo que no era nada, y el niño volvió a divertirse por el bosque. Usé aquello como una señal.

Lo que le acaba de pasar a tu hijo me pasó a mí. Y te está pasando a ti ¿verdad?

Sí. Pero no creo que haya tropezado y caído; creo que una vez más estoy pasando una prueba que me mostrará el siguiente paso.

En estos momentos, el maestro no debe decir nada; simplemente bendecir a su discípulo. Porque, por más que desee ahorrarle sufrimiento, el camino está trazado y los pies deseosos de seguirlo. Le sugería que volviésemos de noche al bosque, las dos solas. Me preguntó dónde podía dejar a su hijo; yo me encargaría de eso (tenía una vecina que me debía favores y a la que le encantaría quedarse con Viorel).

Al final del atardecer volvimos al mismo lugar, y por el camino discutíamos sobre cosas que nada tenían que ver con el ritual que estábamos a punto de realizar. Athena me había visto depilarme con un nuevo tipo de cera, y estaba muy interesada en saber cuáles eran las ventajas respecto a los otros procedimientos.

Hablamos animadamente sobre trivialidades, moda, sitios más baratos para comprar, comportamiento femenino estilos de peinados. En un determinado momento, ella dijo algo como “el alma no tiene edad, no sé porqué nos preocupamos por eso”, pero se dio cuenta de que no pasaba nada por relajarse y hablar de cosas absolutamente superficiales.

Todo lo contrario: ese tipo de conversaciones era divertidísimas, y cuidar la estética no dejaba de ser algo muy importante en la vida de una mujer (los hombres hacen lo mismo), pero de manera diferente, y no lo asumen tanto como nosotras).

A medida que me acercaba al sitio que había elegido —o mejor dicho, que el bosque estaba escogiendo por mí—, empecé a sentir la presencia de la Madre. En mi caso, esa presencia se manifiesta a través de una misteriosa alegría interior, que siempre me emociona y que casi me lleva a las lágrimas. Era el momento de parar y cambiar de tema.

—Coge algunos palos —le pedí.

—Pero si ya está oscuro.

—La luna llena de bastante luz, incluso estando detrás de las nubes. Educa tus ojos: han sido hechos para ver más allá de lo que crees.

Ella se puso a hacer lo que le pedí, blasfemando a cada rato porque había tocado un pincho. Pasó casi media hora, y durante ese tiempo no hablamos; yo sentía la emoción de la presencia de la Madre, la euforia de estar allí con aquella mujer que todavía parecía una niña, que confiaba en mí, que me hacía compañía en esa búsqueda a veces demasiado alocada par la mente humana.

Athena todavía estaba en la fase de contestar preguntas, como había respondido las mías aquella tarde. Yo ya había sido así en una época, hasta que me dejé transportar por completo al reino del misterio, sólo contemplar, celebrar, adorar, dar las gracias y permitir que el don se manifieste.

Veía a Athena cogiendo los palos, y veía a la niña que un día fui, también buscando secretos velados, de poderes ocultos. La vida me había enseñado algo totalmente diferente: los poderes no eran ocultos, y los secretos ya han sido revelados hace mucho tiempo. Cuando vi que la cantidad de palos era suficiente, le indiqué que parase.

Busqué, yo misma, unas ramas más grandes, y las puse encima de los palos; la vida era así. Para que prendiesen fuego, antes tenían que consumirse los palos. Para poder liberar la energía de lo fuerte es necesario que lo débil tenga la posibilidad de manifestarse.

Para poder entender los poderes que tenemos y los secretos qua ya han sido revelados, antes hay que dejar que la superficie —las expectativas, los miedos, las apariencias— se consuma. Entonces entramos en esta paz que ahora encontraba en el bosque, con el viento soplando sin demasiada violencia, la luz de la luna por detrás de las nubes, los ruidos de animales que salían por la noche a cazar cumpliendo el ciclo de nacimiento y muerte de la Madre, sin que jamás fuesen criticados por seguir sus instintos y su naturaleza.

Encendí la hoguera.

Ninguna de las dos tuvo ganas de decir nada; simplemente permanecimos contemplando la danza del fuego durante un tiempo que me pareció una eternidad, y sabiendo que, en aquel momento, cientos de miles de personas debían de estar delante de sus chimeneas, en diferentes sitios del mundo, independientemente del hecho de tener en sus casas modernos sistemas de calefacción; lo hacían porque estaban ante un símbolo.

Fue necesario un gran esfuerzo para salir de aquel trance, que aunque no me dijera nada en especial, no me hiciera ver dioses, ni auras, ni fantasmas, me dejaba en el estado de gracia que tanto necesitaba. Volví a concentrarme en el presente, en la chica que estaba a mi lado, en el ritual que tenía que hacer.

¿Cómo está tu discípula? – le pregunté.

Difícil. Pero su no fuera así, tal vez yo no aprendería lo que necesito.

¿Y qué poder está desarrollando?

Ella habla con los entes del mundo paralelo.

¿Igual que tú hablas con Santa Sofía?

No. Sabes que Santa Sofía es la Madre que se manifiesta en mí. Ella habla con los seres invisibles.

Yo ya lo había entendido. Pero quería estar segura. Athena estaba más callada que de costumbre. No sé si había hablado con Andrea sobre los acontecimientos de Londres, pero eso no venía al caso. Me levanté, abrí la bolsa que llevaba conmigo, saqué un puñado de hierbas especialmente escogidas y lo eché al fuego.

La madera ha empezado a hablar —dijo Athena como si fuese algo absolutamente normal, y eso era bueno; ahora los milagros formaban parte de su vida.

¿Qué dice?

De momento nada, sólo son ruidos.

Minutos después ella escuchaba la canción que venía de la hoguera.

¡Es maravilloso!

Allí estaba la niña, ya no la mujer, ni la madre.

Quédate como estás. No intentes concentrarte ni seguir mis pasos, ni tampoco entender lo que estoy diciendo. Relájate, siéntete bien. Eso es todo lo que a veces podemos esperar de la vida.

Me arrodillé, cogí un palo ardiendo, tracé un círculo a su alrededor, dejando una pequeña abertura para poder entrar. Yo también oía la misma música que Athena, y bailé a su alrededor, invocando la unión del fuego masculino con la tierra que ahora lo recibía con los brazos y las piernas abiertos, que todo lo purificaba, que transformaba en energía la fuerza contenida dentro de aquellos palos, troncos, seres humanos, entes invisibles. Bailé mientras duró la melodía del fuego e hice gestos de protección a la criatura que estaba dentro del círculo, sonriendo.

Cuando las llamas se extinguieron, cogí un poco de ceniza y la eché en la cabeza de Athena; después borré con los pies el círculo que había hecho alrededor de ella.

Muchas gracias —dijo ella—. Me he sentido querida, amada, protegida.

No lo olvides en los momentos difíciles.

Ahora que he encontrado mi camino, no habrá momentos difíciles. Creo que tengo una misión que cumplir, ¿no?

Sí, todos tenemos una misión que cumplir.

Ella empezó a sentirse insegura.

No me has respondido sobre los momentos difíciles.

No es una pregunta inteligente. Recuerda lo que te he dicho hace un momento: eres amada, querida y protegida.

Haré lo posible.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Athena había entendido mi respuesta.

Samira R. Khalil,ama de casa.

i nieto! ¿Qué tiene que ver mi nieto con eso? ¿En qué mundo vivimos, Dios mío? ¿Todavía estamos en la Edad Media buscando brujas?

Corrí hasta él. El niño tenía la nariz sucia de sangre, pero no parecía importarle mi desesperación, y me empujó:

Sé defenderme. Y me he defendido.

Aunque nunca haya tenido un hijo de mi vientre, conozco el corazón de los niños; estaba mucho más preocupada por Athena que por Viorel: ésa era una de las muchas peleas que iba a tener en la vida, y sus ojos hinchados no dejaban de mostrar cierto orgullo.

¡Un grupo de niños del colegio dijo que mamá era una adoradora del diablo!

Sherine llegó poco después, a tiempo de ver al niño ensangrentado y de armar un verdadero escándalo. Quería salir, volver al colegio para hablar con el director, pero yo la abracé. Dejé que derramase todas sus lágrimas, que expresase toda su frustración; en ese momento lo único que podía hacer era quedarme callada, intentando transmitirle mi amor en silencio.

Cuando se calmó, le expliqué con todo el cuidado que podía volver a vivir con nosotros, que nos ocuparíamos de todo; su padre había hablado con unos abogados al leer en el periódico lo de la denuncia que se estaba tramitando contra ella.

Haríamos lo posible y lo imposible por sacarla de esa situación, aguantaríamos los comentarios de los vecinos, las miradas de ironía de los conocidos, la falsa solidaridad de los amigos.

No había nada más importante en el mundo que la felicidad de mi hija, aunque yo no pudiera comprender por qué siempre escogía caminos tan difíciles y tan sufridos. Pero una madre no tiene que comprender nada; sólo amar y proteger.

Y enorgullecerse. Sabiendo que podíamos dárselo casi todo, se había ido pronto en busca de su independencia. Tuvo sus tropiezos, sus derrotas, intentó afrontar ella sola las turbulencias.

Buscó a su madre consciente de los riesgos que corría, y eso la acercó más a nuestra familia. Yo me daba cuenta de que jamás había escuchado mis consejos: conseguir un título, casarse, aceptar las dificultades de la vida en común sin quejarse, no intentar ir más allá de lo que la sociedad permitía.

¿Y cuál había sido el resultado?

Acompañando la historia de mi hija, me convertí en una persona mejor. Es evidente que no entendía nada de la Diosa Madre, esa manía de reunirse siempre con gente extraña, y jamás conformarse con lo que había conseguido después de mucho trabajo.

Pero, en el fondo, me habría gustado mucho ser como ella, aunque ya fuese un poco tarde para pensar así.

Iba a levantarme para prepararles algo de comer, pero ella me lo impidió.

Quiero quedarme aquí un poco, en tu regazo. Es todo lo que necesito. Viorel, vete un rato a la habitación a ver la tele, me gustaría hablar con tu abuela.

El niño obedeció.

Debo de haberte causado mucho sufrimiento.

Ninguno. Todo lo contrario, tú y tu hijo sois la fuente de nuestras alegrías y el motivo por el cual estamos vivos.

Pero yo no hice exactamente…

…qué bien que haya sido así. Hoy puedo confesar: hubo momentos en los que te odié, en los que me arrepentí de no haber seguido el consejo de la enfermera y adoptar a otro niño. Y me preguntaba : “¿Cómo una madre puede odiar a su propia hija?”

Tomaba pastillas, iba a jugar al bridge con mis amigas, compraba compulsivamente, todo para compensar el amor que te había dado y que creía que no estaba recibiendo.

“Hace algunos meses, cuando decidiste dejar otro empleo más que te estaba dando dinero y prestigio, me desesperé. Fui a la iglesia que hay cerca de casa: quería hacer una promesa, pedirle a la Virgen que tomases conciencia de la realidad, que cambiases de vida, que aprovechases las oportunidades que estabas desperdiciando. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa a cambio de eso.

“Me quedé mirando a la Virgen con el niño en su regazo.

Y dije: “Tú que eres madre, sabes por lo que estoy pasando. Puedes pedirme cualquier cosa, pero salva a mi hija, porque creo que va comino de su autodestrucción”.

Sentí que los brazos de Sherine me apretaban. Empezó a llorar de nuevo, pero era un llanto diferente. Yo hacía lo posible por controlar mi emoción.

¿Y sabes lo que sentí en ese momento? Que ella hablaba conmigo. Y me decía: “Escucha, Samira, yo también penaba así.

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