Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Pero por el momento nada de aquello le tranquilizaba. Se sentía extrañamente solo en su viaje por la larga ruta de actualización. En la biblioteca de su cerebro de circuitos gelificados llevaba un diario personal de experiencias que había ido recopilando durante sus viajes regulares de actualización por los diferentes Planetas Sincronizados. Sus informaciones tenían una amplia base, aunque no necesariamente profunda. El interactuaba con los mundos de Omnius a un nivel muy superficial, dentro de los parámetros que le exigían sus obligaciones.
Ahora, después de un inevitable retraso de un cuarto de siglo, su primera parada sería Bela Tegeuse, un planeta pequeño y relativamente poco importante de la red de Omnius. La encarnación de la supermente de allí sería la primera en recibir la versión de los pensamientos finales del Omnius-Tierra. Aunque la
actualización
de Seurat ya estaría muy desfasada, seguía conteniendo información vital, el registro de lo que sucedió realmente en aquel dominio aniquilado de las máquinas, las últimas y erróneas decisiones de la encarnación de la supermente.
En cuanto entregara su actualización en Bela Tegeuse, Seurat saldría a toda prisa hacia el siguiente mundo, y el siguiente. Y pronto todo volvería a estar en orden.
El robot estaba en pie en el puente de su nave de actualizaciones, escaneando el infinito de los sistemas estelares. Su pasado, su presente y su futuro estaban ahí fuera, en una secuencia de hechos supuestamente fiables, establecidos por las exhaustivas descargas de la supermente. Pero las máquinas solo podían establecer programas con resultados probables, no con certezas. Las interacciones de Seurat con Vorian Atreides habían añadido un elemento imprevisto.
Totalmente perturbador.
En su cerebro de circuitos gelificados, Seurat encontró un pensamiento que no era suyo: un implante de Omnius, uno de los miles que había en sus bases de datos y que la supermente había creado para que fuera siempre por el buen camino.
Pero yo tengo mis propios pensamientos.
Seurat trató de reafirmarse y se produjo una breve lucha en su programación interna. Una avalancha defensiva de datos lo asaltó; eran implantes que Omnius había introducido para evitar que se desviara de su programación.
Dado que había trabajado en estrecho contacto con un humano de confianza, el robot había desarrollado una mayor flexibilidad, para poder relacionarse con aquellas criaturas irracionales. Tenía una rudimentaria base emocional que simulaba ciertos sentimientos básicos en los humanos, lo justo para interactuar con ellos.
Al menos eso es lo que se suponía, pero lo cierto es que Seurat añoraba la compañía de Vorian Atreides, los juegos de estrategia, las estimulantes bromas.
¿Cuántos humanos hacen falta para que aparezca una buena idea?
La broma bailaba en su consciente, y al final dio con la respuesta:
Nadie puede contar hasta una cifra tan alta, ni siquiera Omnius
.
Vor nunca se había ofendido por sus sarcasmos, nunca había dado muestras de rebelión. Nada que indicara inquietud… hasta el violento levantamiento de los esclavos en la Tierra, cuando Vor dejó fuera de circulación a su capitán robot y secuestró el
Viajero Onírico
. ¿Tendría que haber notado algo? ¿Cómo es posible que Vor se hubiera vuelto contra el sistema que le había alimentado y convertido en adulto?
Un pensamiento intruso:
Espero que esté a salvo.
La nave de actualización entró en un pequeño sistema solar y se dirigió velozmente hacia el planeta gris azulado de Bela Tegeuse, un mundo tenebroso muy alejado de su sol, y donde el crepúsculo era tan luminoso como el día.
Después de haber visto la ruina radiactiva de la Tierra, Seurat se acercó al planeta con particular precaución. Estableció contacto por radio con las estaciones de tierra y utilizó realzadores de imagen para estudiar las condiciones de la superficie. Finalmente, tras ver que todo parecía normal, el robot piloto penetró en la atmósfera y aterrizó en la ciudad central de Comati, una base hecha de reluciente metal situada al pie de las frías montañas.
Robots de asistencia fueron a su encuentro por la pista de aterrizaje fundida y lisa. Dada la importancia de su misión, Seurat solicitó que actuaran con rapidez para poder seguir con su viaje de diseminación.
Con el equivalente mecánico de una reverencia, robots de actualización recibieron la gelesfera plateada —que durante tanto tiempo se había creído perdida— y transfirieron sus datos a un nódulo de Omnius, que a su vez descargaría la información desconocida a la red planetaria de la supermente. La versión procedió con eficacia y, en unos momentos, el Omnius de Bela Tegeuse absorbió la información perdida acerca de los últimos momentos de la Tierra.
—Seurat, has realizado un gran servicio a los Planetas Sincronizados —declaró.
A partir de ahí, la supermente planetaria hizo una copia de sus nuevos pensamientos desde la última actualización. El proceso era como una cinta transportadora, una pista continua en la que Seurat y los capitanes de otras naves de actualización llevaban la información de un planeta a otro, manteniendo la red informática lo más sincronizada posible.
Se le pidió que siguiera con su ruta enseguida, así que el robot despegó momentos después y dejó atrás Bela Tegeuse…
Pocas horas después de que Seurat quedara fuera del alcance de los sistemas de comunicaciones, empezaron los problemas. Una sucesión de crisis, fallos y desastres en cadena. Códigos de aterrizaje cambiados, sistemas de propulsión mal ajustados, peligrosas subidas de la tensión y enigmas lógicos que paralizaron la red y la infraestructura del planeta. El Planeta Sincronizado se inutilizó a sí mismo.
Pero Seurat ya iba de camino a la siguiente base de Omnius, ansioso por entregar su actualización, sin saber que estaba extendiendo como una plaga un código alterado, con tal rapidez que ninguna señal de alerta podría pasar entre los diferentes planetas.
—Inteligencia artificial no es el término adecuado —dijo Agamenón con un gruñido—. Incluso ordenadores tan avanzados como Omnius son estúpidos cuando se enfrentan a según qué preguntas.
—Y sin embargo, amor mío —señaló Juno—, nos han tenido esclavizados durante diez siglos. ¿En qué nos convierte eso?
Los titanes habían vuelto a reunirse en el espacio, otro encuentro secreto en el que participaba su conspirador adoptado, Beowulf. Los ojos espía estaban en una cámara separada de la nave, captando con sus objetivos imágenes cuidadosamente amañadas para engañar a Omnius.
Después de la confusión y los colapsos del sistema en Bela Tegeuse, al menos otros dos Planetas Sincronizados habían experimentado fallos generales espontáneos. Las encarnaciones de Omnius se volvían locas y cerraban el sistema. Los titanes tenían la sospecha de que se trataba de algún nuevo e incomprensible ataque del ejército de la Yihad. Agamenón observaba con cierto optimismo, ya que preveía mayores daños para Omnius.
—Aun así, sería bueno saber qué está pasando exactamente —señaló Dante—; tal vez entonces podremos utilizarlo en nuestro provecho.
—¿Y qué hay del misterioso enemigo que me atacó en Ix y eliminó a nuestra flota? —preguntó Jerjes. Su voz sintetizada tenía un tono quejumbroso. Había vuelto con su cuerpo de rapaz tocado, asustado e inquieto por la llegada inesperada del asteroide artificial—. Incluso después de la destrucción del núcleo de Omnius, podíamos haber ganado la lucha en el espacio, pero ese inmenso enigma lo estropeó todo. Sospecho que estaba controlado por un cimek. Creo… —Jerjes estaba nervioso—. Creo que quizá… quizá se trate de Hécate.
Algunos de los titanes expresaron su incredulidad. Beowulf, deseando intervenir, dijo:
—Hécate se fue hace siglos. Seguramente se murió de aburrimiento en el espacio.
—Era una necia y una egocéntrica —añadió Juno.
Haciendo salir una mano robótica de su hombro, utilizó los dedos mecánicos para ceñirse bien un adorno.
—Aun así —señaló Dante—, fue la única lo bastante inteligente para huir antes de que Omnius se hiciera con el poder. Ha conservado su independencia, y en cambio nosotros hemos tenido que servir a la supermente durante todo este tiempo.
—Puede que no tengamos que hacerlo durante mucho más —dijo Beowulf. Unas luces azules parpadearon con entusiasmo alrededor de su contenedor cerebral.
Dante tenía curiosidad.
—¿Qué pruebas tienes para pensar que se trata de Hécate, Jerjes? Teniendo en cuenta el número de neocimek que hemos creado a lo largo de los siglos, ¿por qué sospechas de ella y no de cualquier otro matón?
—¿Matón? —Juno parecía divertida.
—Lo sospecho porque cuando quedé dañado y me alejaba en el espacio, alguien se puso en contacto conmigo. Una voz femenina simulada. Transmitía a mi canal privado. Me conocía, me habló de Tlaloc y de los titanes, me llamó por mi nombre.
El general cimek ya había oído bastante.
—Estás conjurando viejos fantasmas para justificar tu fracaso. Y culpar al ejército de la Yihad no es suficiente para convencernos de que no eres responsable de la pérdida de Ix.
—¿Por qué siempre dudas de mí, Agamenón? Llevo mil años tratando de compensar mi error…
—Ni con un millón de años lograrías el perdón. Tendría que desmontar tus sensores externos y dejarte a la deriva en el espacio, ciego y sordo para la eternidad. Quizá Hécate te haría compañía.
Curiosamente, Beowulf trató de reconciliarlos.
—General Agamenón, no quedan ya muchos de los vuestros. ¿Tenéis que pelear entre vosotros? ¿No tenéis suficientes enemigos con Omnius y el ejército de la Yihad? No es ésta la grandeza militar que esperaba de tan renombrado general titán.
Agamenón calló, furioso y perplejo. Los ojos espía seguían observando y grabando.
—Tienes razón, Beowulf —dijo por fin. A los que le conocían desde hacía tiempo les sorprendió ver que admitía su error—. Tendré tiempo de sobra para discutir mis agravios con Jerjes cuando recuperemos nuestra gloria.
—Y yo para demostrar mis aptitudes —dijo Jerjes.
—A pesar de mi incredulidad inicial —dijo Agamenón—, he recibido una confirmación por otras fuentes y quiero compartirla con vosotros. Jerjes tiene razón: parece ser que Hécate ha vuelto, pero en estos momentos no es importante… como siempre. —Se volvió hacia Beowulf—. Comparte tus ideas con nosotros. Los titanes llevamos generaciones hablando de nuestros planes. Oigamos la opinión fresca del miembro más joven del grupo.
—General, es posible convencer a otros neocimek como yo mismo para que se vuelvan en contra de Omnius si piensan que podemos vencer. Hemos conseguido muchas más cosas de las que creíamos en nuestros tiempos como humanos de confianza, pero mientras Omnius conserve el poder los neos no podemos ir más allá. En cambio, si hubiera una segunda Era de los Titanes, podríamos convertirnos en gobernantes por derecho propio.
—Pero si tan fácil es hacerles cambiar de bando, ¿realmente podemos confiar en ellos? —preguntó Juno—. Los neos eran siervos humanos a los que se ha recompensado convirtiéndolos en cimek. Le deben su capacidad física y su longevidad a Omnius, no a nosotros. Y eso puede crear una lealtad muy fuerte.
Agamenón hizo girar su cabeza, y sus fibras ópticas brillaron.
—¿Y por qué no reclutamos a más neocimek desde la base? Los podemos crear tomando candidatos que nos juren fidelidad a nosotros. Los titanes somos pocos, pero las posibilidades son muchas. Si encontramos la forma de que Omnius no lo descubra, podemos crear una fuerza de combate nuestra, con la seguridad de su total entrega, sin miedo a que nos traicionen.
Los otros titanes estuvieron de acuerdo, y Beowulf empezó a hablar de cómo poner en práctica su plan.
Agamenón no mencionó la duda que aún atenazaba su mente. No estaba tan convencido como decía, porque él había sido traicionado por su propio hijo, Vorian Atreides.
Después de eso, ¿hasta qué punto podía confiar en otros humanos?
Con la diversificación de la humanidad cabría pensar que la religión ha proliferado. Pues no. No hay ni mucho menos tantos dioses como antaño, solo más formas de adorarlos.
I
BLIS
G
INJO
, análisis privados
Profundamente conmovida por la pérdida de la pensadora Kwyna y sus devastadoras palabras y revelaciones, Serena Butler se tomó de forma más activa su papel de sacerdotisa de la Yihad. Durante los tres meses que el Gran Patriarca permaneció en Poritrin, Serena abandonó la soledad de la Ciudad de la Introspección y se mezcló con su gente.
Por primera vez desde hacía décadas, Serena empezó a mirar realmente a su alrededor. No por su propia seguridad, sino para hacerse una idea de las cosas que se hacían en su nombre.
En lugar de pronunciar discursos escritos por otros, tocar las cabezas de los suplicantes y visitar los hospitales militares para dar ánimos a los soldados heridos, empezó a tomar sus propias decisiones, a asumir riesgos y a preguntarse por qué había dejado de hacerlo durante tanto tiempo.
Esta es mi Yihad.
En el proceso, sintió que volvía a estar viva.
Cuando Iblis regresó por fin de Poritrin, Serena había revisado muchas de las políticas del Consejo de la Yihad. El Gran Patriarca estaba perplejo; no sabía qué pensar. Serena le habló de sus logros, sonriendo, y vio que el hombre luchaba con sus emociones.
Ella sabía cómo debía mirarlo en aquellos momentos: con sus penetrantes ojos color lavanda, como si leyera en su interior con mucha más claridad de lo que lo había hecho en más de dos décadas. No importaba que Iblis hubiera acaparado el papel de líder, porque estaba atrapado por sus propias palabras. Llevaba décadas diciendo que ella era la promotora de la Yihad, así que ahora no le quedaba más remedio que aceptar su voluntad de implicarse más activamente.
Y sin embargo, era evidente que a Iblis Ginjo no le gustaba la situación que se había encontrado a su regreso de Poritrin…
Serena asistió con él a una importante reunión del Consejo de la Yihad en el interior de una segura torre construida como anexo del viejo edificio del Parlamento. Los oficiales del ejército iban ataviados con sus uniformes verdes y carmesí, y estaban sentados junto a funcionarios y asesores militares y de industria. También había representantes planetarios, y el maestro Shar, que solo tenía un brazo y hablaba en nombre de los mercenarios veteranos de Ginaz.