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Authors: Nikolaj Frobenius

Tags: #Intriga

La cara del miedo (31 page)

BOOK: La cara del miedo
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Oíd los trineos con las campanas,

¡campanas de plata!

Deja el papel sin reparar en lo que luego pensará hasta casi sacarlo de sus casillas: el motivo del autor de la frase. Cuando se sienta al escritorio y levanta la pluma, siente el frío en el cuerpo.

En los días que siguen no dice nada que pueda preocupar a Harriet. Lo que hay entre ellos ya está decidido; ella regresará a Maine, junto a su familia, mientras que él se quedará aquí para continuar con lo que está determinado a hacer.

Cuando por fin ella se va, él no siente nada. Pasa toda la noche sentado ante el escritorio. Bajo la luz grisácea, el ruido de pasos resuena en sus oídos.

Hay tumulto en la ciudad, las dos fuerzas policiales de Nueva York han chocado en combates callejeros durante todo el verano. Al final las bandas ilegales se sumaron a la lucha: Dead Rabbits, The Plug Uglies. Las calles están llenas del polvo levantado por las peleas; se oyen disparos en las cercanías del cuartel de la Fuerza Metropolitana, en la calle White. El Día de la Independencia va ligado a la sangre. A principios de agosto, la ciudad comienza a calmarse de nuevo y los vendedores regresan a las plazas. De todos modos, durante un tiempo, después del otoño, la gente se observa por debajo de las alas de los sombreros, como si una inquietud permanente se hubiese apoderado de sus caras. Rufus se sentó a la ventana de su apartamento y miró al tumulto allí abajo, no parecía importarle mucho.

Tenía la sensación de que nada de lo que sucedía allí abajo le concernía. Desde hacía varios años se sentía bloqueado y falto de interés. Tras el hallazgo del poema sobre su escritorio, el interés había vuelto.

Cada mañana encuentra un nuevo mensaje sobre la mesita y una nueva estrofa de uno de los poemas de Poe. A medida que los lee, crece su convicción de que aquello no es una broma, y tampoco una pequeña y sucia venganza de alguien a quien hirió.

Las estrofas están elegidas con buen criterio. Están copiadas en letras de molde, garabateadas en un pedazo de papel que haría que el poeta se revolviera irritado. Una mañana a mediados de agosto, encuentra esta estrofa en la cama, a su lado:

¡Gracias al Cielo! La crisis

que amenazaba pasó.

La persistente plaga

termina por fin,

y la fiebre que llamaron «vida»

por fin cede.

Empieza a investigar en su entorno, busca la mirada de los extraños, se persuade de que hay una persona que se esconde en el apartamento, o en la escalera, en la calle. Al cabo de unos días reflexiona sobre los poemas, aunque no sobre los poemas en sí, que conoce bien. Lo que murmura para sí, acostado por las noches, es: «¿Cuán poco puede decir un poema?».

Piensa que
Las campanas
, que el escritor de papelitos citó primero, es un poema totalmente vacío de significado: «Del tintín que surge tan musicalmente de cada campana, campana, campana, campana». Son el sonido y el ritmo los que crean el poema, y no tiene ningún sentido. La música y las palabras son «las campanas», y eso revive a Rufus. Es como si hubiera escapado de algo.

Cuando piensa en las desgracias que lo han golpeado —la muerte de Caroline, la tuberculosis, su inútil relación amorosa y el encuentro con Poe, el accidente de tren que casi mata a su hija y el incendio que le volvió la cara irreconocible—, cae por primera vez en la cuenta del pensamiento de Poe sobre el «efecto». Poe describió cómo la ubicación de los elementos de la poesía genera en el lector un sentimiento de
dénouement
, de desenlace. El sonido parejo de las campanas y la repetición de la palabra: campana, campana, campana, campana, vacían de horror al poema. Cuando dejan de sonar son reemplazadas por una especie de armonía.

Pero entonces lee de nuevo el poema.

Ahora ve otra cosa entre las líneas, algo congelado, algo petrificado.

… tañen, tañen, tañen.

Con su sorda monotonía,

sienten una gloria al introducir así

una piedra en el corazón humano.

Ni hombre ni mujer son.

Son ni bestia ni criatura.

Son demonios.

Ahí, en ese verso, se detiene. Y en ese momento comprende que no ha entendido nada de este poema antes, y que el poema lo ha manipulado, arrastrándole a lugares en los que no quiere estar. Deja el libro sobre el escritorio. Son fantasmas, eso dice ahí. Pero él sabe lo que significa: son ladrones de cadáveres, o espíritus que comen cadáveres.

El ritmo parejo de las campanas, su melodía sedante, ronda a los muertos, a sus tumbas, nombres, recuerdos, reputaciones. El repiqueteo de las campanas, su dorado sonido en la noche. Con su tañido monótono. Sobre la canción de pesados corazones. Cuando comienza a llorar, no puede detenerse. La palabra le ha quitado el aliento de golpe. Se desliza sobre la silla y cae al suelo. ¿Qué es él? Un espíritu que come de los muertos. Un ladrón de cadáveres, una criatura de piedra. Un hombre que come hombres.

Gatea alejándose del escritorio, lejos de todo lo que ha escrito y lejos de Poe. Quiere subir a la cama. Está agotado, ahora no quiere nada más que cerrar los ojos y hundirse en la oscuridad.

Pero no logra dormir en la cama, es como si las sábanas buscasen escaparse de él. Se levanta, camina de un lado a otro. No soporta más estar en ese apartamento, ahora tiene que salir, emprender un pequeño paseo nocturno para calmarse.

Cuando está a punto de abrir la puerta, ve el dibujo.

Cuelga de un clavo sobre la cara interna de la puerta. Se queda varios minutos parado a la luz pálida de la entrada mirando el dibujo de su propia cara. Es una copia bastante ajustada de un retrato que
Graham’s Magazine
reprodujo una vez. Rompe el dibujo, lo arruga y lo arroja lejos de él.

En la entrada observa que la puerta del apartamento de enfrente está entreabierta. Toma aliento. Mira alrededor. No hay nadie allí. La ventana del apartamento de su vecino está abierta, las cortinas se agitan ahí dentro. Hay una figura tumbada en el suelo, alcanza a ver un par de zapatos. Se adelanta vacilante hacia la puerta y la abre de un empujón.

El dibujo de su cara está clavado en la frente del hombre viejo, de piernas largas. Manchas de sangre atraviesan el papel y arruinan el retrato. La cara en el papel está deshecha, manchada e irreconocible. El frío que atraviesa el cuerpo de Rufus hace que se quede quieto. No entra, no se agacha para destruir el dibujo. Deja acostado a su vecino muerto y se tambalea hacia fuera del corredor.

Tropieza en las escaleras, se sobrepone al desmayo y llega a la calle. Tiene que salir. Irá a la iglesia, se sentará en un banco, cerrará los ojos y se volverá uno con la casa de Dios.

Enseguida se siente fuerte y decidido, pero entonces se da cuenta de todas las personas que lo rodean, de sus miradas que lo escrutinan, que lo traspasan. Oye un ruido de pasos. Están por todos lados, se acercan. Cuanto más camina por Broadway, más claramente los oye. Busca en la calle con la mirada, pero no sabe qué es lo que debe buscar y no encuentra nada. Entonces comienza a correr, pese a que el dolor en los pies lo enloquece. Empuja a gente hacia un lado, se apura para cruzar una calle frente a un coche de caballos y sigue corriendo.

Quiere salir.

Finalmente abre las puertas de la iglesia y entra, llega hasta la mitad y encuentra un lugar contra la pared.

Cuando descubre a Reynolds bajo el banco, frente a él, al principio cree que su corazón dejará de latir. Da un salto hacia atrás, se pone de pie, trata de escapar, tropieza con su abrigo y cae tendido sobre el suelo. Cuando abre los ojos, ve sobre sí la cara pálida del hombrecillo.

—¡Querías destruir al maestro! —chilla Reynolds.

Entonces se inclina sobre Rufus y susurra en su oído:

—Pero te has destruido a ti mismo.

Mira aterrado al hombrecillo que tiene encima. Entonces cierra los ojos y lo escucha y lo entiende: todos sus esfuerzos por acabar con Poe lograrán sólo una cosa: que la fama del escritor alcance cotas inimaginables.

Sí. Su sucia fama continuará creciendo ensombreciendo el nombre de Rufus Griswold a quien convertirá en un maleante, mientras que Poe, Poe será una figura heroica, un autor respetado y perseguido. Todo el trabajo de Rufus habrá sido en vano, y no sólo eso, no, el trabajo ha marcado su propio destino. Ha empleado todas esas horas y esos años frente al escritorio para destruirse a sí mismo.

Es él mismo quien ha convertido a Rufus Griswold en un maleante y a Edgar Allan Poe en un modelo. Ahora ya es demasiado tarde. Él ya está olvidado y su nombre está manchado irremediablemente, mientras que Poe continuará brillando para siempre.

NIKOLAJ FROBENIUS, escritor y guionista noruego, ha publicado más de diez novelas y escrito el guión de películas como
Insomnia
. Las novelas de Frobenius suelen incorporar grandes dosis de intriga y misterio, siendo un autor traducido a más de catorce idiomas y consiguiendo un gran éxito de ventas a nivel internacional.

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