dos ángulos obtusos en un triángulo,
igual sabes las cosas contingentes
antes de que sucedan, viendo el punto
en quien todos los tiempos son presentes;
mientras que junto a Virgilio subía
por la montaña que cura las almas,
o por el reino difunto bajando,
dichas me fueron respecto al futuro
palabras graves, y aunque yo me sienta
a los golpes de azar como el tetrágono;
mi deseo estaría satisfecho
sabiendo la fortuna que me aguarda:
pues la flecha prevista daña menos.»
Así le dije a aquella misma luz
que antes me había hablado; y como quiso
Beatriz, fue mi deseo confesado.
No con enigmas, donde se enviscaba
la gente loca, antes de que muriera
el Cordero que quita los pecados,
mas con palabras claras y preciso
latín, me respondió el amor paterno,
manifiesto y oculto en su sonrisa:
«Los hechos contingentes, que no salen
de los cuadernos de vuestra materia,
en la mirada eterna se dibujan;
Mas esto no los hace necesarios,
igual que la mirada que refleja
el barco al que se lleva la corriente.
De allí, lo mismo que viene al oído
el dulce son del órgano, me viene
hasta mi vista el tiempo que te aguarda.
Como se marchó Hipólito de Atenas
por la malvada y pérfida madrastra,
así tendrás que salir de Florencia.
Esto se quiere y esto ya se busca,
y pronto lo han de ver los que esto piensan
donde se vende a Cristo cada día.
Se atribuirá la culpa a los vencidos,
como se suele hacer; mas el castigo
testimonio será de la verdad.
Tú dejarás cualquier cosa que quieras
más fuertemente; y. esto es esa flecha
que antes dispara el arco del exilio.
Probarás cuán amargamente sabe
el pan ajeno y cuán duro es subir
y bajar las ajenas escaleras.
Y lo que más te pesará en los hombros,
será la ruin y necia compañía
con la que has de caer en ese valle;
que ingrata, impía y loca contra ti
ha de volverse; mas al poco tiempo
ella, no tú, tendrá las sienes rojas.
De su bestialidad dará la prueba
su proceder; y grato habrá de serte
haber hecho un partido de ti mismo.
El refugio primero que te albergue
será la cortesía del Lombardo
que en la escalera tiene el ave santa;
que te dará tan benigna acogida,
que de hacer y pedir, entre vosotros,
antes irá el que entre otros el postrero.
Con él verás a aquel que fue signado,
tanto, al nacer, por esta fuerte estrella,
que hará notables todas sus acciones.
En él nadie repara todavía
por su temprana edad, pues nueve años
sólo esta rueda gira en torno suya;
mas antes que el Gascón engañe a Enrique,
de su virtud veremos los fulgores,
despreciando la playa y las fatigas.
Y sus magnificencias tan famosas
serán entonces, que sus enemigos
no podrán evitar el referirlas.
Pon la esperanza en él y en sus mercedes;
por él será cambiada mucha gente,
mudando condición rico y mendigo;
y llevarás escrito sin decirlo
en tu memoria de él»; y dijo cosas
que no creyese aun quien las escuchara.
Dijo después: «La explicación es esto
de lo que te fue dicho; ve las trampas
que se esconden detrás de pocos años.
Mas no quiero que envidies a tu gente,
pues sabrás que tu vida se enfutura
más allá que el castigo de su infamia.»
Cuando al callar mostró que concluido
ya había el alma santa el entramado
de la tela en que yo puse la urdimbre,
yo comencé lo mismo que el que anhela,
en la duda, el consejo de personas
que ven y quieren rectamente y aman:
«Bien veo padre mío, cómo aguija
contra mí el el tiempo, para darme un golpe
tal, que es más grave a quien más se descuida;
de previsión por ello debo armarme,
y si el lugar más amado me quitan,
yo no pierda los otros por mis versos.
Por el amargo mundo sempiterno,
y por el monte desde cuya altura
me elevaron los ojos de mi dama,
y en el cielo después, de fuego en fuego,
aprendí muchas cosas, que un agriado
sabor daría a muchos si las cuento;
mas si amo la verdad tímidamente,
temo perder mi fama entre esos hombres
que a nuestro tiempo han de llamar antiguo.»
La luz donde reía mi tesoro,
que allí encontré, centelleó primero,
como al rayo de sol un áureo espejo;
después me replicó: «Sólo a una mente,
por la propia vergüenza o por la ajena
turbada, será brusco lo que digas.
No obstante, aparta toda la mentira
y pon de manifiesto lo que has visto;
y deja que se rasquen los sarnosos.
Porque si con tu voz causas molestia
al probarte, alimento nutritivo
dejará luego cuando lo digieran.
Este clamor tuyo hará como el viento,
que las más altas cumbres más golpea;
y esto no poco honor ha de traerte.
Por ello se han mostrado a ti en los cielos,
en el monte y el valle doloroso
sólo las almas de notoria fama,
pues fe no guarda el ánimo que escucha
ni observa los ejemplos que escondidas
o incógnitas tuvieran las raíces,
ni razones que no son evidentes.»
Se recreaba ya en sus reflexiones
aquel beato espejo, y yo en las mías,
temperando lo amargo con lo dulce;
y la mujer que a Dios me conducía
dijo: «Cambia de idea; porque estoy
cerca de aquel que lo injusto repara.»
Yo entonces me volví al son amoroso
de mi consuelo; y no he de referiros
el mucho amor que vi en sus santos ojos:
no sólo es que no fíe en mis palabras,
sino que la memoria no repite,
sin una gracia, lo que la supera.
Sólo puedo decir de aquel instante,
que, volviendo a mirarla, estuvo libre
mi afecto de cualquier otro deseo,
mientras el gozo eterno, que directo
irradiaba en Beatriz, desde sus ojos
con su segundo aspecto me alegraba.
Vencido con la luz de su sonrisa,
ella me dijo: «Vuélvete y escucha;
no está en mis ojos sólo el Paraíso.»
Como se ve en la tierra algunas veces
el afecto en la vista, si es tan grande,
que por él todo el alma es poseída,
así en el flamear del fulgor santo
al que yo me volví, supe el deseo
que tenía aún de hablarme un poco más,
y él comenzó: «En este quinto grado
del árbol de la cima, que da fruta
siempre y que nunca pierde su follaje,
hay almas santas, que en la tierra, antes
que vinieran al cielo, tan famosas
fueron que harían rica a cualquier musa.
Contempla pues los brazos de la cruz:
los que te nombraré aparecerán
como el rayo veloz hace en la nube.»
Por la cruz vi un fulgor que se movía
al nombre de Josué, nada más dicho;
no sé si fue primero el ver que el nombre.
Y al nombre de aquel grande Macabeo
vi que otro se movía dando vueltas,
y era cuerda del trompo la alegría.
Así con Carlo Magno y con Oriando
siguió dos luces mi mirar atento
como a su halcón volando sigue el ojo.
Después vi a Rinoardo y a Guillermo
y al duque Godofredo con la vista
por esa cruz, y a Roberto Guiscardo.
Yendo a mezclarse luego con los otros,
me mostró el alma que me había hablado
qué clase de cantor era en el cielo.
Me volví entonces hacia la derecha
para ver si Beatriz, o por su gesto
o sus palabras, mi deber mostraba.
Y contemplé sus luces tan serenas,
tan gozosas, que a los demás vencía
su semblante y al último que tuvo.
Y como por sentir mayor deleite
obrando bien, el hombre día a día
se da cuenta que aumenta su virtud,
así yo me di cuenta que girando
junto al cielo mi círculo crecía,
viendo aún más luminoso aquel milagro.
Y como se transmuta en poco rato
en blanca la mujer, cuando su rostro
de la vergüenza el peso se descarga,
tal fue en mis ojos, cuando me volví,
por su blancura la templada estrella
sexta, que en ella habíame acogido.
Yo vi en aquella jovial antorcha
el destellar del amor que allí estaba
signando el alfabeto ante nosotros.
Y cual aves que se alzan de la orilla,
casi alabando ya el haber comido,
hacen bandadas largas o redondas,
así en las luces las santas criaturas
al revolotear iban cantando,
haciéndose una D, una I, una L.
Al compás de su canto se movían;
y al formar luego uno de aquellos signos,
callaban deteniéndose un momento.
¡Oh pegasea diosa, que a los sabios
los haces gloriosos y longevos,
y ellos contigo a reinos y a ciudades,
ilústreme tu ayuda, y haz que muestre
tal como aparecieron sus figuras:
y en breves versos tu poder demuestra!
Se me mostraron cinco veces siete
unas vocales y otras consonantes;
y en cuanto se formaban las leía.
«DILIGITE IUSTITIAM», verbo y nombre
fueron los que primero se formaron;
«QUI IUDICATIS TERRAM», las postreras.
Luego en la eme del vocablo quinto
ordenadas quedaron; y tal plata
bañada en oro Júpiter lucía.
Y vi otras luces que a la parte alta
bajaban de la eme, y se quedaban
cantando, creo, el bien que las traía.
Luego, como al chocar de los tizones
ardientes, surgen chispas a millares,
donde los necios suelen ver augurios,
pareció que de allí surgían miles
de luces que subían, mucho o poco,
tal como el sol que las prendió dispuso;
y en su lugar ya quietas cada una,
vi de un águila el cuello y la cabeza
representada en el fulgor distinto.
Quien pinta allí no tiene quien le guíe,
sino que guía, y de aquél se origina
la virtud que a los nidos da su forma.
Las otras beatitudes, que dichosas
de enliliarse en la ema parecieron,
moviéndose siguieron la figura.
¡Oh dulce estrella, cuáles, cuántas gemas
me demostraron que nuestra justicia
es efecto del cielo que tú enjoyas!
Y yo pido a la mente en que comienza
tu virtud y tu obrar, que vuelva a ver
de dónde sale el humo que te nubla;
tal que se encolerice nuevamente
del comprar y el vender dentro del templo
murado con milagros y martirios.
¡O milicia de cielo que ahora miro,
ruega por los que se hallan en la tierra
detrás del mal ejemplo desviados!
Antes se hacía con armas la guerra;
y ahora se hace quitando a unos y a otros
el pan que a nadie niega el santo Padre.
Pero tú que borrando sólo escribes,
piensa que aún viven Pedro y Pablo, muertos
por la viña que ahora tú devastas.
Puedes decir: «Tan fijo está mi amor
en quien quiso vivir en el desierto
y fue martirizado por un baile,
que al Pescador y a Pablo desconozco.»
Apareció ante mí la bella imagen
con las alas abiertas, que formaban
las almas agrupadas en su dicha;
un rubí parecía cada una
donde un rayo de sol ardiera tanto,
que en mis ojos pudiera reflejarse.
Y lo que debo de tratar ahora
ni referido nunca fue, ni escrito,
ni concebido por la fantasía;
pues vi y también oí que hablaba el pico,
y que la voz decía «mío» y «yo»
y debía decir «nuestro» y «nosotros».
Y comenzó: «Por ser justo y piadoso
estoy aquí exaltado a aquella gloria
que vencer no se deja del deseo;
y dejé tan completa mi memoria
en la tierra, que abajo los malvados
aun sin seguir su ejemplo, la veneran.»
Como un solo calor de muchas brasas,
de entre muchos amores, de igual modo,
salía un solo son de aquella imagen.
Y entonces respondí. «Oh perpetuas flores
de la alegría eterna, que uno sólo
me hacéis aparecer vuestros aromas,
aclaradme, espirando, el gran ayuno
que largamente en hambre me ha tenido,
pues ningún alimento hallé en la tierra.
Bien sé que si en el cielo de otro reino
la justicia divina hace su espejo
veladamente el vuestro no la mira.
Sabéis que atentamente me: dispongo
a escucharos; sabéis cuál es la duda
que en ayunas me tuvo tanto tiempo.»
Como halcón al que quitan la capucha,
que mueve la cabeza y bate alas
ganas mostrando y haciéndose hermoso,
contemplé a aquella imagen, que con loas
a la divina gracia era formada,
con cantos que conoce el que lo goza.
Dijo después: «El que volvió el compás
hasta el confín del mundo, y dentro de éste
guardó lo manifiesto y lo secreto,
no podía imprimir su poderío
en todo el universo, de tal modo
que su verbo no fuese aún infinito.
Y esto confirma que el primer soberbio,
que de toda criatura fue la suma,
por no esperar la luz cayó inmaduro;
mostrando que cualquier naturaleza
menor, es sólo un corto receptáculo
del bien que no se acaba y no se mide.
Por lo cual nuestra vista, que tan sólo
ha salido de un rayo de la mente