Read La chica del tiempo Online

Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (13 page)

BOOK: La chica del tiempo
3.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Cariño, qué valor. —Muy típico de él, además, ir con la verdad por delante.

—No tenía nada que perder —comentó él, alzándose de hombros—. En fin, el caso es que Charmaine intentó despedirme en ese momento, pero yo dije que de ninguna manera. Le informé que mi contrato estipulaba que el despido se me debía notificar con tres meses de antelación. Luego me llamaron de Personal. Me van a pagar una indemnización si me marcho antes del día catorce. Ahora tengo que llamar a mis autores. Lo siento por ellos, pero no puedo hacer nada. Imagino que la mitad acabarán con el pesado de Oliver, los pobres. Pero ¿sabes una cosa? —Peter estaba hojeando la agenda que había sacado de su cartera—, no me gusta marcharme así, pero es que no he tenido más remedio. Charmaine y Oliver se habían propuesto acabar conmigo. Ahora, gracias a Andy, estoy a salvo. Voy a invitarle a comer al Ritz.

—Claro que sí. Se lo merece. —Pero Peter estaba ya marcando un número en el teléfono y no pareció oírme.

—Voy a llamar primero a Clare Barry.

—También tienes que llamar a Jean. Cariño, eso era lo que quería decirte. Tengo que confesar una cosa.

—¿Sí?

—Sí. La razón de que me haya estado portando como una tonta. Lo siento muchísimo. Es que se me había metido en la cabeza que estabas saliendo con una tal Jean. Pero ahora sé que Jean no es Jean. Vamos, que Jean es un hombre. Y me he enterado porque ha llamado hoy.

—¿Jean? Sí, hemos estado trabajando juntos en un contrato. Era un libro aburridísimo sobre un actor de cine francés, sin mucha importancia. Charmaine me había endilgado el asunto. Íbamos a publicarlo a la vez en Inglaterra y Francia, así que he tenido que hablar con Jean bastantes veces. Pero es un rollo de espanto, Faith. Y yo estaba tan preocupado que me he olvidado de llamarle. Ah, hola, ¿está Clare? Hola, Clare. Soy Peter…

—¿Nada? —repitió Lily cuando la llamé para contárselo. Parecía levemente indignada—. Cariño, ¿estás segura?

—Sí —contesté encantada—. Del todo.

—¿Nada? ¿Nada de nada?

—En absoluto.

—Ah. O sea que nos hemos equivocado.

—Pues sí. Siento lo de tu artículo, Lily…

—Sí, ya… —Parecía un poco deprimida.

—Pero el caso es que Peter no me ha engañado.

—Mmmm.

—Mira que he sido tonta. No me lo puedo creer —proseguí—. ¿Por qué di por sentado enseguida que Jean era una mujer?

—Porque sigues creyendo que las cosas son lo que parecen.

—Ya lo sé. En vez de pensar racionalmente me puse paranoica del todo y saqué conclusiones precipitadas.

—En fin, todavía podemos hacerte una entrevista, como una mujer cuyas sospechas demostraron no tener fundamento.

—¿No será una pérdida de tiempo y dinero?

—No, aunque evidentemente nos habría ido mucho mejor si Peter hubiera hecho alguna trastada. Mejor para la revista, quiero decir.

—Pues me alegro de que no fuera así —bromeé—. Lily, muchísimas gracias por pagar al detective. La verdad es que me hiciste un favor doble, porque ahora confío en Peter todavía más que antes.

De pronto se produjo un silencio, roto tan solo por los gruñidos de fondo de Jennifer.

—Faith, me alegro de que todo haya salido bien —dijo Lily por fin—. Y no quisiera en absoluto aguarte la fiesta, pero…

—¿Pero qué?

—Que todavía hay algunas cuestiones sin explicación.

—¿Como qué?

—Pues la flores, por ejemplo. ¿De verdad eran para esa autora?

—Sí, estoy segura.

—¿Y los chicles y el tabaco?

—No lo sé —repliqué un poco enfadada—. Y para ser sincera, tampoco me importa. Estoy segura de que tienen una explicación muy sencilla, como pasó con Jean.

—Bueno, yo lo único que digo es que no hay muchos ingleses que fumen Lucky Strike. Es una marca americana.

—Pues debía de ser para Andy, el cazatalentos.

—Seguro. ¿Pero entonces por qué no te lo dijo Peter? Mira, Faith, ¿podrías hacerme un favor? Es solo por el artículo, claro.

—Muy bien. Si puedo…

—¿Quieres preguntarle a Peter por los chicles y el tabaco? —Yo suspiré—. Solo para no dejar ningún cabo suelto.

—Está bien, está bien —cedí de mala gana—. Pero no le voy a decir nada hasta el miércoles.

—¿Por qué? ¿Qué pasa el miércoles?

—Que vamos a salir a cenar. Le tengo preparada una cena muy especial. ¡He reservado mesa en Le Caprice!

—¡Caramba! Menudo lujo.

—Ya lo sé. Pero Peter se lo merece después del estrés de los últimos meses. Y como he sido tan mezquina con él y tan desconfiada, la cuenta la voy a pagar yo. Tenemos muchas cosas que celebrar. Su nuevo trabajo, nuestro futuro…

—¿Y qué más?

—¡Es San Valentín!

La tarde del 14 de febrero cogí el metro hasta Green Park. Londres estaba lleno de amor, y yo también. En todos los andenes se veían jóvenes de aspecto tímido con ramos de flores. Y pensé en las dos docenas de rosas rojas que Peter me había enviado ese mismo día. Me quedé maravillada al verlas. Eran preciosas, de tallos largos y pétalos aterciopelados, y olían estupendamente. Mientras bajaba por Piccadilly me iba abriendo camino entre las parejas que paseaban del brazo. El aire de la tarde parecía palpitar de amor. Pasé por delante del Ritz y, a pesar de llevar tanto tiempo casada, el corazón me latía con fuerza cuando doblé por Arlington Street y vi Le Caprice. Había estado allí una vez con Peter, hacía años, pero sabía que era su restaurante favorito. Miré el interior monocromo y vi que Peter ya estaba en la mesa, tomando su gin-tonic de siempre. Se levantó para saludarme y yo pensé que estaba muy elegante, pero también un poco apagado. En ese momento sonó su móvil, con la canción de «Porque es un chico excelente», que es la que tiene programada.

—Supongo que es Andy —dije, mientras Peter desconectaba el teléfono—. Y hay que decir que Andy es un chico excelente.

—Sí —contestó Peter con una débil sonrisa—. Es verdad.

—Debe de estar encantado con el trabajo que te ha conseguido. —En ese momento mirábamos el menú—. Espero que se lleve un buen extra por todo lo que ha hecho.

—Sí, desde luego. —Peter soltó una curiosa risita—. Ah, a propósito, mi nombramiento sale en el
Publishing News
.

Me enseñó la revista y allí, en la página tres, aparecía una foto de Peter bajo el titular: PETER SMITH PASA A BISHOPSGATE. Lo leí con un orgullo tremendo: «Respetado director de publicaciones… muy distinguido… se rumorean conflictos con Charmaine Duval… Bishopsgate en expansión». Pedimos champán —esta vez champán de verdad— y luego llegaron los primeros: para mí pollo Bang Bang y para Peter crema de hinojo. El restaurante estaba lleno de parejas como nosotros, celebrando una cena romántica de San Valentín, tête-à-tête. Yo me sentía relajada y tranquila, aunque como ya digo notaba a Peter bastante callado. Claro que yo sabía por qué: acababa de pasar su último día en Fenton & Friend, y debía de haber sido muy triste para él.

—¿Te han hecho una buena fiesta de despedida?

—Bueno, tuvimos una pequeña reunión en mi despacho. Iris se echó a llorar. Yo también estaba muy triste.

—Es un gran cambio, cariño, sobre todo después de tanto tiempo. Pero todos los cambios son positivos. Has pasado una temporada horrorosa —añadí, mientras el camarero nos quitaba los platos—. Oye, quiero pedirte perdón otra vez por haber sido tan desconfiada. No sé qué me pasó.

Peter me apretó la mano.

—No te preocupes, Faith. Lo pasado, pasado está.

Yo alcé mi copa.

—Por los finales felices.

—Sí, por los finales felices. Y por los nuevos comienzos.

—Por un nuevo capítulo —añadí encantada—. Sin sorpresas desagradables.

—Sí, brindo por eso.

—Hasta el tiempo ha mejorado —sonreí—. La depresión anticiclónica se ha levantado y tenemos un cielo azul. —Peter sonrió—. ¿Llevaste a Andy al Ritz? —pregunté. Ya nos habían traído el segundo plato: pez espada para mí y pechuga de pollo para él.

—Pues… sí. Sí. Estuvimos allí el… el martes.

—Bien. Creo que Andy es estupendo.

Charlamos mientras comíamos y por fin Peter comenzó a relajarse. De pronto me acordé de la petición de Lily, pero no quería preguntarle a Peter directamente.

—Cariño, siento mucho haber dudado de ti. No ha estado bien. Obviamente las flores eran para Clare Barry, ¿verdad?

—Sí.

—Y el paquete de tabaco… Bueno, tampoco pasa nada. ¿Por qué no ibas a fumarte un cigarrillo de vez en cuando? He sido una tonta, Peter. He confiado en ti durante quince años, y no tengo intención de dejar de hacerlo ahora. Sé que nunca me has engañado —proseguí con una risita achispada—. Y no creo que fueras capaz. —Peter no decía nada—. Porque sé que siempre dices la verdad. ¿A que sí, cariño? Porque lo cierto es que eres un tipo decente y honrado. De hecho eres totalmente sincero, y eso es lo que más me gusta de ti, y quiero que sepas que…

—Faith, para por favor —me interrumpió él de pronto—. Para. —Jugueteaba con el cuchillo y tenía una expresión muy rara—. Tengo que decirte una cosa.

—No, si no importa…

—Sí que importa, Faith.

—Peter —bebí un largo trago de burdeos—, sea lo que sea, esta noche no importa.

—Sí que importa, te lo aseguro. Importa muchísimo, porque la verdad, no soporto más oírte decir lo estupendo que soy.

—Vaya, cariño, lo siento. No quería molestarte. Es que estoy tan contenta… Y creo que he bebido un poquito de más. Solo quería compensarte por haber sido tan tonta y tan desconfiada.

—Pero es que se trata precisamente de eso. Eso es lo que no puedo soportar.

—¿Por qué?

—Faith… He hecho una cosa… una verdadera tontería…

—¿Que has hecho una tontería? Bah, seguro que no es nada.

—Te aseguro que sí.

—De verdad, Peter…

—No, escucha. —Me miró a los ojos y respiró hondo—. Faith —murmuró—, te he sido infiel.

Mi copa de vino se detuvo en el aire.

—¿Cómo?

—Perdóname, pero te he sido infiel.

—Ah. —Se me encendió la cara.

—Pero solo una vez. Fue un asunto sin importancia.

—Ah —repetí.

—Y te lo estoy diciendo porque… bueno, vamos a entrar en una nueva era, un nuevo capítulo. Y la verdad es que me siento incapaz de empezar con mentiras.

—Ah. —No sé por qué, pero no me salía ni una palabra.

Peter se quedó mirando el pollo, que no había tocado.

—Es que llevas toda la tarde diciéndome lo honesto y lo sincero que soy, y no podía soportar ocultarte que…

—¿Qué?

—Bueno, que he tenido un pequeño… desliz.

—¿Un desliz? ¿Con quién?

—Mira, eso no importa. Ya se ha terminado. Fue un error y no va a pasar más.

—Perdona, cariño —repliqué yo, haciendo un esfuerzo por mantener la compostura—, pero me parece que no es justo que me digas que has tenido una aventura y que no quieras que sepa con quién, porque… ¡Dios mío, Peter! —Tenía un nudo en la garganta—. ¡Me has sido infiel!

—Sí. Pero no tiene importancia —repitió—. Me sentía presionado. Había bebido unas copas y… no sé, pasó.

—Dime con quién, por favor. —Notaba húmedas las palmas de las manos.

—No…

—Por favor, Peter. Tengo que saberlo.

—Bueno…

—Dime quién es.

—No.

—¡Dímelo!

—No puedo.

—Sí puedes.

—Escucha…

—Dime quién es, Peter.

—Está bien —suspiró—. Andy Metzler.

Yo me llevé las manos a la boca.

—¡Te has acostado con un hombre!

Peter se quedó mirándome horrorizado.

—No pasa nada, no lo entiendes.

—¡Sí que pasa! —grité—. ¡Sí que pasa!

—Que no.

—¿Cómo que no?

—Es que Andy es una mujer.

—¿Qué?

—Que Andy Metzler es una mujer—. Me quedé de piedra.

—No me lo habías dicho.

—No me lo habías preguntado.

—¡Pero no me habías dicho nada! No hacías más que hablar de Andy, y yo no tenía ni idea de que era una mujer.

—Pues lo es. Ya sé que es un nombre algo raro para una mujer, pero es que es americana. Se deletrea A-n-d-i-e.

—Ya. Como Andie McDowell.

—Sí, eso es.

—¿Y has tenido una aventura con ella? —Peter asintió—. ¿Cuándo? —Ahora él jugueteaba con el salero.

—¿Cuándo, Peter?

—El martes.

—¿El martes? ¿Ayer? ¡Claro! Ibas a llevarla a comer al Ritz, para celebrarlo. Pues parece que lo celebraste a base de bien.

—No sé, una cosa llevó a la otra —replicó él abatido—. Ella quería ligar conmigo, Faith. Lo lleva intentando desde hace meses, desde que me conoció, de hecho. Y tú no hacías más que sospechar de mí. La verdad es que estaba harto. Y me sentía tan agradecido hacia Andie por haberme conseguido el trabajo que… no sé, no pude negarme.

—Ya. O sea que te acostaste con ella para no herir sus sentimientos. Qué caballerosidad. Estoy muy orgullosa de ti, Peter. Alquilarías una habitación, supongo.

—Sí. Alquilamos una habitación. —Y de pronto, en aquel terrible momento en que dijo «alquilamos», me di cuenta de que la sinceridad era la cualidad menos atractiva de Peter.

—Así que al final se llevó su bonificación —dije sombría, con un nudo en la garganta—. Qué ironía. —No hacía más que estrujar la servilleta—. Qué ironía. Durante dos semanas he estado obsesionada con una escocesa llamada Jean, que resulta ser un francés llamado Jean, y ahora me dices que has tenido una aventura con una americana llamada Andie, a quien yo consideraba un hombre.

—Pues… sí.

—Vaya —susurré con amargura—. Vaya, vaya, vaya. Me has hecho mucho daño.

—Lo siento. No quería hacerte daño. Pero ella me empujó a hacerlo.

—No digas tonterías.

—Es verdad —insistió Peter débilmente—. Yo le dejé muy claro que estaba casado. Pero ahora que se iba a acabar nuestra relación profesional, ella…

—Decidió hacerla personal.

—Sí. ¡Oh, no sé! Me estaba sometiendo a mucha presión.

—¡No te creo! Si te acostaste con ella fue porque tú quisiste.

—No, yo no quería.

—¡Mentira!

—Baja la voz.

—¡Admítelo!

—¡Está bien!

—O sea que tú querías.

—Sí. Ya que te pones así, es verdad. ¡Sí quería!

—¡Hijo de puta! —Y yo misma me quedé horrorizada al oírme, porque nunca en mi vida le había insultado así.

—Mira, Faith, he estado sometido a un estrés terrible —gimió él, apoyando la cabeza en la mano—. Estos seis meses han sido un infierno. Y encima te pusiste a sospechar de mí. Estabas todo el día encima, no me dejabas en paz. Como un perro con una rata, venga a preguntarme sobre mujeres o chicles o tabaco…

BOOK: La chica del tiempo
3.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Novel Murder by Simpson, Ginger
Under the Moon's Shadow by T. L. Haddix
Ten Little Bloodhounds by Virginia Lanier