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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

La divina comedia (46 page)

BOOK: La divina comedia
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y por eterna ley se ha establecido

tan justamente todo cuanto miras,

que corresponde como anillo al dedo;

y así esta gente que vino con prisa

a la vida inmortal no sine causa

está aquí en excelencias desiguales.

El rey por quien reposan estos reinos

en tanto amor y en tan grande deleite,

que más no puede osar la voluntad,

todas las almas con su hermoso aspecto

creando, a su placer de gracia dota

diversamente; y bástete el efecto.

Y esto claro y expreso se consigna

en la Escritura santa, en los gemelos

movidos por la ira ya en la madre.

Mas según el color de los cabellos,

de tanta gracia, la altísima luz

dignamente conviene que les cubra.

Así es que sin de suyo merecerlo

puestos están en grados diferentes,

distintos sólo en su mirar primero.

Era bastante en los primeros siglos

ser inocente para estar salvado,

con la fe únicamente de los padres;

al completarse los primeros tiempos,

para adquirir virtud, circuncidarse

a más de la inocencia era preciso;

pero llegado el tiempo de la gracia,

sin el perfecto bautismo de Cristo,

tal inocencia allá abajo se guarda.

Ahora contempla el rostro que al de Cristo

más se parece, pues su brillo sólo

a ver a Cristo puede disponerte.»

Yo vi que tanto gozo le llovía,

llevada por aquellas santas mentes

creadas a volar por esa altura,

que todo lo que había contemplado,

no me colmó de tanta admiración,

ni de Dios me mostró tanto semblante;

y aquel amor que allí bajara antes

cantando: «Ave María, gratia plena»

ante ella sus alas desplegaba.

Respondió a la divina cancioncilla

por todas partes la beata corte,

y todos parecieron más radiantes.

«Oh santo padre que por mí consientes

estar aquí, dejando el dulce puesto

que ocupas disfrutando eterna suerte,

¿quién es el ángel que con tanto gozo

a nuestra reina le mira los ojos,

y que fuego parece, enamorado?»

A la enseñanza recurrí de nuevo

de aquel a quien María hermoseaba,

como el sol a la estrella matutina.

Y aquél: «Cuanta confianza y gallardía

puede existir en ángeles o en almas,

toda está en él; y así es nuestro deseo,

porque es aquel que le llevó la palma

a María allá abajo, cuando el Hijo

de Dios quiso cargar con nuestro cuerpo.

Mas sigue con la vista mientras yo

te voy hablando, y mira los patricios

de este imperio justísimo y piadoso.

Los dos que están arriba, más felices

por sentarse tan cerca de la Augusta

son casi dos raíces de esta rosa:

quien cerca de ella está del lado izquierdo

es el padre por cuyo osado gusto

tanta amargura gustan los humanos.

Contempla al otro lado al viejo padre

de la Iglesia, a quien Cristo las dos llaves

de esta venusta flor ha confiado.

Y aquel que vio los tiempos dolorosos

antes de muerto, de la bella esposa

con lanzada y con clavos conquistada,

a su lado se sienta y junto al otro

el guía bajo el cual comió el maná

la gente ingrata, necia y obstinada.

Mira a Ana sentada frente a Pedro,

contemplando a su hija tan dichosa,

que la vista no mueve en sus hosannas;

y frente al mayor padre de familia,

Lucía, que moviera a tu Señora

cuando a la ruina, por no ver, corrías.

Mas como escapa el tiempo que te aduerme

pararemos aquí, como el buen sastre

que hace el traje según que sea el paño;

y alzaremos los ojos al primer

amor, tal que, mirándole, penetres

en su fulgor cuanto posible sea.

Mas para que al volar no retrocedas,

creyendo adelantarte, con tus alas

la gracia orando es preciso que pidas:

gracia de aquella que puede ayudarte;

y tú me has de seguir con el afecto,

y el corazón no apartes de mis ruegos.»

Y entonces dio comienzo a esta plegaria.

CANTO XXXIII

«¡Oh Virgen Madre, oh Hija de tu hijo,

alta y humilde más que otra criatura,

término fijo de eterno decreto,

Tú eres quien hizo a la humana natura

tan noble, que su autor no desdeñara

convertirse a sí mismo en su creación.

Dentro del viento tuyo ardió el amor,

cuyo calor en esta paz eterna

hizo que germinaran estas flores.

Aquí nos eres rostro meridiano

de caridad, y abajo, a los mortales,

de la esperanza eres fuente vivaz.

Mujer, eres tan grande y vales tanto,

que quien desea gracia y no te ruega

quiere su desear volar sin alas.

Mas tu benignidad no sólo ayuda

a quien lo pide, y muchas ocasiones

se adelanta al pedirlo generosa.

En ti misericordia, en ti bondad,

en ti magnificencia, en ti se encuentra

todo cuanto hay de bueno en las criaturas.

Ahora éste, que de la ínfima laguna

del universo, ha visto paso a paso

las formas de vivir espirituales,

solicita, por gracia, tal virtud,

que pueda con los ojos elevarse,

más alto a la divina salvación.

Y yo que nunca ver he deseado

más de lo que a él deseo, mis plegarias

te dirijo, y te pido que te basten,

para que tú le quites cualquier nube

de su mortalidad con tus plegarias,

tal que el sumo placer se le descubra.

También reina, te pido, tú que puedes

lo que deseas, que conserves sanos,

sus impulsos, después de lo que ha visto.

Venza al impulso humano tu custodia:

ve que Beatriz con tantos elegidos

por mi plegaria te junta las manos!»

Los ojos que venera y ama Dios,

fijos en el que hablaba, demostraron

cuánto el devoto ruego le placía;

luego a la eterna luz se dirigieron,

en la que es impensable que penetre

tan claramente el ojo de ninguno.

Y yo que al final de todas mis ansias

me aproximaba, tal como debía,

puse fin al ardor de mi deseo.

Bernardo me animaba, sonriendo

a que mirara abajo, mas yo estaba

ya por mí mismo como aquél quería:

pues mi mirada, volviéndose pura,

más y más penetraba por el rayo

de la alta luz que es cierta por sí misma.

Fue mi visión mayor en adelante

de lo que puede el habla, que a tal vista,

cede y a tanto exceso la memoria.

Como aquel que en el sueño ha visto algo,

que tras el sueño la pasión impresa

permanece, y el resto no recuerda,

así estoy yo, que casi se ha extinguido

mi visión, mas destila todavía

en mi pecho el dulzor que nace de ella.

Así la nieve con el sol se funde;

así al viento en las hojas tan livianas

se perdía el saber de la Sibila.

¡Oh suma luz que tanto sobrepasas

los conceptos mortales, a mi mente

di otro poco, de cómo apareciste,

y haz que mi lengua sea tan potente,

que una chispa tan sólo de tu gloria

legar pueda a los hombres del futuro;

pues, si devuelves algo a mi memoria

y resuenas un poco en estos versos,

tu victoria mejor será entendida.

Creo, por la agudeza que sufrí

del rayo, que si hubiera retirado

la vista de él, hubiéseme perdido.

Y esto, recuerdo, me hizo más osado

sosteniéndola, tanto que junté

con el valor infinito mi vista.

¡Oh gracia tan copiosa, que me dio

valor para mirar la luz eterna,

tanto como la vista consentía!

En su profundidad vi que se ahonda,

atado con amor en un volumen,

lo que en el mundo se desencuaderna:

sustancias y accidentes casi atados

junto a sus cualidades, de tal modo

que es sólo débil luz esto que digo.

Creo que vi la forma universal

de este nudo, pues siento, mientras hablo,

que más largo se me hace mi deleite.

Me causa un solo instante más olvido

que veinticinco siglos a la hazaña

que hizo a Neptuno de Argos asombrarse.

Así mi mente, toda suspendida,

miraba fijamente, atenta, inmóvil,

y siempre de mirar sentía anhelo.

Quien ve esa luz de tal modo se vuelve,

que por ver otra cosa es imposible

que de ella le dejara separarse;

Pues el bien, al que va la voluntad,

en ella todo está, y fuera de ella

lo que es perfecto allí, es defectuoso.

Han de ser mis palabras desde ahora,

más cortas, y esto sólo a mi recuerdo,

que las de un niño que aún la leche mama.

No porque más que un solo aspecto hubiera

en la radiante luz que yo veía,

que es siempre igual que como era primero;

mas por mi vista que se enriquecía

cuando miraba su sola apariencia,

cambiando yo, ante mí se transformaba.

En la profunda y clara subsistencia

de la alta luz tres círculos veía

de una misma medida y tres colores;

Y reflejo del uno el otro era,

como el iris del iris, y otro un fuego

que de éste y de ése igualmente viniera.

¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino

a mi concepto! y éste a lo que vi,

lo es tanto que no basta el decir «poco».

¡Oh luz eterna que sola en ti existes,

sola te entiendes, y por ti entendida

y entendiente, te amas y recreas!

El círculo que había aparecido

en ti como una luz que se refleja,

examinado un poco por mis ojos,

en su interior, de igual color pintada,

me pareció que estaba nuestra efigie:

y por ello mi vista en él ponía.

Cual el geómetra todo entregado

al cuadrado del círculo, y no encuentra,

pensando, ese principio que precisa,

estaba yo con esta visión nueva:

quería ver el modo en que se unía

al círculo la imagen y en qué sitio;

pero mis alas no eran para ello:

si en mi mente no hubiera golpeado

un fulgor que sus ansias satisfizo.

Faltan fuerzas a la alta fantasía;

mas ya mi voluntad y mi deseo

giraban como ruedas que impulsaba

Aquel que mueve el sol y las estrellas.

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