La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (11 page)

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No obstante, la tendencia abstracta está presente en la obra y convierte las imágenes en una especie de apéndice divertido de los sermones abstractos y moralizadores. El proceso de reinterpretación de la risa sólo se cumple posteriormente, como consecuencia directa de la instauración de la jerarquía de los géneros y del lugar que la risa ocupará dentro de esta jerarquía.

Ya Ronsard y la Pléiade consideraban que existía una
jerarquía de los géneros.
Esta idea, recibida esencialmente de la Antigüedad, pero adaptada a las condiciones existentes en Francia, no se impuso de inmediato. La Pléiade era aún muy liberal y democrática en la materia. Sus miembros respetaban profundamente a Rabelais y lo apreciaban en su justo valor, sobre todo du Bellay y Baif. Sin embargo, el juicio laudatorio que merecía nuestro autor (y la fuerte influencia de su lenguaje sobre el de la Pléiade), contradecía categóricamente el sitio que tenía asignado dentro de la jerarquía de los géneros, esto es, un sitio inferior, casi en los umbrales de la literatura. En esa época esta jerarquía era aún una idea abstracta y vaga. Antes de que se convirtiese en una fuerza verdaderamente reguladora y determinante fue necesario que se produjesen ciertos cambios sociales, políticos e ideológicos y que el círculo de lectores y expertos de la gran literatura oficial se diferenciara y se restringiera.

Este proceso alcanza su culminación en el siglo
XVII,
aunque ya había comenzado a desarrollarse a fines del siglo
XVI
. Es precisamente en esta época cuando se comienza a considerar a Rabelais como un simple
escritor gracioso;
un escritor extravagante. Es sabido que esa misma suerte sufrió también el
Don Quijote,
catalogado por mucho tiempo entre las lecturas fáciles y divertidas. Lo mismo ocurrió con Rabelais quien, a partir de fines del siglo
XVI
, comenzó a perder cada vez más su reputación hasta quedar finalmente excluido de los límites de la gran literatura.

Montaigne, que tenía cuarenta y un años menos que Rabelais, escribió en sus
Ensayos:

«Entre los libros de pura diversión encuentro entre los modernos el
Decamerón,
de Boccaccio; Rabelais; y los
Besos
de Jean Second, buenos libros de entretenimiento» (Libro II, capítulo X; este pasaje data de 1580).

Esta «pura diversión» de Montaigne forma parte de epítetos similares tales como «divertido», «alegre» y «recreativo», aplicados con frecuencia a los libros en los siglos
XVI
y
XVII
, incluso en los títulos de las obras.
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Para Montaigne, la noción de divertido y alegre no es todavía algo restringido, ni ha adquirido aún la significación de cosa inferior y desechable. En otro pasaje de sus
Ensayos,
Montaigne dice: «Lo único que busco
en
los libros es el placer que pueda proporcionarme una discreta diversión; si se trata del estudio, sólo me interesa la ciencia que trata del conocimiento de mí mismo, capaz de instruirme para bien vivir y bien morir» (Libro II, capítulo X).

Puede verse en consecuencia que, dentro de la literatura, Montaigne prefiere los libros divertidos y fáciles, y los separa de los libros que prodigan consolación y consejos, como las obras de filosofía, de teología sobre todo, y del tipo de sus propios
Ensayos
(Marco Aurelio, Séneca,
Moralia
de Plutarco, etc.). Desde su punto de vista la literatura debe ser ante todo divertida, alegre y recreativa.
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Desde este punto de vista, es aún un hombre del siglo
XVI
. Sin embargo es significativo que para resolver los problemas de la vida y la muerte se evite la risa jubilosa. Al lado de Bocaccio y Jean Second, Rabelais es considerado como autor de un libro de entretenimiento, pero no entra dentro del número de los consoladores y consejeros que preparan para «el buen vivir y el buen morir».

Pero para sus contemporáneos Rabelais cumplía un importante rol de consolador y consejero. Todavía eran capaces de considerar
alegremente, desde el punto de vista de la risa,
la resolución de los problemas de la vida y la muerte.

"La época de Rabelais, Cervantes y Shakespeare, representa un cambio capital en la historia de la risa. Las fronteras que dividen el siglo
XVI
y siguientes de la época renacentista son especialmente claras en lo que respecta a la opinión que tienen sobre la misma.

La actitud del Renacimiento con respecto, a la risa puede definirse, en forma preliminar y general de esta forma: la risa posee un profundo valor de concepción del mundo, es una de las formas fundamentales a través de las cuales se expresa el mundo, la historia y el hombre; es un punto de vista particular y universal sobre el mundo, que percibe a éste en forma diferente, pero no menos importante (tal vez más) que el punto de vista
serio:
sólo la risa, en efecto, puede captar ciertos aspectos excepcionales del mundo.

La actitud del siglo
XVII
en adelante con respecto a la risa puede definirse de la manera siguiente: la risa no puede expresar una concepción universal del mundo, sólo puede abarcar ciertos aspectos
parciales
y
parcialmente típicos
de la vida social, aspectos negativos; lo que es esencial e importante no puede ser cómico; la historia y los hombres que representan lo esencial e importante (reyes, jefes militares y héroes) no pueden ser cómicos; el dominio de lo cómico es restringido y específico (vicios de los individuos y de la sociedad); no es posible expresar en el lenguaje de la risa la verdad primordial sobre el mundo y el hombre; sólo el tono serio es de rigor; de allí que la risa ocupe en la literatura un rango inferior, como un género menor, que describe la vida de individuos aislados y de los bajos fondos de la sociedad; la risa o es una diversión ligera o una especie de castigo útil que la sociedad aplica a ciertos seres inferiores y corrompidos. Esta es, esquemáticamente, la actitud de los siglos
XVII
y
XVIII
ante la risa.

El Renacimiento expresaba su opinión sobre la risa por medio de la práctica literaria, y en sus apreciaciones literarias. Pero lo hacía también en sus juicios teóricos, que la interpretaban como una forma universal de cosmovisión.

Esta teoría se fundaba en fuentes antiguas, Rabelais mismo la expuso en el prólogo antiguo y nuevo de su
Cuarto Libro,
basándose sobre todo en Hipócrates. Hipócrates, teórico de la risa a su modo, cumplía un rol muy importante en esa época. No sólo le leían y se comentaban sus observaciones sobre la importancia de la alegría y la vivacidad del médico y los enfermos para el tratamiento de las enfermedades, observaciones que aparecen diseminadas en sus tratados de medicina,
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sino también la
Novela de Hipócrates (Román d'Hippocrate),
es decir su correspondencia (apócrifa) referente a la «locura» de Demócrito expresada a través de la
risa.
Este texto figura en un anexo en la
Antología de Hipócrates.
En la
Novela de Hipócrates
la risa de Demócrito expresa una concepción filosófica del mundo que abarca la vida humana y los vanos terrores y esperanzas del ser humano respecto a los dioses y a la vida de ultratumba. Demócrito definió la risa como una visión unitaria del mundo, una especie de institución espiritual para el hombre iluminado y maduro; en última instancia, Hipócrates coincide completamente con Demócrito.

La doctrina de la virtud curativa de la risa y la filosofía de la risa implícitas en la
Novela de Hipócrates
eran muy estimadas y estaban muy difundidas en la facultad de Medicina de Montpellier, donde Rabelais estudió y luego enseñó. El célebre médico Laurens Joubert, miembro de esta facultad, editó en 1560 un tratado sobre la risa, con el significativo título de
Tratado de la risa: su esencia, sus causas y sus maravillosos efectos, según las sorprendentes investigaciones, reflexiones y observaciones de M. Latir. Joubert...
En 1579 se publicó en París un segundo tratado del mismo autor:
Razones morales de la risa, según el excelente y famoso Demócrito, explicadas y testimoniadas por el divino Hipócrates en sus Epístolas,
que era en realidad la última parte de la
Novela de Hipócrates.

Estas obras relativas a la filosofía de la risa, aparecidas después de la muerte de Rabelais, fueron un eco tardío de las disertaciones y discusiones que se desarrollaron en Montpellier durante la estadía del mismo allí, y que motivarían la creación de su teoría de la virtud curativa de la risa y del «alegre médico».

La segunda fuente de la filosofía en la época de Rabelais era la célebre fórmula aristotélica: El hombre es el único ser viviente que ríe».
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A esta fórmula, que gozaba de gran popularidad, se le adjudicaba una significación muy amplia: la risa estaba considerada como un privilegio espiritual supremo del hombre, inaccesible a las demás criaturas. La décima que precede a
Gargantúa
termina con estos versos:

Más vale de risas y no de lágrimas que escriba
porque es la risa lo típico del hombre.
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Ronsard utiliza esta fórmula ampliando más su sentido. Se destacan los versos siguientes dedicados a Belleau
(Obras,
ediciones Lemerre, t. V, pág. 10):

Dios, que ha puesto al hombre sobre el mundo,
tan sólo a él ha otorgado la risa
para que se divierta, pero no a las bestias,
que no tienen razón ni espíritu en la cabeza.

La risa, don divino ofrecido únicamente al hombre, forma parte de su poder sobre la tierra, junto con la razón y el espíritu. Según Aristóteles, el niño ríe por primera vez a los cuarenta días de su nacimiento, y en ese momento se convierte en un ser humano. Rabelais y sus contemporáneos no desconocían el dicho de Plinio, quien afirmaba que sólo un hombre en el mundo, Zoroastro, había nacido con una sonrisa en los labios, lo que auguraba su sabiduría divina.

Por último, la tercera fuente de la filosofía de la risa, en el Renacimiento, es Luciano, sobre todo el personaje por él creado, Menipo, que ríe en el reino de ultratumba.
Menipo o la Nécyomania,
de Luciano, era una obra muy en boga, en la época, y puede afirmarse que ejerció una gran influencia en Rabelais, sobre todo en el episodio de la estancia de Epistemón en los infiernos
(Pantagruel).
Los
Diálogos de los muertos
acusaron también esta influencia. He aquí algunos extractos típicos:

Diógenes recomienda a Pólux que diga: «Menipo, Diógenes te exhorta, si ya te has
reído suficientemente de todo lo que ocurre en la tierra,
a venir aquí abajo para reír más aún. Allá arriba tus risas sólo tienen un sentido muy vago, y, como se dice vulgarmente, ¿quién sabe con certeza lo que viene después de la muerte?
Mientras que aquí, no dejarás un instante de reír,
igual que yo».
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El filósofo:
«Y tú, Menipo, abandona también
tu libertad, tu franqueza, tu carácter despreocupado,
tu noble osadía y tu risa satírica; eres el único que no llora aquí».
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Caronte:
«¿De dónde nos has traído ese perro, Mercurio? Durante la travesía no ha hecho más que importunar a los pasajeros y
burlarse de ellos;
mientras todos lloraban, él era el único que se permitía reír».

Mercurio:
«¿No sabes quién era el hombre que acabas de transportar? Es un hombre
verdaderamente
libre, que no se preocupa de nada, es Menipo».
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Destacamos en el personaje de Menipo riente
la relación que se establece entre la risa y el infierno (y la muerte), con la libertad del espíritu y la palabra.

Hemos enumerado las tres fuentes antiguas más populares de la filosofía de la risa renacentista. En ellas se basan no sólo el tratado de Joubert, sino también los juicios que se emitieron sobre la risa, su importancia y el valor que le asignaban los humanistas y los literatos.

Las tres fuentes definen la risa como un principio universal de concepción del mundo que asegura la cura y el renacimiento, estrechamente relacionado a los problemas filosóficos más importantes, a los métodos que conducen al «bien vivir y al bien morir», métodos que ya Montaigne sólo concebía como algo serio.

Además Rabelais y sus contemporáneos conocían las ideas de la Antigüedad sobre la risa por medio de otras fuentes: Atenea, Macrobio, Aulio Gelio, etc., así como las célebres palabras de Homero sobre la risa indestructible, esto es, eterna, de los dioses (
Ilíada,
I, 599, y
Odisea
VIII, 327). Conocían también a la perfección las tradiciones romanas de la libertad de la risa: las saturnales, el rol de la risa en la ceremonia del triunfo y en los funerales de los dignatarios.
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Rabelais cita repetidas veces estas fuentes así como las correspondientes romanas.

Destaquemos una vez más que en la teoría renacentista de la risa (y en las fuentes antiguas), lo característico es precisamente el reconocer a la risa una significación positiva, regeneradora,
creadora,
lo que la separa de las teorías y filosofías de la risa posteriores, incluso la teoría de Bergson, que acentúan preferentemente sus funciones denigrantes.
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La tradición antigua que hemos definido tuvo una importancia considerable para la formación de la
teoría
de la risa en el Renacimiento. Esta teoría hizo la apología de la tradición literaria cómica, insertándola en la corriente de las ideas humanistas. La práctica artística de la risa en el Renacimiento está ante todo determinada por las tradiciones de la cultura cómica popular de la Edad Media.

Sin embargo, en el transcurso de esta época, esas tradiciones no se limitaron a ser transmitidas, sino que entran en una fase nueva y superior de su existencia.

La riquísima cultura popular de la risa en la Edad Media vivió y evolucionó fuera de la esfera oficial de la ideología y la literatura serias. Fue gracias a esta existencia no oficial por lo que la cultura de la risa se distinguió por su radicalismo y su libertad excepcionales, por su despiadada lucidez. Al vedar a la risa el acceso a los medios oficiales de la vida y de las ideas, la Edad Media le confirió, en cambio, privilegios excepcionales de licencia e impunidad fuera de esos límites: en la plaza pública, en las fiestas y en la literatura recreativa. Con ello la risa medieval se benefició amplia y profundamente. Pero durante el Renacimiento la risa en su forma más radical, universal y
alegre,
por primera vez en el curso de cincuenta o sesenta años (en diferentes fechas en cada país), se separó de las profundidades del pueblo y la lengua «vulgar», y penetró decisivamente en el seno de la gran literatura y la ideología «superior», contribuyendo así a la creación de obras maestras mundiales como el
Decamerón
de Bocaccio, el libro de Rabelais, la novela de Cervantes y los dramas de Shakespeare, etc. Las fronteras entre las literaturas oficiales y no oficiales tenían que caer fatalmente en esta época, parcialmente porque esas fronteras, que delimitaban los sectores claves de la ideología, atravesaban la línea de división de las lenguas: latín y lenguas vulgares. La adopción de las lenguas vulgares en la literatura y en ciertos sectores de la ideología, tenían que destruir o al menos atenuar esas fronteras.

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