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Authors: Bruce Sterling

Tags: #policiaco, #Histórico

La caza de Hackers. Ley y desorden en la frontera electrónica (39 page)

BOOK: La caza de Hackers. Ley y desorden en la frontera electrónica
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En algún sitio de este despliegue está todo lo necesario para convertir a estudiantes graduados en agentes federales. Primero se les da unas tarjetas de identificación. Después se les entregan unos trajes de aspecto miserable y color azul, conocidos como
trajes de pitufo
. A los estudiantes se les asigna un barracón y una cafetería, e inmediatamente se aplican a la rutina de entrenamiento del FLETC, capaz de hacer polvo los huesos. Además de
footing
diario obligatorio —los entrenadores usan banderas de peligro para advertir cuando la humedad aumenta lo suficiente como para provocar un
golpe de calor
—, están las máquinas Nautilus, las artes marciales, las habilidades de supervivencia…

Las dieciocho agencias federales que mantienen academias en FLETC, usan todo tipo de unidades policiales especializadas, algunas muy antiguas. Están los Vigilantes de Fronteras, la División de Investigación Criminal del IRS, el Servicio de Parques, Pesca y Vida Salvaje, Aduanas, Inmigración, Servicio Secreto y las subdivisiones uniformadas del Tesoro. Si eres un policía federal y no trabajas para el FBI, se te entrena en FLETC. Ello incluye gente tan poco conocida como los agentes de Inspección General del Retiro del Ferrocarril o la Autoridad Policial del Valle de Tennessee.

Y después está la gente del crimen informático, de todo tipo, de todos los trasfondos. Mr. Fitzpatrick no es avaro con su conocimiento especializado. Policías de cualquier parte, en cualquier rama de servicio, pueden necesitar aprender lo que él enseña. Los trasfondos no importan. El mismo Fitzpatrick, originalmente era un veterano de la Vigilancia de Fronteras, y entonces se convirtió en instructor de Vigilancia de Fronteras en el FLETC; su español todavía es fluido. Se sintió extrañamente fascinado el día en que aparecieron los primeros ordenadores en el centro de entrenamiento. Fitzpatrick tenía conocimientos de ingeniería eléctrica, y aunque nunca se consideró un
hacker
, descubrió que podía escribir programitas útiles para este nuevo y prometedor invento.

Empezó mirando en la temática general de ordenadores y crimen, leyendo los libros y artículos de Donn Parker, manteniendo los oídos abiertos para escuchar
batallitas
, pistas útiles sobre el terreno, conocer a la gente que iba apareciendo de las unidades locales de crimen y alta tecnología… Pronto obtuvo una reputación en FLETC de ser el residente
experto en ordenadores
, y esa reputación le permitió tener más contactos, más experiencia, hasta que un día miró a su alrededor y vio claro que
era
un experto federal en crímenes informáticos. De hecho, este hombre modesto y genial, podría ser
el experto federal
en delitos informáticos. Hay gente muy buena en el campo de los ordenadores, y muchos investigadores federales muy buenos, pero el área donde estos mundos de conocimiento coinciden es muy pequeña. Y Carlton Fitzpatrick ha estado en el centro de ese área desde 1985, el primer año de
El Coloquio
, grupo que le debe mucho.

Parece estar en su casa en una modesta oficina aislada acústicamente, con una colección de arte fotográfico al estilo de Ansel Adams, su certificado de Instructor Senior enmarcado en oro y una librería cargada con títulos ominosos como ‘Datapro Reports on Information Security y CFCA Telecom Security '90’.

El teléfono suena cada diez minutos; los colegas aparecen por la puerta para hablar de los nuevos desarrollos en cerraduras o mueven sus cabezas opinando sobre los últimos chismes del escándalo del banco global del BCCI.

Carlton Fitzpatrick es una fuente de anécdotas acerca del crimen informático, narradas con voz pausada y áspera, y así, me cuenta un colorido relato de un
hacker
capturado en California, hace algunos años, que había estado trasteando con sistemas, tecleando códigos sin ninguna parada detectable durante veinticuatro, treinta y seis horas seguidas. No simplemente conectado, sino tecleando. Los investigadores estaban alucinados. Nadie podía hacer eso. ¿No tenía que ir al baño? ¿era alguna especie de dispositivo capaz de teclear el código?

Un registro en casa del sujeto reveló una situación de miseria sorprendente. El
hacker
resultó ser un informático paquistaní que había suspendido en una universidad californiana. Había acabado en el submundo como inmigrante ilegal electrónico, y vendía servicio telefónico robado para seguir viviendo. El lugar no solamente estaba sucio y desordenado, sino que tenía un estado de desorden psicótico. Alimentado por una mezcla de choque cultural, adición a los ordenadores y anfetaminas, el sospechoso se había pasado delante del ordenador un día y medio seguido, con barritas energéticas y drogas en su escritorio, y un orinal bajo su mesa.

Cuando ocurren cosas como ésta, la voz se corre rápidamente entre la comunidad de cazadores de
hackers
.

Carlton Fitzpatrick me lleva en coche, como si fuera una visita organizada, por el territorio del FLETC. Una de nuestras primeras visiones es el mayor campo de tiro cubierto del mundo. En su interior, me asegura Fitzpatrick educadamente, hay diversos aspirantes a agente federal entrenándose, disparando con la más variada gama de armas automáticas: Uzi,
glocks
, AK-47. Se muere de ganas por llevarme dentro. Le digo que estoy convencido de que ha de ser muy interesante, pero que preferiría ver sus ordenadores. Carlton Fitzpatrick queda muy sorprendido y halagado. Parece que soy el primer periodista que prefiere los
microchips
a la galería de tiro.

Nuestra siguiente parada es el lugar favorito de los congresistas que vienen de visita: la pista de conducción de 3 millas de largo del FLETC. Aquí, a los estudiantes de la división de Conducción y a los Marines se les enseña habilidades de conducción a gran velocidad, colocación y desmantelamiento de bloqueos de carretera, conducción segura para
limousines
del servicio diplomático con VIPS… Uno de los pasatiempos favoritos del FLETC es colocar a un senador de visita en el asiento del pasajero, junto a un profesor de conducción, poner el automóvil a cien millas por hora y llevarlo a la
skid-pan
, una sección de carretera llena de grasa donde las dos toneladas de acero de Detroit, se agitan y giran como un disco de hockey.

Los coches nunca dicen adiós en el FLETC. Primero se usan una y otra vez en prácticas de investigación. Luego vienen 25.000 millas de entrenamiento a gran velocidad. De ahí los llevan a la
skid-pan
, donde a veces dan vueltas de campana entre la grasa. Cuando ya están suficientemente sucios de grasa, rayados y abollados se los envía a la unidad de bloqueo de carreteras, donde son machacados sin piedad. Finalmente, se sacrifican todos a la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego, donde los estudiantes aprenden todo lo relacionado con los coches bomba, al hacerlos estallar y convertirlos en chatarra humeante.

También hay un coche de tren en el espacio de FLETC, así como un bote grande y un avión sin motores. Todos ellos son espacios de entrenamiento para búsquedas y registros. El avión está detenido en un pedazo de terreno alquitranado y lleno de malas hierbas, junto a un extraño barracón conocido como el
recinto del ninja
, donde especialistas del antiterrorismo practican el rescate de rehenes. Mientras examino este terrorífico dechado de guerra moderna de baja intensidad, los nervios me atacan al oír el repentino
stacatto
del disparo de armas automáticas, en algún lugar a mi derecha, en el bosque.


Nueve milímetros
, —afirma Fitzpatrick con calma.

Incluso el extraño
recinto ninja
empalidece al compararlo con el área surrealista conocida como las
casas-registro
. Es una calle con casas de cemento a ambos lados y techos planos de piedra. Tiempo atrás fueron oficinas. Ahora es un espacio de entrenamiento. El primero a nuestra izquierda, según me cuenta Fitzpatrick, ha sido adaptado especialmente para prácticas de registro y decomiso de equipos en casos relacionados con ordenadores. Dentro está todo cableado para poner vídeo, de arriba abajo, con dieciocho cámaras dirigidas por control remoto montadas en paredes y esquinas. Cada movimiento del agente en entrenamiento es grabada en directo por los profesores, para poder realizar después un análisis de las grabaciones. Movimientos inútiles, dudas, posibles errores tácticos letales, todo se examina en detalle. Quizás el aspecto más sorprendente de todo ello es cómo ha quedado la puerta de entrada, arañada y abollada por todos lados, sobre todo en la parte de abajo, debido al impacto, día tras día, del zapato federal de cuero.

Abajo, al final de la línea de casas-registro algunas personas están realizando
prácticas
de asesinato. Conducimos de forma lenta, mientras algunos aspirantes a agente federal, muy jóvenes y visiblemente nerviosos, entrevistan a un tipo duro y calvo en la entrada de la casa-registro. Tratar con un caso de asesinato requiere mucha práctica: primero hay que aprender a controlar la repugnancia y el pánico instintivos. Después se ha de aprender a controlar las reacciones de una multitud de civiles nerviosos, algunos de los cuales pueden haber perdido a un ser amado, algunos de los cuales pueden ser asesinos, y muy posiblemente ambas cosas a la vez.

Un muñeco hace de cadáver. Los papeles del afligido, el morboso y el asesino los interpretan, por un sueldo, georgianos del lugar: camareras, músicos, cualquiera que necesite algo de dinero y pueda aprenderse un guión. Esta gente, algunos de los cuales son habituales del FLETC día tras día, seguramente tienen uno de los roles más extraños del mundo.

Digamos algo de la escena: gente
normal
en una situación extraña, pululando bajo un brillante amanecer georgiano, fingiendo de forma poco convincente que algo horrible ha ocurrido, mientras un muñeco yace en el interior de la casa sobre falsas manchas de sangre… Mientras, tras esta extraña mascarada, como en un conjunto de muñecas rusas, hay agoreras y futuras realidades de muerte real, violencia real, asesinos reales de gente real, que estos jóvenes agentes realmente investigarán, durante muchas veces en sus carreras, una y otra vez. ¿Serán estos crímenes anticipados, sentidos de la misma forma, no tan
reales
como estos actores aficionados intentan crearlos, pero sí tan reales, y tan paralizantemente irreales, como ver gente falsa alrededor de un patio falso? Algo de esta escena me desquicia. Me parece como salido de una pesadilla, algo
kafkiano
. La verdad es que no sé como tomármelo. La cabeza me da vueltas; no sé si reír, llorar o temblar.

Cuando la visita termina, Carlton Fitzpatrick y yo hablamos de ordenadores. Por primera vez el
ciberespacio
parece un sitio confortable. De repente me parece muy real, un lugar en el que sé de qué hablo, un lugar al que estoy acostumbrado. Es real.
Real
. Sea lo que sea.

Carlton Fitzpatrick es la única persona que he conocido en círculos
ciberespaciales
que está contenta con su equipo actual. Tiene un ordenador con 5 Mb de RAM y 112 Mb de disco duro. Uno de 660 Mb está en camino. Tiene una Compaq 386 de sobremesa y una Zenith 386 portátil con 120 Mb. Más allá, en el pasillo, hay una NEC Multi-Sync 2A con un CD-ROM y un módem a 9.600 baudios con cuatro líneas
com
. Hay un ordenador para prácticas, otra con 10 Mb para el centro, un laboratorio lleno de clónicos de PC para estudiantes y una media docena de Macs, más o menos. También hay una Data General MV 2500 con 8 Mb de memoria RAM y 370 Mb de disco duro.

Fitzpatrick quiere poner en marcha una con UNIX con el Data General, una vez haya acabado de hacer el chequeo-beta del
software
que ha escrito él mismo. Tendrá correo electrónico, una gran cantidad de ficheros de todo tipo sobre delitos informáticos y respetará las especificaciones de seguridad informática del ‘
libro naranja
del Departamento de Defensa’. Cree que será la BBS más grande del gobierno federal.

—¿Y estará también
PHRACK
ahí dentro? —Le pregunto irónicamente.

—Y tanto, —me dice—
PHRACK
,
TAP
,
Computer Underground Digest
, todo eso. Con los
disclaimers
apropiados, claro está.

Le pregunto si planea ser él mismo el administrador del sistema. Tener en funcionamiento un sistema así consume mucho tiempo, y Fitzpatrick da clases en diversos cursos durante dos o tres horas cada día.

—¡No! —me dice seriamente—. FLETC ha de obtener instructores que valgan el dinero que se les paga. Cree que podrá conseguir un voluntario local para hacerlo, un estudiante de instituto.

Dice algo más, algo de un programa de relaciones con la escuela de policía de Eagle Scout, pero mi mente se ha desbocado de incredulidad.


¿Va a poner a un adolescente encargado de una BBS de seguridad federal?
—me quedo sin habla.

No se me ha escapado que el Instituto de Fraude Financiero del FLETC es el objetivo definitivo de un
basureo
de
hackers
, hay muchas cosas aquí, cosas que serían utilísimas para el submundo digital. Imaginé los
hackers
que conozco, desmayándose de avaricia por el conocimiento prohibido, por la mera posibilidad de entrar en los ordenadores super-ultra-top-secret que se usan para entrenar al Servicio Secreto acerca de delitos informáticos.


¡Uhm… Carlton!
, —balbuceé—
Estoy seguro de que es un buen chaval y todo eso, pero eso es una terrible tentación para poner ante alguien que, ya sabes, le gustan los ordenadores y acaba de empezar

—Sí, —me dice—
eso ya se me había ocurrido
.

Por primera vez empecé a sospechar que me estaba tomando el pelo.

Parece estar de lo más orgulloso cuando me muestra un proyecto en marcha llamado JICC (Consejo de Control de Inteligencia Unida). Se basa en los servicios ofrecidos por EPIC (el Centro de Inteligencia de El Paso, —no confundir con la organización de
ciberderechos
del mismo nombre) que proporciona datos e inteligencia a la DEA (Administración para los Delitos con Estupefacientes), el Servicio de Aduanas, la Guardia Costera y la policía estatal de los tres estados con frontera en el sur. Algunos ficheros de EPIC pueden ahora consultarse por las policías antiestupefacientes de Centroamérica y el Caribe, que también se pasan información entre ellos. Usando un programa de telecomunicaciones llamado
sombrero blanco
, escrito por dos hermanos, llamados López, de la República Dominicana, la policía puede conectarse en red mediante un simple PC.

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