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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (5 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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—¡Oh, no! —exclamó Killian, y se levantó raudo a sostenerla.

River quiso gritarle que se detuviese, pero no tuvo tiempo de hacerlo. La elfa murmuró algo por lo bajo y Killian se estrelló contra un escudo invisible que lo hizo retroceder a trompicones y caer al suelo. La inmortal levantó los ojos hacia ellos pero sin verlos, como si estuviera mirando en su propia mente. Con lentitud temerosa se llevó una mano al cuello y, apartándose los cabellos azul claro hacia la espalda, posó la palma de la mano en el lado izquierdo de su garganta. Se puso más pálida incluso antes de mirarse la mano y descubrir en ella dos puntitos de su sangre granate con tintes dorados. También River sintió un vuelco en el corazón al ver las marcas de los colmillos de un íncubo en el delicado cuello de la pálida feérica, aunque pronto tuvo que preocuparse por su propia seguridad.

Recuperándose de la impresión, Eyrien volvió a clavar su mirada en los dos humanos. Su ira iba en aumento y era pareja al temor que despertaba el saberse víctima de un vampiro. River alzó los brazos en un gesto de defensa desesperada y creó un escudo alrededor de él y su amigo, sabiendo que no serviría de nada. Sin embargo, quizás fue aquel gesto el que los salvó, porque despertó la compasión de Eyrien; no le gustaba matar a nadie a sangre fría. Se relajó y los miró con más calma, consciente de que no eran necesariamente enemigos. Quizás sólo había sido el destino quien los había cruzado en su camino.

—Eso no te protegerá de mí, Alto humano —dijo Eyrien refiriéndose a su pantalla de protección—, si decido que debéis morir.

—Ya lo sé —reconoció el mago.

Eyrien pronto estuvo segura de que ellos no tenían nada que ver con el ataque que había sufrido; el Bajo humano la miraba con aquella preocupación propia de los caballeros que veían a una dama en apuros, y en la mirada del mago se adivinaba aquella fascinación revestida de envidia que se leía en el corazón de todos los Altos humanos cuando veían a un elfo. Aunque parecía que su inquietud era genuina. Eyrien se sentó en el suelo, para meditar en lo sucedido. Los humanos se limitaron a quedarse mirándola desde su prudencial distancia, cosa que agradeció. No le apetecía tener que atacarlos si se movían y distraerse de sus pensamientos. Al cabo de un rato, Killian desvió su mirada de ella y la dirigió a su compañero.

—¿Crees que esto tiene algo que ver con tu intuición de cambiar de rumbo? —le susurró.

Eyrien alzó la cabeza para mirar al Alto humano, que respondió mirándola a ella.

—No lo sé, pero podría ser —dijo lentamente, como pensando en sus propias palabras—. ¿Qué te ha pasado? —le preguntó a ella—. ¿Cómo has llegado aquí, y cómo te atrapó ese vampiro?

Aunque los humanos no pudieron percibirlo, Eyrien se estremeció al escuchar la palabra vampiro. Había estado completamente desvalida entre los brazos de un íncubo, el cual la habría observado y la habría estudiado antes de saciar con ella su sed, sorbiendo su sangre y su magia. Y ella no se había dado cuenta de nada de todo eso mientras su cuerpo era mancillado por unas manos y unos labios que no estaban ni vivos ni muertos.

—No lo tengo muy claro —dijo finalmente, hablando para sí misma—. Pero lo averiguaré.

—Te recuperarás —dijo River—. Y podrás hacerle frente si vuelve.

Eyrien suspiró. No le hacía ninguna gracia que el mago adivinara sus pensamientos. Los elfos, aunque eran el pueblo más poderoso, tenían una aprensión innata hacia los vampiros. Este temor inherente no se debía al miedo a morir en sus manos, sino a lo que podía implicar esa muerte. Los Altos Feéricos eran muy responsables con su magia, pues sabían que eran superiores a las demás razas y usaban esos dones con responsabilidad y cautela. Nunca se aprovechaban de sus poderes ni los usaban para someter a nadie, e incluso preferían alejarse de los demás pueblos antes que tener que enfrentarse a ellos y superarlos con facilidad. Incluso preferían morir. Por ello temían a los íncubos. Éstos eran sus depredadores naturales, si conseguían atraparlos, y con su sangre feérica hacían suya también su magia. Y eso los elfos no podían permitirlo, antes preferían morir. La silenciosa batalla entre elfos y vampiros era ya eterna, la máxima expresión de la lucha entre el bien y el mal, mientras los humanos, los eternos inanes, permanecían ajenos a esta natural pero cruel rivalidad. River, como mago estudiante en un Centro Umbanda, sabía todo eso. Si realmente no sabía cómo había llegado a atraparla el vampiro, la elfa debía sentirse muy confusa.

—¿A dónde te dirigías? —le preguntó al ver que ella buscaba sus cosas a su alrededor.

La elfa le lanzó una mirada desdeñosa y fulminante y no se dignó a responderle.

—Nosotros podríamos acompañarte una parte del camino si vamos en la misma dirección y...

Pero Eyrien no le dejó acabar. Sus ojos se encendieron de un azul eléctrico y airado cuando dijo en una voz baja y amenazadora:

—¿Acaso crees que tú puedes proporcionarme algún tipo de protección, hechicero humano? ¿O tu amigo el caballero? Ninguno de los dos duraríais ni tres minutos ante el vampiro que me ha hecho esto. Además no me interesa la compañía humana ahora.

Antes de que River pudiese abrir la boca para replicar, molesto, Killian le puso una mano en el hombre e intervino con su serena diplomacia habitual.

—Por supuesto, no pensamos que podamos protegerte mejor de lo que lo haces tú misma, Hija de la Noche —dijo—. Seríamos nosotros los que nos sentiríamos más seguros si tuviéramos el privilegio de viajar bajo tu amparo. Nosotros no dirigíamos a Arsilon —finalizó Killian.

—Yo me dirigía a Arsilon también —dijo Eyrien, satisfecha con aquellas palabras respetuosas—. Está bien, seguiremos juntos. Sería estúpido que tomáramos caminos separados para llegar al mismo destino. Recoged vuestras cosas, partiremos enseguida.

A River no le hizo ninguna gracia que la elfa se erigiese como líder del grupo, pero al ver que Killian la obedecía sin inmutarse optó por hacer lo mismo. Si el futuro rey de los Pueblos Libres veía clara aquella jerarquía, ¿qué iba a decir él? Mientras hacía su petate y empezaba a cargar sus cosas en la alforjas de su montura, se fijó en que la elfa los esperaba sin moverse.

—¿Y tu equipaje? ¿Y tu montura? —le preguntó, esperando que la elfa no volviera a ofenderse.

Ella le dirigió una mirada reprobadora. Se alejó un poco, se inclinó, recogió unas armas del suelo y se las cargó a la espalda.

—Éste es mi equipaje —dijo la elfa—. Y mi montura venía por otro camino y debe estar ya cerca de Arsilon.

River la miró sorprendido. Todo lo que llevaba eran las ropas que llevaba puestas, que estaban limpias y no sucias por el viaje, y sus armas: un elaborado arco élfico con un carcaj de flechas y una espada con la empuñadura de oro blanco, que también llevaba colgada de la espalda en una bella vaina de intrincados motivos feéricos. Y lo más chocante era el comentario de que su montura venía por otro camino.

—Pero, ¿cómo has llegado hasta aquí entonces? —preguntó asombrado—. No llevas ni siquiera víveres ni ropa. ¿Has llegado así desde lo más alto de Nórdica?

—Eso es cosa mía, Alto humano —dijo Eyrien con suavidad.

River seguía teniendo curiosidad, pero incluso él sabía que no era oportuno preguntar más. Los elfos eran por naturaleza incapaces de ante, ni siquiera ante un enemigo. Por eso, cuando alguien les preguntaba algo de forma directa, sólo podían ser sinceros o callar. Y se molestaban mucho si alguien insistía en preguntarles si habían decidido no hablar. Pero aquella sinceridad absoluta también era un arma de doble filo, pues, aunque incapaces de mentir, los elfos eran inteligentes y astutos, y muy hábiles en decir verdades tergiversadas o incompletas. Por ello y aunque no pudiesen mentir, los elfos eran quizás los seres de los que uno menos podía fiarse. El lema de los estudiantes de los Centros Umbanda era «no creas nunca a un Elfo, por mucho que te diga la verdad». Aunque todo aquello le quedaba muy lejano a River ahora. Tan sólo podía pensar en la hermosa elfa, y aceptar que se dejaría engañar.

—Acepta mi montura, por favor —dijo tendiéndole las riendas de su caballo—. Yo iré a pie.

—Entonces no llegaríamos ni en una semana a Arsilon, y tengo prisa —dijo Eyrien—. Yo puedo ir más rápido y cansarme menos que tu caballo, como quien dice. ¿Cuál es su nombre?

—Espira —dijo River.

—Ven, Espira —dijo la elfa mirando al caballo.

La yegua se acercó obediente a la elfa, y coceó contenta cuando ésta le acarició el morro.

—No te ofendas por mis palabras, Espira —dijo Eyrien sonriendo.

«Estupendo», pensó River con fastidio, «a mi puede tratarme de tonto pero al caballo no hay que ofenderlo».

—¿Nos vamos? —preguntó Killian.

Cuando River se giró a mirarlo, vio que el príncipe ya había empacado y montado en su caballo. Sonreía, lo que hizo pensar a River que se lo estaba pasando en grande con aquella situación. Se sintió un poco estúpido, al darse cuenta de que a Killian le parecían normales aquellos desaires degradantes de la elfa y que, por otra parte, el príncipe aún no la había provocado para que lo obsequiara con alguno de sus desplantes. Así que montó y dejó de preocuparse por la elfa, que parecía querer apañárselas sola.

Emprendieron la marcha a través del tupido y húmedo bosque de Dreisar, sumido aún en una fantasmagórica neblina que el sol aún no había conseguido levantar. Avanzaron entre la espesura verde durante toda la mañana sin detenerse, y River no pudo hacer otra cosa que admirar a la elfa, que seguía ágilmente el paso de los caballos sin mostrar debilidad. Sin embargo y aunque parecía que recuperada, se mostraba taciturna y su rostro reflejaba una expresión hondamente preocupada. Pero no habló, y ellos prefirieron no molestarla. Al mediodía se detuvieron para almorzar y dejar descansar a los caballos. La elfa no necesitaba ni descanso ni comida aunque aceptó un poco de agua. Permanecieron callados, lo que River aprovechó para mirar a su alrededor e intentar situarse. El sol estaba en su cenit pero el bosque estaba en penumbra; era tan denso que no dejaba pasar los rayos del sol. Tan sólo el sutil sendero que estaban siguiendo parecía un poco iluminado.

—No tenéis muy claro a dónde vamos, ¿verdad? —preguntó la elfa, que lo traspasaba con su penetrante mirada azul.

—Bueno... —dijo River azorado—. Lo tenía claro antes de desviarnos para encontrarte.

—¿Para encontrarme? —repitió la elfa con una media sonrisa.

—Sí —dijo River tajante—. Cada vez tengo más claro que alguien o algo nos condujo a ti.

—Podría ser —dijo ella, aunque no siguió hablando de sus sospechas.

—De todas formas tenemos que estar cerca de Arsilon, porque estamos en la parte lindante del bosque de Dreisar —dijo Killian—. El camino debe llevar a la ciudad fortaleza necesariamente.

—También puede ser obra de los kapres o los wendigos —dijo Eyrien con tranquilidad—. A mí no es que me importe, pero si tenemos que caer en su trampa nos retrasaríamos bastante, y tengo prisa. Si no os importa creo que a partir de ahora guiaré yo nuestro camino.

—No nos importa —dijo Killian—. Quizás a los elfos los Kapres no os parezcan más peligrosos que los lobos, pero yo preferiría no caer en su trampa.

—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó River, sorprendiéndose de que llevaran tanto rato juntos y aún no supiesen cómo debían llamarse. Sin embargo, al ver que la elfa volvía a dirigirle una mirada de superioridad desdeñosa, optó por reestructurar la pregunta como lo hubiese hecho Killian—: Mi nombre es Erik y el de mi amigo es Kris —mintió—, y nos gustaría conocer tu nombre.

—Mi nombre es Erynie —dijo Eyrien. No estaba mintiendo, sólo estaba modificando la verdad cambiando las letras de su nombre de lugar. Tampoco ella podía permitirse confiar en los desconocidos.

—¿Vais a la presentación del príncipe Killian de Arsilon? —preguntó River, aunque al ver la expresión de cautela de la elfa, añadió—: Todos los que están en los caminos ahora se dirigen a Arsilon para ver la llegada del heredero del trono. Es un hecho histórico.

—Sí, los motivos de mi viaje están relacionados con ese evento —concedió Eyrien.

—¿Tú eres sirviente de Eyrien de Siarta? —preguntó River sin poder contenerse, aun sabiendo que estaba cometiendo un error.

La elfa se puso tensa aun estando sentada, se irguió tan larga como era y sus ojos se encendieron con un brillo interno que no presagiaba nada bueno. Antes de poder explicarse, River vio impotente cómo murmuraba algo inaudible y enseguida sintió que los músculos se le agarrotaban y que su cuerpo quedaba paralizado. Volvió los ojos hacia Killian, que se hallaba a su lado, e intuyó por su expresión crispada y tensa que el hechizo también lo había afectado a él.

—Quién te ha dicho eso, Mago —dijo Eyrien en voz baja y amenazadora.

—¡Nadie! —dijo River intentando parecer sincero—. Somos mozos del castillo. Trabajamos allí, y los cuchicheos corren como la espuma; es inevitable enterarse de cosas así.

River notó que la presión mágica que atenazaba su cuerpo se relajaba, y sacudió los brazos para aliviar el dolor. A su lado también Killian se removió. Miraron a la inmortal con temor, pues la expresión de su rostro había sido fría como el hielo.

—Pues sería mejor que vigilaras más lo que deja escapar tu boca, Humano —dijo Eyrien—, no sea que alguien decida que es mejor cerrártela para siempre por tu simpleza. Y más vale que os llevéis esa información a la tumba, si no queréis acabar en ella demasiado pronto. Los tiempos no están ahora para esa clase de indiscreciones, y la dama Eyrien necesita mantener su anonimato para sobrevivir fuera de Siarta.

—Lo sé, lo siento —dijo River sinceramente—. Pero para cualquier mago saber que tiene cerca a alguien de la casa de Siarta es algo apasionante.

Eyrien sonrió abiertamente. Le conmovía la emoción del mago, y también su inocencia. ¿Qué pensaría si supiese que la elfa a la que ansiaba ver era precisamente la que tenía delante?

—Sí, yo sirvo a la Hija de Siarta —dijo Eyrien, asimilando como una verdad que ella se servía a sí misma—. Y sí, creo que la Dama acudirá a la celebración. De hecho ya debería estar allí —dijo suspirando—. Sin embargo no creo que vosotros lleguéis a verla, una vez que estéis en Arsilon.

—Quién sabe, quizás nos sorprendamos —dijo Killian sonriendo a River.

Poco después recogieron sus pertenencias y se prepararon para seguir su camino, pues el ambiente se estaba volviendo aún más sombrío con el caer de la tarde. Eyrien se puso en cabeza y miró a su alrededor, sin duda buscando el camino a seguir. Se agachó, examinó la hierba, se acercó a un árbol y puso la mano en él. El tronco se estremeció como si tuviera cosquillas.

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