como una esposa inmóvil y callada.
«Es éste quien yaciera sobre el pecho
de nuestro pelicano, y éste fue
desde la cruz propuesto al gran oficio.»
Dijo así mi señora; mas por esto
su vista no dejó de estar atenta
despues como antes de que hubiera hablado.
Como es aquel que mira y que pretende
ver eclipsarse el sol por un momento,
y que, por ver, no vidente se vuelve
con el último fuego hice lo mismo
hasta que se me dijo: «¿Por qué ciegas
para ver una cosa que no existe?
Mi cuerpo es tierra en tierra, y lo será
con todos los demás, hasta que el número
al eterno propósito se iguale.
Con las dos vestes en el santo claustro
sólo están las dos luces que ascendieron;
y esto habrás de decir en vuestro mundo.»
Con esta voz el inflamado giro
se detuvo y con él la mezcolanza
que se formaba del sonido triple,
como para evitar riesgo o fatiga,
los remos que en el agua golpeaban,
todos se aquietan al sonar de un silbo.
¡Qué grande fue mi turbación entonces,
al volverme a Beatriz para mirarla,
y no la pude ver, aunque estuviese
en el mundo feliz, y junto a ella!
Mientras yo deslumbrado vacilaba,
de la fúlgida llama deslumbrante
salió una voz a la que me hice atento.
«En tanto que retorna a ti la vista
que por mirarme —dijo,— has consumido,
bueno será que hablando la compenses.
Empieza pues; y di a dónde diriges
tu alma, y date cuenta que tu vista
está en ti desmayada y no difunta:
porque la dama que por la sagrada
región te lleva, en la mirada tiene
la virtud de la mano de Ananías.»
«A su gusto —repuse pronto o tarde
venga el remedio, pues que fueron puertas
que ella cruzó con fuego en que ardo siempre
El bien que hace la dicha de esta corte,
es Alfa y es O de cuanta escritura
lee en mí el Amor o fuerte o levemente.»
Aquella misma voz que los temores
del súbito cegar me hubo quitado,
a que siguiese hablando me animaba;
y dijo: «Por aún más angosta criba
te conviene cerner; decirnos debes
quién a tal blanco dirigió tu arco.»
Y yo: «Por filosóficas razones
y por la autoridad que de ellas baja
tal amor ha debido en mí imprimirse:
que el bien en cuanto bien, al conocerse,
nos enciende el amor, tanto más grande
cuanta mayor bondad en sí retiene.
Y así a una esencia que es tan ventajosa,
que todo bien que esté fuera de ella
no es nada más que un brillo de su rayo,
más que a otra es preciso que se mueva
la mente, amando, de los que conocen
la verdad que esta prueba fundamenta.
Tal verdad demostró a mi entendimiento
aquel que me enseñó el amor primero
de todas las sustancias sempiternas.
Lo demostró la voz del Creador
que a Moisés dijo hablando de sí mismo:
«Yo haré que veas el poder supremo.»
Y tú lo demostraste, al comenzar
el alto pregón que grita el arcano
de aquí allá abajo más que cualquier otro.
Y escuché: «Por la humana inteligencia
y por la autoridad con él concorde,
de tu amor tiende a Dios lo soberano.
Mas dime aún si sientes otras cuerdas
que a él te atraigan, de modo que me digas
con cuántos dientes este amor te muerde.»
No estaba oculta la santa intención
del Águila de Cristo, y me di cuenta
a qué tema quería conducirme.
Por eso repliqué: «Cuantos mordiscos
pueden volver a Dios un corazón,
juntos mi caridad han fomentado:
que el que yo exista y el que exista el mundo,
la muerte que Él sufrió y por la que vivo,
y lo que esperan como yo los fieles,
con el conocimiento que antes dije,
me han sacado del mar del falso amor,
y del derecho me han puesto en la orilla.
Las frondas que enfrondecen todo el huerto
del eterno hortelano, yo amo tanto,
cuanto es el bien que de Él desciende a ellas.»
Cuando callé, un dulcísimo canto
resonó por el cielo, y mi señora
«Santo, santo», decía con los otros.
Y como ahuyenta el sueño una luz viva,
pues la vista se acerca al resplandor
que atraviesa membrana tras membrana,
y al despertado aturde lo que mira,
pues tan torpe es la súbita vigilia
mientras la estimativa no le ayuda;
lo mismo de mis ojos cualquier mota
me quitaron los ojos de Beatriz,
con rayos que mil millas refulgían:
y vi después mucho mejor que antes;
y casi estupefacto pregunté
por una cuarta luz tras de nosotros.
Y mi señora: «Dentro de ese rayo
goza de su hacedor la primer alma
que hubo creado la primer potencia.»
Como la fronda que inclina su copa
del viento atravesada, y la levanta
por la misma virtud que la endereza,
hice yo mientras ella estaba hablando,
asombrado, y después me recobré
con las ganas de hablar en las que ardía.
«Oh fruto que maduro únicamente
fuiste creado —dije , antiguo padre
de quien cualquier esposa es hija y nuera,
con la más grande devoción te pido
que me hables: advierte mi deseo,
que no lo expreso para oírte antes.»
Un animal a veces en un saco
se revuelve de modo que sus ansias
se advierten al mirar lo que le cubre;
y de igual forma el ánima primera
escondida en su luz manifestaba
cuán gustosa quería complacerme.
Y dijo: «Sin que lo hayas proferido,
mejor he comprendido tu deseo
que tú cualquiera cosa verdadera;
porque la veo en el veraz espejo
que hace de sí reflejo en otras cosas,
mas las otras en él no se reflejan.
Quieres oír cuánto hace que me puso
Dios en el bello Edén, desde donde ésta
a tan larga subida te dispuso,
y cuánto fue el deleite de mis ojos,
y la cierta razón de la gran ira,
y el idioma que usé y que inventé.
Ahora, hijo mío, no el probar del árbol
fue en sí misma ocasión de tanto exilio,
mas sólo el que infringiese lo ordenado.
Donde tu dama sacara a Virgilio,
cuatro mil y tres cientas y dos vueltas
de sol tuve deseos de este sitio;
y le vi que volvía novecientas
treinta veces a todas las estrellas
de su camino, cuando en tierra estaba.
La lengua que yo hablaba se extingió
aun antes que a la obra inconsumable
la gente de Nembrot se dedicara:
que nunca los efectos racionales,
por el placer humano que los muda
siguiendo al cielo, duran para siempre.
Es obra natural que el hombre hable;
pero en el cómo la naturaleza
os deja que sigáis el gusto propio.
Antes que yo bajase a los infiernos,
I se llamaba en tierra el bien supremo
de quien viene la dicha que me embarga;
Y Él después se llamó: y así conviene,
que es el humano uso como fronda
en la rama, que cae y que otra brota.
En el monte que más del mar se alza,
con vida pura y deshonesta estuve,
desde la hora primera a la que sigue
a la sexta en que el sol cambia el cuadrante.»
«.Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo
—empezó— Gloria» —todo el Paraíso,
de tal modo que el canto me embriagaba.
Lo que vi parecía una sonrisa
del universo; y mi embriaguez por esto
me entraba por la vista y el oído.
¡Oh inefable alegría! ¡Oh dulce gozo!
¡Oh de amor y de paz vida completa!
¡Oh sin deseo riqueza segura!
Delante de mis ojos encendidas
las cuatro antorchas vi, y la que primero
vino, empezó a avivarse de repente,
y su aspecto cambió de tal manera,
cual cambiaría jove si él y Marte
cambiaran su plumaje siendo pájaros.
La providencia, que allí distribuye
cargas y oficios, al dichoso coro
puesto había silencio en todas partes,
cuando escuché: «Si mudo de color
no debes asombrarte, pues a todos
éstos verás cambiarlo mientras hablo.
Quien en la tierra mi lugar usurpa,
mi lugar, mi lugar que está vacante
en la presencia del Hijo de Dios,
en cloaca mi tumba ha convertido
de sangre y podredumbre; así el perverso
que cayó desde aquí, se goza abajo.»
Del color con que el sol contrario pinta
por la mañana y la tarde las nubes,
entonces vi cubrirse todo el cielo.
Y cual mujer honrada que está siempre
segura de sí misma, y culpas de otras,
sólo con escucharlas, ruborizan,
así cambió el semblante de Beatriz;
y así creo que el cielo se eclipsara
cuando sufrió la suprema potencia.
Luego continuaron sus palabras
con una voz cambiada de tal forma,
que más no había cambiado el semblante:
«No fue nutrida la Esposa de Cristo
con mi sangre, de Lino, o la de Cleto,
para ser en el logro de oro usada;
mas por lograr este vivir gozoso
Sixto y Urbano y Pío y Calixto
tras muchos sufrimientos la vertieron.
No fue nuestra intención que a la derecha
de nuestros sucesores, se sentara
parte del pueblo, y parte al otro lado;
ni que las llaves que me confiaron,
se volvieran escudo en los pendones
que combatieran contra bautizados;
ni que yo fuera imagen en los sellos,
de privilegios vendidos y falsos,
que tanto me avergüenzan y me irritan.
En traje de pastor lobos rapaces
desde aquí pueden verse prado a prado:
Oh protección divina, ¿por qué duerme?
Cahorsinos y Gascones se apresuran
a beber nuestra sangre: ¡oh buen principio,
a qué vil fin has venido a parar!
Pero la providencia, que de Roma
con Escipión guardar la gloria pudo,
pronto nos salvará, según lo pienso;
y tú, hijo mío, que a la tierra vuelves
por tu peso mortal, abre la boca,
y tú no escondas lo que yo no escondo.»
Cual vapores helados nos envía
abajo el aire nuestro, cuando el cuerno
de la cabra del cielo el sol tropieza,
así yo vi que el éter adornado
subía despidiendo los vapores
triunfantes, que estuvieron con nosotros.
Con mis ojos seguia sus semblantes,
hasta que la distancia, al ser ya mucha,
les impidió seguir detrás de ellos.
Por ello mi señora, al verme libre
de mirar hacia arriba, dijo: «Baja
la vista y mira cuánta vuelta has dado.»
Desde el momento en que mire primero
vi que había corrido todo el arco
que hace del medio al fin el primer clima;
viendo, pasado Cádiz, la insensata
ruta de Ulises, y la playa donde
fue dulce carga Europa al otro lado.
Y hubiera descubierto aún más lugares
de aquella terrezuela, pero el sol
bajo mis pies distaba más de un signo.
La mente enamorada, que requiebra
siempre a mi dama, más que nunca ardía
por dirigir de nuevo a ella mis ojos;
y si es el cebo el arte o la natura
que atrae los ojos, y la mente atrapan
ya con la carne viva o ya pintada,
juntas nada serían comparadas
al divino placer que me alumbró,
al dirigirme a sus ojos rientes.
Y el vigor que me dio aquella mirada,
me dio impulso hasta el cielo más veloz
al separarme del nido de Leda.
Sus partes mas cercanas o distantes
son tan iguales, que decir no puedo
la que escogió Beatriz para mi entrada.
Mas ella que veía mis deseos,
empezó con sonrisa tan alegre,
cual si Dios en su rostro se gozase:
«El ser del mundo, que detiene el centro
y hace girar en torno a lo restante,
tiene aquí su principio como meta;
y este cielo no tiene más comienzo
que la mente divina, donde prende
la influencia y amor que él llueve y gira.
El amor y la luz, a éste rodean
como a los otros éste; y solamente
a este círculo entiende quien lo ciñe.
Su movimiento no mide con otro,
pero los otros se miden con éste,
cual se divide el diez por dos o cinco;
y cómo el tiempo tenga en este vaso
su raíz y en los otros la enramada,
ahora podrás saberlo claramente.
¡Oh tú, concupiscencia que en tu seno
los mortales ahogas, sin que puedan
sacar los ojos fuera de tus ondas!
La voluntad florece en los humanos;
mas la lluvia constante hace volverse
endrinas las ciruelas verdaderas.
La inocencia y la fe sólo en los niños
se encuentran repartidas; luego escapan
antes de que se cubran las mejillas.
Tal, aún balbuciente, guarda ayuno,
y luego traga, con la lengua suelta,
cualquier comida bajo cualquier luna;
y tal, aún balbuciente, ama y escucha
a su madre, y teniendo el habla entera,
verla en la sepultura desearía.
Así se vuelve negra la piel blanca
en el rostro de aquella hermosa hija
de quien lleva la noche y trae el día.
Y tú, para que de esto no te asombres,
piensa que no hay quien en la tierra mande;
y así se pierde la humana familia.
Mas antes de que enero desinvierne,
por la centésima parte olvidada,
de tal manera rugirán los cielos,