Jeremy tenía once años. Con los dedos contó los días después del desfile, los días hasta la muerte de su madre. Cuatro.
El Dodge había llevado a Ryan y a Jeremy por Montana, Idaho y Oren. Habían parado en Eugene, donde Ryan había trabajado en un pequeño circo propiedad de un hombre que había sido novio de mamá. Ryan y el propietario pasaron una noche bebiendo y llorando…
muy
raro, había pensado Jeremy.
Dejaron Eugene para ir a Spokane, atravesando el desierto oriental. Su último viaje.
—Todos perdemos a nuestras madres —dijo Ryan en ese viaje—. Toda madre, desde que el mundo es mundo, ha muerto. El recuerdo es la madre de todos nosotros, Jeremy.
Y ahora —
Nunc
— estaba sentado en una silla.
Todo significa, nada es en sí mismo. Te haces llamar Jack porque es un nombre seguro. Hay tantos llamados Jack que puedes ocultarte; pero es un nombre fuerte, universal
.
Lo extraño, como si en su vida sólo hubiese un único detalle extraño y singular, era que sentado en esta habitación no le resultaba nada difícil creer que aquel viaje por carretera con su padre era su primerísimo recuerdo, su primera experiencia de estar vivo. Lo que sucedió antes —la muerte de su madre, el inicio del viaje, la rotura de la pierna— era como el sonido de la ciudad moribunda en el exterior de esta habitación alta y vacía: presente, pero poco convincente.
Hay un número, asignado a volúmenes dispuestos en un estante inexistente en una época muy alejada del ahora, esperando a ser reconciliados. Esperando que se tomen opciones. ¿De dónde vienes
realmente,
Jeremy?
¿Quién es tu madre real?
¿Y por qué te busca?
Ginny cerró los ojos. Estaba de nuevo en Milwaukee, luego en Filadelfia. Otra vez con sus padres.
Rara vez permanecían en un lugar más de unos pocos meses. Y cuando se trasladaban, lo disponían todo de forma que no dejaban atrás ninguna impresión… nadie los recordaba. Unos años después podrían haber regresado a las mismas ciudades, haber ocupado las mismas casas, y les habrían recibido como nuevos. Pero nunca lo hicieron.
—No dejamos huella —le dijo a Ginny su madre cuando era niña.
Ginny recordaba sus intentos por hacer amigos, conocer chicos. Pero luego, inevitablemente —agotada y desanimada— su familia se quedó demasiado tiempo en un lugar y todo ese asunto de la memoria se volvía contra ellos. Su madre se alejó o simplemente se desvaneció, como borrada de una gigantesca pizarra. Unas semanas después, su padre también se desvaneció. Quizá los atrapasen recolectores, como el hombre de la moneda o Glaucous. Quizá sus padres se sacrificasen para protegerla. Jamás conocería la respuesta. Era como si toda su familia no hubiese vivido jamás. No había ninguna prueba de que
hubiese
vivido, excepto la piedra biblioteca.
Sola, portando la sumadora, comenzaron los sueños… y descubrió que podía desplazar.
Había avanzado mucho. Toda su vida se convirtió en un sueño largo y desagradable; sus dos vidas,
aquí y allí
. Fue la curiosidad por
allí
loque la hizo caer en los problemas actuales.
Pocas semanas después de la partida de su padre, Ginny subió a un autobús de línea y miró por la ventanilla manchada a los kilómetros ondulantes de campos y colinas. En Filadelfia vivió en las calles durante meses. Incluso en las mejores circunstancias la gente de la calle olvidada. Decidió que no era lo que necesitaba.
Pronto hizo autostop hasta Baltimore, donde arrancó el número de un anuncio en un tablón y esa misma noche llevó la mochila a la vieja casa de dos dormitorios ocupada por góticos y pastilleros… decidida a asentarse, a permanecer un tiempo, a dejar huella. Por primera vez desde la desaparición de sus padres se sintió cómoda, se sintió en casa… durante un tiempo.
Luego abandonó la casa de Baltimore y llamó al número del anuncio en el periódico.
Ginny miró a la pared vacía, a la pintura descascarillada, a las sombras que se desplazaban lentamente sobre los tablones de madera.
¿Esto es lo que escogiste?
¿Hay un pasado mejor para ti?
—¿Quién eres? —gritó.
No hubo respuesta. Una pregunta estúpida. Ya conocía la respuesta… aunque no tenía demasiado sentido.
—Entonces, ¿Qué soy yo? En realidad no recuerdo nada de antes de llamar a ese número… ¿de eso se trata? ¿Quiénes eran mis padres? No pude aparecer de pronto, de la nada, ¿verdad?
Una espera cortés.
—Vale —dijo Ginny, decidida con furia a comprobar los límites—. Lo pediste, así que aquí va. Vengo de un país llamado Tule. Se trata de una enorme isla al noroeste de Irlanda. El último contacto con el mundo exterior se produjo durante… la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes ocuparon mi isla, pero los expulsamos antes del final de la guerra. En las crestas de altas colinas y en las montañas había enormes castillos de piedra. Mis padres trabajan en el palacio real de la costa sur y yo me ocupaba de los castillos en las colinas donde se ocultaban el príncipe y la princesa, pasando cada día a otro castillo. Todos tenían miedo, pero no mi familia. Mi hermano y yo… tenía tres hermanos… solíamos planear desde los acantilados y me rompí el brazo…
Alguien rio… a su espalda, a su alrededor… encantado de su atrevimiento. De pronto le dolió el brazo y con ese dolor, todos los recuerdos regresaron: anchos campos bajo los castillos de piedra, marrones y púrpura cubiertos de hierba, el sabor de la miel de Tracia recién sacada de la colmena en el fresco aire de primavera; la preocupación de su padre mientras el médico de palacio le colocaba el brazo sin usar anestesia, lo envolvía en una cataplasma de manteca y hierba cáliz, luego en una escayola temporal recubierta de cera y reforzada con tablillas limpias de pino blanco…
Le habían puesto su nombre en honor a la Reina Virgen, que en su época ofreció a Tule la alianza buscando su lucha contra España. Tal alianza se malogró en los días de Jacobo primero.
Ginny sonrió… libre de elegir. Sentía realmente ese encantador y reluciente penacho de historia y recuerdos extendiéndose tras ella, un pasado intenso y vibrante completándose y cobrando vida, olores y colores y sabores luchando por ser y fijarse.
Era real… ¡no era sólo su imaginación!
—Oh, Dios mío —dijo, y su voz resonó en las paredes—.
Es
cierto, ¿no? —Sintió una ligereza y una libertad que no había conocido nunca antes. Se sintió mareada. Estaba desplazando destinos a la inversa.
Y luego una amable desaprobación la rodeó.
Maravillosa es… una visión hermosa… pero demasiado alejada de donde nos encontramos ahora. No se puede reconciliar
.
Todavía no
.
Luego
…
Esa hermosa historia se esfumó tan rápido como había llegado, pero en su lengua permaneció el sabor de la miel de Tracia como recompensa por su audacia.
—Eres real, ¿no es así? —susurró—. Eres real y eres hermosa. Pero estás enferma… te mueres, porque el universo está enfermo y se muere, ¿no es así?
No hubo respuesta.
—¿Pero es cierto… puedo tener otro pasado? ¿Un pasado mejor y más feliz?
No era preciso ninguna respuesta. Ginny palpó la caja que llevaba en el bolsillo.
—¿Cuándo nací en
realidad?
—preguntó, comprendiendo de pronto.
—Llevo aquí mucho tiempo —dijo Daniel al silencio pesado—. Miles de años. Millones. Evidentemente, no lo recuerdo todo, pero es lo que he deducido. Y hablo aquí sólo para pasar el rato, porque todo esto es una mierda. Es más, sólo recuerdo una pequeña fracción de lo sucedido antes de ocupar a Charles Granger. Ése es el problema… las cosas que he tenido que hacer para huir de los lugares malos, de los lugares moribundos… un gran salto cada vez. Y ahora sólo hay un sendero, una ruta de huida. —Cortó el aire con la mano, para luego clavarla—. Atravesar directamente Término, salir por el otro lado, donde sea que eso esté. Por tanto, ¿quién va a atravesarlo y quién se va a quedar atrapado aquí? Quizá no lo sepas, porque no es ése tu trabajo. Pero si alguien va a atravesarlo, yo soy el billete, apúntate al viaje. —El silencio pareció hacerse más profundo—. ¿
Eres
la Princesa de Caliza?
Daniel se sentía profundamente incómodo. Había algo en la habitación… simplemente no le respondía. Tan triste. Daniel simplemente era incapaz de recordar algo importante… algo esencial.
—Es decir, ésta es mi audición, ¿no? Los otros… dicen soñar con otra ciudad. Yo no. Por tanto, ¿por qué esos monstruos se interesan tanto por mí? La Polilla, Whitlow, Glaucous… sea lo que sea él. ¿Qué tengo para ofrecerles? ¿La piedra? Ni siquiera recuerdo cómo llegó a mí. Creo que maté a alguien para conseguirla. Así es como llega siempre a mí. Alguien debe morir.
Durante un momento había dejado de respirar, así que lo hizo rápidamente, todo lo que pudo permitirse, aunque la cabeza empezaba a darle vueltas.
—Soy una locura que pasa de un hombre a otro. He traicionado, mentido y arruinado, y he sido arruinado, pero siempre he logrado escapar. ¿En qué me convierte eso? —Cerró los ojos. De pronto, le dolía la cabeza por tanta ansia y necesidad.
»No nos vamos a ver pronto, ¿verdad? —le susurró Daniel a la quietud.
Los enfermeros llegaron al motel después de que Jeremy encontrase a su padre tirado en el suelo del baño. En la cabeza de Ryan había reventado algo pequeño, paralizándole e impidiéndole hablar bien.
Ryan no volvió a mencionar nunca más al Guardián Sombrío. En la habitación del hospital, lo último que le dijo a Jeremy fue:
—Salva a tu madre. Recuerda siempre.
Sin explicación.
Jack escogía… cabezota como siempre. Había
amado
a sus padres… había querido parecerse a su padre.
Tres días más tarde, otro aneurisma mató a Ryan. Su padre se había ido. Una cosa era engatusar a los tontos, engañar al público… entretenerles con el resplandor del juego. Otra muy diferente construir su vida sobre unos cimientos firmes y maravillosos formados por recuerdos buenos y malos… una vida sólida, dolorosa, pero real.
Jeremy hizo que le quitasen la escayola a tiempo para el funeral. Magos, comediantes, artistas y actores llegaron desde todo Washington y partes de Oregón e Idaho. No había sido consciente de que su padre fuese tan querido… lo que venía a demostrar lo poco que sabía sobre las cosas importantes.
Antes de abandonar la habitación del Motel 6, abrió el baúl de su padre. Dentro encontró un montón de libros de bolsillo, sobre todo Clive Barker y Jack Kerouac (en ese momento decidió que su nuevo nombre sería Jack), tres mudas de ropa y cinco de ropa interior, ninguna de su talla… y una caja gris metida en una bolsa de terciopelo. Abrió la caja y encontró la piedra retorcida, con aspecto de quemada excepto un pequeño ojo rojo que parecía relucir incluso en la oscuridad.
La piedra a veces.
La sumadora.
Ryan no le había contado dónde la había encontrado. Quizá fuese de su madre.
La suerte de Jack cambió. No mejoró, no exactamente… no cuando se miraban las cosas en conjunto… pero cambió.
—Me gustaría ser… haber sido una niña con amigos y haber asistido a una buena escuela, con buenos profesores, ser una niña normal. Me gustaría crecer normalmente y enamorarme… sin sueños. ¿Se supone que Jack y yo estamos enamorados? Lo digo porque no parece estar pasando… todavía no.
En el exterior, el cielo ganó brillo. Luces amarillas y verdes parpadearon a través de la alta ventana, pero Jack no sabía si se acercaba el amanecer. Tampoco importaba. Probablemente ya no hubiese más amaneceres. No precisaba levantarse y moverse… por ahora, se sentía cómodo.
—¿Cuánto tiempo debo esperar?
Ahora la ventana extendía en la pared opuesta un resplandor plateado y difuso.
Todavía nada. Luego:
¿Cuál es tu
otro
primer recuerdo?
A Jeremy le conmocionó la rapidez con la que ofreció la respuesta.
—Algo cargándome. Soy joven, no conozco muchas palabras. Se abre una puerta… pero es una puerta extraña, se
funde
de lado. Y luego… allí están mi padre y mi madre, pero no se les llama así… aun así, son como mis padres. Me aman. Cuidan de mí. Se los llevarán lejos de mí.
Adoptó una expresión de amargura, cruzó las piernas e intentó recostarse, pero la silla gimió, así que se mordió el índice. Lo que acababa de decir no tenía sentido, pero sonaba correcto, lo sentía como real.
—Eso es lo que me pediste. Mi
otro
primer recuerdo. Recuerdo ser joven. Y, sin embargo, aquí, ahora, no recuerdo ser joven. Aquí soy menos real que en mis sueños… Eso no está bien. Es una locura. Acepta mi palabra: es una locura al cubo.
Jeremy miró a su alrededor, sintiendo un miedo súbito… más miedo del que había sentido metido en el saco, en la parte posterior de la furgoneta, o tirado, magullado y mojado, en la calle transformada, mojándose la mano en la corriente dejada por la tormenta.
—Se supone que eres Mnemosina, ¿no es así?
Una brisa atravesó la habitación, fría pero no desagradable, tirando de su camisa y agitando las perneras del pantalón. Juguetona, triste. Jack parpadeó y se movió sobre la silla. A continuación se limitó a escuchar. Del exterior llegaba un siseo rápido y apagado, que sonaba más a la arena que caía que al viento… y nada más. Arena cayendo o interminables olitas rápidas en una playa. La habitación estaba a oscuras. No había aurora a través de la alta ventana. Jeremy… no, volvía a ser Jack… no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado.
Miró por encima del hombro.
—¿Hola?
La ventana alta solitaria era más pozo que ventana… ni siquiera podía ver el marco o, ya puestos, gran parte de la pared. La habitación parecía estar mucho más fría.
—Todo lo que sé está mal. —Jack sonrió, se cruzó de brazos—. Lo comprendo. Estoy preparado.
No iba a levantarse y abandonar la habitación. Eso les demostraría que era un cobarde, que no estaba dispuesto a terminar la estúpida prueba, que en cualquier caso no significaba nada.
Horas más tarde:
—Salto para alejarme de lo malo. Todos lo harían si pudiesen.
¿A quién proteges y a quién dejas atrás? ¿Adónde vas cuando saltas… a otra versión de ti? ¿Cuántas versiones de ti hay?
Jack se puso a sudar.
—No lo sé. —Se limpió la frente y luego las mejillas. Alguien, en algún lugar, había estado hablando en voz baja a través de un agujero o un altavoz. Hora de volver a la realidad. Estaba dispuesto a renunciar a la ilusión de que podía saltar, siempre le había parecido una locura, así como al recuerdo de ese mundo oscuro y en descomposición que se encontraba más allá de la membrana… renunciaría a todo sin problemas, olvidaría a Glaucous y a la mujer enorme, y a las avispas; no había problema por su parte. Olvidaría la ciudad congelada y entrecortada más allá del almacén, a las damas e incluso a Ellen, a la doctora Sangloss y a Bidewell. Se desharía de todo… bueno, quizá no de Ginny. Pero simplemente no me hagas
esas
preguntas porque hace años que me pregunto por las respuestas. ¿A cuántas versiones de sí mismo había traicionado, simplemente al evitar su dolor, al saltar a líneas mejores y más seguras?