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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (7 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
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F'lar empezó a pensar en que no necesitaba un aliado como T'bor.

—Un dragón hembra verde cambia de color perceptiblemente —dijo G'narish, un poco a regañadientes, observó F'lar—. Habitualmente, un día antes de remontar el vuelo para que la cubran.

—No en primavera —se apresuró a puntualizar T'ron—. No, si está debilitada por quemaduras de las Hebras. Puede ocurrir. Y es lo que ha ocurrido.

T'ron había levantado mucho la voz, como si el volumen de su explicación tuviera más peso que su lógica.

—Es posible, —admitió lentamente D'ram, moviendo la cabeza arriba y abajo antes de volverse a mirar lo que opinaba F'lar.

—Acepto esa posibilidad —dijo F'lar, sin alterar el tono de su voz. Vio que T'bor abría la boca para protestar, y le dio un pisotón por debajo de la mesa—. Sin embargo, según el testimonio del Maestro Artesano Terry, mi caballero advirtió repetidamente a T'reb que debía llevarse a su dragón hembra. Pero T'reb insistió en su tentativa de... de adquirir la daga.

—¿Y tú aceptas la palabra de un plebeyo contra un caballero? —exclamó T'ron, haciendo exagerados gestos de incredulidad y de asombrada indignación.

—¿Qué ganaría un Maestro Artesano —y F'lar subrayó el título— prestando un falso testimonio?

—Esos herreros son los avaros más notorios de Pern —replicó T'ron, como si esto fuera un insulto personal—. El peor de todos los artesanados cuando llega el momento de entregar un justo diezmo.

—Una daga de lujo no forma parte de lo que se entiende por diezmo.

—¿Cuál es la diferencia, Benden? —preguntó T'ron.

F'lar miró fijamente al caudillo del Weyr de Fort. ¡De modo que T'ron estaba intentando cargar la culpa sobre Terry! Por lo tanto, sabía que el verdadero culpable era su caballero. ¿Por qué no podía admitirlo y castigar al caballero? Lo único que F'lar deseaba era que no se repitieran esa clase de incidentes

—La diferencia estriba en que aquella daga había sido encargada por Larad, Señor de Telgar, como regalo de boda a Asgenar, Señor del Fuerte de Lemos, boda que va a celebrarse dentro de seis días. Terry no podía entregar algo que pertenecía ya al Señor de un Fuerte. En consecuencia, el caballero fue...

—Naturalmente, tú te pones de parte de tu caballero, Benden —le interrumpió T'ron, con una leve y desagradable sonrisa en el rostro—. Lo comprendo. Lo que no comprendo es que un caballero, un caudillo de Weyr, se ponga de parte del Señor de un Fuerte contra la dragonería

Y T'ron se volvió hacia D'ram y G'narish, encogiéndose significativamente de hombros.

—Si R'mart estuviera aquí, te... —empezó T'bor.

D'ram le hizo un gesto para que se callara.

—No estamos discutiendo la posesión de esa daga, sino lo que parece ser una grave violación de la disciplina del Weyr —dijo, levantando la voz para ahogar la protesta de T'bor—. Sin embargo, F'lar, ¿admites que un dragón hembra verde, debilitada por las quemaduras de las Hebras, puede manifestarse en celo súbitamente, sin previa advertencia?

F'lar vio que T'bor le miraba, apremiándole en silencio para que negara aquella posibilidad. Sabía que había cometido un error al poner de relieve que la daga había sido encargada por el Señor de un Fuerte. Y al ponerse de parte del Señor de un Fuerte que no pertenecía al Wey de Benden. Si al menos hubiese estado aquí R'mart para hablar en nombre de Larad... Tal como se habían desarrollado las cosas F'lar había perjudicado su caso. El incidente había trastornado a D'ram hasta el punto de que estaba cerrando deliberadamente los ojos a los hechos e insistía en buscar circunstancias atenuantes. Si F'lar le obligaba a ver los acontecimientos con claridad, ¿le demostraría algo a un hombre que no estaba dispuesto a creer que los dragoneros pudieran ser culpables de error? ¿Le haría admitir a D'ram que los Artesanados y los Fuertes tenían también privilegios?

Respiró lenta y profundamente para dominar la frustración y la rabia que experimentaba.

—Debo admitir que es posible que un dragón hembra verde se manifieste en celo sin previa advertencia en esas condiciones. —A su lado, T'bor maldijo entre dientes—. Pero precisamente por ese motivo, T'reb tenía que haber sabido que no debía sacar a su verde del Weyr.

—Pero T'reb es un caballero del Weyr de Fort —exclamó T'bor acaloradamente, poniéndose en pie de un salto—. Y me han dicho con demasiada frecuencia que...

—Nadie te ha concedido la palabra, Meridional —le interrumpió T'ron en voz alta, mirando a F'lar, y no a T'bor—. ¿No puedes controlar a tus caballeros, F'lar?

—Basta ya, T'ron —exclamó D'ram, poniéndose en pie.

Mientras los dos Antiguos se miraban fijamente, F'lar le susurró apremiantemente a T'bor:

—¿No te das cuenta de que está tratando de enfurecernos? ¡No pierdas el control!

—Estamos tratando de resolver este caso, T'ron —continuó D'ram en tono firme—, no de complicarlo con cuestiones ajenas a él. Dado que tú estás implicado en el asunto, tal vez será mejor que la reunión la dirija yo. Con tu permiso, desde luego Fort.

Para F'lar, aquello era una tácita admisión de que D'ram se daba cuenta, por mucho que intentara eludirlo, de lo grave que era el incidente. El caudillo del Weyr de Ista se volvió hacia F'lar con ojos nublados por la preocupación. F'lar alimentó la esperanza de que D'ram había visto claro a través de la actitud obstruccionista de T'ron, pero las siguientes palabras del Antiguo le desengañaron.

—No estoy de acuerdo contigo, F'lar, en que el artesano obró correctamente. No, déjame terminar. Nosotros acudimos en ayuda de tu amenazada época, esperando ser recompensados y mantenidos adecuadamente, pero los modales y los diezmos entregados a los Weyrs por los Fuertes y Artesanados han dejado mucho que desear. Pern es mucho más productivo que hace cuatrocientas Revoluciones, y sin embargo esa riqueza no se ha reflejado en los diezmos. La población es cuatro veces superior a la de nuestra época, y hay mucha, muchísima más tierra cultivada. Una pesada responsabilidad para los Weyrs. Y...—Se interrumpió a sí mismo, con una risa desprovista de alegría—. Estoy divagando, lo sé. Me limitaré a decir que en otros tiempos era obvio que si a un dragonero le gustaba una daga, el artesano debía regalársela. Sin hacer preguntas y sin vacilar.

«Si Terry hubiera hecho eso —continuó D'ram, con el rostro ligeramente enrojecido—, T'reb y B'naj se habrían marchado antes de que la verde se manifestara en celo, y tu F'nor no se hubiera visto involucrado en una lamentable pelea en público. Sí, es evidente —y D'ram irguió sus hombros, dispuesto a cargar con la decisión— que el primer error partió del artesano.

Miró a cada uno de los hombres, como si ninguno de ellos tuviera control sobre lo que un artesano podía hacer. T'bor se negó a mirarle y golpeó ruidosamente el suelo de piedra con los tacones de sus botas.

D'ram volvió a respirar profundamente. ¿Acaso tenía dificultades para digerir aquel veredicto?, se preguntó F'lar con amargura.

—Desde luego, no podemos permitir que se repita el hecho de que un dragón hembra se encuentre fuera del Weyr en pleno celo. Ni que los dragoneros entablen un duelo...

—¡No hubo ningún duelo —estalló T'bron—. T'ren atacó a F'nor sin previo aviso y le apuñaló. F'nor no llegó a empuñar su daga. Eso no es un duelo. Es un ataque injustificado e injustificable...

—Un hombre cuyo dragón hembra está en celo no es del todo responsable de sus actos —dijo T'ron, tratando de ahogar la protesta de T'bor.

—Un dragón hembra que nunca debió salir de su Weyr, en primer lugar, por muchas vueltas que quieras dar alrededor de la verdad, T'ron —replicó T'bor—. El primer error procedió de T'reb, no de Terry.

—¡Silencio!

El aullido de D'ram hizo callar a T'bor, y Loranth respondió con un trompeteo irritado desde su Weyr.

—Basta ya —exclamó T'ron, poniéndose en pie—. No quiero que mi reina sufra las consecuencias de esta absurda discusión. Te hemos complacido reuniéndonos, Benden, y hemos aireado tu... tu queja. La reunión ha terminado.

—¿Terminado? —repitió G'narish, sorprendido—. Pero... no hemos resuelto nada... —El caudillo del Weyr de Igen miró alternativamente a D'ram y a T'ron, intrigado, preocupado—. Y el caballero de F'lar resultó herido. Si el ataque fue. . .

—¿Es grave la herida de tu caballero? —preguntó D'ram, volviéndose rápidamente hacia F'lar.

—¡Ahora lo preguntas! —exclamó T'bor.

—Afortunadamente —y F'lar advirtió severamente a T'bor con la mirada, antes de volverse a contestar a D'ram—, la herida no es grave. F'nor no perderá el uso del brazo

G'narish dejó escapar un silbido.

—Yo creía que se trataba de un simple rasguño. Opino que debemos...

—Cuando el dragón hembra de un caballero está en celo... —empezó D'ram, pero se interrumpió al ver la rabia que se reflejaba en el rostro de T'bor—. Un dragonero no puede olvidar nunca sus deberes y su responsabilidad hacia su dragón y hacia su Weyr. Esto no puede volver a ocurrir. Hablarás con T'reb, desde luego, T'ron...

T'ron miró a D'ram con un leve aire de sorpresa.

—¿Hablar con él? Puedes estar seguro de que haré algo más que hablar con él. Y Con B'naj, también.

—Bien —dijo D'ram, con el aire de un hombre que ha resuelto equitativamente un difícil problema. Hizo un gesto hacia los otros—. Sería muy deseable que los caudillos de Weyr advirtiéramos a todos nuestros caballeros contra la posibilidad de una repetición. Ponedles a todos en guardia. ¿De acuerdo? —Continuó asintiendo, como para ahorrarles a los otros el esfuerzo—. No debemos dar ocasión a esos arrogantes agricultores y artesanos para que nos falten al respeto. —D'ram suspiró profundamente y se rascó la cabeza—. ¡Nunca he comprendido como pueden olvidar los plebeyos lo mucho que les deben a los dragoneros!

—En cuatrocientas Revoluciones un hombre puede aprender muchas cosas nuevas —replicó F'lar—. ¿Vamos, T'bor? —Más que una pregunta era una orden—. Mis saludos a vuestras Damas del Weyr, Caballeros. Buenas noches.

Salió de la Sala del Consejo, seguido de T'bor, que no dejó de maldecir salvajemente hasta que llegaron al pasillo exterior que conducía al saledizo del Weyr.

—¡Ese viejo estúpido estaba equivocado, F'lar, y tú lo sabes!

—Evidentemente.

—Entonces, ¿por qué no...?

—¿...le aplasté la nariz? —terminó F'lar, deteniéndose súbitamente y volviéndose hacia T'bor en la oscuridad del pasillo—. Los dragoneros no se pelean. Particularmente los caudillos de Weyr.

T'bor profirió una exclamación de disgusto.

—¿Cómo has podido dejar escapar una ocasión como ésta? Cuando pienso en las veces que te ha criticado... que nos ha criticado... —dijo—. ¡Nunca he comprendido cómo pueden olvidar los plebeyos lo mucho que les deben a los dragoneros! —parodió la pomposa entonación de D'ram—. Si realmente quieren saberlo...

F'lar agarró a T'bor por el hombro, apreciando en lo que valían los sentimientos del joven.

—¿Cómo puedes decirle a un hombre lo que no quiere oír? Ni siquiera podíamos hacerles admitir que el culpable era T'reb, no Terry, ni tampoco F'nor. Pero no creo que vuelva a producirse otro incidente como el de hoy, y eso es lo que realmente me interesaba.

—¿Qué?

T'bor miró a F'lar con aire asombrado y confundido.

—Me interesaba mucho más evitar que se repitiera un incidente semejante que decidir quién era el verdadero culpable —repitió pacientemente el caudillo del Weyr de Benden.

—Esa lógica me resulta tan incomprensible como la de T'ron.

—No es tan complicado. Los dragoneros no se pelean. Los caudillos de Weyr no pueden hacerlo. T'ron esperaba que yo fuera lo bastante estúpido como para perder el control. Creo que estaba esperando que le atacara.

—¡No puedes hablar en serio!

T'bor estaba francamente impresionado.

—No olvides que T'ron se considera a sí mismo el caudillo de Weyr más veterano de Pern y, en consecuencia, infalible.

T'bor resopló ruidosamente. A pesar suyo, F'lar sonrió.

—De acuerdo —continuó—, pero nunca he tenido un motivo para desafiarle. Y recuerda que los Antiguos nos han enseñado muchas cosas que ignorábamos acerca de la mejor manera de combatir a las Hebras.

—Bueno, nuestros dragones les dan ciento y raya a los Antiguos.

—No se trata de eso, T'bor. Tú y yo, los Weyrs modernos, tenemos algunas ventajas obvias sobre los Antiguos: el tamaño de los dragones, el número de reinas, cosas que no estoy interesado en mencionar porque sólo contribuyen a envenenar los sentimientos. Además, nosotros no podemos combatir a las Hebras sin los Antiguos. Necesitamos a los Antiguos más de lo que ellos nos necesitan a nosotros. —F'lar le sonrió a T'bor con amargura—. En parte, D'ram tenía razón: un dragonero no puede olvidar nunca sus deberes y sus responsabilidades. Se equivocaba al decir «hacia su dragón, hacia su Weyr». Nuestra inicial y definitiva responsabilidad es hacia Pern, hacia las personas que nos comprometimos a proteger.

Habían llegado al saledizo, y vieron a sus dragones descendiendo de las alturas hacia ellos. El Weyr de Fort estaba ahora completamente a oscuras, aumentando la lasitud que sentía F'lar.

—Si los Antiguos se han hecho introvertidos, nosotros, Meridional y Benden, no podemos incurrir en el mismo error. Nosotros comprendemos nuestra época, comprendemos a nuestra gentes. Y tenemos que conseguir que también los Antiguos las comprendan.

—¡Sí, pero T'ron estaba equivocado!

—¿Acaso habríamos tenido más razón obligándole a decirlo?

T'bor se tragó una furiosa respuesta, y F'lar confió en que la rebeldía de su compañero se estaba disipando. El caudillo del Weyr Meridional era un excelente dragonero, un soberbio luchador, y sus Escuadrones le seguían sin vacilar. No valía tanto fuera de los cielos, pero sutilmente orientado había convertido el Weyr Meridional en una institución productiva, que se bastaba a sí misma. Acudía instintivamente a F'lar y al Weyr de Benden en busca de consejo y compañía. F'lar estaba convencido de que esto último se debía en parte al temperamento difícil y atolondrado de la Dama del Weyr Meridional, Kylara.

A veces, F'lar lamentaba que T'bor demostrara ser el único caballero bronce capaz de convivir con aquella mujer. Se preguntaba qué lazo profundo y sutil existía entre los dos jinetes, porque Orth, el bronce de T'bor, superaba sistemáticamente en rapidez a todos los bronce para cubrir a Pridith, la reina de Kylara, aunque era del dominio público que Kylara llevaba a muchos hombres a su cama.

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