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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La dama del lago (55 page)

BOOK: La dama del lago
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Se apartó del armario, retiró una silla, se sentó. Al brujo, efectivamente, le daba vueltas la cabeza.

—El Erizo de Hierro —empezó con calma el emperador, hablando en voz baja— pretendía ser un medio para obligar a mi padre a colaborar con el usurpador. Ocurrió después de la rebelión. A mi padre, tras deponerlo como emperador, lo encarcelaron y lo torturaron. Pero no conseguían someterlo, así que probaron con otros métodos. En presencia de mi padre, un hechicero al servicio del usurpador me convirtió en un monstruo. El hechicero añadió algo de su propia cosecha. Tenía una vena humorística, vaya. Eimyr, en nuestra lengua, significa «erizo»...

»Mi padre seguía sin dar su brazo a torcer y lo asesinaron. A mí, entre mofas y befas, me llevaron a un bosque y azuzaron a los perros contra mí. Salvé la vida, no pusieron excesivo empeño en la cacería, pues no sabían que la faena del hechicero había sido una auténtica chapuza, y por las noches recuperaba mi aspecto humano. Por fortuna, conocía a varias personas en cuya lealtad podía confiar plenamente. Para tu información, yo por aquel entonces tenía trece años.

«Tenía que escapar del país. Además, cierto astrólogo bastante chiflado llamado Xarthisius había leído en las estrellas que el remedio contra mi hechizo tenía que buscarlo en el norte, más allá de las Escaleras de Marnadal. Más tarde, siendo emperador, le regalé en pago por sus servicios una torre y un buen equipo. En aquellos tiempos tenía que trabajar con uno prestado.

»En cuanto a lo que pasó en Cintra, la verdad, no vale la pena perder el tiempo con ese asunto. Pero no es verdad que Vilgefortz tuviera nada que ver con aquello. En primer lugar, yo todavía no le conocía. Y, en segundo, sentía una profunda aversión por los magos. Y siguen sin gustarme en la actualidad, dicho sea de paso. Ah, por cierto: cuando recuperé el trono, agarré a ese hechicero que había servido al usurpador y me había martirizado a la vista de mi padre. Yo también hice gala de sentido del humor. El mago se llamaba Braathens, que en nuestro idioma suena casi igual que la palabra «frito».

«Bueno, basta ya de digresiones, volvamos al asunto. Poco después de nacer Ciri, Vilgefortz me visitó en secreto en Cintra. Se presentó como un confidente al servicio de aquéllos que me seguían siendo fieles en Nilfgaard y que conspiraban contra el usurpador. Me ofreció su ayuda y no tardó en demostrarme que era capaz de prestármela. Como no acababa de fiarme de él, le pregunté en cierta ocasión por sus motivos. Me confesó, sin pelos en la lengua, que contaba con mi agradecimiento. Con los favores, los privilegios y el poder que le otorgaría el emperador de Nilfgaard. O sea, yo. Un grandioso soberano que iba a dominar medio mundo. Al lado de tan grandes señores, reconoció sin reparos el hechicero, él también tenía intención de prosperar. En ese momento sacó unos fardos atados con piel de serpiente y me recomendó que me fijara atentamente en su contenido.

»De ese modo, conocí la profecía. Tuve noticia del destino del mundo y del universo. Descubrí lo que tenía que hacer. Y llegué a la conclusión de que el fin justificaba los medios.

—Qué duda cabe.

—Mientras tanto, en Nilfgaard —Emhyr no hizo ni caso de la ironía—, mi causa iba cada vez mejor. La influencia de mis partidarios crecía y, finalmente, contando con el apoyo de un grupo de oficiales del frente y del cuerpo de cadetes, decidieron dar un golpe de estado. Sin embargo, yo también era imprescindible. En persona. El legítimo heredero al trono y la corona imperial, el legítimo Emreis, del linaje de los Emreis. Yo iba a ser una especie de bandera de la revolución. Aquí entre nosotros, muchos revolucionarios abrigaban la esperanza de que no fuera nada más que eso. Aquéllos que todavía viven lo siguen la mentando a día de hoy.

«Bueno, como ya he dicho, dejémonos de digresiones. Yo tenía que regresar a casa. Había llegado la hora de que Duny, príncipe de pega de Maecht y falso príncipe de Cintra, reclamara su herencia. Sin embargo, no me olvidaba de la profecía. Debía regresar con Ciri. Pero Calanthe no me quitaba el ojo de encima.

—Nunca se fió de ti.

—Cierto. Creo que algo sabía con respecto a ese augurio. Y habría hecho lo que fuera con tal de entorpecer mis planes, y en Cintra yo estaba en sus manos. La cosa estaba clara: tenía que volver a Nilfgaard, pero de tal modo que nadie pudiera adivinar que yo era Duny y que Ciri era mi hija. El medio me lo sugirió Vilgefortz. Duny, Pavetta y su hija tenían que morir. Desaparecer sin dejar rastro.

—En un naufragio simulado.

—Así es. Durante una travesía de Skellige a Cintra, en el Abismo de Sedna, Vilgefortz metería el barco en un remolino mágico. Antes de eso, Pavetta, Ciri y yo nos habríamos encerrado en un camarote especialmente protegido, donde habríamos sobrevivido. Pero la tripulación...

—No debía sobrevivir... —acabó el brujo—. Y así empezó tu camino, entre cadáveres.

Emhyr var Emreis estuvo algún tiempo en silencio.

—Ya había empezado antes —dijo por fin, pero su voz sonaba apagada—. Por desgracia. En el momento en que se vio que Ciri no estaba a bordo.

Geralt levantó las cejas.

—Por desgracia —la cara del emperador era totalmente inexpresiva—, en mis planes no había tenido suficientemente en cuenta a Pavetta. Aquella muchacha melancólica, con la mirada siempre gacha, adivinó mis intenciones. Antes de levar anclas, hizo desembarcar a la niña en secreto. Me puse hecho una furia. Ella también. Le entró un ataque de histeria. Forcejeamos... y ella cayó por la borda. Antes de que me diera tiempo a saltar tras ella, Vilgefortz metió la nave en aquel remolino suyo. Me golpeé la cabeza con algo y perdí el conocimiento. Sobreviví de milagro, enredado en una maroma. Cuando me desperté, estaba cubierto de vendajes. Tenía un brazo roto...

—Me gustaría saber —preguntó el brujo con frialdad— cómo se sentía un hombre que había matado a su propia mujer.

—Peor que un perro sarnoso —respondió Emhyr sin demora—. Se sentía y se siente peor que un perro, como un auténtico canalla. El que yo nunca la hubiera querido no cambia nada las cosas. El fin justifica los medios. Pero lamento sinceramente su muerte. No la deseaba y no la había planeado. Pavetta pereció por casualidad.

—Mientes —dijo secamente Geralt—, y eso no es propio de un emperador. Pavetta no podía seguir viva. Te habría desenmascarado. Y nunca habría dado su consentimiento a lo que pretendías hacer con Ciri.

—Podría haber vivido —Emhyr le contradijo—. En otra parte... lejos. Hay muchas fortalezas... Por ejemplo, en Darn Rowan... No habría podido matarla.

—¿Ni siquiera por un fin que justifica los medios?

—Siempre es posible —el emperador se rascó la cara— encontrar alguna solución menos drástica. Hay siempre muchas opciones disponibles.

—No siempre —dijo el brujo, mirándole a los ojos.

Emhyr rehuyó su mirada.

—Justo lo que estaba pensando. —Geralt asintió con la cabeza—. Acaba tu relato. El tiempo vuela.

—Calanthe custodiaba a la pequeña como a la niña de sus ojos. No podía soñar siquiera en raptarla... Mis relaciones con Vilgefortz se habían enfriado notablemente, a los demás magos les seguía teniendo inquina... Pero los militares y la aristocracia me empujaban decididamente a la guerra, me animaban a que atacara Cintra. Me aseguraban que el pueblo lo anhelaba, que el pueblo reclamaba espacio vital, que escuchar la vox populi supondría superar mi examen como emperador. Decidí matar dos pájaros de un tiro. Hacerme de una sentada con Cintra y con Ciri. El resto ya lo sabes.

—Sí, ya lo sé —asintió Geralt—. Gracias por la charla, Duny. Te agradezco que me hayas dedicado este tiempo. Pero no conviene demorarse más. Estoy muy cansado. He visto morir a unos amigos que me habían seguido hasta aquí desde el fin del mundo. Para salvar a tu hija. Ni siquiera la conocían. Excepto Cahir, ninguno había visto a Ciri. Y vinieron a salvarla. Porque había algo en ellos que era digno y noble. ¿Y para qué? Para encontrar la muerte. Creo que eso no es justo. Y, por si a alguien le interesa, yo no estoy conforme. Porque una historia en la que mueren los buenos y los canallas viven y se salen con la suya es una puta mierda. Ya no puedo más, emperador. Llama a tus hombres.

—Brujo...

—El secreto debe morir con quienes lo conocen. Tú lo has dicho. No tienes otra salida. No es verdad que haya muchas opciones disponibles. Me fugaría de todas las prisiones. Te quitaría a Ciri, pagaría cualquier precio que se me pidiera con tal de quitártela. Lo sabes de sobra.

—Sí, lo sé de sobra.

—Puedes permitir que viva Yennefer. No conoce el secreto.

—Ella —dijo muy serio Emhyr— también estaría dispuesta a pagar cualquier precio por salvar a Ciri. Y por vengar tu muerte.

—Es verdad. —Geralt asintió con la cabeza—. Las cosas como son, me había olvidado de lo mucho que quiere a Ciri. Tienes razón, Duny. Bueno, no hay manera de escapar al destino. Te quiero pedir una cosa.

—Dime.

—Permíteme que me despida de ellas. Después, me tienes a tu disposición.

Emhyr estaba al lado de la ventana, con la mirada fija en las cumbres de las montañas.

—No puedo negarme, pero...

—No temas. No voy a decirle nada a Ciri. La haría sufrir diciéndole quién eres. Y yo no sería capaz de hacerla sufrir.

Emhyr estuvo callado largo tiempo, siempre de cara a la ventana.

—Puede que sí esté en deuda contigo —dijo, girándose sobre los talones—. Escucha, pues, lo que tengo que ofrecerte como parte del pago. Hace mucho, mucho tiempo, en épocas remotas, cuando la gente aún tenía honor, orgullo y dignidad, cuando valoraba su palabra y temía la vergüenza más que nada en el mundo, solía ocurrir que, cuando un hombre respetado era condenado a muerte, para eludir la infamante mano del verdugo o del esbirro, se metía en un baño con agua caliente y se abría las venas. No sé si también podría añadir en la cuenta...

—Manda llenar el baño.

—No sé si también podría añadir en la cuenta —prosiguió tranquilamente el emperador— el que Yennefer te acompañara en ese baño...

—Estoy casi seguro. Pero habrá que preguntar. Tiene un carácter muy rebelde.

—Ya lo sé.

*****

Yennefer dio su consentimiento desde el primer momento.

—El círculo se ha cerrado —añadió, mirándose las muñecas—. La serpiente Uroboros va a clavar sus dientes en su propia cola.

—¡No lo entiendo! —Ciri bufaba como un gato furioso—. No comprendo por qué tengo que irme con ellos. ¿Adonde? ¿Por qué?

—Hijita —dijo Yennefer con dulzura—. Ése, y sólo ése, es tu destino. Entiéndelo, no puede ser de otra manera, así de sencillo.

—¿Y vosotros?

—A nosotros —Yennefer miró a Geralt— nos aguarda nuestro propio destino. Así es como tiene que ser. Ven aquí, hijita. Abrázame fuerte.

—Quieren asesinaros, ¿a que sí? ¡No estoy dispuesta! ¡Acabo de encontraros! ¡No es justo!

—Quien a hierro mata —dijo con voz sombría Emhyr var Emreis—, a hierro muere. Han combatido contra mí y han perdido. Pero han perdido con dignidad.

Ciri se plantó delante de él en tres pasos, y Geralt, sin hacer ruido, respiró hondo. Oyó suspirar a Yennefer. ¡Joder, pensó, pero si cualquiera lo puede ver! ¡Pero si todo ese ejército negro está viendo algo que resulta evidente! El mismo aire, los mismos ojos chispeantes, el mismo gesto con la boca. Esa forma idéntica de cruzar los brazos sobre el pecho. Por suerte, por gran suerte, el pelo gris lo ha heredado de su madre. Pero, de todos modos, basta con mirar para darse cuenta de cuál es su sangre...

—Tú, en cambio... —dijo Ciri, dirigiendo a Emhyr una mirada enardecida—. Tú, en cambio, has ganado. ¿Y crees que has ganado con dignidad?

Emhyr var Emreis no respondió. Se limitó a sonreír, dirigiendo a la chica una mirada visiblemente satisfecha. Ciri apretó los dientes.

—Tantos muertos. Tanta gente muerta por todo esto. ¿Han perdido con dignidad? ¿La muerte es digna? Sólo una bestia puede pensar eso. A mí, a pesar de que he mirado a la muerte tan de cerca, no han conseguido convertirme en una bestia. Y nadie lo va a conseguir.

No le respondió. La miraba como si quisiera empaparse de ella con la mirada.

—Yo ya sé —siguió Ciri, siseando— qué es lo que te propones. Qué es lo que pretendes hacer conmigo. Y te lo digo desde ahora mismo: no voy a dejar que me toques. Y como me... como me... Te mato. Aunque tenga las manos atadas. En cuanto te duermas, te destrozo el cuello a dentelladas.

El emperador, con un gesto tajante, acalló el murmullo que estaba creciendo entre los oficiales que le rodeaban.

—Cúmplase —sentenció, sin apartar la mirada de Ciri— la voluntad del destino. Despídete de tus amigos, Cirilla Fiona Elen Riannon.

Ciri miró al brujo. Geralt rechazó con la cabeza. La muchacha suspiró.

Ciri y Yennefer se abrazaron y estuvieron susurrando largo tiempo. Después Ciri se acercó a Geralt.

—Lástima —dijo en voz baja—. Parecía que todo iba a acabar mejor.

—Mucho mejor.

Se abrazaron.

—Sé valiente.

—No seré suya —le susurró—. No temas. Me escaparé. Tengo mis recursos...

—No puedes matarle. Recuérdalo, Ciri. No puedes.

—No temas. En ningún momento he pensado en matarle. La verdad, Geralt, ya ha habido demasiadas muertes. Ya he tenido bastante.

—Sí, demasiadas. Adiós, brújula.

—Adiós, brujo.

—Pero no llores.

—Qué fácil es decirlo.

*****

Emhyr var Emreis, emperador de Nilfgaard, acompañó a Yennefer y Geralt hasta los baños. Hasta el borde mismo de una gran pila de mármol, llena de agua humeante y perfumada.

—Despedios —dijo—. Sin prisa. Yo me marcho, pero aquí se quedan algunos de mis hombres a los que voy a dar las instrucciones y órdenes oportunas. Cuando estéis listos, llamad, y el teniente os proporcionará un cuchillo. Pero repito: no tenéis por qué daros prisa.

—Apreciamos el favor. —Yennefer asintió con la cabeza, muy seria—. ¿Majestad imperial?

—¿Sí?

—Quería pediros que, en la medida de lo posible, no hicierais ningún daño a mi hija. No querría morir con la idea de que va a llorar.

Emhyr estuvo callado bastante tiempo. Mucho tiempo incluso. Apoyado en el marco de la puerta. Con la cabeza vuelta.

—Doña Yennefer —respondió al fin, aunque con una cara muy rara—. Podéis estar segura de que no voy a hacer ningún daño a esa muchacha, hija vuestra y del brujo Geralt. He pisoteado muchos cadáveres y he bailado sobre los túmulos de mis enemigos. Y siempre he creído que todo me estaba permitido. Pero vuestras sospechas son infundadas: nunca sería capaz de hacer una cosa así. Ahora lo sé. También gracias a vosotros dos. Despedíos.

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