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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (69 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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Durante largo tiempo hablaron de lo que harían y cómo llevarían a cabo la misión que concernía al Anillo; pero no llegaron a ninguna decisión. Era obvio que la mayoría deseaba ir primero a Minas Tirith y escapar así al menos
por un
tiempo al
terror del enemigo. Estaban
dispuestos a seguir a un guía hasta la otra orilla y aun entrar en las sombras de Mordor, pero Frodo callaba y Aragorn vacilaba todavía.

El plan de Aragorn, mientras Gandalf estaba aún con ellos, había sido ir con Boromir y ayudar a la liberación de Gondor. Pues creía que el mensaje del sueño era un mandato y que había llegado al fin la hora en que el heredero de Elendil aparecería para luchar contra el dominio de Sauron. Pero en Moria había tenido que tomar la carga de Gandalf y sabía que ahora no podía dejar de lado el Anillo, si Frodo se negaba a ir con Boromir. ¿Y sin embargo de qué modo podría él, o cualquier otro de la Compañía, ayudar a Frodo, salvo acompañándolo a ciegas a la oscuridad?

—Iré a Minas Tirith, sólo si fuera necesario, pues es mi deber —dijo Boromir y luego calló un rato, sentado y con los ojos clavados en Frodo, como si tratara de leer los pensamientos del mediano. Al fin retomó la palabra, como discutiendo consigo mismo—. Si sólo te propones destruir el Anillo —dijo—, la guerra y las armas no servirán de mucho y los Hombres de Minas Tirith no podrán ayudarte. Pero si deseas destruir el poder armado del Señor Oscuro, sería una locura entrar sin fuerzas en esos dominios y una locura sacrificar... —Se interrumpió de pronto, como si hubiese advertido que estaba pensando en voz alta. Sería una locura sacrificar vidas, quiero decir —concluyó—. Se trata de elegir entre defender una plaza fortificada y marchar directamente hacia la muerte. Al menos, así es como yo lo veo.

Frodo notó algo nuevo y extraño en los ojos de Boromir y lo miró con atención. Lo que Boromir acababa de decir no era lo que él pensaba, evidentemente. Sería una locura sacrificar ¿qué? ¿El Anillo de Poder? Boromir había dicho algo parecido en el Concilio, aunque había aceptado entonces la corrección de Elrond. Frodo miró a Aragorn, pero el montaraz parecía hundido en sus propios pensamientos y no daba muestras de haber oído las palabras de Boromir. Y así terminó la discusión. Merry y Pippin ya estaban dormidos y Sam cabeceaba. La noche envejecía.

 

A la mañana, mientras comenzaban a embalar las pocas cosas que les quedaban, unos elfos que hablaban la lengua de la Compañía vinieron a traerles regalos de comida y ropa para el viaje. La comida consistía principalmente en galletas, preparadas con una harina que estaba un poco tostada por afuera y que por dentro tenía un color de crema. Gimli tomó una de las galletas y la miró con ojos dudosos.


Cram
—dijo a media voz mientras mordisqueaba una punta quebradiza. La expresión del enano cambió rápidamente y se comió todo el resto de la galleta saboreándola con delectación.

—¡Basta, basta! —gritaron los elfos riendo—. Has comido suficiente para toda una jornada.

—Pensé que era sólo una especie de cram, como los que preparan los Hombres del Valle para viajar por el desierto —dijo el enano.

Así es —respondieron los elfos—. Pero nosotros lo llamamos
lembas
o pan del camino y es más fortificante que cualquier comida preparada por los hombres y es más agradable que el
cram
, desde cualquier punto de vista.

—Por cierto —dijo Gimli—. En realidad es mejor que los bizcochos de miel de los Beórnidas y esto es un gran elogio, pues no conozco panaderos mejores. Aunque estos días no parecen estar interesados en darles bizcochos a los viajeros. ¡Sois anfitriones muy amables!

—De cualquier modo, os aconsejamos que cuidéis de la comida –dijeron los elfos—. Comed poco cada vez y sólo cuando sea necesario. Pues os damos estas cosas para que os sirvan cuando falte todo lo demás. Las galletas se conservarán frescas muchos días, si las guardáis enteras y en las envolturas de hojas en que las hemos traído. Una sola basta para que un viajero aguante en pie toda una dura jornada, aunque sea un hombre alto de Minas Tirith.

Los elfos abrieron luego los paquetes de ropas y las repartieron entre los miembros de la Compañía. Habían preparado para cada uno y en las medidas correspondientes, una capucha y una capa, de esa tela sedosa, liviana y abrigada que tejían los Galadrim. Era difícil saber de qué color eran: parecían grises, con los tonos del crepúsculo bajo los árboles; pero si se las movía, o se las ponía en otra luz, eran verdes como las hojas a la sombra, o pardas como los campos en barbecho al anochecer, o de plata oscura como el agua a la luz de las estrellas. Las capas se cerraban al cuello con un broche que parecía una hoja verde de nervaduras de plata.

¿Son mantos mágicos? —preguntó Pippin mirándolos con asombro.

—No sé a qué te refieres —dijo el jefe de los elfos—. Son vestiduras hermosas y la tela es buena, pues ha sido tejida en este país. Son por cierto ropas élficas, si eso querías decir. Hoja y rama, agua y piedra: tienen el color y la belleza de todas esas cosas que amamos a la luz del crepúsculo en Lórien, pues en todo lo que hacemos ponemos el pensamiento de todo lo que amamos. Sin embargo son ropas, no armaduras y no pararán ni la flecha ni la espada. Pero os serán muy útiles: son livianas para llevar, abrigadas o frescas de acuerdo con las necesidades del momento. Y os ayudarán además a mantenemos ocultos de miradas indiscretas, ya caminéis entre piedras o entre árboles. ¡La Dama os tiene en verdad en gran estima! Pues ha sido ella misma y las doncellas que la sirven quienes han tejido esta tela, y nunca hasta ahora habíamos vestido a extranjeros con las ropas de los nuestros.

 

Luego de un almuerzo temprano la Compañía se despidió del prado junto a la fuente. Todos sentían un peso en el corazón, pues el sitio era hermoso y había llegado a convertirse en un hogar para ellos, aunque no sabían bien cuántos días y noches habían pasado allí. Se habían detenido un momento a mirar el agua blanca a la luz del sol cuando Haldir se les acercó cruzando el pasto del claro. Frodo lo saludé con alegría.

—Vengo de las Defensas del Norte —dijo el elfo—, y he sido enviado para que os sirva otra vez de guía. En el Valle del Arroyo Sombrío hay vapores y nubes de humo y las montañas están perturbadas. Hay ruidos en las profundidades de la tierra. Si alguno de vosotros ha pensado en regresar por el norte, no podría cruzar. ¡Pero adelante! Vuestro camino va ahora hacia el sur.

Caminaron atravesando Caras Galadon, las sendas verdes estaban desiertas, pero arriba en los árboles se oían muchas voces que murmuraban y cantaban. El grupo marchaba en silencio. Al fin Haldir los llevó cuesta abajo por la pendiente meridional de la colina y llegaron así de nuevo a la puerta iluminada por faroles y al puente blanco; y por allí salieron dejando la ciudad de los elfos. Casi en seguida abandonaron la ruta empedrada y tomaron un sendero que se internaba en un bosque espeso de mallorn y avanzaron serpenteando entre bosques ondulantes de sombras de plata, descendiendo siempre al sur y al este hacia las orillas del Río.

Habían recorrido ya unas diez millas y el mediodía estaba próximo cuando llegaron a una alta pared verde. Pasaron por una abertura y se encontraron fuera de la zona de árboles. Ante ellos se extendía un prado largo de hierba brillante, salpicado de
elanor
doradas que brillaban al sol. El prado concluía en una lengua estrecha entre márgenes relucientes: a la derecha y al oeste corría centelleando el Cauce de Plata; a la izquierda y al este bajaban las aguas amplias, profundas y oscuras del Río Grande. En las orillas opuestas los bosques proseguían hacia el sur hasta perderse de vista, pero las orillas mismas estaban desiertas y desnudas. Ningún mallorn alzaba sus ramas doradas más allá del País de Lórien.

En las márgenes del Cauce de Plata, a cierta distancia de donde se encontraban las corrientes, había un embarcadero de piedras blancas y maderos blancos, y amarrados allí numerosos botes y barcas. Algunos estaban pintados con colores muy brillantes, plata y oro y verde, pero casi todos eran blancos o grises. Tres pequeñas barcas grises habían sido preparadas para los viajeros y los elfos cargaron en ellas los paquetes de ropa y comida. Y añadieron además unos rollos de cuerda, tres por cada barca. Las cuerdas parecían delgadas pero fuertes, sedosas al tacto, grises como los mantos de los elfos.

—¿Qué es esto? —preguntó Sam tocando un rollo que yacía sobre la hierba.

—¡Cuerdas, por supuesto! —respondió un elfo desde las barcas—. ¡Nunca vayas lejos sin una cuerda! Una cuerda larga, fuerte y liviana, puede ser una buena ayuda en muchas ocasiones.

—¡Que me lo digan a mí! —exclamó Sam—. No traje ninguna y he estado preocupado desde entonces. Pero me preguntaba qué material es éste, pues algo sé de confección de cuerdas: está en la familia, por así decirlo.

—Son cuerdas de hithlain —dijo el elfo—; pero no hay tiempo ahora de instruirte en el arte de fabricar cuerdas. Si hubiéramos sabido de tu interés, podríamos haberte enseñado muchas cosas. Pero ahora, ay, a menos que un día vuelvas aquí, tendrás que contentarte con nuestro regalo. ¡Que te sea útil!

—¡Vamos! — dijo Haldir—. Está todo listo. ¡Embarcad! ¡Pero tened cuidado al principio!

—¡No olvidéis este consejo! —dijeron los otros elfos—. Estas son embarcaciones livianas y distintas de las de otras gentes. No se hundirán, aunque las carguéis demasiado, pero no son fáciles de manejar. Deberíais acostumbraras a subir y a bajar, aprovechando que hay aquí un embarcadero, antes de lanzaros aguas abajo.

 

La Compañía se repartió así: Aragorn, Frodo y Sam iban. en una barca; Boromir, Merry y Pippin en otra; y en la tercera Legolas y Gimli, que ahora eran grandes amigos. Esta última embarcación llevaba además la mayor parte de las provisiones y paquetes. Las barcas eran impulsadas y dirigidas con unos remos cortos de pala ancha en forma de hoja. Cuando todo estuvo preparado, Aragorn decidió probarlas en el Cauce de Plata. La corriente era rápida y progresaban lentamente. Sam, sentado en la proa, las manos aferradas a los bordes, miraba nostálgico la orilla. Los reflejos del sol en el agua lo enceguecían. Más allá del campo verde de la Lengua los árboles crecían otra vez en las márgenes. Aquí y allá unas hojas doradas se balanceaban en el agua. El aire era brillante y tranquilo y todo estaba en silencio, excepto el canto de las alondras.

Doblaron en un recodo del río y allí, navegando orgullosamente hacia ellos, vieron un cisne de gran tamaño. El agua se abría en ondas a cada lado del pecho blanco, bajo el cuello curvo. El pico del ave chispeaba como oro bruñido y los ojos relucían como azabache engarzado en piedras amarillas; las inmensas alas blancas se alzaban a medias. Una música lo acompañaba mientras descendía por el río; y de pronto se dieron cuenta de que el cisne era una nave construida y esculpida con todo el arte élfico. Dos elfos vestidos de blanco la impulsaban con la ayuda de unas palas negras. En medio de la embarcación estaba sentado Celeborn y detrás venía Galadriel, de pie, alta y blanca; una corona de flores doradas le ceñía los cabellos y en la mano sostenía un arpa pequeña y cantaba. Triste y dulce era el sonido de la voz de Galadriel en el aire claro y fresco.

He cantado las hojas, las hojas de oro, y allí crecían hojas de oro;

he cantado el viento, y un viento vino
y sopló entre las ramas.

Más allá del sol, más allá de la luna, había espuma en el mar,

y cerca de la playa de Ilmarin crecía un árbol de oro, y brillaba

en Eldamar bajo las estrellas de la Noche Eterna,

en Eldamar junto a los muros de Tirion de los Elfos.

Allí crecieron durante largos años las hojas doradas,

Mientras que aquí, más allá de los Mares Separadores, corren ahora
las lágrimas élficas.

Oh Lórien. Llega el invierno, el día desnudo y deshojado;

las hojas caen en el agua, el río fluye alejándose.

Oh Lórien. Demasiado he vivido en estas costas

y he entretejido la elanor de oro en una corona evanescente.

Pero si ahora he de cantar a las naves, ¿qué nave vendrá a mí,

qué nave me llevará de vuelta por un océano tan ancho?

Aragorn detuvo la barca mientras la nave-cisne se acercaba. La Dama dejó de cantar y les dio la bienvenida.

—Hemos venido a daros nuestro último adiós —dijo— y acompañar vuestra partida con nuestras bendiciones.

—Aunque habéis sido nuestros huéspedes —dijo Celeborn— todavía no habéis comido con nosotros, y os invitamos por lo tanto a un festín de despedida, aquí entre las aguas que os llevarán lejos de Lórien.

El Cisne se adelantó lentamente hacia el embarcadero y los otros botes dieron media vuelta y fueron detrás. Allí, en los extremos de Egladil y sobre la hierba verde se celebró el festín de despedida; pero Frodo comió y bebió poco, atento sólo a la belleza de la Dama y a su voz. Ya no le parecía ni peligrosa ni terrible, ni poseedora de un poder oculto. La veía ya como los hombres de tiempos ulteriores vieron a los elfos presentes y sin embargo remotos, una visión animada de aquello que la corriente incesante del Tiempo había dejado atrás.

 

Luego de haber comido y bebido, sentados en la hierba, Celeborn les habló otra vez del viaje y alzando la mano señaló al sur los bosques que se extendían más allá de la Lengua.

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