El Caos.
—Esperad —les advirtió Pahtun una vez más mientras examinaba el suelo. Tiadba no tenía ni idea de a qué esperaban ahora. ¿Qué podía ser más extraño, más desconcertante?
Algo descendió, a pesar de que ellos todavía se hallaban dentro del límite de lo real… descendió y despreocupadamente intentó hacerles a un lado, como quien aparta insectoletras de la mesa. Cuatro de los exploradores gritaron a la vez, para luego caer y rodar a un valle poco profundo entre las ondas de cimiento, intentando ocultarse. Khren y Nico se pusieron de rodillas y se aferraron, dejando a Tiadba sola junto al adiestrador, la única que todavía miraba a lo alto.
El cielo —lo que en su día había sido el cielo— parecía saber que lo observaban. Intentó entrar por sus ojos, atravesar su mente, subvertir todo lo que la definía como progenie… como observadora, como pensadora, como ser independiente.
Se niega a ser comprendido… ciertamente no se dejará dominar
.
Lentamente Tiadba bajó la vista hacia el suelo desigual y roto, para luego parpadear, por voluntad propia. De alguna forma se había enfrentado a lo que había sobre el Kalpa, enfrentándose hasta el empate.
Pahtun observó a la joven progenie con aspecto renovado. El esfuerzo de Tiadba le provocó algo de satisfacción y su lenta recuperación le causó interés profesional.
—No ha sido más que el principio —dijo—. No hay forma de prepararos. Ninguna forma.
Se acercaron a la línea externa de generadores: elevados y estrechos monumentos que lentamente se deslizaban por el perímetro: blancos, relucientes e indefinidos, como altos gigantes de vidrio rodeados de niebla. Las formas enterradas dentro de esos obeliscos se movían con lenta deliberación, como si siguiesen fuerzas externas.
Entre los generadores había una oscuridad neblinosa rota por un laberinto de paredes bajas, que a un progenie apenas llegaban por las rodillas. Tiadba no podía creer que esos muros pudiesen evitar la entrada de nada.
Pahtun y los escoltas acompañaron a los nueve progenies por los últimos ocho kilómetros de la muralla interior. Aquí las distancias todavía tenían sentido: a cien kilómetros del campamento de adiestramiento, allá en el canal de drenaje.
Habían aprendido a mantener la vista fija en el horizonte oscuro y gris, y a no alzarla a menos que fuese necesario.
—Antes había siete biones en el Kalpa y doce ciudades en la Tierra —les contó Pahtun con voz que en sus cascos sonaba clara. Caminaba por delante sobre la superficie dura, repleta de hendiduras y grietas, con botas que levantaban nubes de polvo que de alguna forma había acabado formando dunas diminutas. El polvo cubría el cimiento antiguo como si fuese una ceniza final… quizá fuese ceniza—. Los generadores de realidad funcionaron durante millones de años protegiendo todos los biones. Luego… una guerra. El Caos se llevó los restos. Ahora sólo quedan tres biones… y pronto, quizás sólo dos o uno. En vuestros libros encontraréis el resto de la historia, jóvenes progenies. Cómo los Asures, los Devas y los Eidolones lucharon entre ellos, y las ciudades se sacrificaron a su estupidez de dioses.
—¿Qué es un dios? —preguntó Khren. Nico, Shewel y Denbord iban a la izquierda de Tiadba, Khren y Macht a su derecha. Perf, como siempre, iba rezagado con Frinna y Herza.
Nadie respondió.
—Pensé que un Alzado lo sabría —murmuró Khren.
Tiadba no sentía ni hambre ni dolor, apenas sentía el agotamiento de caminar durante kilómetros sobre una superficie antigua y muerta. Empezaba a sentirse más allá de cualquier dolor o preocupación real, toda emoción excepto la curiosidad, que jamás le había fallado. Si Jebrassy estuviese aquí, sentiría tanta curiosidad como ella y estaría tan deseoso como ella de saber qué había más allá del límite de lo real.
Su única esperanza de libertad, habían creído, se encontraba más allá del Kalpa, lejos de la rigidez de la historia y la tradición. Los libros, su adiestrador, el propio cielo, todo contaba una historia diferente. Una vez más se les estaba usando. Como habían sospechado siempre, no eran más que herramientas, un medio para obtener un fin. Aun así, Pahtun parecía preocupado de su bienestar. Ahora que el adiestramiento casi había concluido, su impaciencia se había convertido en una instrucción paciente de detalles de última hora. Se repetía muchas veces, cosa que irritaba a Tiadba, pero al mirar a los otros progenies comprendía que esas repeticiones eran necesarias. Sobre todo en el caso de Herza y Frinna, que jamás preguntaban. Había una razón para contarles las historias una y otra vez. ¿Cómo si no podrían sobrevivir en el Caos?
—Las tierras medias son las más difíciles —dijo Pahtun por enésima vez—. Hay una razón para que la zona de las mentiras se llame así: se pueden producir intrusiones en cualquier momento. Debéis atravesarla con rapidez. Si el Caos lanza un ataque en el sector por el que pasáis, la batalla entre los generadores del Kalpa y la intrusión creará intensos remolinos de espacio y tiempo fracturados, casi invisibles y mortales. Si os quedáis atrapados en uno de ellos, jamás llegaréis al límite de lo real. En esta región vuestros trajes no estarán totalmente activos. Escuchadles… os indicarán cuando hay una intrusión, y sus efectos, cerca, y si vuestras percepciones, o decisiones, están alteradas.
Las palabras habladas les llegaban directamente a los oídos… pero resultaba difícil hacerse a la forma de comunicarse de las armaduras. Rara vez empleaban palabras habladas. Lo habitual es que ellos simplemente «supiesen qué hacer». Tiadba no estaba segura de si le ofendía esa sutileza. Ciertamente podría resultar útil más allá de las puertas y el límite de lo real, aunque Pahtun y los otros escoltas les habían advertido que los trajes no podían saberlo todo.
Pahtun dijo:
—No subestiméis vuestros instintos… sois
observadores
, creados con materia antigua, y los observadores son primarios, incluso en el Caos. El Tifón envidia vuestros sentidos. Tal es el primer principio: ahí fuera, mirar, percibir, es ser
odiado
. Más tarde, cuando hayáis adquirido experiencia directa del Caos, aprenderéis a confiar cada vez más en vuestro propio juicio sobre todas las cosas. Pero al principio, y ciertamente en la zona de las mentiras, confiad en vuestros trajes.
—¿Cómo es posible que algo dentro del límite sea peor que lo que hay fuera? —preguntó Nico.
—No es peor… simplemente traicionero —dijo Khren—. Como que te muerda un pede domesticado. No lo esperas.
—Oh —dijo Nico.
—Un pede de prado me mordió una vez. Le pisé la cola —dijo Shewel.
—Los pedes son todo cola —dijo Perf.
—Éste era todo dientes. Casi pierdo un dedo del pie. Todavía me duele cuando camino mucho. —Tras el visor la piel de Shewel relucía pálida.
Pahtun redujo el paso para que Tiadba se pusiese a su altura, y luego ajustó la voz sólo para su casco.
—Algunos exploradores se sienten traicionados —dijo—. Creen que el Kalpa los envía al Caos para morir o algo peor… sin razón. No importa lo que les digan los adiestradores. Quizá sean los libros que encuentran en los Niveles. Esa forma de pensar es un mal comienzo.
Tiadba no sabía cómo responder, así que siguió mirando al frente.
—Lo que resulta más asombroso para los adiestradores es que incluso cuando los exploradores empiezan mal, si superan la zona de las mentiras parece irles bien, en la medida en que se puede saber desde la Torre Rota. Es cierto, joven progenie, estáis hechos para el Caos.
—Pero no regresa ninguno —dijo.
—Quizá lleguen a su destino y allí las cosas sean mejores… para los progenies. Si pudiese, me uniría a vosotros e iría a mirar. ¿Me crees al decírtelo?
Parecía importarle la respuesta. Tiadba le creía, pero no quería ofrecerle la satisfacción de decírselo. Después de todo, los suyos habían dejado morir la ciudad, habían permitido el avance del Caos, habían permitido las intrusiones… y le habían quitado a Jebrassy sin que pudiese saber por qué.
Recorrieron más kilómetros y llegaron a una fila de pilares cuadrangulares y grises, cada uno de unos treinta metros de alto y tres de grueso. Por lo que podía ver, se extendía en ambas direcciones perdiéndose en la distancia… decenas de kilómetros.
Los exploradores se congregaron alrededor de un pilar.
Pahtun lo tocó.
—Marcan el límite exterior de la vieja ciudad, antes de las Guerras de Masa y el Caos. En esa época el Kalpa era enorme… mayor de lo que soy capaz de imaginar. Las tierras medias se encuentran a tres kilómetros de estos pilares. Os acompañaré unos cientos de metros al interior de la zona y luego nos tendremos que separar.
Pahtun permaneció un momento con la mano contra el pilar. Luego se enderezó y siguió caminando.
—Tiene miedo —dijo Khren al acercarse a Tiadba.
—Puede oírte —le recordó.
—
Yo
tengo miedo —dijo Khren, y se llevó el dedo al visor, como si fuese a tocarse la nariz—. Pero también me siento emocionado. ¿Qué significa esa coincidencia?
Los otros se llevaron los dedos a los visores, y Nico extendió los brazos, plegándolos como las alas de un guardián, y bailó sobre la planicie polvorienta y rota. Sus botas —como todas las botas— estaban cubiertas por el polvo ceniciento.
—Quizá nos estemos volviendo
aaarp
—dijo Perf—. Lo que lo explicaría todo. Ni siquiera hemos llegado allí y ya estamos rotos.
Era posible que Pahtun y los escoltas estuviesen escuchando, pero se limitaron a seguir caminando hasta que la línea negra y baja que veían desde hacía un rato se convirtió en una lustrosa pared negra, con un estrecho hueco cortado a través, apenas del ancho para permitir el paso de un progenie.
—¿Todos los exploradores pasan por aquí? —preguntó Khren.
—No —dijo Pahtun—. Esta puerta se abrió hace unos minutos. El Kalpa ha escogido el camino más seguro… por ahora.
—¿Nos sigue alguien desde la torre? —preguntó Perf.
Tiadba sintió el impulso súbito de mirar por encima del hombro. Supo —súbita y completamente— dónde estaba Jebrassy. Estaba en la torre… pero no miraba.
No era preciso darse la vuelta. No era en absoluto preciso mirar. Tiadba había terminado con la ciudad. Jamás regresaría.
Pero no había terminado con Jebrassy. Ni él con ella.
Vendrá. Pero, para cuando llegue, es posible que a Jebrassy ya no le importe
.
—Venga,
calla
—dijo por lo bajo.
—Lo siento —dijo Perf.
—No te hablaba a ti.
Pahtun se puso de lado y se metió como pudo por el hueco. Tiadba le siguió. Les siguieron todos los demás, con las armaduras rozando la superficie interior con un misterioso zumbido rápido. Una vez pasaron todos, Pahtun los volvió a reunir y miraron a la zona de las mentiras: gris, desigual, rota; formas imprecisas y bajas que seguían el horizonte.
—La atravesaréis con rapidez. Yo os acompañaré hasta donde pueda, pero luego estaríais solos. La siguiente barrera es otra muralla baja, de la altura de vuestras rodillas: indica el límite de alcance de los generadores del Kalpa. Es el límite de lo real. Y justo más allá veréis lo que parece una enorme puerta que os da la bienvenida, pero no la atraveséis. Es una trampa; se alza allí donde los observadores quieren cruzar. Una bienvenida tifoniana; si la atravesáis, estáis perdidos. Os llevará directamente a los Silentes.
Tiadba vio a Khren formar la palabra
Silentes
con la boca. Tenía los ojos bien abiertos.
Tiadba alzó la vista el tiempo justo para ver una afilada cinta gris que se arqueaba sobre sus cabezas y comprendió que el Testigo seguía haciendo girar su rayo sobre el Kalpa y el Caos. Con cada barrida, el rayo daba con la Torre Rota. El Testigo buscaba a alguien —a Jebrassy—, siempre le había buscado. Pero por qué iba a importarle al Testigo, cómo
podría
importarle, y por qué Jebrassy podría estar allí en lugar de aquí, era algo que su nada de fiar voz interna no era capaz de explicar, y por tanto no lo sabía y se negó a seguir teniéndolo en mente.
—¡Ahora, seguidme! ¡Corred! —dijo Pahtun, y echó a correr dando ejemplo. Los cuatro escoltas se quedaron atrás, arrodillados y sosteniendo los cayados en gesto de saludo.
Los progenies hicieron lo posible por mantenerse a la altura, pero pronto el adiestrador estuvo muy por delante. Tiadba apenas podía verle, trepando sobre restos rotos, luego poniéndose en pie y mirando por encima de sus cabezas… alzando los brazos. Vio algo… pero Tiadba sabía que Pahtun no debería estar allí inmóvil.
Una advertencia
…
Una oscuridad cubrió el cielo, y de los biones, bien atrás, surgió un sonido como de una odiosa sirena que iba de agudo a grave, como un canto fúnebre afilado y rugiente… un ruido que le ponía los pelos de punta y le hacía rechinar los dientes. Corrió con más rapidez y empujó contra Khren y Nico, los dos corriendo para salvar la vida, pero no tan rápido como Herza y Frinna, saltando sobre piedras elevadas, montones de piedra inferior negra y gruesos depósitos de ceniza que te absorbían lentamente.
La oscuridad cayó. Durante un instante Tiadba se preguntó si el Kalpa les estaría protegiendo, bloqueando el horrible cielo, distrayendo a los que les estuviesen buscando para tentarles. Pero luego se dio cuenta de que la oscuridad venía de fuera, no de dentro, ondulando hacia los biones en forma de olas lentas y oleosas.
Una intrusión. Como la que nos separó y dañó los Niveles… como la que se llevó a los patrocinadores de Jebrassy. ¡Nos lo advirtieron!
Se encontraban a pocas docenas de metros de Pahtun, todavía alzándose sobre un alto bloque de piedra gris con los brazos extendidos, haciéndoles gestos frenéticos.
—¿Qué le pasa? —gritó Khren.
—¡No os paréis! —aulló Tiadba—. ¡Seguid corriendo! ¡Cruzad la zona!
La ciudad contraatacó. Una luminosidad talló el paisaje con patrones simples y desiguales de blanco y negro… no de gris. La oscuridad sufrió un espasmo. No se atrevieron a alzar la vista, pero Tiadba miró de lado al bloque de piedra, a Pahtun, y le vio atrapado en un remolino ardiente de naranja y negro vacío. Vio cómo su armadura se abría y se separaba en fragmentos trémulos. Pahtun se liberó de los últimos pedazos, para luego alzarse desnudo sobre la roca, y Tiadba contempló —durante un instante que jamás olvidaría— la verdad desvestida de un Alzado: demasiado liso, demasiado desnudo y sobre todo demasiado vulnerable.