Read La crisis financiera guia para entenderla y explicarla Online
Authors: Alberto Garzon Espinosa Juan Torres Lopez
Pero cuando se produjo la revolución de las tecnologías de la información, se podían utilizar de modo muy rápido y sin apenas costes. Con un sencillo modem se pueden comprar cualquier clase de activos (dinero, inmuebles, acciones, bonos de los gobiernos...) en cualquier lugar del mundo y venderlos enseguida que convenga, así que las actividades especulativas que antes también se realizaban pero de modo mucho más pausado y limitado, ahora pudieron llevarse acabo vertiginosamente.
El atractivo de dedicarse a ellas eran grandioso: con muy pocos medios se podían movilizar millones y millones de cualquier moneda para comprar y vender al instante y obtener en cada transacción tasas de rentabilidad mucho más elevadas que las que podía proporcionar poner en marcha un negocio productivo.
Lo que ocurrió fue que los medios de pago hasta entonces “sobrantes”, y los que se fueron añadiendo atraídos por esa rentabilidad tan rápida y elevada a los mercados mundiales de dinero y activos financieros, fueron creciendo sin parar y dedicándose a realizar operaciones puramente especulativas, desvinculándose cada vez más de la creación de negocios productivos, de la producción de bienes y servicios y de la creación de empleo. ¿Quién iba a dedicar todos sus recursos a esto último, pudiendo ganar mucho más dinero en la inversión financiera?
Había nacido lo que más tarde se calificaría como la “financierización” del capitalismo.
Acabamos de señalar los principales factores que han ido produciendo la creciente financierización de las economías capitalistas, entre los que destacan la expansión del crédito, las reformas institucionales y de un modo especial la utilización de nuevas tecnologías de la información.
Pero junto a ellos no se pueda dejar de lado otro fenómeno fundamental.
Nos referimos a que la causa principal que lleva los capitales desde el ámbito de la economía productiva al financiero es que en éste último se puede obtener una ganancia relativa mucho mayor que en el primero.
La posibilidad de obtener mayor beneficio en la especulación financiera es la consecuencia de que allí se opere con más riesgo pero también de que las políticas que se llevan a cabo en el ámbito productivo para favorecer a los capitales privados tienen un efecto perverso y terminan por generar menores beneficios que los que se pueden obtener en el ámbito financiero.
Lo que ha ocurrido en los últimos años es que las políticas neoliberales han impuesto un régimen de salarios reducidos y de trabajo precario que efectivamente ha permitido recuperar las rentas del capital.
Además, esa caída en las rentas salariales obligó a que los trabajadores aumentaran su nivel de endeudamiento y, como consecuencia de ambos fenómenos resultó que las rentas principalmente privilegiadas fueran las del capital financiero.
Pero el incremento de las rentas del capital no se traduce en consumo en la misma medida que las rentas del trabajo sino que van sobre todo al ahorro. Algo elemental si se tiene en cuenta que los perceptores de rentas de capital tienen sus necesidades satisfechas mientras que los trabajadores tienen que dedicar casi todas ellas a satisfacerlas mediante la adquisición de bienes y servicios.
La mayor parte del incremento de las rentas generadas en los últimos decenios ha correspondido, pues, a los beneficios y éstos se han destinado principalmente al ahorro y a la inversión y no al consumo. Pero, en particular, a la inversión financiera que ha sido mucho más rentable por dos razones principales.
Primero, porque la ganancia se obtenía de operaciones puramente especulativas que no requieren tanto tiempo, ni el esfuerzo y la renuncia de la inversión productiva.
Segundo, porque la disminución de la capacidad de compra de los trabajadores constituye un freno a los beneficios en el ámbito de la producción de bienes y servicios. Se puede ganar más dinero como consecuencia de que los salarios utilizados para obtener la tarta son bajos, pero como hay menos capacidad de compra, la tarta que se produce es más pequeña.
Con salarios bajos como los que se han impuesto se generan beneficios pero creando escasez y, por tanto, limitando el rendimiento potencial de la economía, es decir, el que se podría obtener si hubiera mayor demanda y se utilizaran todos los recursos disponibles.
Es por eso que las economías capitalistas bajo estas políticas neoliberales han tenido tasas de crecimiento mucho más reducidas que las de épocas anteriores, o que, por el contrario, las economías que no han estado sujetas a estas políticas restrictivas de salarios y en consecuencia de la actividad, como las de algunas asiáticas y en algunos momentos la de Estados Unidos, hayan registrado siempre mejores resultados en tasas de crecimiento.
En suma, si las políticas neoliberales contraen la actividad, como consecuencia de que imponen la moderación salarial y de que prefieren disminuir la resistencia laboral a expandir la demanda y la rentabilidad, lo que ocurre es que la tasa de ganancia que se obtiene es elevada por intensa pero no por extensa y, en cualquier caso, inferior a la que potencialmente se podría obtener si se pusieran en movimiento todos los recursos potenciales de la economía.
Y es por eso que la rentabilidad relativa en los ámbitos financieros es mayor, lo que atrae hasta allí sin remedio a los capitales.
Esta es una cuestión fundamental no solo para entender por qué se ha producido la financierización y las crisis que ésta lleva consigo sino, también, para entender que si se quiere salir de estas crisis es preciso romper esta deriva de los capitales hacia el ámbito especulativo haciendo más atractiva su colocación en el ámbito real. Y precisamente por eso, resulta evidente que no se podrá limitar la deriva especulativa si no se expande la demanda en la economía real.
Dicho de otra forma, el capitalismo tenderá inevitablemente a la financierización mientras que no se establezca un equilibrio distributivo diferente al que ha impuesto el neoliberalismo limitando la renta de los trabajadores.
Claro que el problema consiste en saber si el capitalismo de nuestros días es capaz de responder a una pauta distributiva diferente a la tremendamente desigual que hoy día lo alimenta.
La gente normal suele preguntar siempre cómo es posible ganar tanto en esas operaciones financieras desconocidas que parecen no tener nada detrás de ellas.
¿Dónde está el dinero?, se preguntan a menudo.
Es natural. Cuando alguien vende a otro un automóvil, o cuando le hace un corte de pelo, cualquiera es capaz de ver claramente de dónde viene el beneficio. Pero ¿cómo es posible que se pueda ganar tanto dinero comprando y vendiendo papel contra papel? ¿Qué se saca con eso?, nos preguntan muchísimas veces.
La cuestión no es baladí sino que responde a una de las grandes transformaciones económicas de nuestro tiempo.
Lo que hace unos años hacía que un inversor ganase dinero quizá fuese comprar la producción de café que se iba a obtener en una hacienda colombiana a primeros de enero de 2010 y ponerla más tarde en los mercados minoristas como café más o menos primorosamente empaquetado.
Ahora ocurre algo distinto. Cuando ese inversor dispone del contrato de compra puede ofrecerlo en mercados en donde lo que se compra es precisamente eso: contratos, papel.
¿Por qué? Sencillamente porque hay cientos de inversores, o mejor dicho, sencillamente especuladores, con miles de millones dispuestos a comprar papel.
¿Por qué? Porque saben, a su vez, que si lo compran lo podrán vender de nuevo a otros especuladores, que, a su vez, podrán venderlo de nuevo, y así sucesivamente.
Y, claro está, hay tantos especuladores dispuestos a realizar esas actividades, primero, porque, como hemos visto, hay una cantidad ingente de dinero sobrante y, segundo, porque esas operaciones, como también hemos comentado, pueden proporcionar mucho más beneficio y más rápido que dedicarse a movilizar mercancías, contratar trabajadores, lidiar diariamente con el negocio, etc., etc.
Lo que se compra y se vende en estas operaciones es papel (contratos, títulos de propiedad, bonos, divisas,...) y no porque el papel sea muy útil en sí mismo, que no lo es, como todo el mundo sabe. Sino porque existe la expectativa de que ese papel (como los tulipanes holandeses) va a subir de precio y, por tanto, conviene comprarlo para luego venderlo.
¿En qué consiste entonces el juego, cómo funciona el casino financiero?
Básicamente, en crear todas las formas imaginables de “papel”, de productos financieros, y colocarlos en los mercados al mismo tiempo que se hace crecer la expectativa de su subida de precio. La avaricia de los especuladores, la ingente disponibilidad de medios de pago y el visto bueno de las leyes para que eso se lleve a cabo hacen todo lo demás.
La “ingeniería” que hay detrás de estas operaciones es muy diversa y compleja en su funcionamiento pero, en realidad, bastante simple de entender.
Una veces consiste en crear productos originados unos de otros y que se van difundiendo como inversiones que son rentables simplemente por la demanda especulativa que hay detrás de ellas. Son los llamados “productos derivados”, cuyo valor deriva de otros anteriores (llamados “subyacentes”)
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Otra forma de especular es a través del llamado “Carry Trade” que especula, al mismo tiempo, con las divisas y los tipos de interés.
Consiste sencillamente en comprar una divisa con otra y vender ésta simultáneamente. Es decir, que el especulador se financia con una divisa (pide un préstamo en dólares, por ejemplo) y usa esa financiación para invertir en otra (euros, por ejemplo). El negocio consiste en apostar a que la divisa de la inversión (euro) se va a apreciar respecto a la de la financiación (dólar). Además, como los tipos de interés son diferentes en los distintos países o espacios, se puede vender la divisa del país con un tipo de interés más reducido para invertir lo obtenido en la divisa del país o espacio donde el tipo oficial de referencia es mayor.
Para entender la actual crisis financiera hay que saber, por ejemplo, que esas operaciones de papel sobre papel se realizan también sobre los contratos de préstamo y créditos que suscriben los bancos.
Cuando una persona normal recibe un crédito hipotecario lo firma en el notario y lo guarda en un cajón de su casa, limitándose a pagar religiosamente al banco la cuota mensual que le corresponda.
Pero si el banco también guardase en sus archivos el contrato, solo obtendría de este una única rentabilidad: la cuota mensual.
Para no renunciar a obtener más ganancia lo que hace es vender ese contrato. Es una operación que consiste en “titulizarlo”, es decir, cambiar el papel por liquidez. Vende el contrato a otro banco o a otro inversor y, a cambio de papel, recibe dinero, gracias al cual va a poder seguir dando más créditos que, como sabemos, es lo que le proporciona beneficios y poder.
Dicho contrato va a seguir su rumbo en los mercados, generando a partir de él otros nuevos títulos que a su vez se van vendiendo y comprando indefinidamente, dejando cada vez que se transmite una buena rentabilidad a los especuladores que lo adquieren y luego lo van vendiendo más o menos transformado en otro derivado financiero.
Para que los lectores se hagan una idea de la magnitud de estas operaciones de casino bastaría el ejemplo del banco alemán West LB que ha sido recientemente “rescatado” mediante generosas ayudas públicas: mientras que su capital estaba valorado en enero de 2008 en unos 7 millones de euros el volumen de productos derivados opacos que tenía era de unos 25.000 millones de euros.
Con este tipo de operaciones se ganan millones de dólares y a partir de ellas se levanta una especie de pirámide invertida de proporciones inverosímiles. A partir de muy poco dinero “real”, es decir, vinculado a actividades de producción o distribución de bienes y servicios, se deriva una masa inmensa de productos financieros del altísima rentabilidad y que se mueven a velocidad vertiginosa entre las carteras de los especuladores internacionales que, en realidad, son los grandes fondos de inversión, los bancos, los fondos de pensiones, las grandes multinacionales, las compañías de seguros (todos ellos llamados “inversores institucionales”) e incluso algunos inversores individuales que han logrado acumular ingentes patrimonios.
Así, se calcula que la economía financiera (los productos derivados, los mercados de cambios y los bursátiles) podría movilizar cada día unos 5,5 billones de dólares mientras que el producto interior bruto diario sería de unos 0,15 billones (35 veces menos) y el volumen del comercio mundial unas 100 veces menor.
Hasta ahora hemos hablado de la rentabilidad que proporcionan las operaciones especulativas que se han generalizado en la economía capitalista de nuestros días. Pero no hemos mencionado su lado terrible: el riesgo inmenso que llevan consigo.
Es natural. Precisamente son muy rentables porque son inciertas, inseguras, muy arriesgadas.
Se realizan sin base real, solo a partir de expectativas, de los “animals spirits” de Keynes, es decir, de impulsos que en realidad son viscerales y las más de las veces con muy poco fundamento. Por eso conllevan el peligro de poder perder todo en cualquier momento.
Frente a un riesgo tan grande como el que se iba acumulando, lo que se ha hecho en los últimos años ha sido tratar de disimularlo y hacer creer que el que se estaba suscribiendo era menor.
Tanto se disimulaba que incluso se ha llegado a tapar a auténticos estafadores como Madoff.
Y ha estado el riesgo tan disimulado y ha sido tan escasa la aversión hacia el riesgo que incluso los banqueros y los millonarios más ricos y mejor asesorados como Botín, los bancos más poderosos y los que han alardeado estos últimos años de su sabiduría financiera han caído en su estafa como si fueran unos vulgares paletos.
El disimulo del riesgo, o el gran engaño si se quiere utilizar una expresión más realista, se ha llevado a cabo a través de tres grandes procedimientos.
En primer lugar, popularizando los modelos teóricos de los grandes “gurús” de las finanzas, de economistas muy bien pagados por los propios especuladores que durante todos estos años han estado diciendo que aunque el riesgo fuese grande al final lo absorbe el mercado sin demasiados problemas porque éste es estable;
per se.