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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (49 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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—Entonces tiene que ser una bestia muy noble —dijo Aragorn y saber que Sauron recibe tales tributos me entristece más que muchas otras noticias que pudieran parecer peores. No era así cuando estuve por última vez en esa tierra.

—Ni lo es ahora, lo juraría —dijo Boromir—. Es una mentira que viene del enemigo. Conozco a los Hombres de Rohan, sinceros y valientes, nuestros aliados; aún viven en las tierras que les dimos hace mucho tiempo.

—La sombra de Mordor se extiende sobre países lejanos —respondió Aragorn—. Saruman ha caído bajo esa sombra. Rohan está sitiada. Quién sabe lo que encontrarás allí, si vuelves alguna vez.

—No por lo menos eso —dijo Boromir— de que regalan caballos para salvar la vida. Aman tanto a los caballos como a sus familias. Y no sin razón, pues los caballos de la Marca de los Jinetes vienen de los campos del Norte, lejos de la Sombra, y la raza de estos animales, como la de los amos, se remonta a los días libres de antaño.

—¡Muy cierto! — dijo Gandalf —. Y hay uno entre ellos que debe de haber nacido en la mañana del mundo. Los caballos de los Nueve no podrían competir con él: incansable, rápido como el soplo del viento. Sombragrís lo llaman. Durante el día el pelo le reluce como plata y de noche es como una sombra y pasa inadvertido. Tiene el paso leve. Nunca un hombre lo había montado antes, pero yo lo tomé y lo domé y me llevó tan rápidamente que yo ya había llegado a la Comarca cuando Frodo estaba aún en los Túmulos, aunque salí de Rohan cuando él dejaba Hobbiton.

"Pero el miedo crecía en mí mientras cabalgaba. A medida que iba hacia el Norte me llegaban noticias de los Jinetes y aunque les ganaba terreno día a día, siempre estaban delante de mí. Habían dividido las fuerzas, supe; algunas quedaron en las fronteras del este, no lejos del Camino Verde y otras invadieron la Comarca desde el sur. Llegué a Hobbiton y Frodo ya había partido, pero cambié unas palabras con el viejo Gamyi. Demasiadas palabras y pocas pertinentes. Tenía mucho que decirme de los defectos que afligían a los nuevos propietarios de Bolsón Cerrado.

""No soporto los cambios", dijo, "no a mi edad y menos aún los cambios para peor. Cambios para peor", repitió varias veces.

""Peor es fea palabra", le dije, "y espero que no vivas para verlo". "Pero entre toda esta charla alcancé a oír al fin que Frodo había dejado Hobbiton una semana antes y que un jinete Negro había visitado la loma esa misma noche. Me alejé al galope, asustado. Llegué a Los Gamos y lo encontré alborotado, activo como un hormiguero que ha sido removido con una vara. Fui a Cricava y la casa estaba abierta y vacía, pero en el umbral encontré una capa que había sido de Frodo. Entonces y por un tiempo perdí toda esperanza; no me quedé a recoger noticias, que me hubiesen aliviado, y corrí tras las huellas de los Jinetes. Eran difíciles de seguir, pues se separaban en muchas direcciones, y al fin me desorienté. Me pareció que uno o dos habían ido hacia Bree y allá fui yo también, pues se me habían ocurrido unas palabras que quería decirle al posadero.

""Mantecona lo llaman", pensé. "Si es culpable de esta demora, le derretiré toda la manteca, asándolo a fuego lento a ese viejo tonto."

"El no esperaba menos, pues cuando me vio cayó redondo al suelo y comenzó a derretirse allí mismo.

—¿Qué le hiciste? —gritó Frodo, alarmado—. Fue realmente muy amable con nosotros e hizo todo lo que pudo.

Gandalf rió.

—¡No temas! —dijo—. No muerdo y ladré pocas veces. Tan contento estaba yo con las noticias que le saqué, cuando se le fueron los temblores, que abracé al buen hombre. Yo no entendía cómo habían pasado las cosas, pero supe que habías estado en Bree la noche anterior y que esa misma mañana habías partido con Trancos.

""¡Trancos!", dije con un grito de alegría.

""Sí, señor, temo que sí, señor", dijo Mantecona malentendiéndome. "No pude impedir que se acercara a ellos y ellos se fueron con él. Actuaron de un modo muy raro todo el tiempo que estuvieron aquí; tercos, diría yo."

""¡Asno! ¡Tonto! ¡Tres veces digno y querido Cebadilla!", dije. "Son las mejores noticias que he tenido desde el solsticio de verano; valen por lo menos una pieza de oro. ¡Que tu cerveza se beneficie con un encantamiento de excelencia insuperable durante siete años!", dije. "Ahora puedo tomarme una noche de descanso, la primera desde no sé cuánto tiempo."

 

—De modo que pasé allí la noche, preguntándome qué habría sido de los Jinetes; en Bree no se habían visto sino dos o tres, parecía. Aunque esa noche oímos más. Cinco por lo menos llegaron del oeste y echaron abajo las puertas y atravesaron Bree como un viento que aúlla; y las gentes de Bree están todavía temblando y esperando el fin del mundo. Me levanté antes del alba y fui tras ellos.

"No estoy seguro, pero yo diría que fue esto lo que ocurrió. El capitán de los Jinetes permaneció en secreto al sur de Bree, mientras dos de ellos cruzaban la aldea y cuatro más invadían la Comarca. Pero luego de haber fracasado en Bree y Cricava, llevaron las noticias al capitán, descuidando un rato la vigilancia del camino, donde sólo quedaron los espías. Entonces el capitán mandó a algunos hacia el este, cruzando la región en línea recta, y él y el resto fueron al galope a lo largo del camino, furiosos.

"Corrí hacia la Cima de los Vientos y llegué allí antes de la caída del sol en mi segunda jornada desde Bree y ellos ya estaban allí. Se retiraron en seguida, pues sintieron la llegada de mi cólera y no se atrevían a enfrentaría mientras el sol estuviese en el cielo. Pero durante la noche cerraron el cerco y me sitiaron en la cima de la montaña, en el antiguo anillo de Amon Sûl. Fue difícil para mí en verdad. Una luz y una llama semejantes no se habían visto en la Cima de los Vientos desde las hogueras de guerra de otras épocas.

"Al amanecer escapé de prisa hacia el norte. No podía hacer otra cosa. Era imposible encontrarte en el desierto, Frodo, y hubiese sido una locura intentarlo con los Nueve pisándome los talones. De modo que tenía que confiar en Aragorn. Yo esperaba desviar a algunos de ellos y llegar a Rivendel antes que tú y enviar ayuda. Cuatro Jinetes vinieron detrás de mí, pero se volvieron al cabo de un rato y me pareció que iban hacia el vado. Esto ayudó un poco, pues eran sólo cinco, no nueve, cuando atacaron tu campamento.

"Llegué aquí al fin siguiendo un camino largo y difícil, remontando el Fontegrís y cruzando las Landas de Etten y descendiendo desde el norte. Tardé casi quince días desde la Cima de los Vientos, pues no es posible cabalgar entre las rocas en las colinas de los trolls, y despedí al caballo. Lo envié de vuelta a su amo, pero una gran amistad ha nacido entre nosotros y si lo necesito vendrá a mi llamada. Y así sucedió que llegué a Rivendel sólo tres días antes que el Anillo y las noticias del peligro que corría ya se conocían aquí, lo que era buena señal.

"Y esto, Frodo, es el fin de mi relato. Que Elrond y los demás me perdonen que haya sido tan extenso. Pero esto nunca había ocurrido antes, que Gandalf faltara a una cita y no cumpliera lo prometido. Había que dar cuenta de un suceso tan raro al Portador del Anillo, me parece.

"Bueno, la historia ya ha sido contada, del principio al fin. Henos aquí reunidos y he aquí el Anillo. Pero no estamos más cerca que antes de nuestro propósito. ¿Qué haremos?

 

Hubo un silencio. Luego Elrond habló otra vez.

—Las noticias que conciernen a Saruman son graves —dijo—, pues confiamos en él y está muy enterado de lo que pasa en los concilios. Es peligroso estudiar demasiado a fondo las artes del enemigo, para bien o para mal. Mas tales caídas y traiciones, ay, han ocurrido antes. De los relatos que hoy hemos oído, el de Frodo me parece el más raro. He conocido pocos hobbits, excepto a Bilbo aquí presente, y creo que no es quizás una figura tan solitaria y peculiar como yo había pensado. El mundo ha cambiado mucho desde mis últimos viajes por los caminos del oeste.

"Las Quebradas de los Túmulos las conocemos bajo muchos nombres y del Bosque Viejo se han contado muchas historias. Todo lo que queda de él es un macizo en lo que era la frontera norte. Hubo un tiempo en que una ardilla podía ir de árbol en árbol desde lo que es ahora la Comarca hasta las Tierras Brunas al oeste de Isengard. Por esas tierras yo viajé una vez y conocí muchas cosas extrañas y salvajes. Pero había olvidado a Bombadil, si en verdad éste es el mismo que caminaba hace tiempo por los bosques y colinas, y ya era el más viejo de todos los viejos. No se llamaba así a la sazón. Iarwain Ben-adar lo llamábamos: el más antiguo y el que no tiene padre. Aunque otras gentes lo llamaron de otro modo: fue Forn para los enanos, Orald para los Hombres del Norte y tuvo muchos otros nombres. Es una criatura extraña, pero quizá debiéramos haberlo invitado a nuestro Concilio.

—No hubiese venido —dijo Gandalf.

—¿No habría tiempo aún de enviarle un mensaje y obtener su ayuda? —preguntó Erestor—. Parece que tuviera poder aún sobre el Anillo.

—No, yo no lo diría así —respondió Gandalf —. Diría mejor que el Anillo no tiene poder sobre él. Es su propio amo. Pero no puede cambiar el Anillo mismo, ni quitar el poder que tiene sobre otros. Y ahora se ha retirado a una región pequeña, dentro de límites que él mismo ha establecido, aunque nadie puede verlos, esperando quizás a que los tiempos cambien, y no dará un paso fuera de ellos.

—Sin embargo dentro de esos límites nada parece amedrentarlo —dijo Erestor—. ¿No tomaría él el Anillo guardándolo allí, inofensivo para siempre?

—No —dijo Gandalf —, no voluntariamente. Lo haría si la gente libre del mundo llegara a pedírselo, pero no entendería nuestras razones. Y si le diésemos el Anillo, lo olvidaría pronto, o más probablemente lo tiraría. No le interesan estas cosas. Sería el más inseguro de los guardianes y esto solo es respuesta suficiente.

—De cualquier modo —dijo Glorfindel— enviarle el Anillo sería sólo posponer el día de la sentencia. Vive muy lejos. No podríamos llevárselo sin que nadie sospechara, sin que nos viera algún espía. Y aunque fuese posible, tarde o temprano el Señor de los Anillos descubriría el escondite y volcaría allí todo su poder. ¿Bombadil solo podría desafiar todo ese poder? Creo que no. Creo que al fin, si todo lo demás es conquistado, Bombadil caerá también, el Ultimo, así como fue el Primero y luego vendrá la noche.

—Poco sé de Iarwain excepto el nombre —dijo Galdor—, pero Glorfindel, pienso, tiene razón. El poder de desafiar al enemigo no está en él, a no ser que esté en la tierra misma. Y sabemos sin embargo que Sauron puede torturar y destruir las colinas. El poder que todavía queda está aquí entre nosotros, en Imladris, o en Cirdan de los Puertos, o en Lórien. ¿Pero tienen ellos la fuerza, tendremos nosotros la fuerza de resistir al enemigo, la llegada de Sauron en los últimos días, cuando todo lo demás ya haya sido dominado?

—Yo no tengo la fuerza —dijo Elrond—, ni tampoco ellos.

—Entonces si la fuerza no basta para mantener el Anillo fuera del alcance del enemigo —dijo Glorfindel— sólo nos queda intentar dos cosas: llevarlo al otro lado del mar, o destruirlo.

—Pero Gandalf nos ha revelado que los medios de que nosotros disponemos no podrían destruirlo —dijo Elrond—. Y aquellos que habitan más allá del mar no lo recibirán: para mal o para bien pertenece a la Tierra Media. El problema tenemos que resolverlo nosotros, los que aún vivimos aquí.

—Entonces —dijo Glorfindel— arrojémoslo a las profundidades y que las mentiras de Saruman sean así verdad. Pues es claro que aun en el Concilio ha venido siguiendo un camino tortuoso. Sabía que el Anillo no se había perdido para siempre, pero deseaba que nosotros lo creyéramos, pues ya estaba codiciándolo. La verdad se oculta a veces en la mentira. Estaría seguro en el mar.

—No seguro para siempre —dijo Gandalf —. Hay muchas cosas en las aguas profundas y los mares y las tierras pueden cambiar. Y nuestra tarea aquí no es pensar en una estación, o en unas pocas generaciones de hombres, o en una época pasajera del mundo. Tenemos que buscar un fin definitivo a esta amenaza, aunque no esperemos encontrarlo.

—No lo encontraremos en los caminos que van al mar —dijo Galdor—. Si se cree que llevárselo a Iarwain es demasiado peligroso, en la huida hacia el mar hay ahora un peligro mucho mayor. El corazón me dice que Sauron esperará que tomemos el camino del oeste, cuando se entere de lo ocurrido. Se enterará pronto. Los Nueve han quedado a pie, es cierto, pero esto no nos da más que un respiro, hasta que encuentren nueve cabalgaduras y más rápidas. Sólo la menguante fuerza de Gondor se alza ahora entre él y una marcha de conquista a lo largo de las costas, hacia el norte, y si viene y llega a apoderarse de las torres blancas y los puertos, es posible que los elfos ya no puedan escapar a las sombras que se alargan sobre la Tierra Media.

—Esa marcha será impedida por mucho tiempo —dijo Boromir—. Gondor mengua, dices. Pero se mantiene en pie, y aun declinante, la fuerza de Gondor es todavía poderosa.

—Y sin embargo ya no es capaz de parar a los Nueve —dijo Galdor—. Y el enemigo puede encontrar otros caminos que Gondor no vigila.

—Entonces —dijo Erestor— hay sólo dos rumbos, como Glorfindel ya ha dicho: esconder el Anillo para siempre, o destruirlo. Pero los dos están más allá de nuestro alcance. ¿Quién nos resolverá este enigma? —Nadie aquí puede hacerlo —dijo Elrond gravemente—. Al menos nadie puede decir qué pasará si tomamos este camino o el otro. Pero ahora creo saber ya qué camino tendríamos que tomar. El occidental parece el más fácil. Por lo tanto hay que evitarlo. Lo vigilarán. Los elfos han huido a menudo por ese camino. Ahora, en circunstancias extremas, hemos de elegir un camino difícil, un camino imprevisto. Esa es nuestra esperanza, si hay esperanza: ir hacia el peligro, ir a Mordor. Tenemos que echar el Anillo al Fuego.

 

Hubo otro silencio. Frodo, aun en aquella hermosa casa, que miraba a un valle soleado, de donde llegaba un arrullo de aguas claras, sintió que una oscuridad mortal le invadía el corazón. Boromir se agitó en el asiento y Frodo lo miró. Tamborileaba con los dedos sobre el cuerno y fruncía el ceño. Al fin habló.

—No entiendo todo esto —dijo—. Saruman es un traidor, pero ¿no tuvo ni una chispa de sabiduría? ¿Por qué habláis siempre de ocultar y destruir? ¿Por qué no pensar que el Gran Anillo ha llegado a nuestras manos para servirnos en esta hora de necesidad? Llevando el Anillo, los Señores de los Libres podrían derrotar al enemigo. Y esto es lo que él teme, a mi entender.

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