Era un enorme recinto con edificios dispersos entre jardines floridos, con gimnasio, ágora, tiendas, baños, biblioteca, un seminario, alojamientos para eruditos de paso, casas y residencias para esclavos, palacio para el sumo sacerdote, una necrópolis en terreno sagrado, círculos de cubículos subterráneos para dormir, hospital, el gran edificio dedicado a asuntos bancarios y el templo del dios. Todo ello rodeado por un bosque sagrado de plátanos.
La estatua no era criselefantina ni de oro, sino de mármol blanco de Paros y obra de Praxíteles; era una deidad barbada, parecida a Zeus, de pie y apoyado en un tronco con una serpiente enroscada. Tenía la mano derecha extendida, sujetando una tablilla, y a sus pies un perro grande tumbado. La estatua la había pintado Nicias de un modo tan realista que en la penumbra parecía dotada de movimiento. Los ojos del dios, azul fuerte, destellaban un regocijo humano y bonachón.
Nada de aquello gustó a Mitrídates, quien dio una vuelta al templo, diciéndose que aquella estatua no valía nada y no merecía ser saqueada. Luego examinó los libros y comunicó al sumo sacerdote que iba a hacer una incautación. Todo el oro romano en depósito, para empezar; unos ochocientos talentos de oro en depósito a plazo fijo del gran templo de Jerusalén, cuyo sínodo tenía la loable prudencia de mantener una reserva de urgencia a salvo de las depredaciones de seléucidas y tolomeos; y los tres mil talentos de oro que había depositado unos catorce años atrás la anciana reina Cleopatra de Egipto.
—Veo que la reina de Egipto os confió también tres niños —comentó Mitrídates.
Pero el sumo sacerdote estaba más preocupado por el oro, y dijo en tono más frío que enojado:
—¡Rey Mitrídates, no tenemos aquí todo ese oro… lo prestamos!
—No te lo he pedido todo —replicó él en tono amenazador—. He pedido… sí, digamos cinco mil talentos del oro romano, tres mil talentos del oro egipcio y ochocientos talentos del oro judío. Un modesto porcentaje de lo que hay registrado en los libros, sumo sacerdote.
—¡Pero entregaros casi nueve mil talentos de oro nos dejará prácticamente sin reservas!
—Qué lástima —replicó el rey, levantándose del pupitre en que había examinado los libros—. Entrégalo, sumo sacerdote, o verás tu santuario reducido a polvo antes de que tú mismo lo muerdas. Ahora enséñame los tres niños egipcios.
—Os entregaré el oro, rey Mitrídates —dijo el sumo sacerdote con voz neutra, aceptando lo inevitable—. ¿Hago que comparezcan aquí los príncipes egipcios?
—No, prefiero verlos a la luz del día.
Lo que buscaba, naturalmente, era un tolomeo títere. Aguardó impaciente a que los trajeran a su presencia en el lugar sombreado que había elegido entre pinos y cedros.
—Ponedlos a los tres ahí —dijo, señalando un lugar a veinte pies de distancia—. Y tú, sumo sacerdote, ven aquí. ¿Quién es ése? —añadió, señalando al mayor de los tres, un joven que lucía un vaporoso vestido.
—El hijo legítimo del rey Tolomeo Alejandro de Egipto y heredero del trono.
—¿Y por qué está aquí en lugar de estar en Alejandría?
—Porque su abuela, que le trajo aquí, temía por su vida.
—¿Qué edad tiene?
—Veinticinco años.
—¿Quién fue su madre?
La influencia que Egipto ejercía en Asklepeion era manifiesta en el respetuoso tono con que contestaba el sumo sacerdote, y era evidente que consideraba mucho más augusto el linaje de los tolomeos que el del propio Mitrídates.
—Su madre fue Cleopatra IV.
—¿La que le trajo aquí?
—No, ésa era Cleopatra III, su abuela. Su madre era hija de ella y del rey Tolomeo Gran Vientre.
—¿No se casó con el hijo menor, Alejandro?
—Más tarde. Primero se casó con el hijo mayor, y tuvo una hija.
—Eso tiene más lógica. La hija mayor se casa siempre con el hijo mayor, tengo entendido.
—Así es, pero no es necesariamente obligatorio. La anciana reina detestaba tanto a su hijo mayor como a su hija mayor, y los obligó a divorciarse. Cleopatra hija huyó a Chipre y allí se casó con su hermano menor y tuvieron este hijo.
—¿Y qué fue de ella? —inquirió el rey, sumamente interesado.
—La anciana reina obligó a Alejandro a divorciarse de ella y la joven huyó a Siria, donde se casó con Antioco Ciziceno, que estaba en guerra con su primo carnal Antioco Gripo. Al ser derrotado Ciziceno, fue apuñalada ante el altar de Apolo en Dafne por su propia hermana, esposa de Gripo.
—Muy parecido a lo de mi familia —dijo Mitrídates sonriente.
El sumo sacerdote no pensaba que fuese asunto de risa y prosiguió como si no hubiera oído nada.
—La anciana reina logró finalmente expulsar a su hijo mayor de Egipto e hizo venir a Alejandro, el padre de este joven, haciéndole rey. Y este joven fue a Egipto con él, pero Alejandro tenía miedo de su madre y la detestaba. Quizá ella imaginase lo que le aguardaba, no lo sé; lo cierto es que llegó a Cos hace catorce años con varias naves cargadas de oro y tres niños, y nos encomendó su custodia. Poco después de su regreso a Egipto, el rey Tolomeo Alejandro la mandó matar —añadió el sumo sacerdote con un suspiro; era evidente que apreciaba a la anciana Cleopatra III—. A continuación, Alejandro se casó con su sobrina Berenice, hija de su hermano mayor Soter y de la joven Cleopatra, que había sido esposa de ambos.
—Así que el rey Tolomeo Alejandro gobierna Egipto con su sobrina Berenice, tía de este joven y al mismo tiempo hermanastra.
—Por desgracia, no. Sus súbditos le desposeyeron hace seis meses y murió en un combate, tratando de recuperar el trono.
—¡Luego este joven debería ser el rey de Egipto!
—No —contestó el sumo sacerdote, procurando ocultar su deleite por la confusión de su indeseado visitante—. Soter, el hermano mayor del rey Tolomeo, vive aún. Cuando el pueblo depuso a Alejandro, hizo venir a Tolomeo Soter para gobernar, y sigue haciéndolo con su hija la reina Berenice, aunque, naturalmente, no puede esposarla. Los tolomeos sólo pueden casarse con hermanas, sobrinas o primas.
—¿No tuvo Soter otra esposa después de que la anciana reina le obligase a divorciarse de la joven Cleopatra? ¿No tuvo más hijos?
—Sí, volvió a desposarse con su hermana menor Cleopatra Selene; y tuvieron dos hijos.
—Sin embargo, dices que este joven es el heredero.
—Lo es, porque cuando muera el rey Tolomeo Soter el trono lo hereda él.
—¡Ajá! —exclamó Mitrídates, frotándose las manos con fruición—. ¡Ya veo que tendré que guardarlo bien, sumo sacerdote! Y hacer que se case con una de mis hijas.
—Podéis intentarlo —comentó secamente el sumo sacerdote.
—¿Cómo intentarlo?
—No le gustan las mujeres y no se acostará con una por ningún concepto.
Mitrídates profirió un ruido de contenida irritación y se encogió de hombros.
—¡Entonces no procreará un heredero! De todos modos, me lo llevo. Luego ésos —añadió, señalando a los otros dos— han de ser los hijos de Soter y su segunda hermana-esposa, Cleopatra Selene.
—No —contestó el sumo sacerdote—. Los hijos de Soter y Cleopatra Selene los trajo aquí la anciana reina, pero murieron al poco tiempo de la enfermedad infantil
estival
. Estos son más jóvenes.
—Pues, ¿quién los ha traído aquí? —exclamó Mitrídates, exasperado.
—Son los hijos de Soter y su concubina real, la princesa Arsinoe de Nabatea. Nacieron en Siria mientras Soter combatía allí contra su madre, la anciana reina, y su primo Antioco Gripo. Cuando Soter abandonó Siria, no se llevó a los hijos y a su madre; los confió a su a liado sirio, su primo Antioco Ciziceno, y de pequeños vivieron en Siria. Luego, hace ocho años, Gripo fue asesinado y Ciziceno se convirtió en rey de Siria. En aquel momento, la esposa de Gripo era Cleopatra Selene, pues la había esposado para sustituir a su primera esposa, la hermana mediana de Tolomeo, que había muerto… ejem, de un modo horrible.
—¿Qué modo horrible? —inquirió el rey sin inmutarse, dado que la historia de su familia era muy parecida, aunque no tuviese el brillo generalmente atribuido a los Tolomeos de Egipto.
—Ella había matado a la joven Cleopatra, como os he dicho, ante el altar de Apolo en Dafne. Bien, Ciziceno la capturó y la mandó ejecutar muy, muy despacio. Diente por diente, por así decir.
—Así pues, la hermana menor, Cleopatra Selene, no fue mucho tiempo viuda después de la muerte de Gripo, y se casó con Ciziceno.
—Exactamente, rey Mitrídates. Pero no le gustaban estos niños; eran algo relacionado con su anterior matrimonio con Soter, a quien detestaba. Y fue ella quien los envió aquí hace cinco años.
—Tras la muerte de Ciziceno, sin duda. Luego se casó con el hijo de su esposo muerto y sigue siendo la reina Cleopatra Selene de Siria. ¡Fantástico!
—Veo que conocéis muy bien la historia de la casa de los Seléucidas —comentó el sumo sacerdote enarcando las cejas.
—Algo. Estoy emparentado con ellos —contestó el rey—. ¿Qué edad tienen los niños, y cómo se llaman?
—El mayor es Tolomeo Filadelfo, pero le damos el sobrenombre de Auletes porque cuando llegó tenía una voz aguda parecida al sonido de una flauta. Me complace decir que merced a la madurez y a nuestras enseñanzas, ya no tiene ese pitido musical. Ahora cuenta dieciséis años. El otro tiene quince y le llamamos simplemente Tolomeo. Es un buen chico, pero indolente —dijo el sumo sacerdote con un suspiro, cual un padre paciente pero decepcionado—. Nos tememos que es indolente por naturaleza.
—Así pues, en esos dos jóvenes reside el futuro de Egipto —dijo Mitrídates pensativo—. El inconveniente es que son bastardos, y supongo que no podrán heredar.
—Su linaje no es totalmente puro, es cierto —replicó el sumo sacerdote—, pero si su primo Alejandro no engendra (lo que parece bien probable) son los únicos Tolomeos que hay. He recibido carta de su padre, el rey Tolomeo Soter, diciéndome que se los envíe inmediatamente. Ahora es otra vez rey, pero no tiene reina a quien esposar, y quiere mostrárselos a sus súbditos, que están dispuestos a aceptarlos como herederos.
—Pues tiene mala suerte —dijo Mitrídates con toda naturalidad—, porque me los llevo yo. Así se casarán con hijas mías y sus hijos serán mis nietos. ¿Qué fue de su madre, Arsinoe? —inquirió, cambiando de tono.
—No lo sé. Creo que Cleopatra Selene mandó matarla en la época en que envió sus hijos aquí, a Cos. Los muchachos no están seguros, pero lo temen —contestó el sumo sacerdote.
—¿Y cuál es el linaje de Arsinoe? ¿Es de calidad?
—Arsinoe era la hija mayor del rey Aretas de Nabatea y de su reina. La política nabatea ha consistido siempre en enviar la princesa más perfecta como concubina del rey de Egipto. ¿Qué mejor alianza para una de las casas reales semíticas menores? La madre del anciano rey Aretas era una seléucida de la casa real siria. Su esposa, madre de Arsinoe, era hija del rey Demetrio Nicanor de Siria y de la princesa parta Rodoguna, también seléucida, con buena parte de sangre de Arsaces. Yo diría que el linaje de Arsinoe es espléndido —dijo el sumo sacerdote.
—¡Oh, sí, como el de una de mis esposas! —dijo cordial el rey del Ponto—. Una pequeña encantadora, hija de Demetrio Nicanor y Rodoguna. Me ha dado tres varones estupendos y dos hijas. ¡Las niñas serán esposas ideales para estos muchachos; perfectas! Así se refuerza el linaje.
—Creo que el rey Tolomeo Soter piensa casar a Tolomeo Auletes con su hermanastra y tía, la reina Berenice —comentó resuelto el sumo sacerdote—. Por lo que a los egipcios respecta, así se refuerza mucho mejor el linaje.
—Tanto peor para los egipcios —replicó Mitrídates, volviéndose furioso hacia el sumo sacerdote—. ¡Hay que tener en cuenta que Tolomeo Soter de Egipto y yo tenemos la misma sangre seléucida! Mi tatarabuela Laodice se casó con Antioco el Grande y su hija Laodice casó con mi bisabuelo, Mitrídates IV. Por consiguiente, Soter es primo mío y mis hijas Cleopatra Trifena y Berenice Nisa son también primas suyas, y dos veces primas de los hijos habidos con Arsinoe de Nabatea porque su madre es hija de Demetrio Nicanor y de Rodoguna, igual que la madre de Arsinoe.
El rey lanzó un profundo suspiro.
—Escribe al rey Tolomeo Soter diciéndole que yo cuidaré de sus hijos. Indícale que, como en su casa real no quedan mujeres de edad idónea, Berenice debe tener ya cuarenta años, sus hijos se casarán con las hijas de Mitrídates del Ponto y de Antioco de Siria. ¡Y puedes dar las gracias a tu dios de la serpiente en el tronco de que te necesito para escribir esa carta! Pues si no, viejo, te habría matado, porque te encuentro muy irrespetuoso.
El rey se dirigió a donde estaban los tres jóvenes, mirando estupefactos y amedrentados.
—Vais a vivir en el Ponto, jóvenes Tolomeos —les dijo tajante—. ¡Vamos, seguidme de prisa!
Y así fue como cuando la galera real del rey Mitrídates se hizo de nuevo a la mar, la acompañaban varios navíos más pequeños que tomaron rumbo a Cnido, camino de Efeso. Transportaban casi nueve mil talentos de oro y a los tres herederos del trono de Egipto. Cos había sido una escala necesaria más que rentable. Y el rey del Ponto disponía de un Tolomeo títere.
Cuando el rey arribó al lugar elegido por Pelópidas para el desembarco en Rodas, se encontró con que no habían llegado la mayor parte de las naves de transporte de tropas y no pudo tomar al asalto la ciudad de Rodas hasta que, como dijo Pelópidas:
—… se pueda organizar el viaje de otro ejército, gran rey. El almirante Damagoras de Rodas atacó dos veces a nuestras naves de transporte y la mitad de las tropas yacen en el fondo del océano. De los supervivientes, algunos llegaron hasta aquí, pero otros regresaron a Halicamassum. La próxima vez tendremos que rodear con galeras las naves de transporte en lugar de dejarlas ir a su ritmo y sin escolta.
Naturalmente, las noticias distaban mucho de satisfacer al rey, pero como había llegado sano y salvo, le había ido bien en Cos y le traía sin cuidado la suerte que habían corrido los soldados pónticos, aceptó la realidad de que debía esperar refuerzos y se dedicó a escribir a su regente en el Ponto, el joven Mitrídates, a propósito de los herederos del trono de Egipto.
Parecen todos muy cultos, pero ignoran totalmente la importancia del Ponto en el orbe, hijo mío; y eso hay que rectificarlo. Mis hijas Cleopatra Trifena y Berenice Nisa serán prometidas en matrimonio a estos jóvenes. Cleopatra Trifena será para Tolomeo Filadelfo y Berenice Nisa para Tolomeo a secas. Las bodas respectivas se celebrarán cuando las hembras cumplan quince años.