de su principio más o menos cerca;
y a puertos diferentes se dirigen
por el gran mar del ser, y a cada una
les fue dado un instinto que las guía.
Éste conduce al fuego hacia la luna;
y mueve los mortales corazones;
y ata en una las partes de la tierra;
y no sólo a los seres que carecen
de razón lanza flechas este arco,
también a aquellas que quieren y piensan.
La Providencia, que ha dispuesto todo,
con su luz pone en calma siempre al cielo,
en el cual gira aquel que va más raudo;
ahora hacia allí, como a un sitio ordenado,
nos lleva la virtud de aquella cuerda
que en feliz blanco su disparo clava.
Cierto es que, cual la forma no se pliega
a menudo a la idea del artista,
pues la materia es sorda a responderle,
así de este camino se separa
a veces la criatura, porque puede
torcer, así impulsada, hacia otra parte;
y cual fuego que cae desde una nube,
así el primer impulso, que desvían
falsos placeres, la abate por tierra.
Más no debe admirarte, si bien juzgo,
tu subida, que un río que bajara
de la cumbre del monte a la llanura.
Asombroso sería en ti si, a salvo
de impedimento, abajo te sentaras,
como en el fuego el aquietarse en tierra.»
Volvió su rostro entonces hacia el cielo.
Oh vosotros que en una barquichuela
deseosos de oír, seguís mi leño
que cantando navega hacia otras playas,
volved a contemplar vuestras riberas:
no os echéis al océano que acaso
si me perdéis, estaríais perdidos.
No fue surcada el agua que atravieso;
Minerva sopla, y condúceme Apolo
y nueve musas la Osa me señalan.
Vosotros, los que, pocos, os alzasteis
al angélico pan tempranamente
del cual aquí se vive sin saciarse,
podéis hacer entrar vuestro navío
en alto mar, si seguís tras mi estela
antes de que otra vez se calme el agua.
Los gloriosos que a Colcos arribaron
no se asombraron como haréis vosotros,
viendo a Jasón convertido en boyero.
La innata sed perpetua que tenía
de aquel reino deiforme, nos llevaba
tan veloces cual puede verse el cielo.
Beatriz arriba, y yo hacia ella miraba;
y acaso en tanto en cuanto un dardo es puesto
y vuela disparándose del arco,
me vi llegado a donde una admirable
cosa atrajo mi vista; entonces ella
que conocía todos mis cuidados,
vuelta hacia mí tan dulce como hermosa,
«Dirige a Dios la mente agradecida
—dijo— que al primer astro nos condujo.»
Pareció que una nube nos cubriera,
brillante, espesa, sólida y pulida,
como un diamante al cual el sol hiriese.
Dentro de sí la perla sempiterna
nos recibió, como el agua recibe
los rayos de la luz quedando unida.
Si yo era cuerpo, y es inconcebible
cómo una dimensión abarque a otra,
cual si penetra un cuerpo en otro ocurre,
más debiera encendernos el deseo
de ver aquella esencia en que se observa
cómo nuestra natura y Dios se unieron.
Podremos ver allí lo que creemos,
no demostrado, mas por sí evidente,
cual la verdad primera en que cree el hombre.
Yo respondí. «Señora, tan devoto
cual me sea posible, os agradezco
que del mundo mortal me hayáis sacado.
Mas decidme: ¿qué son las manchas negras
de este cuerpo, que a algunos en la tierra
hacen contar patrañas de Caín?»
Rió ligeramente, y «Si no acierta
—me dijo— la opinión de los mortales
donde no abre la llave del sentido,
punzarte no debieran ya las flechas
del asombro, pues sabes la torpeza
con que va la razón tras los sentidos.
Mas dime lo que opinas por ti mismo.»
Y yo: «Lo que aparece diferente,
cuerpos densos y raros lo producen.»
Y ella: «En verdad verás que lo que piensas
se apoya en el error, si bien escuchas
el argumento que diré en su contra.
La esfera octava os muestra muchas luces,
las cuales en el cómo y en el cuánto
pueden verse de aspectos diferentes.
Si lo raro y lo denso hicieran esto,
un poder semejante habría en todas,
en desiguales formas repartido.
Deben ser fruto las distintas fuerzas
de principios formales diferentes,
que, salvo uno, en tu opinión destruyes.
Aún más, si fuera causa de la sombra
la menor densidad, o tan ayuno
fuera de su materia en la otra parte
este planeta, o, tal como comparte
grueso y delgado un cuerpo, igual tendría
de éste el volumen hojas diferentes.
Si fuera lo primero, se vería
al eclipsarse el sol y atravesarla
la luz como a los cuerpos poco densos.
Y no sucede así. por ello lo otro
examinemos; y si lo otro rompo,
verás tu parecer equivocado.
Si no traspasa el trozo poco denso,
debe tener un límite del cual
no le deje pasar más su contrario;
y de allí el otro rayo se refleja
como el color regresa del cristal
que por el lado opuesto esconde plomo.
Dirás que se aparece más oscuro
el rayo más aquí que en otras partes,
porque de más atrás viene el reflejo.
De esta objeción pudiera liberarte
la experiencia, si alguna vez lo pruebas,
que es la fuente en que manan vuestras artes.
Coloca tres espejos; dos que disten
de ti lo mismo, y otro, más lejano,
que entre los dos encuentre tu mirada.
Vuelto hacia ellos, haz que tras tu espalda
te pongan una luz que los alumbre
y vuelva a ti de todos reflejada.
Aunque el tamaño de las más distantes
pueda ser más pequeño, notarás
que de la misma forma resplandece.
Ahora, como a los golpes de los rayos
se desnuda la tierra de la nieve
y del color y del frío de antes,
al quedar de igual forma tu intelecto,
de una luz tan vivaz quiero llenarle,
que en ti relumbrará cuando la veas.
Dentro del cielo de la paz divina
un cuerpo gira en cuyo poderío
se halla el ser de las cosas que contiene.
El siguiente, que tiene tantas luces,
parte el ser en esencias diferentes,
contenidas en él, mas de él distintas.
Los círculos restantes de otras formas
la distinción que tienen dentro de ellos
disponen a sus fines y simientes.
Así van estos órganos del mundo
como ya puedes ver, de grado en grado,
que dan abajo lo que arriba toman.
Observa atento ahora cómo paso
de aquí hacia la verdad que deseabas,
para que sepas luego seguir solo.
Los giros e influencias de los cielos,
cual del herrero el arte del martillo,
deben venir de los motores santos;
y el cielo al que embellecen tantas luces,
de la mente profunda que lo mueve
toma la imagen y la imprime en ellas.
Y como el alma llena vuestro polvo
por diferentes miembros, conformados
al ejercicio de potencias varias,
así la inteligencia en las estrellas
despliega su bondad multiplicada,
y sobre su unidad va dando vueltas.
Cada virtud se liga a su manera
con el precioso cuerpo al que da el ser,
y en él se anuda, igual que vuestra vida.
Por la feliz natura de que brota,
mezclada con los cuerpos la virtud
brilla cual la alegría en las pupilas.
Esto produce aquellas diferencias
de la luz, no lo raro ni lo denso:
y es el formal principio que produce,
conforme a su bondad, lo turbio o claro.»
El sol primero que me ardió en el pecho,
de la verdad habíame mostrado,
probando y refutando, el dulce rostro;
y yo por confesarme corregido
y convencido, cuanto convenía,
para hablar claramente alcé la vista;
mas vino una visión que, al contemplarla,
tan fuertemente a ella fui ligado,
que aquella confesión puse en olvido.
Como en vidrios diáfanos y tersos,
o en las límpidas aguas remansadas,
no tan profundas que el fondo se oculte,
se vuelven de los rostros los reflejos
tan débiles, que perla en blanca frente
no más clara los ojos la verían;
vi así rostros dispuestos para hablarme;
por lo que yo sufrí el contrario engaño
de quien ardió en amor de fuente y hombre.
En cuanto me hube dado cuenta de ellos,
creyendo que eran rostros reflejados,
para ver de quién eran me volví;
y nada vi, y miré otra vez delante,
fijo en la luz de aquella dulce guía
que, sonriendo, ardía en su mirada.
«No te asombre —me dijo— que sonría
de tu infantil creencia, pues tus plantas
en la verdad aún no has asentado,
mas vuelves a lo vano, como sueles:
lo que ves son sustancias verdaderas,
puestas aquí pues rompieron sus votos.
Mas háblales y créete lo que escuches;
porque la cierta luz que las aplaca
no deja que sus pies se aparten de ella.»
Y a la que parecía más dispuesta
para hablar, me volví, y comencé casi
como aquel a quien turba un gran deseo:
«Oh bien creado espíritu, que sientes
de los eternos rayos la dulzura
que, no gustada, nunca se comprende,
feliz me harías si me revelaras
cuál es tu nombre y cuál es vuestra suerte.»
Y ella, al momento y con ojos risueños:
«Puerta ninguna cierra nuestro amor
a un justo anhelo, como el de quien quiere
que se parezca a sí toda su corte.
Fui virgen religiosa en vuestro mundo;
y si hace algún esfuerzo tu memoria,
no ha de ocultarme a ti el ser aún más bella,
mas reconocerás que soy Piccarda,
que, puesta aquí con estos otros santos
santa soy en la esfera que es más lenta.
Nuestros afectos, que sólo se inflaman
con el placer del Espíritu Santo,
gozan del orden que él nos ha dispuesto.
Y nos ha sido dado este destino
que tan bajo parece, pues quebramos
nuestros votos, que en parte fueron vanos.»
Y dije: «En vuestros rostros admirables
un no sé qué divino resplandece
que vuestra imagen primera transmuta:
por ello en recordar no estuve pronto;
pero ahora me ayuda lo que has dicho,
y ya te reconozco fácilmente.
Mas dime: los que estáis aquí gozosos
¿deseáis un lugar que esté más alto
y ver más y ser más de Dios amigos?»
Sonrió un poco con las otras sombras;
y luego me repuso tan alegre,
cual si de amor ardiera al primer fuego:
«Aquieta, hermano, nuestra voluntad
la caridad, haciendo que queramos
sin más ansiar, aquello que tenemos.
Si estar más elevadas deseásemos,
este deseo sería contrario
a lo que quiere quien aquí nos puso;
lo cual, como verás, es imposible,
si estar en caridad aquí es necesse
y consideras su naturaleza.
Esencial es al bienaventurado
con el querer divino conformarse,
para que se hagan unos los quereres;
y así el estar en uno u otro grado
en este reino, a todo el reino place
como al Rey que nos forma en sus deseos.
Y en su querer se encuentra nuestra paz:
y es el mar al que todo se dirige
lo que él crea o lo que hace la natura.»
Vi claramente entonces cómo el cielo
es todo paraíso, etsi la gracia
del sumo bien no llueva de igual modo.
Mas como cuando sacia un alimento
y aún tenemos más ganas de algún otro,
que uno pedimos y otro agradecemos,
hice yo así con gestos y palabras,
para saber cuál fuese aquel tejido
que hasta el fin no labró su lanzadera.
«Perfecta vida y méritos encumbran
—me dijo— a una mujer por cuya regla
se visten velo y hábito en el mundo,
para que hasta el morir se vele y duerma
con esposo que acepta cualquier voto
que a su placer la caridad conforma.
Del mundo, por seguirla, jovencita
me escapé, refugiándome en sus hábitos,
y prometí seguir por su camino.
Hombres no al bien, al mal, acostumbrados,
luego del dulce claustro me raptaron.
Dios sabe cómo fue mi vida luego.
Y aquel otro esplendor que se te muestra
a mi derecha y a quien ilumina
toda la luz que brilla en nuestra esfera,
lo que dije de mí, también lo digo;
fue monja, y de igual forma le quitaron
de la frente la sombra de las tocas.
Mas cuando fue devuelta luego al mundo
contra su voluntad y buena usanza,
nunca el velo del alma le quitaron.
Esta es la luz de aquella gran Constanza
que engendró del segundo al ya tercero
y último de los vientos de Suabia.»
Así me dijo, y luego: «Ave María»
cantó y cantando se desvaneció
como en el agua honda algo pesado.
Mi vista que siguió detrás de ella
cuanto le fue posible, ya perdida,
se dirigió al objeto más querido,
y por entero se volvió a Beatriz;
pero ella fulgió tanto ante mis ojos,
que al principio no pude soportarlo,
y por esto fui tardo en preguntarle.
Entre dos platos, igualmente ricos
y distantes, por hambre moriría
un hombre libre sin probar bocado;