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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (76 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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—¡Detenerlo! ¡No dejarlo ir! —gritó Pippin.

—No sé –dijo Aragorn—. Es el Portador y el destino de la Carga pesa sobre él. No creo que nos corresponda empujarlo en un sentido o en otro. No creo por otra parte que tuviéramos éxito, si lo intentáramos. Hay otros poderes en acción, mucho más fuertes.

—Bueno, me gustaría que Frodo "se decidiera" a volver y concluyéramos el asunto —dijo Pippin—. ¡Esta espera es horrible! ¿No se cumplió ya el tiempo?

—Sí —dijo Aragorn—. La hora ha pasado hace rato. La mañana termina. Hay que llamarlo.

 

En ese momento reapareció Boromir. Salió de los árboles y se adelantó hacia ellos sin hablar. Tenía un aire sombrío y triste. Se detuvo como para contar quiénes estaban presentes y luego se sentó aparte, los ojos clavados en el suelo.

—¿Dónde has estado, Boromir? —preguntó Aragorn—. ¿Has visto a Frodo?

Boromir titubeó un segundo. —Sí, y no —respondió lentamente—. Sí: lo encontré en la ladera de la colina y le hablé. Lo insté a que viniera a Minas Tirith y que no fuera al este. Me enojé y él se fue. Desapareció. Nunca vi nada semejante, aunque había oído historias. Debe de haberse puesto el Anillo. No volví a encontrarlo. Pensé que había vuelto aquí. —¿No tienes más que decir? —preguntó Aragorn clavando en Boromir unos ojos poco amables.

—No —respondió Boromir—, no por el momento.

—¡Aquí hay algo malo! —gritó Sam, incorporándose de un salto—. No sé qué pretende este hombre. ¿Por qué Frodo se pondría el Anillo? No tenía por qué y si lo hizo, ¡quién sabe qué habrá pasado!

—Pero no se lo dejaría puesto —dijo Merry—. No después de haber escapado a un visitante indeseable, como hacía Bilbo.

—¿Pero dónde ha ido? ¿Dónde está? —gritó Pippin—. Hace siglos que se fue.

—¿Cuánto tiempo pasó desde que viste a Frodo por última vez, Boromir? —preguntó Aragorn.

—Media hora quizá —respondió Boromir—. O quizás una hora. Estuve caminando un poco desde entonces. ¡No sé! ¡No sé!

Se llevó las manos a la cabeza y se quedó sentado, como abrumado por una pena.

—¡Una hora desde que desapareció! —exclamó Sam—. Hay que ir a buscarlo en seguida. ¡Vamos!

—¡Un momento! —gritó Aragorn—. Tenemos que dividirnos en parejas y arreglar... ¡Eh, un momento, espera!

No sirvió de nada. No le hicieron caso. Sam había echado a correr antes que nadie. Lo siguieron Merry y Pippin, que ya estaban desapareciendo entre los árboles de la costa, gritando: ¡Frodo! ¡Frodo!, con aquellas voces altas y claras de los hobbits. Legolas y Gimli corrían también. Un pánico o una locura repentina parecía haberse apoderado de la Compañía.

—Nos dispersaremos y nos perderemos —gruñó Aragorn—. ¡Boromir! No sé cuál ha sido tu parte en esta desgracia, ¡pero ayuda ahora! Corre detrás de esos dos jóvenes hobbits y protégelos al menos, aunque no puedas encontrar a Frodo. Vuelve aquí, si lo encuentras, O si ves algún rastro. Regresaré pronto.

Aragorn se precipitó en persecución de Sam. Lo alcanzó en el pequeño prado, entre los acebos. Sam iba cuesta arriba, jadeando y llamando: ¡
Frodo
!

—¡Ven conmigo, Sam! —dijo Aragorn—. Que ninguno de nosotros se quede solo ni un momento. Hay algo malévolo en el aire. Voy a la cima, al Sitial del Amon Hen, a ver lo que se puede ver. ¡Y mira! Tal como lo presentí: Frodo fue por este lado. Sígueme, ¡y mantén los ojos abiertos!

Subió rápidamente por el sendero. Sam corrió detrás de él, pero no podía competir con Trancos el montaraz y poco después lo perdió de vista. Sam se detuvo, resoplando. De pronto se palmeó la frente.

—Calma, Sam Gamyi —se dijo en voz alta—. Tienes las piernas demasiado cortas, ¡de modo que usa la cabeza! Veamos. Boromir no miente, no es de esa índole, pero no nos dijo todo. El señor Frodo se asustó mucho por alguna razón y de pronto decidió partir. ¿Adónde?

Hacia el este. ¿No sin Sam? Sí, aun sin Sam. Esto es duro, muy duro.

Sam se pasó la mano por los ojos, enjugándose las lágrimas.

—Tranquilo, Gamyi —dijo—. ¡Piensa si puedes! No puede volar por encima de los ríos y no puede saltar por encima de las cascadas. No lleva ningún equipo. Tendrá pues que volver a los botes. ¡A los botes! ¡Corre hacia los botes, Sam, como un rayo!

Dio media vuelta y bajó a saltos el sendero. Cayó y se lastimó las rodillas. Se incorporó y siguió corriendo. Llegó así al borde del prado de Parth Galen, junto a la orilla, donde habían sacado las barcas del agua. No había nadie allí. De los bosques de atrás parecían venir unos gritos, pero no les prestó atención. Se quedó mirando un momento, inmóvil, boquiabierto. Una embarcación se deslizaba sola cuesta abajo. Dando un grito, Sam corrió por la hierba. La barca entró en el agua.

—¡Ya voy, señor Frodo! ¡Ya voy! —gritó Sam.

Se tiró desde la orilla con las manos tendidas hacia la barca que partía. Dando un grito y con un chapoteo cayó de cabeza a una yarda de la borda en el agua profunda y rápida. Se hundió gorgoteando; el río se cerró sobre la cabeza rizada de Sam.

Un grito de consternación se alzó en la barca vacía. Una pala giró y la barca viró en redondo. Sam subió a la superficie burbujeando y debatiéndose, y Frodo llegó justo a tiempo para tomarlo por los cabellos. Los ojos redondos y castaños miraban el aire con miedo.

—¡Arriba, Sam, muchacho! —dijo Frodo—. ¡Tómame la mano! —¡Sálveme, señor Frodo! —jadeó Sam—. Estoy ahogándome. No le veo la mano.

—Aquí está. ¡No aprietes tanto! No te soltaré. Quédate derecho y no te sacudas, o volcarás el bote. Bueno, aférrate a la borda, ¡y déjame usar la pala!

Con unos pocos golpes Frodo llevó de vuelta la barca a la orilla y Sam pudo salir arrastrándose, mojado como una rata de agua. Frodo se sacó el Anillo y pisó otra vez tierra firme.

—¡De todos los fastidios del mundo tú eres el peor, Sam! —dijo.

—Oh, señor Frodo, ¡es usted duro conmigo! —dijo Sam temblando de pies a cabeza—. Es usted duro tratando de irse sin mí y todo lo demás. Si yo no hubiese adivinado la verdad, ¿dónde estaría usted ahora?

—A salvo y en camino.

—¡A salvo! — dijo Sam—. ¿Solo y sin mi ayuda? No hubiese podido soportarlo, sería mi muerte.

—Venir conmigo también puede ser tu muerte, Sam —dijo Frodo y entonces yo no hubiese podido soportarlo.

—No es tan seguro como si me quedara —dijo Sam.

—Pero voy a Mordor.

—Lo sé de sobra, señor Frodo. Claro que sí. Y yo iré con usted.

—Por favor, Sam —dijo Frodo—, ¡no me pongas obstáculos! Los otros pueden volver en cualquier instante. Si me encuentran aquí, tendré que discutir y explicar y ya nunca tendré el ánimo o la posibilidad de irme. Pero he de partir en seguida. No hay otro modo.

—Sí, ya lo sé —dijo Sam—. Pero no solo. Voy yo también, o ninguno de los dos. Antes desfondaré todas las barcas.

Frodo rió con ganas. Sentía en el corazón un calor y una alegría repentinos.

—¡Deja una! —dijo—. La necesitaremos. Pero no puedes venir así, sin equipo ni comida ni nada.

—¡Un momento nada más y traeré mis cosas! —exclamó Sam animado—. Todo está listo. Pensé que partiríamos hoy.

Corrió al sitio donde habían acampado, quitó un bulto de la pila donde Frodo lo había puesto, cuando sacara de la barca las pertenencias de los otros, tomó otra manta y algunos paquetes más de provisiones y volvió corriendo.

—¡He aquí todo mi plan estropeado! —dijo Frodo—. Imposible escapar de ti. Pero estoy contento, Sam. No puedo decirte qué contento. ¡Vamos! Es evidente que estábamos destinados a ir juntos. Partiremos, ¡y que los otros encuentren un camino seguro! Trancos los cuidará. No creo que volvamos a verlos.

—Quizá sí, señor Frodo. Quizá sí —dijo Sam.

 

Así Frodo y Sam iniciaron juntos la última etapa de la Búsqueda. Frodo remó alejándose de la costa y el río los llevó rápidamente, a lo largo del brazo occidental, más allá de los acantilados amenazadores del Tol Brandir. El rugido de las cataratas fue acercándose. Aun con la ayuda de Sam costó trabajo atravesar la corriente en el extremo sur de la isla y virar al este hacia la orilla lejana.

Al fin llegaron de nuevo a tierra en el flanco sur del Amon Lhaw. Allí encontraron una costa empinada y sacaron la barca del río, la arrastraron arriba y la ocultaron como mejor pudieron detrás de unos peñascos. Luego, cargando al hombro los bultos partieron en busca de un sendero que los llevara por encima de las colinas grises de los Emyn Muil y descendiera internándose en el País de la Sombra.

Notas

1) Según las crónicas de Gondor se trataba de Argeleb Ñ, vigésimo rey de la dinastía del Norte que se extinguió con Arvedui trescientos años más tarde

 

2) En el calendario de los Elfos y los Dúnedain los años de la Tercera Edad pueden determinarse sumando 1600 años a la cronología de la Comarca

 

3) Para los elfos (y los hobbits) el sol es de género femenino.

 

4) Nombre que dan los hobbits a la Osa Mayor o El Arado

 

5)
Garden
en inglés.

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