La colonia perdida (23 page)

Read La colonia perdida Online

Authors: John Scalzi

BOOK: La colonia perdida
7.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

No hace falta decir que la noticia del regreso de la tripulación de la
Magallanes
corrió como la pólvora instantáneamente. Los noticiarios y gobiernos locales que trataron de descubrir más cosas fueron recibidos con negativas oficiales por parte del gobierno de la UC y advertencias no oficiales de que publicar la noticia produciría consecuencias enormemente negativas: la historia permaneció enterrada oficialmente. Pero la noticia corrió entre los familiares de la tripulación de la
Magallanes,
y después entre sus amigos y colegas, y luego entre las tripulaciones de otras naves espaciales civiles y militares. La historia fue confirmada tranquilamente por los miembros de la tripulación de la
Sacajawea,
quienes, a pesar de que muchos de ellos habían aterrizado en Roanoke y de que todos habían mantenido contacto con los tripulantes de la
Magallanes,
no estaban en cuarentena.

La Unión Colonial no tiene muchos aliados en el espacio conocido, pero sí unos pocos. Pronto las tripulaciones de las naves aliadas se enteraron también del regreso de la tripulación de la
Magallanes.
Esas tripulaciones abordaron sus naves y viajaron a otros puertos, algunos de los cuales no eran tan amigos de la Unión Colonial y algunos de los cuales pertenecían a mundos miembros del Cónclave. Fue allí donde algunos cambiaron su conocimiento del regreso de la tripulación de la
Magallanes
por dinero contante. No era ningún secreto que el Cónclave estaba buscando la colonia perdida de Roanoke: tampoco era ningún secreto que el Cónclave pagaría felizmente cualquier información de fiar.

Algunos de los que se ofrecieron a informar fueron invitados por el Cónclave, que ofrecía a cambio astronómicas cantidades de dinero, a descubrir en qué parte del universo había estado todo aquel tiempo la tripulación de la
Magallanes.
Esta información sería difícil de encontrar (y por eso la recompensa era tan inimaginablemente alta). Pero casualmente, poco después de que la
Sacajawea
regresara a la Estación Fénix, su ayudante de navegación fue despedido por estar borracho en su puesto. El oficial se encontró de pronto en la lista negra: nunca volvería a viajar a las estrellas. El temor a la destitución más el deseo de venganza empujaron a este ex navegante a hacer saber que poseía información que otros querrían conocer, y que estaría dispuesto a compartirla por una suma que compensara los desmanes a los que se había visto sometido por la flota civil de la Unión Colonial. Recibió la suma y entregó las coordenadas de la colonia de Roanoke.

Y así, al tercer día del segundo año de la colonia de Roanoke, una nave apareció en el cielo sobre nosotros. Era la
Estrella Tranquila,
con el general Gau a bordo, quien me envió sus saludos como líder de la colonia y me citó para discutir el futuro de mi mundo. Era el tres de magallanes. Según las estimaciones de inteligencia de las Fuerzas de Defensa Colonial, iniciadas antes de que la «filtración» fuera puesta en marcha, el general Gau llegaba puntual.

* * *

—Tienen preciosas puestas de sol aquí —dijo el general Gau a través de un aparato traductor que colgaba de un cordón. El sol se había puesto unos minutos antes.

—He oído esa frase antes —dije.

Yo había ido solo, dejando a Jane encargada de manejar a los ansiosos colonos de Croatoan. La lanzadera del general Gau había aterrizado a un kilómetro de la aldea, al otro lado del arroyo. Allí no había granjas todavía. En la lanzadera, un escuadrón de soldados me observó al pasar. Su conducta indicaba que no me consideraban una gran amenaza para el general. Tenían razón. No tenía ninguna intención de hacerle daño. Quería ver cuánto de él reconocía a partir de las versiones que había visto en vídeo.

Gau hizo un gesto amable ante mi respuesta.

—Mis disculpas —dijo—. No crea que no soy sincero. Sus puestas de sol son realmente preciosas.

—Gracias —respondí—. No soy responsable de ellas: no creé este mundo. Pero agradezco el cumplido.

—No hay de qué. Y me complace oír que su gobierno puso a su disposición la información sobre nuestras eliminaciones de colonias. Nos preocupaba que no lo hubiera hecho.

—¿De veras?

—Oh, sí —dijo Gau—. Sabemos lo férreamente que la Unión Colonial controla el flujo de información. Nos preocupaba que cuando llegáramos aquí ustedes no supieran nada de nosotros… o supieran algo incompleto, y esa falta de información les llevara a hacer algo irracional.

—Como no entregar la colonia —dije.

—Sí. Entregar la colonia sería lo mejor, en nuestra opinión. ¿Ha estado alguna vez en el ejército, administrador Perry?

—He estado. En las Fuerzas de Defensa Colonial.

Gau me miró.

—No es usted verde —dijo.

—Ya no.

—Supongo que dirigió usted tropas.

—Lo hice.

—Entonces sabe que no es ninguna vergüenza rendirse cuando las propias tropas están en inferioridad numérica y armamentística y se enfrentan a un adversario honorable —dijo Gau—. Un adversario que respeta cómo gobierna usted a su gente y que le tratará como usted trataría a sus tropas, si la situación fuera a la inversa.

—Lamento decir que en mi experiencia con las FDC el número de oponentes a los que nos enfrentamos y que hubieran aceptado nuestra rendición era bastante pequeño.

—Sí, bueno —dijo Gau—. Producto de su propia política, administrador Perry. O la política de las FDC, que tuvo obligatoriamente que seguir. Los humanos no son especialmente buenos a la hora de aceptar la rendición de otras especies.

—Estoy dispuesto a hacer una excepción con usted.

—Gracias, administrador Perry —dijo Gau. Incluso a través del traductor pude notar su seca diversión—. No creo que sea necesario.

—Espero que cambie de opinión.

—Esperaba que fuera usted quien se rindiera ante mí —dijo Gau—. Si ha visto la información de cómo ha manejado el Cónclave nuestras anteriores eliminaciones, entonces sabrá que cuando las colonias se rinden honramos su sacrificio. No se le causará ningún daño a ninguno de los suyos.

—Sí, he visto cómo las han manejado… cuando no han volado la colonia —respondí—. Pero he oído que nosotros somos un caso especial. La Unión Colonial les ha engañado respecto a nuestro paradero. Hemos dejado en ridículo al Cónclave.

—Sí, la colonia desaparecida —dijo Gau—. Les estábamos esperando, ¿sabe? Sabíamos cuándo iba a saltar su nave. Iban a ser recibidos por varias naves, incluida la mía. No habrían podido desembarcar.

—Planeaban destruir la
Magallanes.

—No —dijo Gau—. No a menos que intentara atacar o empezar a colonizar. Por lo demás, simplemente habríamos escoltado la nave hasta la distancia de salto para regresar a Fénix. Pero ustedes nos engañaron, como dice, y hemos tardado todo este tiempo en encontrarlos. Puede decir que dejaron en ridículo al Cónclave. Nosotros creemos que la Unión Colonial parecía desesperada. Y les hemos encontrado.

—Sólo han tardado un año.

—Y podríamos haber tardado otro año más. O podríamos haberlos encontrado mañana. Encontrarlos era sólo cuestión de tiempo, administrador Perry, no de si lo haríamos. Y le pido que lo tenga en cuenta. Su gobierno arriesgó su vida, y la vida de todos los miembros de su colonia, para lanzarnos un amago de desafío. Esta colonización era inútil. Tarde o temprano los habríamos encontrado. Lo hemos hecho. Y aquí estamos.

—Parece irritado, general.

El general hizo algo con la boca que interpreté como una sonrisa.

—Estoy irritado —admitió—. Buscando su colonia he desperdiciado tiempo y recursos que podría haber invertido mejor construyendo el Cónclave. Y esquivando fintas políticas por los miembros del Cónclave que se han tomado de manera personal la insolencia de su gobierno. Hay un grupo notable de miembros del Cónclave que quieren castigar a su gobierno atacando a la humanidad en su corazón… atacando a Fénix directamente.

Sentí simultáneamente oleadas de ansiedad y alivio. Cuando Gau dijo «atacando a la humanidad en su corazón», di por hecho que se refería a la Tierra; su mención a Fénix me recordó que los únicos que consideran la Tierra como el corazón de la humanidad eran los nacidos allí. Por lo que se refiere al resto del universo, Fénix era el planeta natal de la humanidad.

—Si su Cónclave es tan fuerte como sugiere, entonces podrían atacar Fénix —dije.

—Podríamos —contestó Gau—. Y podríamos destruirlo. Podríamos aniquilar también todas las colonias humanas y, si puedo hablarle con sinceridad, no es que haya muchas razas ahí fuera, en el Cónclave o fuera de él, que fueran a quejarse mucho por ello. Pero le diré lo que le he dicho a aquellos miembros del Cónclave que quieren extinguirlos: el Cónclave no es una maquinaria de conquista.

—Eso dice usted.

—Eso digo. Esto ha sido lo más difícil de hacer entender, tanto en el Cónclave como fuera de él. Los imperios de conquista no duran, almirante Perry. Se vacían por dentro, por la avaricia de los gobernantes y el interminable apetito de guerra. El Cónclave no es un imperio y no quiero extinguir a la humanidad, administrador Perry. Quiero que se convierta en parte del Cónclave. Si no es así, la dejaré a su aire, en los mundos que tenía antes del Cónclave, y sólo en esos. Pero preferiría que formaran parte de los nuestros. La humanidad es fuerte y tiene una increíble cantidad de recursos. Ha conseguido un éxito inmenso en un breve período de tiempo. Hay razas que llevan entre las estrellas miles de sus años y no han conseguido tanto ni colonizado con tanto éxito.

—Tengo una duda al respecto —dije—. Hay muchísimas razas por ahí y llevan colonizando mucho tiempo, y sin embargo tuvimos que salir a las estrellas para encontrar alguna.

—Tengo una respuesta para eso —dijo Gau—. Pero le garantizo que no le gustará.

—Dígamela de todas formas.

—Invertimos más en luchar que en explorar.

—Es una respuesta muy simplista, general.

—Mire nuestras civilizaciones —dijo Gau—. Todas tenemos el mismo tamaño porque nos limitamos unas a otras mediante la guerra. Todas estamos al mismo nivel tecnológico, porque comerciamos, negociamos y nos robamos unas a otras. Todas habitamos la misma zona del espacio porque ahí es donde empezamos, y decidimos controlar nuestras colonias en vez de dejarlas desarrollarse sin nosotros. Combatimos por los mismos planetas y sólo ocasionalmente exploramos para encontrar otros nuevos, y entonces nos peleamos como animales carroñeros luchando por un cadáver. Nuestras civilizaciones están en equilibrio, administrador Perry. Un equilibrio artificial que nos lleva a todos a la entropía. Esto sucedía antes de que los humanos llegaran a esta parte del espacio. Su llegada rompió ese equilibrio durante un tiempo. Pero ahora han asumido la misma pauta de robar y pelear, como el resto de nosotros.

—Eso no lo sé —dije.

—Por supuesto. Déjeme que le pregunte, administrador Perry: ¿cuántos de los planetas de la humanidad fueron recién descubiertos? ¿Y cuántos fueron simplemente arrebatados a otras razas? ¿Cuántos planetas han perdido los humanos ante otras razas?

Recordé el día en que llegamos al otro planeta, el falso Roanoke, y las preguntas de los periodistas sobre a quién le habíamos quitado el planeta. Se daba por hecho; no se les ocurrió pensar que acabáramos de descubrirlo.

—Este planeta es nuevo —dije.

—Y el motivo es que su gobierno intentaba ocultarlos —dijo Gau—. Incluso una cultura tan vital como la suya ahora explora principalmente por desesperación. Están atrapados en las mismas pautas estancadas que el resto de nosotros. Su civilización caerá lentamente como lo hacen las demás.

—Y usted cree que el Cónclave cambiará eso.

—En todo sistema, hay un factor que limita el crecimiento. Nuestras civilizaciones funcionan como sistema, y nuestro factor limitador es la guerra. Elimine ese factor y el sistema progresa. Podemos concentrarnos en la cooperación. Podemos explorar en vez de combatir. Si hubiera existido un Cónclave, quizá podríamos haberles conocido antes de que ustedes salieran al espacio y nos encontraran. Tal vez ahora exploraremos y encontraremos nuevas razas.

—¿Y qué haremos con ellas? —pregunté—. Hay una raza inteligente en este planeta. Además de la mía, quiero decir. Los conocimos de manera bastante desafortunada, y algunos de los nuestros acabaron muertos. Me costó bastante convencer a nuestros colonos de que no mataran a todos cuantos pudiéramos encontrar. ¿Qué hará usted, general, cuando se encuentre con una nueva raza en un planeta que quiera para el Cónclave?

—No lo sé.

—¿Disculpe?

—Bueno, no lo sé —dijo Gau—. No ha sucedido todavía. Hemos estado ocupados consolidando nuestras posiciones con las razas que conocemos y los mundos que ya han sido explorados. No hemos tenido tiempo para explorar. No ha habido ocasión.

—Lo siento —dije—. Ésa no es la respuesta que esperaba.

—Estamos en un momento muy sensible, administrador Perry, en lo que al futuro de sus colonos respecta. No complicaré innecesariamente las cosas mintiendo. Sobre todo por algo tan trivial como hipotético en nuestra actual situación.

—Me gustaría creerle, general Gau.

—Es un principio, entonces —dijo Gau. Me miró de arriba a abajo—. Dijo que formó usted parte de las Fuerzas de Defensa Colonial. Por lo que sé de los humanos, no es usted originalmente de la UC. Es de la Tierra. ¿Es así?

—Así es.

—Los humanos son realmente interesantes. Son la única raza que ha elegido cambiar su mundo hogar. Voluntariamente, quiero decir. No son los únicos en que reclutan a sus militares en un solo mundo, pero sí los que lo hacen en un mundo que no es su mundo principal. Me temo que nunca he comprendido del todo la relación entre la Tierra y Fénix, y con el resto de las colonias. No tiene mucho sentido para el resto de nosotros. Tal vez algún día consiga que me lo explique.

—Tal vez —dije, con cuidado.

Gau interpretó el tono como lo que era.

—Pero no hoy —dijo.

—Me temo que no.

—Una lástima —dijo Gau—. Ha sido una conversación interesante. Hemos hecho treinta y seis eliminaciones. Esta es la última. Y en ninguna, salvo en ésta y la primera, los líderes de las colonias han tenido mucho que decir.

—Es difícil tener una conversación casual con alguien que está listo para desintegrarte si no cedes a sus exigencias.

—Cierto. Pero el liderazgo se basa al menos un poco en el carácter. Y muchos de los líderes de esas colonias parecían carecer de él. Eso me hace preguntarme si esas colonias se fundaron en serio o simplemente para ver si pretendíamos llevar a cabo nuestra prohibición. Aunque hubo un caso en que intentaron asesinarme.

Other books

Canadians by Roy MacGregor
The Writer and the World by V.S. Naipaul
Solea by Jean-Claude Izzo, Howard Curtis
American Icon by Bryce G. Hoffman
Earth Hour by Ken MacLeod