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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (12 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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Eriesh y Eyrien se lanzaron el uno contra el otro e iniciaron una lucha sin cuartel que hizo que River casi se olvidara de seguir respirando. Era impresionante ver cómo los dos elfos se atacaban con fiereza, a una velocidad que hacía que los ojos humanos se perdieran la mitad de los movimientos, mientras se movían de un lado al otro intentando cogerse desprevenidos. En aquel momento una nube negra de las que se arremolinaban en el cielo tapó el sol, sumiendo aquella zona del patio en una atmósfera mucho más sombría. Eyrien sonrió y miró al cielo, antes de volver a fijar una mirada maliciosa en Eriesh. De pronto sus ojos empezaron a teñirse de negro, como una mancha de tinta extendiéndose en un vaso de agua. Poco después toda la figura de la elfa se difuminó en la sombra gris oscuro que cubría el césped.

—Cómo odio que puedan hacer eso —dijo Eriesh fastidiado.

El elfo dirigió su mirada penetrante a su alrededor, en absoluto silencio, intentando captar cualquier sensación que le permitiera averiguar dónde estaba Eyrien. Por su expresión tensa y alerta parecía un humano rodeado de una manada de lobos, pero todos sabían que estar bajo el acecho de una Elfa de la Noche podía ser algo mucho peor. De pronto Eriesh levantó la espada y la acercó mucho a su propio cuerpo, y un instante después se escuchó el sonido de metales chocando. Luego el silencio de nuevo y un murmullo, tras lo cual Eriesh se petrificó para evitar el hechizo que venía desde las sombras. Pasaron varios minutos.

—Durante las Guerras Feéricas, cuando las razas élficas se enfrentaron unas a otras, las batallas podían durar semanas mientras se acechaban así mutuamente —comentó entonces Trenzor a los dos muchachos. Luego alzó la voz—: Pero ahora resulta aburrido y empezará a llover pronto.

—Está bien —reconoció Eyrien, que apareció de repente junto a Seren de Fernost, sobresaltándolo—. Como vuestra vida es corta y no os sobra el tiempo, no os lo haremos perder.

Eriesh se despetrificó al momento y volvió a alzar la espada, asintiendo con la cabeza. Eyrien sujetó su espada con las dos manos, como si sujetara una lanza, y llegó hasta Eriesh de un salto para atacarlo con los dos filos de su espada feérica. La elfa tenía una gran destreza con aquella arma, cuyo manejo era sumamente difícil, porque hacía falta estar pendiente de ambos filos para evitar cercenarse un miembro uno mismo con un lado mientras atacaba a su oponente con el otro. Pasaron unos minutos frenéticos, llenos de destellos metálicos y hechizos desviados, casi imposibles de seguir por los fascinados espectadores. Después tanto Eyrien como Eriesh se encendieron, la elfa en dorado brillante y el elfo en azul zafiro, con un brillo cegador que hizo girar el rostro a más de uno.

De improviso, hubo un destello como un rayo y todo se detuvo. Cuando pudieron mirar de nuevo a los contrincantes, las espadas de ambos estaban en el suelo. Eriesh sostenía a Eyrien mientras ella se apoyaba en él con los ojos cerrados, intentando reorientarse.

—¡Eyrien! —exclamó Freyn; el hechizo de afonía había perdido su fuerza y había caído.

La Hija de Siarta miraba al suelo, con una dureza asombrosa.

—Estoy bien —dijo con rabia—. Sólo... sólo estoy un poco débil todavía.

Eriesh intercambió una mirada dura con Ian, y River lo entendió. La Hija de Siarta aún sufría los efectos del ataque del íncubo. Pero no estaba dispuesta a sentirse el centro de atención por aquella causa y volvió a exclamar que estaba bien con tanta brusquedad que todos se sintieron obligados a dejarla en paz. Eriesh la soltó y recogió las espadas de ambos del suelo, como si no hubiese sucedido nada.

—¿Puedo verla? —dijo Killian con timidez, señalando la espada de Eyrien.

—Por supuesto —dijo ella, pero no le tendió la espada a Killian sino a River—. A ver qué tal equipo formáis vosotros dos. Tú, mago, puedes intentar abrirla, y tú Killian, puedes intentar usarla luego. Pero cuidado, no vayas a rebanarte un brazo.

River cogió la espada y la observó con gesto concentrado.

—Y River —dijo Eyrien; era la primera vez que lo llamaba por su nombre y no «mago»—. Ten cuidado no te consumas en el intento.

River asintió y se concentró en la espada mientras Eriesh retaba a Killian a enfrentarse a él y todos devolvían su atención al espectáculo. Lo primero que pensó River es que era imposible que él consiguiera abrir la espada, porque respondía a la magia feérica y por tanto a la propia de los elfos, aunque si Eyrien lo había retado a abrirla significaba que alguna forma había. Entonces pensó en qué palabra feérica conocía él que pudiera abrir la espada. Tenía que ser algo simple, porque la elfa era capaz de abrirla sin formular ningún conjuro, así que la espada no respondía a hechizos complicados. Siguió meditando un rato, decidido a demostrar que era un gran mago.

Un rato después, mientras observaban a Killian intentar defenderse de Eriesh, se oyó un grito ahogado y todos se giraron hacia River. Vieron al mago caer de rodillas de nuevo, con peor aspecto que antes. Sin embargo cuando alzó la cabeza sonreía, y le tendió a Killian la espada de Eyrien, que estaba activada y mostraba sus dos hojas resplandecientes en un tono verdoso. Todos murmuraron su asombro y River vio, aunque borrosamente, que los dos elfos se miraban.

—Increíble —dijo Trenzor acercándose y tomando a River de un brazo para alzarlo del suelo—. ¿Sabes que sólo otro humano ha conseguido abrir alguna vez la espada feérica de Eyrien?

—Tu padre —le dijo Ian, y sus ojos brillaban con intensidad—. Aunque él tardó mucho más tiempo y casi se mata en el intento.

—¿Por qué ahora es verde? —preguntó Killian volteándola con cuidado.

—Porque River recibe su esencia mágica de uno sólo de sus tres ancestros elfos, el mismo que le da el color de los ojos.

—No hay duda de que tenemos ante nosotros a un Alto humano poderoso como pocos —dijo Jarn de Udrian, quien también era un Alto humano. Casi todos los descendientes mixtos de los elfos habitaban en las tierras del Norte que lindaban con los territorios élficos.

—Será un gran mago —aseveró Eyrien con gesto serio.

River oyó su comentario con orgullo, aunque se sintió algo incómodo, no supo por qué. Dejó el tema de lado cuando Eriesh lo retó a él también. En un último vistazo vio que la Hija de Siarta se alejaba de todos ellos caminando lentamente, ya no volvería a verla en varios días.

7
Explicaciones

Pasada la conmoción del regreso del príncipe Killian a su futuro reino, la vida empezó a normalizarse y a seguir su curso invariable. Los gobernantes y embajadores de las ciudades humanas volvieron a sus hogares, así como tres de los directores de los Centros Umbanda que había asistido al castillo. El cuarto era Hedar, y lo único que hizo fue volver a sus lecciones en el centro que se encontraba al otro lado del pequeño bosque interior de Arsilon. También Urist de Enadar y los consejeros de Trenzor volvieron a sus respectivos hogares, pero el mismo rey de Riskaben y Freyn permanecieron en el castillo junto a los elfos una temporada más. Al principio River se sintió en una nube cuando Ian les dijo a Killian y a él que Eriesh se encargaría durante algún tiempo de su entrenamiento bélico y que Eyrien supervisaría el aprendizaje mágico de River, pero parte de la ilusión no tardó en convertirse en desasosiego.

Eyrien no lo adiestraba personalmente (de hecho la veían poco), sino que había dado una lista de conjuros de ataque y protección a sus maestros del Centro Umbanda, conminándolos a conseguir que River fuera diestro con todos ellos. También a petición de Eyrien, Hedar se ocupó personalmente de enseñar a River algunos conjuros de magia común, como encender fuego y luz y secarse las ropas, para que, como había dicho un día Eyrien, consiguiera llegar al campo de batalla y no perderse por el camino. Pero la elfa en ningún momento fue al Centro a comprobar cómo avanzaban sus conocimientos, y River se sentía abandonado. Sin embargo, tampoco tenía mucho tiempo para compadecerse a sí mismo. Además del adiestramiento mágico también tenía que participar en las sesiones que Eriesh impartía a Killian, y estudiar la historia de la Triple Alianza y de la lucha contra Esigion de Maelvania. Así, cuando salía del Centro Umbanda iba rápidamente en busca de Eriesh y Killian al castillo y se sometía a los mismos entrenamientos que éste, de forma que cada día River se sentía más cansado y más fuerte, y el tiempo parecía pasar volando.

Por eso, sólo cuando toda Arsilon se rindió a las repentinas tormentas primaverales que lavaban piedra y hierba para luego dejarlas secar bajo la luz de un sol flamante, se dio cuenta River de que la vida había seguido su curso fuera de los muros de la ciudad fortaleza. Lo había hecho para lo bueno y para lo malo, y la vuelta a la realidad fue tan repentina como inquietante.

Cuando un atardecer dorado y perfumado estaban Ian y Killian jugando una larga partida de ajedrez, observados por Trenzor, Freyn y River, las malas noticias empezaron a llegar a Arsilon de la mano del tercero de los elfos que River y Killian tenían que conocer todavía. En el pabellón del jardín donde estaban instalados reinaba el silencio, roto sólo por el suave sonido metálico que hacía Freyn al pulir la hoja de su hacha y por los esporádicos movimientos de las piezas sobre el tablero de caoba. River observaba la partida de ajedrez mientras descansaba de sus lecciones, aunque el motivo real de su presencia allí era la oportunidad de ver a Eyrien. Los elfos, cada tarde, paseaban por el jardín de la fortaleza durante varias horas. Ian le había explicado a River que los elfos necesitaban de la naturaleza, casi más que de la comida y el descanso. De hecho, el bosquecillo de Arsilon se habían mantenido y protegido para ellos, para que se sintieran cómodos en aquel mundo humano. Y sabiéndolo, River esperaba su regreso para poder ver a Eyrien, mientras todos descansaban en aquel lugar apartado y silencioso.

—Jaque —murmuró Killian, pero no llegó a mover su reina.

Se oyó el sonido de unos pies caminando sobre la grava del sendero que llevaba hasta el pabellón desde el castillo, y todos se giraron con curiosidad a ver quién era el recién llegado. Era Hedar el que aparecía entre los arbustos del caminito. El hechicero jefe saludó y miró a su alrededor antes de hacerse a un lado reverentemente para dejar paso a quien lo seguía por el sendero. Tanto River como Killian se quedaron pasmados al ver llegar a una elfa desconocida con paso rápido y enérgico, como si su vida infinita no fuese suficientemente larga como para permitirle realizar todas sus tareas. Era una Elfa de las Rocas, y no había duda de que era Hija del Rubí, ya que sus ojos y sus cabellos brillaban indiscretamente en el tono granate del vino tinto; su gris habitual debía parecerle a la elfa demasiado anodino. Su mirada encarnada se posó rápidamente en el rey y la inmortal se detuvo.

—Hola Ian. ¿Dónde está Eyrien? —exigió sin más ceremonia mientras saludaba con un gesto de la mano a los enanos.

—Hola Tirenia, bienvenida. Eyrien está en algún lugar del jardín —respondió Ian sin hacer preguntas, señalando la espesura vegetal que empezaba al otro lado del pabellón.

La elfa estaba a punto de reanudar su camino cuando su mirada pasó velozmente sobre River y se detuvo de nuevo, fijando sus ojos granates en los de él.

—Vaya, el hijo de Lander —dijo sin ningún tipo de emoción. Luego observó a Killian, que la miraba boquiabierto—. Y tú eres el sobrino de Ian —aseveró.

Siguió caminando, y River y Killian intercambiaron una mirada de asombro; comparada con ella, incluso Eyrien era toda dulzura y educación.

—¡Tirenia! —exclamó Eriesh, que regresaba con Eyrien en aquel momento.

—¡Eriesh!

Tirenia se lanzó al cuello de Eriesh y le dio un breve beso en los labios, aunque a Eyrien no pareció importarle porque también ella abrazó a la recién llegada con alegría. Mientras los elfos estaban ocupados con su feliz reencuentro, River aprovechó para acercarse a Ian.

—No se puede decir que Tirenia sea muy... accesible. ¿Verdad?

—Tirenia es una Cazadora de Profecías —le susurró Ian a su vez, provocando el asombro de sus dos ahijados—. Tirenia es una de esas elfas que piensan que hay demasiados humanos en el mundo, y que hemos roto la paz de los elfos. Desde su punto de vista no podemos reprochárselo, ¿verdad? Se ha pasado décadas cazando traidores humanos por sus fechorías y crueldades, así que es normal que piense que no somos mejores que los guls.

—¿Y siempre es así de indiscreta? —preguntó Killian.

—Sí. Tirenia está muy orgullosa de ser lo que es, y cree que los elfos no deberían ocultar la pureza de su esencia —dijo Ian—. Y tiene razón; es un mundo triste éste en el que los seres más bellos tienen que intentar pasar desapercibidos y ocultarse a todas las miradas, sepultando su esplendor. Hay muchos elfos que piensan como ella, aunque la mayoría ni siquiera lo medita. Son pocos los elfos que salen de sus reductos y ven a un humano alguna vez.

River se quedó mirando a los elfos mientras hablaban. Tirenia era una elfa muy hermosa. Sus ceñidas ropas de viaje de color gris ceniza contrastaban con sus cabellos granates y brillantes, y su presencia emanaba pura energía. Y aunque River consideraba que Eyrien era el ser más bello que habían visto nunca sus ojos, en aquel momento tanto ella como Eriesh se veían eclipsados ante aquel reflejo de poder y magia que emanaba de la Hija del Rubí. Su belleza era incluso dolorosa para el ojo humano; y River adivinó sabiamente que si Eyrien y Eriesh no se mostraban en toda su esencia era precisamente por respeto a sus anfitriones. Al poco rato Eriesh dejó a las elfas solas, y su expresión seria y taciturna mientras volvía con el resto hizo que River volviera a la realidad. Porque ahora que lo pensaba, ¿qué hacía aquella elfa, una Cazadora además, de pronto en el castillo? ¿Y por qué buscaba a la Hija de Siarta con tanto apuro?

Eyrien exhaló una exclamación de angustia y se llevó las finas manos a la boca. Estaba claro que los motivos que habían llevado a Tirenia a Arsilon no eran buenos. Todos observaron con inquietud e impaciencia cómo las elfas hablaban telepáticamente con gesto atribulado, hasta que Eyrien se fue hacia el castillo a paso rápido. Cuando pasó por su lado, pudieron ver que sus ojos estaban húmedos por el llanto. Tirenia, sin embargo, volvió a acercarse a ellos con lentitud.

—¿Qué sucede, Tirenia? —le preguntó Ian.

Ella lo miró en silencio, y finalmente suspiró.

—Imran ha muerto —dijo con pesar.

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