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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (2 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
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La crianza de los alados dragones había producido ahora ejemplares que necesitaban más espacio del que los Fuertes podían proporcionar. Los antiguos conos salpicados de cuevas de volcanes extinguidos, uno en las alturas del primer Fort, y el otro en las montañas de Benden, se revelaron idóneos, necesitados únicamente de unas cuantas reformas para que resultaran habitables. Sin embargo, aquellos proyectos consumieron todo el combustible que quedaba para los grandes taladros (previstos solamente para pequeñas operaciones mineras, y no para importantes excavaciones en la roca), y los subsiguientes fuertes y Weyrs fueron labrados a mano.

Los dragones y los jinetes en sus alturas y la población en sus cuevas se dedicaron a sus respectivas tareas, desarrollando paralelamente hábitos que se convirtieron en costumbres, y éstas en tradiciones tan incontrovertibles como leyes.

Luego llegó un intervalo —de doscientas Revoluciones del planeta Pern alrededor de su primario—, cuando la Estrella Roja estaba en el otro extremo de su errática órbita, una cautiva helada y solitaria. Ninguna Hebra cayó sobre el suelo de Pern. Los habitantes empezaron a disfrutar de la vida tal como habían creído que sería cuando llegaron al atractivo planeta. Borraron las depredaciones de las Hebras y sembraron cereales, cultivaron huertos y pensaron en repoblar de árboles las laderas asoladas por las Hebras. Incluso pudieron olvidar que habían estado en grave peligro de extinción. Luego, las Hebras reaparecieron durante otra órbita alrededor del lozano planeta —cincuenta años de peligro procedente de los cielos—, y los perneses volvieron a dar las gracias a sus antepasados, desaparecidos desde hacía muchas generaciones, por haberles proporcionado los dragones que eliminaban a las Hebras en pleno aire con su ígneo aliento.

La dragonería había prosperado también durante aquel intervalo; se había establecido en otras cuatro posiciones, siguiendo las directrices del plan de defensa. Los hombres lograron olvidar por completo que había existido una medida secundaria contra las Hebras.

Cuando tuvo lugar la tercera Pasada de la Estrella Roja, se había desarrollado una complicada estructura económico—social para hacer frente a aquel reiterado peligro. Los seis Weyrs, como eran llamados los cuarteles volcánicos de los dragoneros, se comprometieron a proteger a todo Pern: cada uno de los Weyrs tenía un sector geográfico del continente septentrional literalmente bajo sus alas. El resto de la población pagaría diezmos para mantener a los Weyrs, dado que aquellos combatientes, aquellos dragoneros, no tenían ninguna tierra cultivable en sus hogares volcánicos, ni podían dejar de atender a la crianza de los dragones para aprender otros oficios durante las épocas de paz, so pena de no poder defender al planeta durante las Pasadas.

Las colonias, llamadas Fuertes, se desarrollaron en lugares en los que existían cuevas naturales; algunas, desde luego, más extensas o mejor situadas estratégicamente que otras. Hacía falta un hombre fuerte para mantener bajo control a la frenética y aterrorizada población durante los ataques de las Hebras; hacía falta una sabia administración para racionar las provisiones de modo que no faltaran cuando no pudiera cultivarse nada, y medidas extraordinarias para mantener a la población útil y sana hasta que la amenaza se hubiera desvanecido. Hombres dotados de conocimientos especiales en metalurgia, ganadería, agricultura, pesca, minería (tal como existía), tejeduría formaron Artesanados en los cuales se enseñaba la correspondiente profesión, cuyos secretos eran conservados y transmitidos de una generación a otra. Dado que el Señor de un Fuerte no podía negar los productos del Artesanado situado en su Fuerte a los otros del planeta, los Talleres no estaban adscritos específicamente a un Fuerte sino que dependían directamente del Maestro de su profesión particular (el Maestro era elegido en base a sus conocimientos y a su capacidad administrativa). El Maestro Artesano era responsable del funcionamiento de sus talleres y de la distribución equitativa de todos los productos sobre una base más planetaria que regional.

Los Señores de los Fuertes, los Maestros Artesanos y, naturalmente, los dragoneros que garantizaban la protección de Pern durante los ataques de las Hebras, gozaban de ciertos derechos y privilegios.

La Estrella Roja se acercaba inexorablemente a Pern, pero volvía a alejarse también, y la vida podía discurrir con menos frenesí. Ocasionalmente, la conjunción de los cinco satélites naturales de Rukbat impedía que la Estrella Roja pasara lo bastante cerca de Pern como para dejar caer sus temibles esporas. A veces, sin embargo, los planetas hermanos de Pern parecían confabularse para arrastrar a la Estrella Roja todavía más cerca, y las Hebras llovían sin descanso sobre la desdichada víctima. El miedo crea fanáticos y los perneses no eran una excepción. Sólo los dragoneros podían salvar a Pern, y su posición en la estructura del planeta se hizo inviolable.

El género humano ha tendido siempre a olvidar lo desagradable, lo indeseable. Ignorando su existencia, puede hacer que desaparezca la fuente del antiguo Terror. Y la Estrella Roja no pasó lo bastante cerca de Pern como para dejar caer sus Hebras. La gente prosperó y se multiplicó, extendiéndose a través de las ubérrimas tierras, labrando más Fuertes en la sólida roca, y tan ocupada en aquellas tareas que no se dio cuenta de que sólo quedaban unos cuantos dragones en los cielos, y un solo Weyr de dragoneros en Pern. La Estrella Roja no volvería a acercarse durante muchísimo tiempo. ¿Por qué preocuparse por una posibilidad tan lejana? En poco más de cinco generaciones los dragoneros cayeron en desgracia. Las leyendas de pasadas hazañas v el mismo motivo de su existencia fueron puestos en tela de juicio.

Cuando, en el curso de las fuerzas naturales, la Estrella Roja empezó a girar más cerca de Pern, parpadeando con un maligno ojo rojizo sobre su antigua víctima, un hombre, F'lar, jinete del dragón bronce Mnementh, creyó que las antiguas leyendas estaban llenas de verdad. Su hermanastro, F'nor, jinete del pardo Canth, escuchó sus argumentos y encontró el creer en ellos más excitante que la monótona existencia en el solitario Weyr de Pern. Cuando el último huevo dorado de una reina se endurecía en la Sala de Eclosión del Weyr de Benden, F’lar y F’nor aprovecharon la oportunidad para hacerse con el control del Weyr. En su Búsqueda de una mujer fuerte que habría de ser el jinete de la reina a punto de nacer, F’lar y F’nor descubrieron a Lessa, el único miembro superviviente del glorioso Linaje que había gobernado el Fuerte de Ruatha Lessa Impresionó a Ramoth, la nueva reina y se convirtió en la Dama del Weyr de Benden. Cuando el bronce Mnementh de F'lar cubrió a la joven reina en su primer vuelo de apareamiento, F'lar se convirtió en caudillo del Weyr de todos los dragoneros de Pern. Los tres jinetes F'lar, Lessa y F'nor, obligaron a los Señores de los Fuertes y a los Artesanos a reconocer el inmediato peligro y a preparar al planeta casi indefenso contra las Hebras. Pero era lamentablemente obvio que los escasos doscientos dragones de que disponía el Weyr de Benden no podrían defender todos los Fuertes. En el pasado, cuando los Fuertes eran menos numerosos y estaban menos poblados, habían sido necesarios seis Weyrs completos. Mientras aprendía a dirigir a su dragón reina por el inter de un lugar a otro, Lessa descubrió que los dragones podían teleportarse también al inter—tiempo. Arriesgando su vida, así como la del único dragón reina de Pern, Lessa y Ramoth retrocedieron en el tiempo, cuatrocientas Revoluciones, antes de que se produjera la misteriosa desaparición de los otros cinco Weyrs, inmediatamente después de haberse producido la última Pasada de la Estrella Roja.

Los cinco Weyrs, conscientes del menoscabo de su prestigio y aburridos por su inactividad después de toda una vida de excitantes combates, accedieron a ayudar al Weyr de Lessa y a dar un salto de cuatrocientas Revoluciones hacia el futuro.

Ahora han transcurrido siete Revoluciones desde aquel triunfal viaje hacia adelante, y la gratitud inicial de los Fuertes y Artesanados a los Weyrs de la Antiguedad que habían acudido a salvarles se ha convertido en un sentimiento de exasperación ante las cargas que comportan para ellos. Y a los propios Antiguos no les gusta el Pern en el que ahora están viviendo. Cuatrocientas Revoluciones aportan demasiados cambios, y las disensiones van en aumento.

I

Mañana en el artesanado del Fuerte de Fort.

Varias tardes después en el Weyr Benden.

Media mañana (hora de Telgar)

en el Taller del Maestro herrero del Fuerte de Telgar

¿Cómo empezar?, musitó Robinton, el Maestro Arpista de Pern.

Frunció el ceño pensativamente, contemplando la lisa y húmeda arena en las bandejas colocadas sobre su mesa de trabajo. Su alargado rostro aparecía profundamente arrugado y sus ojos, habitualmente de un límpido azul reflejando su íntima satisfacción, estaban ahora sombreados de gris a causa de su inusitada seriedad.

Imaginó que la arena suplicaba ser violada con palabras y notas mientras él, repositorio de Pern y facundo dispensador de cualquier balada, saga o cantinela, permanecía inarticulado. Pero tenía que construir una balada para la próxima boda del Señor del Fuerte de Lemos, Asgenar, con las hermanastras de Larad, Señor del Fuerte de Telgar. Debido a los recientes informes que acerca del malestar reinante le habían transmitido sus timbaleros y Arpistas que recorrían los diversos Fuertes, Robinton había decidido recordar a los invitados a tan fausto acontecimiento —todos los Señores y Maestros Artesanos— la deuda que habían contraído con los dragoneros de Pern. En cuanto al tema de su balada, había decidido contar el viaje fantástico, por el intertiempo, Lessa, Dama del Weyr de Benden, montando a su gran reina dorada, Ramoth. Los Señores y Maestros Artesanos de Pern se habían mostrado muy satisfechos entonces con la llegada de dragoneros de los cinco antiguos Weyrs, procedentes de cuatrocientas Revoluciones en el pasado.

Pero, ¿cómo reducir a un verso aquellos días fascinantes y frenéticos, aquellas proezas? Los acordes más impresionantes no podrían recapturar el latir de la sangre, la respiración contenida, el escalofrío de temor y la tímida esperanza de aquella primera mañana después de que las hebras cayeran sobre el Fuerte de Nerat; cuando F'lar había reunido a todos los asustados Señores y Maestros Artesanos en el Weyr Benden y conseguido su entusiastica ayuda.

Lo que había impulsado a los Señores no había sido un súbito resurgir de lealtades olvidadas, sino la sensación demasiado real de desastre al imaginar sus feraces tierras ennegrecidas por las Hebras que habían descartado como un mito, al pensar en las madrigueras de los parásitos que se propagaban con la velocidad del rayo, al verse a sí mismos encerrados en el interior de los Fuertes detrás de macizas puertas y postigos de metal. Aquel día le hubieran prometido su alma a F'lar si podía protegerles de las Hebras. Y era Lessa la que les había traído aquella protección, casi a costa de su vida.

Robinton apartó su mirada de las bandejas de arena con una expresión casi de desaliento.

—La arena del recuerdo se seca rápidamente —murmuró, mirando a través del valle hacia el precipicio que albergaba el Fuerte de Fort. Había un centinela en las alturas. Tenía que haber seis, pero era la época de la siembra; el Señor del Fuerte de Fort, Groghe, había enviado a todo el mundo que podía mantenerse de pie a los campos, incluso a los grupos de chiquillos que debían dedicarse a arrancar la hierba primaveral de los intersticios de piedra y el musgo de las paredes. La primavera anterior, Groghe no hubiera descuidado esa obligación por muchas longitudes de dragón de tierra que deseara sembrar.

Groghe se encontraba indudablemente en los campos ahora mismo, trasladándose de un sembrado a otro a lomos de uno de aquellos animales de largas patas que el Maestro Ganadero Sograny estaba desarrollando. Groghe del Fuerte de Fort era infatigable, y sus ojos azules ligeramente saltones no pasaban nunca por alto un árbol sin podar ni un surco mal trazado. Era un hombre corpulento, de largos cabellos grises atados con una cinta. Tenía una tez rubicunda y un temperamento irascible. Pero, si apremiaba a sus súbditos, se apremiaba igualmente a sí mismo, y no exigía de ellos nada que él mismo no fuera capaz de hacer. Si era conservador en sus ideas, se debía a que conocía sus propias limitaciones, y se sentía seguro en ese conocimiento.

Robinton se pellizcó el labio inferior, preguntándose si Groghe era una excepción al descuidar la obligación tradicional de extirpar toda clase de hierbas en las proximidades de las viviendas de los Fuertes. ¿O acaso era esta la respuesta de Groghe a la creciente agitación del Weyr de Fort a propósito de los inmensos terrenos cultivados del Fuerte de Fort que los dragoneros tenían que proteger? El caudillo del Weyr de Fort, T’ron, y su Dama del Weyr, Mardra, habían descuidado cada vez más la tarea de comprobar que ninguna madriguera de Hebras había escapado a la acción de sus jinetes. Pero Groghe se había preocupado de disponer de un buen equipo terrestre provisto de lanzallamas capaz de actuar eficazmente cuando las Hebras caían sobre sus bosques. De modo que si los dragoneros eran competentes en el aire, el equipo terrestre de Groghe no lo era menos para combatir a las Hebras que pudieran eludir el ígneo aliento de los dragones.

Pero Robinton había oído últimamente rumores alarmantes, y no sólo del Fuerte de Fort. Dado que eventualmente se enteraba de todo lo que se susurraba y murmuraba en Pern, había aprendido a distinguir hecho de imputación, calumnia de delito. Y aunque distaba mucho de ser un derrotista, Robinton empezaba a sentirse alarmado.

El Maestro Arpista se hundió en su asiento, tendiendo su mirada hacia el verdor de los campos, los botones amarillos en los árboles frutales, los aseados Fuertes de piedra que salpicaban el camino ascendente hasta el Fuerte principal, las viviendas de los artesanos debajo de la ancha rampa que conducía al Gran Patio Exterior del Fuerte de Fort.

Y si sus sospechas eran válidas, ¿qué podía hacer él? ¿Componer una canción de reproche? ¿Una sátira? Robinton se encogió de hombros. Groghe era un hombre demasiado literal para interpretar una sátira y demasiado íntegro para aceptar un reproche. Además, y Robinton se incorporó ligeramente apoyando los codos contra los brazos de su silla, si Groghe se mostraba negligente era como protesta por una negligencia mucho mayor del Weyr. Robinton se estremeció al pensar en Hebras enterrándose en las grandes extensiones boscosas del sur.

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