Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
—De acuerdo, que quede en un desafío —dijo Omnius.
Erasmo ya se había fijado con anterioridad en aquel niño por su primitiva tendencia a la obstinación. Un organismo tan salvaje, potencialmente tan violento… Según los registros, tenía nueve años, es decir, que era lo bastante joven para que aún pudiera moldearlo. El robot recordó que incluso la instruida y estimulante Serena Butler supuso un desafío, y que su relación con ella y su hijo había llevado a acontecimientos inesperados y desastrosos.
Esta vez conseguiría mejores resultados.
El que golpea más deprisa, golpea dos veces.
M
AESTRO DE ARMAS
J
AV
B
ARRI
—Enséñame a matar máquinas.
Antes de cada sesión de entrenamiento, Jool Noret le decía lo mismo a su
sensei
mek, y Chirox trataba de complacer a su amo. Con el módulo del algoritmo de adaptabilidad, el robot de combate era un instructor notablemente intuitivo, sobre todo teniendo en cuenta que estaba diseñado y programado para matar humanos.
Jool se entregaba a los entrenamientos con una pasión que nunca había mostrado antes de la muerte de su padre. Ya no era un simple entrenamiento, era una obsesión. Él había sido la causa de la trágica muerte de Zon Noret, y para aliviar su conciencia necesitaba causar a Omnius más daño que dos mercenarios juntos. Era su carga. Él no quería que le pasara nada malo a su padre, pero la dura filosofía de Ginaz enseña que no existen los accidentes, que no hay excusas para el fracaso. Cada suceso es el resultado de una sucesión de actos. Las intenciones no tenían ninguna influencia en el resultado final.
Jool no podía culpar a nadie más que a sí mismo, no había nadie que pudiera aceptar sus disculpas o que le ayudara a cargar con la responsabilidad. Su culpa se había convertido en una parte tan importante de su ser que era la fuerza que lo impulsaba. Con su último aliento, Zon Noret le había pedido que se convirtiera en un gran guerrero, el mejor que Ginaz hubiera visto jamás.
Y Jool aceptó la misión.
Su habilidad innata para el combate se multiplicó de una forma casi sobrehumana, con una fuerza que parecía salirle de dentro, junto con el apasionamiento y el ímpetu. Según las creencias de Ginaz, un mercenario desconocido y de una época anterior compartía su cuerpo, una entidad que se había reencarnado en él pero a la que aún no conocía. Jool podía sentir el instinto ancestral de aquel guerrero corriendo por sus venas, ocupando cada fibra de sus músculos mientras luchaba contra Chirox con diferentes armas, desde complejas varas de impulsos hasta simples palos o incluso sus manos desnudas.
Los sensores ópticos amarillos del
sensei
mek brillaban mientras aprendía a aumentar su habilidad para mantenerse al nivel de su alumno.
—Eres tan rápido como una máquina, Jool Noret, y resistente como un humano. Estos dos factores te convierten en un adversario formidable.
Con ayuda de la espada de impulsos de su padre, Noret fue paralizando uno a uno los componentes del
sensei
mek sin sufrir más que unos rasguños.
—Tengo intención de convertirme en la mayor pesadilla de Omnius, seré su
bete noire
. —Jool arremetió con mayor rapidez y dureza, poniendo a prueba incluso las capacidades especiales del mek, que no habían dejado de adaptarse y aumentar.
Finalmente, con su determinación, el guerrero derrotó a la máquina.
En la misma playa donde su padre había muerto, el joven Noret atacó la pierna izquierda blindada del robot, luego la derecha, y luego fue subiendo, inutilizando los seis brazos, uno tras otro, hasta que Chirox no fue más que una estatua metálica retorcida. Solo sus sensores ópticos seguían encendidos, como estrellas en el oscuro cielo de la noche. Noret saltó en el aire, sin rencor, sin alegría, y asestó una fuerte patada en el tronco del mek que le hizo caer de espaldas sobre la arena.
—Bueno, te he derrotado. —Se cernió sobre su maestro mecánico—. Otra vez.
Desde el suelo, el robot respondió de forma neutra y sin emoción, aunque a Noret le pareció detectar cierto orgullo.
—Mi módulo de adaptabilidad ha llegado a su límite, maestro Noret. Hasta que me programes con nuevas aptitudes, has asimilado todo lo que puedo enseñarte. —La pierna izquierda del mek se retorció mientras sus circuitos adaptativos se reinicializaban—. Estás preparado para cualquier cosa que pueda hacer una máquina pensante.
En la isla principal del archipiélago de Ginaz, Jool Noret luchaba con otros aspirantes a mercenarios. Con la supervisión adecuada y un uso restringido de las armas, la mayoría lograban sobrevivir.
Todos los miembros del Consejo de Veteranos conocían al padre de Jool, habían luchado a su lado en muchas batallas, pero el joven todavía tenía que ganarse el honor y el respeto. El joven estaba deseando entrar en combate, empezar por fin a destruir a los siervos de Omnius, y reparar la gran deuda personal que había contraído.
La población de Ginaz estaba repartida por cientos de islas pequeñas y verdes con diferentes paisajes. La población autóctona podría haber llevado una vida tranquila: tenían pesca en abundancia, frutas tropicales y frutos secos que crecían en la rica tierra volcánica, pero en vez de eso habían desarrollado una rigurosa cultura guerrera que se había hecho famosa en toda la Liga de Nobles.
Los hombres y mujeres jóvenes utilizaban los diferentes tipos de terreno y los obstáculos naturales de las numerosas islas para mejorar sus habilidades en la lucha. El pueblo de Ginaz siempre se había opuesto a las máquinas pensantes, desde la Era de los Titanes. La aislada Ginaz fue la única sociedad que expulsó a los robots corruptos que el titán Barbarroja envió contra el Imperio Antiguo en la conquista inicial. En un cuarto de siglo, la Yihad de Serena Butler se había intensificado tanto que cada vez se presionaba más y más a Ginaz para que suministrara guerreros.
De la misma forma que la supermente electrónica podía duplicarse y transmitir actualizaciones para superar las diversas destrucciones, cada mercenario de Ginaz creía que, después de la muerte, su espíritu guerrero pasaba al cuerpo de su sucesor, igual que un archivo de datos. Era más que una simple reencarnación; era la continuación directa de la batalla, como pasarse el relevo de un guerrero a otro.
Y dado que morían tantos de ellos en combate, la sociedad isleña de Ginaz había tenido que adaptarse y fomentar todavía más la natalidad. Los jóvenes alumnos iban de una isla a otra y tomaban pareja indiscriminadamente. Antes de partir a luchar en la furiosa Yihad, cada candidato debía tener tres hijos: uno para reemplazar al padre, uno para reemplazar a la madre y el tercero como una obligación moral, por aquellos que, por la razón que fuera, no pudieran tener hijos.
Las mercenarias que quedaban embarazadas estando en alguna misión extraplanetaria, volvían a Ginaz durante los últimos meses de gestación y ayudaban al entrenamiento de nuevos guerreros. Solo se quedaban el tiempo justo para dar a luz y recuperar fuerzas; luego volvían a partir hacia el campo de batalla en el primer transporte.
Siempre había batallas donde luchar.
Los ancianos del Consejo de Veteranos, como Zon Noret, eran considerados un excelente material reproductor, puesto que habían demostrado su superioridad física al sobrevivir a cierto número de misiones y heridas. Jool lo creía así, y sabía que él mismo era una combinación afortunada de poderosos genes.
Muchos de los niños de la guerra jamás llegaban a conocer la identidad de sus padres. Algunos ni siquiera sabían quién era su madre. Jool era una excepción. Su padre era uno de los pocos que había vuelto para reclamarlo como hijo y poder seguir su evolución y su entrenamiento. Pero, un año atrás, por culpa de su arrogancia y descuido, él había provocado su muerte, la muerte de un hábil mercenario al que la Yihad necesitaba. ¿Cuánto habría costado ese error al esfuerzo bélico de la Yihad?
Personalmente, el precio había sido muy alto, y sabía que nunca conseguiría tranquilizar su conciencia. Aquello le obsesionaba; tenía que luchar por dos mercenarios, o más. Su única esperanza era que el espíritu de su padre volviera a la lucha en el cuerpo de un nuevo guerrero.
En aquellos instantes, mientras esperaba su última prueba, Jool hundió los dedos en la cálida arena de la tarde, notó el pulso de su muñeca, el sudor de su piel. Con cada bocanada de aire, recordaba lo mucho que deseaba aportar con su habilidad a la Yihad y distinguirse por sus méritos. En algún lugar de su interior llevaba el espíritu de un soldado desconocido que aún no había despertado. Si el Consejo de Veteranos lo declaraba apto, por fin podría saber quién era.
Cerró los puños sobre la arena y al levantarlos vio cómo los granos se escurrían entre sus dedos. Tendría que ganarse ese privilegio.
El nuevo grupo de aspirantes tenía distintas especialidades. Algunos eran particularmente diestros en el combate cuerpo a cuerpo contra las máquinas pensantes; otros habían desarrollado capacidades de destrucción y sabotaje más esotéricas. Sin embargo, todos ellos eran útiles en la ancestral batalla contra Omnius.
Los nuevos aspirantes se enfrentaban entre sí en una zona acordonada de la playa salpicada de rocas. Para graduarse, los mercenarios no solo tenían que derrotar a sus oponentes, debían tener el suficiente talento para demostrar que en su interior llevaban el alma de un guerrero. Con expresión alicaída, un puñado de alumnos fracasó en sus vigorosas demostraciones.
Jool Noret no.
Algunos de los derrotados se escabulleron con la vista gacha, como si se hubieran rendido. Jool los observaba, consciente de que un guerrero que se desanima tan fácilmente es un estorbo en verdaderas condiciones de combate. En cambio, algunos de los que habían fallado conservaban el brillo de la determinación y el desafío en la mirada: sí, habían fallado en aquella prueba, pero estaban deseando volver a los entrenamientos. Aprenderían más, mejorarían sus habilidades y volverían a intentarlo.
A la mañana siguiente, Jool Noret estaba en pie junto a seis compañeros que el Consejo de Veteranos había elegido como campeones. Mientras las olas se estrellaban contra el arrecife negro y retorcido, los veteranos hicieron una hoguera con maderos que el mar había llevado hasta la orilla, cerca de un bosquecillo de palmeras gruesas. Un joven rubio y mudo se adelantó solemnemente tratando de sostener una palangana llena de discos de coral pulido. Cuando la dejó, los discos chocaron ruidosamente unos contra otros como los dientes de un esqueleto. Jool entrecerró los ojos a causa de la intensidad del sol ecuatorial.
—Todos vosotros continuaréis la lucha —dijo el veterano líder, un guerrero con un solo brazo y con los cabellos canosos recogidos en una gruesa trenza.
El maestro Shar ya no podía luchar contra las máquinas, pero había dedicado su vida a la formación de guerreros que causarían mucho más daño del que las máquinas pensantes le habían causado a él.
Shar perdió el brazo en su última batalla. Se consideraba demasiado viejo para seguir luchando, y rechazó uno de los brazos de los almacenes de los médicos de campaña para que pudiera recibirlo algún guerrero más joven y capacitado para continuar con la lucha. Sin embargo, a pesar de su discapacidad, el maestro seguía siendo tan diestro que se trenzaba él mismo el pelo con una mano, sin ayuda, aunque nadie entendía cómo lo hacía.
—Es la última vez que os presentáis ante nosotros como aspirantes. —Shar recorrió con mirada glacial a los siete jóvenes guerreros—. Cuando partáis de Ginaz hacia algún lejano campo de batalla, iréis como orgullosos mercenarios, como dignos representantes de nuestras habilidades y nuestra historia. ¿Aceptáis esta importante responsabilidad?
Noret y sus compañeros contestaron al unísono. El maestro Shar les pidió que se adelantaran uno a uno y pronunciaran su nombre. Noret era el cuarto en la fila y, cuando le tocó, avanzó dos pasos hacia los miembros del Consejo de Veteranos.
—Jool Noret, has tenido un entrenamiento muy poco ortodoxo —dijo el maestro Shar—. Tu padre fue siempre una importante baza para los mercenarios de Ginaz. También él fue entrenado por el guerrero mek, y en cambio tus otros compañeros han sido entrenados por veteranos de combate humanos. ¿Lo consideras una desventaja?
El sentimiento de culpa seguía carcomiéndolo por dentro cuando dijo:
—No, maestro Shar, lo considero una ventaja. Una máquina me ha enseñado a matar máquinas. ¿Qué profesor podría saber más de nuestro eterno enemigo?
—Y sin embargo ese mek mató a Zon Noret —dijo con voz áspera una mujer canosa, una veterana musculosa.
Jool se concentró en su propósito, no en el sonido atronador que rugía en sus oídos.
—Para compensar la pérdida de mi padre, destruiré el doble de enemigos.
Un anciano bajito, cubierto de cicatrices y con los dientes rotos se inclinó hacia delante.
—Ese mek fue capturado en una nave de guerra enemiga y reprogramado. ¿No te preocupa que pueda contener instrucciones secretas para hacerte vulnerable?
—Mi
sensei
mek ha entrenado a cuatro generaciones de mercenarios que estuvieron entre los mejores de Ginaz, y me he prometido a mí mismo superarlos a todos. He aprendido a matar máquinas, a descubrir el punto débil de todos los diseños conocidos de robots y cimek. —Sus palabras parecieron hincharse en su interior, y su voz adquirió una fortaleza imponente—. Me he criado aprendiendo cosas acerca de la Yihad de Serena Butler. He visto informes de las batallas en los Planetas Sincronizados, nuestros triunfos y nuestras derrotas. Mi espíritu arde en deseos de destruir a Omnius. No tengo ninguna duda de que he nacido para esto.
El maestro Shar sonrió.
—Nosotros tampoco. —Con el gesto señaló la palangana con los discos de coral—. Si llevas en tu interior el espíritu de un guerrero, ha llegado el momento de que lo dejes salir. Elige. Deja que veamos cuál de nuestros mercenarios caídos te ha transferido sus habilidades y sus ambiciones.
Jool Noret miró los numerosos discos, la mayoría de ellos con el nombre de alguno de los mercenarios de Ginaz que habían caído durante siglos de guerra; algunas estaban en blanco, en representación de nuevas almas. El joven cerró los ojos y metió las manos en el montón, dejando que el destino las guiara. Entre aquellos discos había uno con el nombre de su padre, pero sabía que no era digno de ello. No habría podido llevarlo, y esperaba que sus manos no lo encontraran.