y cuando reflejaron mis dos ojos
el cuál y el cuánto de la viva estrella
que vence arriba como vence abajo,
por entre el cielo descendió una llama
que en círculo formaba una corona
y la ciñó y dio vueltas sobre ella.
Cualquier canción que tenga más dulzura
aquí abajo y que más atraiga al alma,
semeja rota nube que tronase,
si al son de aquella lira lo comparo
que al hermoso zafiro coronaba
del que el más claro cielo se enzafira.
«Soy el amor angélico, que esparzo
la alta alegría que nace del vientre
que fue el albergue de nuestro deseo;
y así lo haré, reina del cielo, mientras
sigas tras de tu hijo, y hagas santa
la esfera soberana en donde habitas.»
Así la melodía circular
decía, y las restantes luminarias
repetían el nombre de María.
El real manto de todas las esferas
del mundo, que más hierve y más se aviva
al aliento de Dios y a sus mandatos,
tan encima tenía de nosotros
el interno confín, que su apariencia
desde el sitio en que estaba aún no veía:
y por ello mis ojos no pudieron
seguir tras de esa llama coronada
que se elevó a la par que su simiente.
Y como el chiquitín hacia la madre
alarga, luego de mamar, los brazos
por el amor que afuera se le inflama,
los fulgc>res arriba se extendieron
con sus penachos, tal que el alto afecto
que a María tenían me mostraron.
Permanecieron luego ante mis ojos
Regina caeli, cantando tan dulce
que el deleite de mí no se partía.
¡Ah, cuánta es la abundancia que se encierra
en las arcas riquísimas que fueron
tan buenas sembradoras aquí abajo!
Allí se vive y goza del tesoro
conseguido llorando en el destierro
babilonio, en que el oro desdeñaron.
Allí trïunfa, bajo el alto Hijo
de María y de Dios, de su victoria,
con el antiguo y el nuevo concilio
el que las llaves de esa gloria guarda.
«Oh compañía electa a la gran cena
del bendito Cordero, el cual os nutre
de modo que dais siempre saciadas,
si por gracia de Dios éste disfruta
de aquello que se cae de vuestra mesa,
antes de que la muerte el tiempo agote,
estar atentos a su gran deseo
y refrescarle un poco: pues bebéis
de la fuente en que mana lo que él piensa.»
Así Beatriz; y las gozosas almas
se hicieron una esfera en polos fijos,
llameando, al igual que los cometas.
Y cual giran las ruedas de un reloj
así que, a quien lo mira, la primera
parece quieta, y la última que vuela;
así aquellas coronas, diferente—
mente danzando, lentas o veloces,
me hacían apreciar sus excelencias.
De aquella que noté más apreciada
vi que salía un fuego tan dichoso,
que de más claridad no hubo ninguno;
y tres veces en torno de Beatriz
dio vueltas con un canto tan divino,
que mi imaginación no lo repite.
Y así salta mi pluma y no lo escribo:
pues la imaginativa, a tales pliegues,
no ya el lenguaje, tiene un color burdo.
«¡Oh Santa hermana mía que nos ruegas
devota, por tu afecto tan ardiente
me he separado de esa hermosa esfera.»
Tras detenerse, aquel bendito fuego,
dirigió a mi señora sus palabras,
que hablaron en la forma que ya he dicho.
Y ella: «Oh luz sempiterna del gran hombre
a quien Nuestro Señor dejó las llaves,
que él llevó abajo, de esta ingente dicha,
sobre cuestiones serias o menudas,
a éste examina en torno de esa fe,
por lo cual sobre el mar tú caminaste.
Si él ama bien, y bien cree y bien espera,
no se te oculta, pues la vista tienes
donde se ve cualquier cosa pintada,
pero como este reino ha hecho vasallos
por la fe verdadera, es oportuno
que la gloríe más, hablando de ella.»
Tal como el bachiller se arma y no habla
hasta que hace el maestro la pregunta,
argumentando, mas sin definirla,
yo me armaba con todas mis razones,
mientras ella le hablaba, preparado
a tal cuestionador y a tal examen.
«Di, buen cristiano, y hazlo sin rodeos:
¿qué es la fe?» Por lo cual alcé la frente
hacia la luz que dijo estas palabras;
luego volví a Beatriz, y aquella un presto
signo me hizo de que derramase
afuera el agua de mi fuente interna.
«La gracia que me otorga el confesarme
—le dije con el alto primopilo,
haga que bien exprese mis conceptos.»
Y luego: «Cual la pluma verdadera
lo escribió, padre, de tu caro hermano
que contigo fue guía para Roma,
fe es la sustancia de lo que esperamos,
y el argumento de las invisibles;
pienso que ésta es su esencia verdadera.»
Entonces escuché: «Bien lo has pensado,
si comprendes por qué entre las sustancias,
luego en los argumentos la coloca.»
Y respondí: «Las cosas tan profundas
que aquí me han ofrecido su apariencia,
están a los de abajo tan ocultas,
que sólo está su ser en la creencia,
sobre la cual se funda la esperanza;
y por ello sustancia la llamamos.
Y de esto que creemos es preciso
silogizar, sin más pruebas visibles:
por ello la llamamos argumento.»
Escuché entonces: «Si cuanto se adquiere
por la doctrina abajo, así entendierais,
no cabría el ingenio del sofista.»
Así me dijo aquel amor ardiente;
luego añadió: «Muy bien has sopesado
el peso y la aleación de esta moneda;
mas dime si la llevas en la bolsa.»
«Sí —dije , y tan brillante y tan redonda,
que en su cuño no cabe duda alguna.»
Luego salió de la luz tan profunda
que allí brillaba: «Esta preciosa gema
que de toda virtud es fundamento,
¿de dónde te ha venido?» Y yo: «Es la lluvia
del Espíritu Santo, difundida
sobre viejos y nuevos pergaminos,
el silogismo que esto me confirma
con agudeza tal, que frente a ella
cualquier demostración parece obtusa.»
Y después escuché: «¿La antigua y nueva
proposición que así te han convencido
por qué las tienes por habla divina?»
Y yo: «Me lo confirman esas obras
que las siguieron, a las que natura
ni bate el yunque ni calienta el hierro.»
«Dime —me respondió— ¿quién te confirma
que hubiera aquellas obras? Pues el mismo
que lo quiere probar, sin más, lo jura.»
Si el mundo al cristianismo se ha inclinado,
—le dije sin milagros, esto es uno
aún cien veces más grande que los otros:
pues tú empezaste pobre y en ayunas
en el campo a sembrar la planta buena
que fue antes vid y que ahora se ha hecho zarza.»
Esto acabado, la alta y santa corte
cantó por las esferas: «Dio Laudamo»
con esas notas que arriba se cantan.
Y aquel varón que así de rama en rama,
examinando, me había llevado,
cerca ya de los últimos frondajes,
volvió a decir: «La Gracia que enamora
tu mente, ha hecho que abrieras la boca
hasta aquí como abrirse convenía,
de tal forma que apruebo lo que has dicho;
mas explicar qué crees debes ahora,
y de dónde te vino la creencia.»
«Santo padre, y espíritu que ves
aquello en que creíste, de tal modo,
que al más joven venciste hacia el sepulcro,
tú quieres —comencé— que manifieste
aquí la forma de mi fe tan presta,
y también su motivo preguntaste.
Y te respondo: creo en un Dios solo
y eterno, que los cielos todos mueve
inmóvil, con amor y con deseo;
y a tal creer no tengo sólo prueba
física o metafísica, también
me la da la verdad, que aquí nos llueve
por Moisés, por profetas y por salmos,
y por el Evangelio y por vosotros
que con ardiente espíritu escribisteis;
y creo en tres personas sempiternas,
y en una esencia que es tan una y trina,
que el "son" y el "es" admite a un mismo tiempo.
Con la profunda condición divina
que ahora toco, la mente me ha sellado
la doctrina evangélica a menudo.
Aquí comienza todo, esta es la chispa
que en vivaz llama luego se dilata,
y brilla en mí cual en el cielo estrella.»
Como el señor que escucha algo agradable,
después abraza al siervo, complacido
por la noticia, cuando aquél se calla;
de este modo, cantando, me bendijo,
ciñéndome tres veces al callarme,
la apostólica luz, que me hizo hablar:
¡tanto le complacieron mis palabras!
Si sucediera que el sacro poema
en quien pusieron mano tierra y cielo,
y me ha hecho enflaquecer por muchos años,
venciera la crueldad que me ha exiliado
del bello aprisco en el que fui cordero,
de los hostiles lobos enemigo;
con otra voz entonces y cabellos,
poeta volveré, y sobre la fuente
de mi bautismo habrán de coronarme;
porque en la fe, que hace que conozcan
a Dios las almas, aquí vine, y luego
Pedro mi frente rodeó por ella.
Después vino una luz hacia nosotros
de aquella esfera de la que salió
el primer sucesor que dejó Cristo;
y mi Señora llena de alegría
me dijo: «Mira, mira ahí al barón
por quien abajo visitan Galicia.»
Tal como cuando el palomo se pone
junto al amigo, y uno y otro muestra
su amistad, al girar y al arrullarse;
así yo vi que el uno al otro grande
príncipe glorïoso recibía,
loando el pasto que allí se apacienta.
Mas concluyendo ya los parabienes,
callados coram me se detuvieron,
tan ígneos que la vista me vencían.
Entonces dijo Beatriz riendo:
«Oh ínclita alma por quien se escribiera
la generosidad de esta basílica,
haz que resuene en lo alto la esperanza:
puedes, pues tantas veces la has mostrado,
cuantas jesús os prefirió a los tres.»
«Alza el rostro y sosiega, pues quien viene
desde el mundo mortal hasta aquí arriba,
en nuestros rayos debe madurarse.»
Este consuelo del fuego segundo
me vino; y yo miré a aquellos dos montes
que me abatieron antes con su peso.
«Pues nuestro emperador te ha concedido
que antes de muerto puedas con sus condes
avistarte en la sala más secreta,
y viendo la verdad de este palacio,
la esperanza, que abajo os enamora,
a ti y a otros pueda consolaros,
dime qué es, y di cómo florece
en tu mente: y de dónde te ha venido.»
Así continuó la luz segunda.
Y la piadosa que guió las plumas
de mis alas a vuelo tan cimero,
previno de este modo mi respuesta:
«La iglesia militante hijo ninguno
tiene que más espere, como escrito
está en el sol que alumbra nuestro ejército:
por eso le otorgaron que de Egipto
venga a Jerusalén para que vea,
antes de concluir en su milicia.
Los otros puntos, que no por saber
le preguntaste, mas para que muestre
lo mucho que te place esta virtud,
a él se los dejo, pues que son sencillos
y no se jactará; que él os responda,
y esto merezca la divina gracia.»
Como el alumno que al doctor secunda
pronto y con gusto en eso que es experto,
para que se demuestre su valía.
«La esperanza —repuse es cierta espera
de la gloria futura, que produce
la gracia con el mérito adquirido.
Muchas estrellas me han dado esta luz;
mas quien primero la infundió en mi pecho
fue el supremo cantor del rey supremo.
"Que esperen en ti —dice en su divino
cántico— los que saben de tu nombre":
¿quién que tenga mi fe no lo conoce?
Y con su inspiración tú me inspiraste
con tu carta después; y ahora estoy lleno,
y en los otros revierto vuestra lluvia.»
Dentro del vivo seno, cuando hablaba,
de aquel incendio tremolaba un fuego
raudo y súbito a modo de relámpago.
Luego dijo: «El amor en que me inflamo
aún por la virtud que me ha seguido
hasta el fin del combate y el martirio,
aún quiere que te hable, pues te gozas
con ella, y me complace que me digas
qué es lo que la esperanza te promete.»
Y yo: «Los nuevos y los viejos textos
fijan la meta, y esto me lo indica,
de quien desea ser de Dios amigo.
Dice Isaías que todos vestidos
en su patria estarán con dobles vestes:
¿y es que esta dulce vida no es su patria?
Y tu hermano de forma aún más patente,
al hablar de las blancas vestiduras,
esta revelación nos manifiesta.
Y primero, después de estas palabras,
«Sperent in te» se oyó sobre nosotros;
y replicaron todos los benditos.
Luego tras esto se encendió una luz
tal que, si en Cáncer tal fulgor hubiese,
sólo un día sería el mes de invierno.
Y como se alza y va y entra en el baile
una cándida virgen, para honrar
a la novicia, y no por vanagloria,
así vi yo al encendido esplendor
acercarse a los dos que daban vueltas
al ritmo que su ardiente amor marcaba.
Se ajustó allí a su canto y a su rueda;
y atenta los miraba mi señora,