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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (72 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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—¿Qué pasa? —murmuró, incorporándose de un salto y acercándose a Frodo—. Sentí algo en sueños. ¿Por qué sacaste la espada?

—Gollum —respondió Frodo—, o al menos así me pareció.

—¡Ah! —dijo Aragorn—. ¿Así que conoces a nuestro pequeño salteador de caminos? Vino detrás de nosotros mientras cruzábamos Moria y bajó hasta Nimrodel. Desde que tomamos los botes nos sigue tendido de bruces sobre un leño y remando con pies y manos. Traté de atraparlo una o dos veces de noche, pero es más astuto que un zorro y resbaladizo como un pez. Yo esperaba que el viaje por el río acabaría con él, pero es una criatura acostumbrada al agua y demasiado hábil.

"Trataremos de ir más rápido mañana. Acuéstate ahora y yo montaré guardia el resto de la noche. Ojalá pudiera echarle las manos encima a ese desgraciado. Quizá lográramos que nos fuera útil. Pero si no lo atrapo, sería mejor perderlo de vista. Es muy peligroso. Además de intentar atacamos de noche por su propia cuenta, podría guiar hacia nosotros a cualquier enemigo.

 

Pasó la noche sin que Gollum mostrara ni siquiera una sombra. Desde entonces la Compañía estuvo alerta y vigilante, pero en el resto del viaje no vieron más a Gollum. Si todavía los seguía, era muy cuidadoso y sagaz. Aragorn había aconsejado que remaran durante largos períodos y las orillas desfilaban rápidamente. Pero veían poco de la región, pues viajaban sobre todo de noche y a la luz del crepúsculo, descansando de día, tan ocultos como lo permitía el terreno. El tiempo pasa sin ningún incidente hasta el séptimo día.

El cielo estaba todavía gris y nublado y un viento soplaba del este, pero a medida que la tarde se mudaba en noche, unos claros de luz débil, amarilla y verde, se abrieron bajo los bancos de nubes grises. La forma blanca de la luna nueva se reflejaba en los lagos lejanos. Sam la miró, frunciendo el ceño.

Al día siguiente el paisaje empezó a cambiar con rapidez a ambos lados. Las orillas se levantaron y se hicieron pedregosas. Pronto se encontraron cruzando un terreno accidentado y rocoso y las costas eran unas pendientes abruptas cubiertas de matas espinosas y endrinos, confundidos con zarzas y plantas trepadoras. Detrás había unos acantilados bajos y desmoronados a medias y chimeneas de una carcomida piedra gris, cubiertas por una hiedra oscura, y aún más allá se alzaban unas cimas coronadas de abetos retorcidos por el viento. Estaban acercándose al país de las colinas grises de Emyn Muil, la frontera sur de las Tierras Asperas.

Había muchos pájaros en los acantilados y las chimeneas de piedra, y durante todo el día unas bandadas habían estado revoloteando allá arriba, negras contra el cielo pálido. Mientras descansaban en el campamento, Aragorn observaba los vuelos con aire receloso, preguntándose si Gollum no habría hecho de las suyas y las noticias de la expedición no estarían propasándose ya por el desierto. Luego, cuando se ponía el sol y la Compañía estaba atareada preparándose para partir otra vez, alcanzó a ver un punto oscuro que se movía a la luz moribunda: un pájaro grande que volaba muy alto y lejos, ya dando vueltas, ya volando lentamente hacia el sur.

—¿Qué es eso, Legolas? —preguntó apuntando al cielo del norte—. ¿Es como yo creo un águila?

—Sí —dijo Legolas—. Es un águila de caza. Me pregunto qué presagiará. Estamos lejos de los montes.

—No partiremos hasta que sea noche cerrada —dijo Aragorn.

Llegó la noche octava del viaje. Era una noche silenciosa y tranquila; el viento gris del este había cesado. El delgado creciente de la luna había caído temprano en la pálida puesta de sol, pero el cielo era todavía claro arriba y aunque allá lejos en el sur había grandes franjas de nubes que brillaban aún débilmente, en el oeste resplandecían las estrellas.

—¡Vamos! —dijo Aragorn—. Correremos el riesgo de otra jornada nocturna. Estamos llegando a unos tramos del río que no conozco bien, pues nunca he viajado aquí por el agua, no entre este sitio y los rápidos de Sarn Gebir. Pero estos rápidos, si no me equivoco, están aún a muchas millas. Nos encontraremos con muchos peligros antes de llegar: rocas e islotes de piedra en la corriente. Abramos bien los ojos y no rememos demasiado rápido.

A Sam que iba en el borde de delante le fue encomendada la tarea de vigía. Tendido en la proa, clavaba los ojos en la oscuridad. La noche era cada vez más oscura, pero arriba las estrellas brillaban de un modo extraño y había un resplandor sobre la superficie del río. No faltaba mucho para la medianoche y desde hacía tiempo se dejaban llevar por la corriente, recurriendo raramente a las palas, cuando de pronto Sam dio un grito. Delante, a unos pocos metros, se alzaban unas formas y se oían los remolinos de unas aguas rápidas. Una fuerte corriente iba hacia la izquierda, donde el cauce no presentaba obstáculos. Mientras el agua los llevaba así a un lado, los viajeros alcanzaron a ver, ahora muy de cerca, las blancas espumas del río que golpeaban unas rocas puntiagudas, inclinadas hacia adelante como una hilera de dientes. Los botes estaban todos agrupados.

La barca de Boromir golpeó contra la de Aragorn.

—¡Eh, Aragorn! —gritó Boromir—. ¡Esto es una locura! ¡No podemos cruzar los rápidos de noche! Pero no hay bote que resista en Sarn Gebir, de noche o de día.

—¡Atrás! ¡Atrás! —gritó Aragorn—. ¡Virad! ¡Virad si podéis!

Hundió la pala en el agua tratando de detener la barca y de hacerla girar.

—Me he equivocado —le dijo a Frodo—. No sabía que habíamos llegado tan lejos. El Anduin fluye más rápido de lo que pensaba. Sarn Gebir tiene que estar ya al alcance de la mano.

 

Luego de muchos esfuerzos lograron dominar los botes, haciéndolos girar en redondo, pero al principio el agua no los dejaba avanzar y cada vez estaban más cerca de la orilla del este, que ahora se levantaba negra y siniestra en la noche.

—¡Todos juntos, rememos! — gritó Boromir—. ¡Rememos! O el agua nos arrastrará a los bajíos.

Se oía aún la voz de Boromir cuando Frodo sintió que la quilla rozaba el fondo rocoso.

En ese momento se oyó el ruido seco de unos arcos: algunas flechas pasaron por encima de ellos y otras cayeron en las barcas. Una alcanzó a Frodo entre los hombros; Frodo vaciló y cayó adelante, gritando y soltando la pala; pero la flecha rebotó en la malla escondida. Otra le atravesó la capucha a Aragorn y una tercera se clavó en la borda del segundo bote, cerca de la mano de Merry. Sam creyó ver unas figuras negras corriendo a lo largo de las playas pedregosas de la orilla oriental. Le pareció que estaban muy cerca.

—Yrch!
—dijo Legolas, volviendo involuntariamente a su propia lengua.

—¡Orcos! —gritó Gimli.

—Obra de Gollum, apuesto la cabeza —le dijo Sam a Frodo—. Y qué buen lugar eligieron. El río parece decidido a ponernos directamente en manos de esas bestias.

Todos se doblaron hacia adelante trabajando con las palas; hasta Sam dio una mano. Pensaban que en cualquier momento sentirían la mordedura de las flechas de penachos negros. Muchas les pasaban por encima, silbando; otras caían en el agua cercana; pero ninguna los alcanzó. La noche era oscura, no demasiado oscura para los ojos de los orcos, y a la luz de las estrellas los viajeros debían de ser un buen blanco para aquellos astutos enemigos, aunque era posible que los mantos grises de Lórien y la madera gris de las barcas élficas desconcertaran a los maliciosos arqueros de Mordor.

La compañía no soltaba las palas. En la oscuridad era difícil afirmar que estuvieran moviéndose de veras, pero los remolinos de agua fueron apagándose poco a poco y la sombra de la orilla oriental retrocedió en la noche. Al fin, les pareció, habían llegado de nuevo al medio del río y habían alejado las embarcaciones de aquellas rocas afiladas. Dando entonces media vuelta, remaron esforzadamente hacia la orilla occidental y se detuvieron a tomar aliento a la sombra de unos arbustos que se inclinaban sobre el río.

Legolas dejó la pala y tomó el arco que había traído de Lórien. Luego saltó a tierra y subió unos pocos pasos por la orilla. Puso una flecha en el arco, estiró la cuerda y se volvió a mirar por encima del río en la oscuridad. Del otro lado venían unos gritos estridentes, pero no se veía nada.

Frodo miró al elfo que se erguía allí arriba, observando la noche, buscando un blanco. Sobre la cabeza sombría había una corona de estrellas blancas que resplandecían vivamente en los charcos negros del cielo. Pero ahora, elevándose y navegando desde el sur, las grandes nubes avanzaron enviando unos adelantados oscuros a los campos de estrellas. Un temor repentino invadió a los viajeros.

—Elbereth Gilthoniel!
—suspiró Legolas mirando al cielo. Una sombra negra, parecida a una nube, pero que no era una nube, pues se movía con demasiada rapidez, vino de la oscuridad del sur y se precipitó hacia la Compañía, cegando todas las luces mientras se acercaba. Pronto apareció como una gran criatura alada, más negra que los pozos en la noche. Unas voces feroces le dieron la bienvenida desde la otra orilla del río. Un escalofrío repentino le corrió por el cuerpo a Frodo estrujándole el corazón; sentía en el hombro un frío mortal, como el recuerdo de una vieja herida. Se agachó, como para esconderse.

De pronto el gran arco de Lórien cantó. La flecha subió silbando, desde la cuerda élfica. Frodo alzó los ojos. Casi encima de él la forma alada retrocedió encogiéndose. Hubo un graznido ronco y la sombra cayó del aire, desvaneciéndose en la penumbra de la costa oriental. El cielo era claro otra vez. Lejos se oyó un tumulto de muchas voces, que maldecían y se quejaban en la oscuridad, y luego silencio. Ni flechas ni gritos llegaron otra vez del este aquella noche.

 

Al cabo de un rato Aragorn guió las embarcaciones aguas arriba. Siguieron tanteando la orilla del agua un cierto trecho hasta que encontraron una bahía pequeña, poco profunda. Había unos árboles bajos cerca de la orilla y luego se elevaba una barranca rocosa y abrupta. La Compañía decidió quedarse allí a esperar el alba; era inútil tratar de seguir viaje de noche. No acamparon y no encendieron un fuego, se quedaron en las barcas, amarradas juntas.

—¡Alabados sean el arco de Galadriel y la mano y el ojo de Legolas! —dijo Gimli mientras masticaba una oblea de
lembas—.
¡Un buen tiro en la oscuridad, amigo mío!

—¿Pero quién puede decir qué blanco fue ése?

—Yo no —dijo Gimli—. Pero agradezco que la sombra no se haya acercado más. No me gusta nada. Me recordaba demasiado a la sombra de Moria... la sombra del Balrog —concluyó en un suave susurro.

—No era un Balrog —dijo Frodo, todavía temblando de frío—. Era algo más helado. Creo que era...

Frodo se detuvo y no siguió hablando.

—¿Qué crees? —preguntó Boromir con interés, inclinándose fuera de su barca, como tratando de verle la cara a Frodo.

—Creo... No, no lo diré —respondió Frodo—. De cualquier manera, esa caída aterrorizó a nuestros enemigos.

—Así parece —dijo Aragorn—. Sin embargo no sabemos dónde están, ni cuántos son, ni qué harán mañana. ¡Esta noche nadie dormirá! La oscuridad nos protege. ¿Pero qué nos mostrará el día? ¡Tened las armas al alcance de la mano!

 

Sam estaba sentado golpeteando con las puntas de los dedos la vaina de la espada, como si estuviese sacando cuentas.

—Es muy raro —murmuró—. La luna es la misma que en la Comarca y en las Tierras Asperas, o tendría que serlo. Pero ha cambiado de curso, o estoy contando mal. Recuerde, señor Frodo: la luna decrecía cuando descansamos aquella noche en la plataforma del árbol; una semana después del plenilunio, me pareció. Anoche se cumplía una semana de viaje y he aquí que se aparece una luna nueva, tan delgada como una raedura de uña, como si no hubiésemos pasado un tiempo en el país de los elfos.

"Bien, recuerdo que estuvimos allí tres noches al menos y creo recordar muchas otras; pero juraría que no pasó un mes. ¡Uno casi podría pensar que allá el tiempo no cuenta!

—Y quizás así era —dijo Frodo—. Es posible que en ese país hayamos estado en un tiempo que era ya el pasado en otros sitios. Sólo cuando el Cauce de Plata nos llevó al Anduin, me parece, volvimos al tiempo que fluye por las tierras de los mortales hacia las Grandes Aguas. Y no recuerdo ninguna luna, nueva o vieja, en Caras Galadon: sólo las estrellas de noche y el sol de día.

Legolas se movió en su barca.

—No, el tiempo nunca se detiene del todo —dijo—, pero los cambios y el crecimiento no son siempre iguales para todas las cosas y en todos los sitios. Para los elfos el mundo se mueve y es a la vez muy rápido y muy lento. Rápido, porque los elfos mismos cambian poco y todo lo demás parece fugaz; lo sienten como una pena. Lento, porque no cuentan los años que pasan, no en relación con ellos mismos. Las estaciones del año no son más que ondas que se repiten una y otra vez a lo largo de la corriente. Sin embargo todo lo que hay bajo el sol ha de terminar un día.

—Pero el proceso es lento en Lórien —dijo Frodo—. El poder de la Dama se manifiesta ahí claramente. Las horas son plenas, aunque parecen breves, en Caras Galadon, donde Galadriel guarda el anillo élfico.

—Esto no hay que decirlo fuera de Lórien, ni siquiera a mí —dijo Aragorn—. ¡No hables más! Pero así es, Sam: en esas tierras no valen las cuentas. Allí el tiempo pasó tan rápidamente para nosotros como para los elfos. La vieja luna ha muerto y otra ha crecido y decrecido en el mundo exterior, mientras nos demorábamos allí. Y anoche la luna nueva apareció otra vez. El invierno casi ha terminado. El tiempo fluye hacia una primavera de flacas esperanzas.

 

La noche fue silenciosa. Ninguna voz, ninguna llamada volvió a elevarse del otro lado del agua. Los viajeros acurrucados en las barcas sintieron el cambio en el aire. Era tibio ahora y estaba muy quieto bajo los nubarrones húmedos que habían venido del sur y los mares lejanos. Las aguas que golpeaban las rocas de los rápidos parecían más ruidosas y más próximas. Sobre ellos las ramas de los árboles empezaron a gotear.

Cuando llegó el día, el mundo de alrededor tenía un aspecto blando y triste. Lentamente el alba dio paso a una luz gris, difusa y sin sombras. Había una bruma sobre el río y una niebla blanca cubría la costa; la orilla opuesta no se veía.

—No soporto la niebla —dijo Sam—, pero ésta parece de buena suerte. Ahora quizá podamos irnos sin que esos malditos nos vean.

—Quizá —dijo Aragorn—. Pero nos costará encontrar el camino si esa niebla no se levanta un poco dentro de un rato. Y tenemos que encontrarlo, si queremos cruzar Sarn Gebir y llegar a Emyn Muil.

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