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Authors: Bruce Sterling

Tags: #policiaco, #Histórico

La caza de Hackers. Ley y desorden en la frontera electrónica (31 page)

BOOK: La caza de Hackers. Ley y desorden en la frontera electrónica
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Más de una investigación informática murió, cuando los agentes del Servicio Secreto se esfumaron por la necesidad del Presidente.

Hay romance en el trabajo del Servicio Secreto. El acceso íntimo a los círculos de gran poder, el espíritu de los cuerpos muy capacitados y de una disciplina especial, la gran responsabilidad de defender al gerente general; el cumplimiento de un deber patriota. Y cuando toca trabajo policíaco, la paga no es mala. Pero también hay miseria en el trabajo del Servicio Secreto. Puede que le escupan unos manifestantes gritando abuso —y si se ponen violentos, si llegan demasiado cerca, a veces tienen que golpear a uno de ellos, discretamente.

Pero la verdadera miseria en el trabajo del Servicio Secreto es la monotonía de por ejemplo
las trimestralidades
, salir a la calle cuatro veces al año, año tras año, entrevistar a varios miserables patéticos, muchos de ellos en prisiones y asilos, que han sido identificados como amenaza para el Presidente. Y después está, el estrés matador de buscar entre esas caras de las interminables y bulliciosas multitudes, buscar odio, buscar psicosis, buscar el hermético y nervioso rostro de un Arthur Bremer, un Squeaky Fromme, un Lee Harvey Oswald. Es observar todas esas manos, moviéndose, saludando para detectar algún movimiento repentino, mientras que tus oídos esperan, tensos, escuchar en el auricular el grito tantas veces ensayado de ¡
Arma
! Es estudiar, con mucho detalle, las biografías de cada estúpido perdedor que alguna vez ha disparado a un Presidente. Es el nunca comentado trabajo de la Sección de Investigación de Protección, que estudia a velocidad de caracol, las amenazas de muerte anónimas, mediante todas las herramientas meticulosas de las técnicas antifalsificadoras. Y es mantener actualizados, los enormes archivos computerizados de cualquiera que haya amenazado la vida del Presidente.

Los defensores de los derechos civiles, se han vuelto cada vez más preocupados por el uso de archivos informáticos por parte del gobierno, para seguir la pista de ciudadanos norteamericanos, pero los archivos del Servicio Secreto, con potenciales asesinos presidenciales, que tiene más de veinte mil nombres, raramente causa algún tipo de protesta. Si usted alguna vez
en su vida
dice que tiene intenciones de matar al Presidente, el Servicio Secreto querrá saber y anotar quien es usted, donde vive, en que trabaja y que planes tiene. Si usted es una amenaza seria —si usted es oficialmente considerado de
interés protectivo
— entonces el Servicio Secreto es capaz de escuchar su teléfono el resto de su vida.

Proteger al Presidente siempre tiene prioridad en los recursos del Servicio Secreto. Pero hay mucho más en las tradiciones e historia del Servicio Secreto, que montar guardia fuera del despacho del Presidente. El Servicio Secreto, es la agencia más antigua, totalmente federal, de la policia. Comparado con el Servicio Secreto, los del FBI son nuevos y los de la CIA son suplentes. El Servicio Secreto fue fundado allá en 1865 a sugerencia de Hugh McCulloch, el secretario de tesorería de Abraham Lincoln. McCulloch quería una policía especializada en Tesorería, para combatir la falsificación.

Abram Lincoln lo aprobó. Dijo que le parecía una buena idea, y con terrible ironía, Abraham Lincoln fue asesinado esa misma noche por John Wilkes Booth.

Originalmente el Servicio Secreto no tenia nada que ver con la protección de los Presidentes. Ellos no tomaron esa tarea como una de sus obligaciones, hasta después del asesinato de Garfield en 1881. Y el Congreso no le destinó un presupuesto, hasta el asesinato del presidente McKingley en 1901. Originalmente el Servicio Secreto fue creado con un objetivo: destruir a los falsificadores.

Hay paralelos interesantes entre el primer contacto del Servicio Secreto con la falsificación del siglo XIX y el primer contacto de los EE.UU. con el crimen informático en el siglo XX.

En 1865, los billetes norteamericanos eran un desastre. La Seguridad era horriblemente mala. Los billetes eran impresos por los bancos locales, en el propio banco, con —literalmente— centenares de diseños diferentes. Nadie sabía cómo diablos se suponía que era un billete de dólar. Los billetes falsos circulaban fácilmente. Si algún
payaso
le decía, que un billete de un dólar del Banco del Ferrocarril de Lowell, Massachusetts, tenía una mujer inclinada sobre un escudo con una locomotora, una cornucopia, una brújula, diversos artículos agrícolas, un puente de ferrocarril y algunas fábricas, entonces a usted no le quedaba más remedio que creérselo. —¡De hecho él decía la verdad!

Mil seiscientos
bancos locales estadounidenses, diseñaban e imprimían sus propios billetes, y no había normas generales de seguridad. Tal como un nodo mal protegido en una red de ordenadores, los billetes mal diseñados, también eran fáciles de falsificar, y significaban totalmente, un riesgo de seguridad para el sistema monetario.

Nadie sabía el alcance exacto de la amenaza al dinero. Había estimaciones aterradoras de que hasta un tercio del dinero nacional era falso. Los falsificadores —conocidos como
fabricantes
—boodlers— en el argot subterráneo de la época— eran principalmente trabajadores gráficos, con gran pericia técnica, quienes se habían pasado a la delincuencia. Muchos, habían trabajado antes en imprentas —de dinero— legítimas. Los fabricantes operaban en círculos y pandillas. Técnicos expertos grababan las chapas falsas, —usualmente en sótanos en Nueva York. Hombres refinados, de confianza, pasaban grandes fajos falsos de alta calidad, alta denominación, incluyendo cosas realmente sofisticadas— bonos del gobierno, certificados de valores y acciones del ferrocarril. Las falsificaciones mal hechas, se vendían más baratas a falsificadores de bajo nivel o se prestaban durante un tiempo —por un módico precio— las planchas defectuosas, a los aspirantes a ser fabricantes. —Los falsificadores de bajo nivel, simplemente alteraban los billetes reales, cambiando el valor; hacían cincos de unos, un cien de un diez etc...

Las técnicas de falsificación eran poco conocidas, y vistas con cierto temor por el público de mediados del siglo XIX. La capacidad para manipular el sistema para la estafa, parecía diabólicamente inteligente. A medida que la habilidad y osadía de los fabricantes aumentaba, la situación se volvía intolerable. El gobierno federal intervino, y comenzó a ofrecer su propia moneda federal, que se imprimía con una linda tinta verde, pero solo al dorso —los famosos
greenbacks
o espaldas verdes.

Al comienzo de la seguridad mejorada, del bien diseñado y bien impreso papel moneda federal, pareció resolverse el problema, sin embago los falsificadores se adelantaron otra vez. Algunos años después, las cosas estaban peor que nunca: un sistema
centralizado
, donde
toda
la seguridad ¡era mala! La policía local estaba sola. El gobierno intentó ofrecer dinero a informadores potenciales, pero tuvo poco éxito. Los bancos, plagados de falsificaciones, abandonaron la esperanza de que la policía los ayudara y decidieron contratar empresas de seguridad privadas. Los comerciantes y los banqueros hicieron cola por miles, para comprar manuales sobre la seguridad del dinero, —impresos por iniciativa privada— libros pequeños y delgados, como el de Laban Heath ‘Detector Infalible de Falsificaciones de Documentos Gubernamentales’. El dorso del libro ofrecía el microscopio patentado por Laban Heath, por cinco dólares.

Entonces el Servicio Secreto entró en escena. Los primeros agentes eran una banda ruda. Su jefe era William P. Wood, un ex guerrillero en la Guerra Mexicana, quien había ganado gran reputación deteniendo contratistas fraudulentos para el Departamento de Guerra, durante la guerra civil. Wood, que también era Guardián de la Prisión Capital, tenía, como experto en falsificación, un trabajo extra, encerrando falsificadores a cambio de la recompensa federal.

Wood fue nombrado Jefe del nuevo Servicio Secreto en Julio de 1865. El Servicio Secreto entero contaba con solo 10 agentes en total: eran el mismo Wood, un puñado de personas que habían trabajado para él en el Departamento de Guerra, y un par de ex detectives privados —expertos en falsificaciones— que Wood pudo convencer para trabajar en el servicio público. —El Servicio Secreto de 1865 fue casi del tamaño de la fuerza contra el fraude informático de Chicago o la unidad contra el crimen organizado de 1990—. Estos diez
operativos
, tenían unos veinte
Operativos Auxiliares e Informadores
adicionales. Además del sueldo y el jornal, cada empleado del Servicio Secreto percibía un premio de veinticinco dólares, por cada falsificador que capturara.

Wood públicamente, estimó que por lo menos
la mitad
del dinero estadounidense era falso, una percepción quizás perdonable. En un año el Servicio Secreto había arrestado más de 200 falsificadores. Detuvieron a unos doscientos falsificadores por año, durante los primeros cuatro años.

Wood atribuyó su éxito a viajar rápido y ligero, golpear duro a los chicos malos, y evitar trámites burocráticos.

—«Yo sorprendía a los falsificadores profesionales, porque mis incursiones se hacían sin acompañamiento militar y no pedía asistencia de funcionarios estatales». —decía Wood.

El mensaje social de Wood a los anteriormente impunes falsificadores tenía el mismo tono que el de «
Diablo del Sol
»:

—«Era también mi propósito convencer a estos individuos, de que ya no podían ejercer su vocación sin ser tratados con rudeza, un hecho que ellos pronto descubrieron.»

William P. Wood, el pionero de la guerrilla del Servicio Secreto, no terminó bien. Sucumbió en el intento de ganar la buena plata. La famosa banda Brockway de la ciudad de Nueva York, dirigida por William E. Brockway, el
rey de los falsificadores
, había falsificado una cantidad de bonos del gobierno. Ellos habían pasado estas brillantes falsificaciones a la prestigiosa firma de Inversionistas de Jay Cooke y Compañía, de Wall Street. La firma Cooke se desesperó y ofreció una gratificación enorme por las planchas falsas.

Trabajando diligentemente, Wood confiscó las planchas —no al Sr. Brockway— y reclamó la recompensa. Pero la compañía Cooke dio marcha atrás alevosamente. Wood se vio implicado en una baja y sucia demanda contra los capitalistas de Cooke. El jefe de Wood, el Secretario de la tesorería McCulloch, estimó que la demanda de Wood por el dinero y la gloria, era injustificada, y aún cuando el dinero de la recompensa llegó finalmente, McCulloch rehusó pagarle algo a Wood. Wood se encontró inmerso en una aparentemente, ronda interminable, de procesos judiciales federales e intrigas en el Congreso. Wood nunca consiguió su dinero. Y perdió su trabajo. Renunció en 1869.

Los agentes de Wood también sufrieron. El 12 de mayo de 1869, el segundo Jefe del Servicio Secreto asumió la dirección, y casi inmediatamente, despidió a la mayoría de los agentes de Wood pioneros del Servicio Secreto: operativos, asistentes y los informadores. La práctica de recibir 25 dólares por malhechor se abolió. Y el Servicio Secreto comenzó el largo e incierto proceso de completa profesionalización.

Wood terminó mal. Debió sentirse apuñalado por la espalda. De hecho su organización entera fue destrozada.

Por otra parte, William P. Wood
fue
el primer jefe del Servicio Secreto. William P. Wood fue el pionero. La gente todavía honra su nombre. ¿Quién recuerda el nombre del
segundo
jefe del Servicio Secreto?

En lo que concierne a William Brockway —también conocido como
El Coronel Spencer
—, finalmente fue arrestado por el Servicio Secreto en 1880. Estuvo cinco años en prisión. Salió libre y todavía seguía falsificando a los setenta cuatro años.

Cualquiera con un mínimo interés en la
«Operación Diablo del Sol»
—o en el crimen informático en los Estados Unidos en general— se dio cuenta de la presencia de Gail Thackeray, asistente del Fiscal General del estado de Arizona. Los manuales sobre crimen informático citan a menudo al grupo de Thackeray y su trabajo; Ella era el agente de rango más alto, especializada en los crímenes relacionados con ordenadores..

Su nombre había aparecido en los comunicados de prensa de la «
Operación Diablo del Sol
». —aunque siempre modestamente, después del fiscal local de Arizona y el jefe de la oficina del Servicio Secreto de Phoenix. Cuando empezó la discusión pública y la controversia, en relación a
La Caza de Hackers
, esta funcionaria del estado de Arizona, empezó a tener cada vez más notoriedad pública. Aunque no decía nada específico acerca de la «
Operación Diablo del Sol
» en sí, ella acuñó algunas de las citas más sorprendentes de la creciente propaganda de guerra:

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