Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
—Es mi marido. Cuando cumplí los dieciséis años y tuve edad de casarme, nos unieron. —Bajó sus ojos oscuros, evitando la mirada de sorpresa de Ishmael—. No tenía a nadie, padre.
Ishmael no se sintió disgustado, aunque le resultaba difícil ver a su pequeña como una mujer adulta, y casada. Sonrió cordialmente y los felicitó.
—Parece un buen hombre.
Rafel hizo una leve reverencia con la cabeza y contestó.
—Intentaré serlo, por su hija y por nuestro pueblo.
Chamal estaba muy cerca de su marido, y era evidente que lo quería mucho.
—Cuando me casé con Rafel, los administradores debieron de olvidar que soy tu hija. Me han enviado aquí porque no saben quién soy. De otro modo, lord Bludd me hubiera obligado a seguir separada de ti.
Ishmael la cogió de la mano y la oprimió con fuerza.
—Eres mi hija, Chamal. —Y entonces cogió también la mano del joven marido—. Y ahora también tú serás mi hijo, Rafel.
Semanas después, Ishmael descubrió por casualidad los planes que Aliid ya había puesto en marcha. En el aislado grupo que trabajaba en el cañón, una de las mujeres zensuníes, que había tomado por esposo a un zenshií, vio que su marido ocultaba armas improvisadas y leía notas secretas escritas en un lenguaje olvidado que ningún noble de la Liga habría sabido leer. Dado que, para ella, el líder del grupo era Ishmael, el intérprete de los sutras coránicos y el encargado de tomar las decisiones, le contó lo que había visto y le habló de sus sospechas.
Dentro de un mes se cumpliría el vigésimo séptimo aniversario del levantamiento de Bel Moulay. Una vez más los lores de Poritrin ofrecerían grandes celebraciones para recordar a los esclavos su fracaso, y el destino que les esperaba de por vida. La idea de Aliid era utilizar aquello como trampolín para su revuelta. Ya tenía a sus hombres en posición y había enviado mensajes secretos a Starda, donde, en el nombre de Bel Moulay, los planes se extendieron como una virulenta enfermedad.
Los zenshiíes descargarían una lluvia de violencia sobre aquellos lores complacientes, que estaban convencidos de haber aplastado toda resistencia hacía décadas. Ishmael empezaba a comprender que con sus continuas propuestas de paz a lord Bludd él había contribuido a crear esa impresión. Pero eso no hizo que viera las cosas de otro modo.
Evidentemente, Aliid sabía que Ishmael no aceptaría la violencia y se dedicaría a citar sutras coránicos donde se prohibía el asesinato de inocentes y se advertía contra los que se toman una justicia que corresponde a Dios. Pero Aliid ya no tenía ningún interés por las escrituras. No confiaba en que su amigo de la infancia participara en sus planes, y hasta sospechaba que podía intentar evitar el levantamiento.
Cuando Ishmael se enteró de las dudas de su amigo, cuando supo que lo había excluido, se sintió como si le hubiera clavado un puñal en el corazón. No estaba de acuerdo con sus métodos, es verdad, pero ¿acaso no querían los dos la libertad para su pueblo? Jamás habría esperado que le ocultara algo tan importante.
Alterado y pensativo, pasó varias noches en vela tratando de decidir qué hacer. ¿De verdad pensaba Aliid que aquel plan podía permanecer en secreto, o en el fondo esperaba que Ishmael lo descubriera y se diera por aludido? ¿Era aquello una prueba para determinar si los zensuníes estaban dispuestos a luchar por su libertad o se resignarían a seguir siendo esclavos dóciles?
¿Y si Aliid tiene razón?
Ishmael sentía un nudo en el estómago. Estaba convencido de que las acciones de Aliid provocarían un baño de sangre y que los esclavos lo iban a pagar muy caro, incluso los que no participaran. Si volvían a rebelarse, demostrarían a los amos de Poritrin que nunca podrían confiar en los budislámicos. Quizá los ejecutarían a todos, o los obligarían a vivir con grilletes, como animales, quitándoles las pocas libertades que aún conservaban.
Sí, tenía que enfrentarse a su amigo antes de que fuera tarde.
Aquella noche, cuando el viento se levantó y el sol desapareció, Ishmael subió la escalerilla con travesaños de hierro que subía al tejado en voladizo del hangar, que se extendía más allá del saliente de la cueva. Habían enviado allá arriba a Aliid y a otros siete trabajadores zenshiíes para arreglar unas planchas de metal corrugado que se habían soltado durante un vendaval. Aquellas placas eran necesarias para proteger la nave experimental de las frías lluvias habituales en el invierno de Poritrin, cada vez más cercano.
Ishmael subió al tejado y miró alrededor. Antes de presentarse ante lord Bludd se había afeitado la barba, pero ya le había vuelto a crecer, y estaba muy poblada y con unos toques de blanco.
Aliid se volvió hacia él, con su camiseta a rayas de zenshií metida en el uniforme de trabajo. Su barba negra era un denso bosque en la parte inferior de su cara. Parecía como si le esperara.
Ishmael se detuvo antes de llegar hasta él.
—Aliid, ¿recuerdas el sutra que dice que cuando dos amigos tienen secretos entre ellos el enemigo ya ha ganado?
Aliid alzó el mentón y entrecerró los ojos.
—La variante de la Zenshia dice:
Un amigo en quien no se puede confiar es peor que un enemigo.
Los otros trabajadores zenshiíes los observaban. Aliid les hizo una señal, impaciente.
—Dejadnos. Mi amigo Ishmael y yo tenemos asuntos que discutir.
Más tranquilos por la seguridad que veían en el duro rostro de Aliid, sus compañeros fueron hasta la escalerilla y bajaron a la enorme cueva. Los dos hombres se miraron, solos allá arriba. El silencio se hizo eterno; Ishmael oía cómo el viento silbaba en sus oídos.
—Hemos pasado muchas cosas juntos, Aliid —dijo por fin—. Desde que nos capturaron siendo niños y nos trajeron a Poritrin, hemos luchado y hemos sufrido juntos. Hemos compartido historias de nuestro hogar, y ahora nuestros amos nos han arrebatado a los dos a nuestras esposas. Yo lloré contigo la destrucción de la ciudad sagrada en Anbus IV. Y ahora he descubierto lo que pretendes hacer.
Aliid se mordió el labio superior.
—Estoy cansado de esperar a que actúes, amigo mío. Yo esperaba que comprenderías tu error y verías que lo que Dios quiere es que seamos hombres, no árboles. No podemos quedarnos a un lado y dejar que el universo haga con nosotros lo que quiera. Pero desde que fuiste a hablar con lord Bludd y aceptaste dócilmente tu castigo, he llegado a la conclusión de que los zensuníes solo sabéis hablar. Nosotros, los zenshiíes, preferimos la acción. ¿No crees que ya ha llegado el momento de actuar?
Sus ojos eran fieros; aún tenía la esperanza de que Ishmael se uniera a él.
—He enviado espías y mensajeros a diferentes grupos de esclavos por todo Poritrin. Veneran la memoria del gran Bel Moulay, y están impacientes por golpear de nuevo a nuestros opresores.
Ishmael meneó la cabeza pensando en su hija Chamal, en su esposa Ozza y en Falina. Seguían vivas en algún lugar y no quería poner sus vidas en peligro.
—Bel Moulay fue ejecutado, Aliid. Muchos cientos de esclavos budislámicos murieron cuando los dragones reconquistaron el puerto espacial de Starda.
—La idea era buena, y tú lo sabes. El problema es que actuó de forma precipitada, cuando aún no estaba preparado. Esta vez el levantamiento se hará a una escala sin precedentes. Yo mismo lo dirigiré.
Ishmael se imaginó al marido de Chamal destrozado por las pistolas Chandler de los guardas… y a Ozza y Falina abrazadas mientras las tropas de lord Bludd las atacaban en los campos de caña en llamas. Meneó la cabeza.
—Y los dragones responderán a tu levantamiento con la misma violencia. Piensa en el sufrimiento…
—Solo ocurrirá si fracasamos, Ishmael —dijo Aliid acercándose. El viento agitaba sus cabellos negros con violencia—. Será nuestra venganza en nombre del mártir Bel Moulay. Mataremos a nuestros opresores y nos quedaremos su mundo para nosotros. Que sean ellos quienes nos sirvan por una vez. Y nos cobraremos lo que consideremos oportuno por todos los años de vida que nos han hecho perder.
Ishmael tragó con dificultad.
—Tus planes me aterran, Aliid.
—¿Que te aterran? —Lanzó una risotada amarga—. Los mundos de la Liga siempre han dicho que los budislámicos somos unos cobardes, que huimos de cualquier confrontación, que les dimos la espalda en su guerra contra las máquinas demoníacas. —Aliid se acercó más aún, con unos ojos tan llameantes como lo estuvieron en su día los de Bel Moulay—. Pero en este aniversario les demostraremos la clase de cobardes que somos. Provocaremos un baño de sangre que jamás olvidarán.
—Aliid, te suplico que no sigas con esto. Provocar violencia en nombre de Budalá es un crimen.
—La pasividad frente a todos los tormentos es una forma de rendición —repuso Aliid. Echó mano de su camiseta a rayas y sacó un cuchillo largo y curvo que había creado a partir de una pieza suelta de metal afilado—. ¿Piensas delatarnos, Ishmael? ¿Informarás de nuestros planes a tu amigo lord Bludd? —Le ofreció el cuchillo, por la empuñadura—. Cógelo. Si eso es lo que piensas hacer, será mejor que me mates aquí mismo.
Ishmael levantó las manos.
—No, Aliid.
Pero el otro hombre lo agarró por la muñeca y le obligó a coger el cuchillo. Aliid apretó la punta contra su pecho.
—Hazlo. Mátame, porque ya no puedo seguir viviendo como esclavo.
—¡No seas absurdo! Nunca te haría daño.
—Esta es tu oportunidad —dijo Aliid con un gruñido—. Hazlo ahora o no vuelvas a oponerte a mis planes.
Ishmael consiguió soltarse y soltar el cuchillo. Bajó la mirada.
—¿Es esta la única solución que ves, Aliid? Me das mucha pena.
Con una mueca de desprecio, como si tuviera ganas de escupirle en la cara, Aliid volvió a esconder el cuchillo.
—Ya no eres mi amigo, Ishmael, ni tampoco mi enemigo. —Se dio la vuelta y lanzó un último insulto al viento—. Para mí ya no eres nada.
La resistencia al cambio es un mecanismo de supervivencia. Pero en su forma más extrema es venenosa… y suicida.
Crítica zensuní
Ni siquiera los avanzados sistemas de aire acondicionado podían aplacar el calor abrasador en la sede de VenKee Enterprises en Arrakis. A pesar de los muchos beneficios que la melange le había proporcionado a Aurelius Venport, estaba visto que en aquel puerto espacial tendría que gastar enormes sumas de dinero por las cosas más simples. Se gastó el equivalente a un sueldo alto solo para llenar un sistema independiente de humidificadores y hacer que aquellos alojamientos fueran mínimamente soportables.
Venport habría preferido estar en Salusa Secundus ejerciendo su influencia sobre funcionarios de la Liga y defendiendo sus derechos comerciales frente al Consejo de la Yihad. O en los exuberantes bosques de Rossak, supervisando sus diferentes intereses farmacéuticos. Pero, sobre todo, se dio cuenta, con una creciente sensación de calidez en su corazón, de que le habría gustado volver a Poritrin junto a Norma Cenva. Aparte del interés personal que tenía por ella, evidentemente también tenía curiosidad por ver si el proyecto de plegar el espacio daba su fruto y la inversión les salía a cuenta.
De hecho, habría preferido estar en cualquier sitio que no fuera Arrakis, pero el negocio de la especia era uno de los puntales de VenKee Enterprises. A pesar de que el medio era muy duro, de lo lejos que estaba de cualquier otro mundo civilizado y de la necesidad de tratar con fanáticos como el naib Dhartha, los ingresos por la comercialización de la melange eran sustanciosos. Y la demanda no dejaba de aumentar por toda la Liga de Nobles.
En aquel momento, Venport se limpió el sudor de la frente mientras estudiaba unos documentos, los libros de contabilidad donde se hacía un seguimiento de las entregas y cargamentos que los recolectores organizados de especia de Dhartha llevaban al puerto espacial. Luego abrió una agenda electrónica y contrastó la información con la de la cantidad cada vez mayor de pérdidas y material dañado.
Un buen hombre de negocios sabe que hay que dedicar el tiempo y la energía que haga falta a aquello que sea potencialmente más beneficioso… y desde luego Venport había demostrado que era un excelente hombre de negocios. Así pues, no tenía más remedio que quedarse en Arrakis hasta que los problemas se solucionaran.
Venport había contratado un contingente de soldados y guardas, mercenarios y expertos en seguridad para mantener el orden en Arrakis City. El puerto espacial era un lugar sucio y duro, poblado por hombres duros y sucios, pero sus tropas mantenían la zona de aterrizaje y los edificios comerciales relativamente seguros.
El verdadero problema estaba en pleno desierto, donde nadie podía supervisar nada.
Casi desde los inicios del comercio con la especia en aquel agujero hubo actos de sabotaje. En la última década, los ataques de los bandidos habían aumentado de manera constante, una clara señal de que el movimiento de resistencia cada vez tenía más adeptos. Por alguna razón, aquellas gentes atrasadas despreciaban los beneficios de la civilización y un nivel de vida más alto.
Venport no tenía por qué entender la mentalidad de los forajidos, ni simpatizar con su causa, lo que tenía que hacer era solucionar el problema. Habría preferido dejarle aquella tarea a su socio, pero debido a un irónico cambio en las circunstancias, en aquellos momentos Keedair estaba en Poritrin supervisando el trabajo de Norma… y él estaba atrapado en Arrakis.
¡Qué mal!
Uno de sus ayudantes apareció en la puerta; era un funcionario de VenKee originario de Giedi Prime que había solicitado que lo destinaran a Arrakis para aumentar así sus posibilidades de ascenso. Y ahora aquel hombre larguirucho se pasaba los días contando las horas que faltaban para poder volver a alguno de los mundos de la Liga… el que fuera.
—Señor, el anciano del desierto está aquí… el señor Dhartha.
Venport suspiró; cuando el líder zensuní se presentaba sin una cita es que traía malas noticias.
—Que pase.
El funcionario desapareció y unos momentos después entró el naib, envuelto en varias capas de túnicas blancas cubiertas de polvo. Su piel era oscura y curtida, y tenía un intrincado tatuaje en la mejilla. El hombre permaneció en pie, con expresión pétrea; Venport no le invitó a sentarse. Dhartha, como todo zensuní, apestaba a polvo y sudor, y a otros olores corporales igualmente desagradables. No era raro que aquellas ratas del desierto no se bañaran casi nunca, porque en Arrakis el agua era un bien muy escaso, pero a Venport le resultaba difícil olvidarse de las convenciones a las que estaba acostumbrado en lo referente a higiene.