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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras, Clásico

La esfinge de los hielos (8 page)

BOOK: La esfinge de los hielos
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Se creerá que en lo espantoso de aquella situación el prodigioso poeta ha agotado todos los recursos de sus facultades imaginativas. Nada de esto. Su desbordante genio le ha arrastrado más lejos aun.

Efectivamente: Arthur Pym, extendido sobre su colchón, presa de una especie de letargo, oye un silbido singular, un soplo continuo. Es el Tigre que palpita; el Tigre, cuyos ojos brillan en la sombra; el Tigre, cuyos dientes castañetea; el Tigre, que está rabioso.

En el colmo del espanto, Arthur Pym recobra bastante fuerza para escapar a los mordiscos del animal, que se ha precipitado sobre él. Después de envolverse en una manta que desgarran los blancos dientes del perro, se lanza fuera de la caja, cuya puerta se cierra sobre el
Tigre,
que se agita entre las paredes.

Arthur Pym consigue arrastrarse al través de la cala; pero pierde la cabeza y cae contra un baúl, mientras el cuchillo se le escapa de la mano.

En el momento en que iba tal vez a exhalar el último suspiro, oyó pronunciar su nombre. Una botella de agua que acercan a su boca se vacía en sus labios. Vuelve a la vida después de haber bebido de un trago la exquisita bebida con voluptuosidad.

Algunos instantes después, en un rincón de la cala, a la claridad de una linterna sorda. Augusto Barnard refería a su camarada lo sucedido a bordo desde la partida del brick.

Repito que hasta aquí la historia es completamente admisible; pero aun no hemos llegado a los sucesos que, a puro de extraordinarios, tocan en lo inverosímil.

La tripulación del
Grampus
se componía de treinta y seis hombres, incluidos los Barnard, padre e hijo. Desde que el brick se hizo a la mar, el 20 de Junio, Augusto Barnard intentó varias veces reunirse con su compañero Pym en el escondrijo de éste, pero fue en vano. A los tres o cuatro días estalló una sublevación a bordo. Fue dirigida por el cocinero, un negro como nuestro Endicott de la
Halbrane,
el que —me apresuro a decirlo— no es hombre capaz de sublevarse nunca.

En la novela se narran numerosos incidentes; matanzas, que costaron la vida a la mayor parte de los marineros que siguieron siendo fieles al capitán Barnard, después, abandono en las Bermudas del dicho capitán y de cuatro hombres de los que no se debía tener ya noticia alguna. No se hubiera librado de la misma suerte Augusto Barnard sin la protección del maestro cordelero del
Grampus.
Era éste un tal Dirk Peters, de la tribu de los Upsarocas, hijo de una india de las Montañas Negras, el mismo del que ya he hablado y al que el capitán Len Guy había tenido la pretensión de ver en Illinois.

El
Grampus
tomó su ruta al Suroeste al mando del segundo, que tenía la intención de dedicarse a la piratería recorriendo los mares del Sur.

Después de tales sucesos. Augusto Barnard hubiera deseado reunirse a Arthur Pym; pero se le había encerrado en el camarote de la tripulación, con grillos en pies y manos, y el cocinero le aseguraba que de allí no saldría hasta «que el brick no fuera un brick». No obstante, algunos días después Augusto Barnard consiguió librarse de sus esposas, cortar el delgado tabique que le separaba de la cala, y, seguido del
Tigre,
procuró llegar al escondrijo de su camarada. No lo consiguió; pero, por fortuna, el perro había olido a Arthur Pym, lo que dio a Augusto la idea de atar al cuello del
Tigre
un papel que contenía estas palabras:
Te escribo con sangre. Sigue escondido. Te va en ello la vida.

Se sabe que Arthur Pym recibió el billete. Cuando muriendo de hambre y de sed se arrastró por la cala, el ruido que el cuchillo hizo al caer de su mano atrajo la atención de su camarada, el que pudo al fin llegar hasta donde el otro se encontraba.

Después de referir estos sucesos a Arthur Pym, añadió Augusto que los rebeldes estaban divididos. Querían los unos conducir al
Grampus
hacia las islas del cabo Verde; los otros, y entre ellos estaba Dirk Peters, estaban decididos a dirigirse hacia las islas del Pacífico.

En cuanto al
Tigre,
que su amo creía rabioso, no lo estaba. La devoradora sed lo había puesto en aquel estado de sobreexcitación, y tal vez hubiera sido atacado de hidrofobia si Augusto Barnard no le hubiera llevado al castillo de proa.

Sigue después una importante digresión sobre el arrumaje de las mercancías en los navíos de comercio, arrumaje del que depende en gran parte la seguridad a bordo. Esta operación, no se había practicado de manera conveniente en el
Grampus
por lo que el material cambiaba de sitio a cada oscilación, y Arthur Pym no podía permanecer en la cala sin peligro. Afortunadamente, con la ayuda de Augusto Barnard logró ganar un rincón del entrepuente, cerca del puesto de la tripulación.

Entretanto Dirk Peters no cesaba de demostrar gran amistad al hijo del capitán Barnard, por lo que este último se preguntaba si no podría contar con él para intentar volver a tomar posesión del barco.

Trece días habían transcurrido desde la partida de Nantucket, cuando el 4 de Julio estalló entre los sublevados violentísima discusión a propósito de un pequeño brick señalado a lo largo, al que los unos querían perseguir y los otros dejar que escapase. La disputa produjo como consecuencia la muerte de un marinero que perteneció a la banda del cocinero, a la que se había unido Dirk Peters, partido opuesto al del segundo.

No había más que trece hombres a bordo, contando a Arthur Pym.

En tales circunstancias, espantosa tempestad azotó aquellos parajes.

El
Grampus,
horriblemente sacudido, hacia agua por sus junturas. Era menester que la bomba maniobrase de continuo, y hasta aplicar una vela en la proa del casco para evitar que éste se inundara y se hundiera.

La tempestad terminó el 9 de Julio, y habiendo manifestado aquel día Dirk Peter a la intención de desembarazarse del segundo. Augusto Barnard le aseguró su concurso, sin revelarle, no obstante, la presencia de Arthur Pym a bordo.

Al siguiente día, uno de los marineros fieles al cocinero, el llamado Roger, murió entre horribles convulsiones, y nadie dudó que el segundo le había envenenado. El cocinero no contaba ahora más que con cuatro hombres. El segundo con cinco. No había tiempo que perder. Así se lo manifestó Dirk Peters a Augusto Barnard, y éste entonces lo puso al corriente de lo que concernía a Arthur Pym.

Pero mientras ambos hablaban de los medios más propios para tomar posesión del navío, un irresistible huracán le acostó sobre uno de sus flancos. No se levantó el
Grampus
sin haber embarcado una cantidad enorme de agua: después de haber aguantado otras borrascas, se puso a la capa bajo la mesana a rizos bajos.

La ocasión pareció favorable para comenzar la lucha, por más que los rebeldes hubieran hecho la paz. Y sin embargo, en el puesto no había más que tres hombres, Dirk Peters, Augusto Barnard y Arthur Pym mientras que el camarote encerraba nueve. Únicamente el maestro cordelero poseía dos pistolas y un cuchillo marino. De aquí la necesidad de proceder con prudencia.

Arthur Pym, cuya presencia a bordo no podían sospechar los rebeldes tuvo entonces la idea de una superchería que tenía probabilidad de buen éxito. Como el cadáver del marino envenenado estaba aun en el puente, Arthur se dijo que él vistiéndose con el traje del muerto apareciera él en medio de aquellos marineros supersticiosos, tal vez el espanto les pondría a merced de Dirk Peters.

La noche era obscura. Dirk Peters se dirigió a popa. Dotado de prodigiosa fuerza, lanzóse sobre el timonel, y de un solo impulso lo arrojó por encima de la banda.

Augusto Barnard y Arthur Pym, se reunieron con él en seguida, armados ambos con una palanca de bomba. Dejando a Dirk Peters en el puesto del timonel, Arthur Pym, disfrazado de modo para semejar el muerto, y su camarada, fueron a colocarse junto a la chupeta del camarote, donde el segundo, el cocinero y los demás estaban, unos durmiendo, otros bebiendo o hablando, con las pistolas y los fúsiles al alcance de sus manos.

La tempestad rugía y era imposible permanecer de pie sobre el puente.

En este momento el segundo dio orden para que se fuera en busca de Augusto Barnard y Dirk Peters; orden que fue transmitida al timonel, que no era otro que Dirk Peters. Este y el hijo de Barnard bajaron al camarote, y Arthur Pym no tardó en aparecer.

El efecto de la aparición fue prodigioso. Espantado a la vista del marinero resucitado, el segundo se levantó, agitó las manos y cayó muerto. Dirk Peters se precipitó entonces sobre los otros, ayudado por Augusto Barnard, Arthur Pym y el perro
Tigre.
En algunos momentos todos fueron estrangulados, excepción del marinero Richard Parker, al que se hizo gracia de la vida.

Y ahora, en lo más recio de la tormenta, no quedaban más que cuatro hombres para dirigir el brick, que fatigaba horriblemente con sus siete pies de agua en la cala. Fue preciso cortar el palo mayor, y al llegar la mañana echar abajo el de mesana. ¡Espantoso día, y noche aun más espantosa! Si Dirk Peters y sus compañeros no se hubieran sujetado sólidamente a los restos del cabestrante, hubieran sido arrastrados por un golpe de mar que hundió las escotillas del
Grampus.

Sigue después, en la novela, la minuciosa serie de incidentes que debía engendrar tal situación, desde el 14 de Julio al 9 de Agosto; la pesca de víveres en la cala llena de agua; llegada de un brick misterioso que, cargado de cadáveres, emponzoña la atmósfera, y pasa como un viento de muerte; torturas del hambre y de la sed; imposibilidad de llegar al compartimiento que guarda las provisiones; operación de echar a suertes para que ésta decida que Richard Parker sea sacrificado para salvar la vida de los otros tres; muerte de este infeliz, golpeado por Dirk y devorado después… Al fin, algunos alimentos, un jamón, un frasco de aceitunas, son sacados de la cala. Con el movimiento del cargamento, el
Grampus
toma una inclinación cada vez, más pronunciada. Efecto del espantoso calor en aquellos parajes, la tortura de la sed llega al último grado que un hombre puede sufrir. Augusto Barnard muere el 1° de Agosto. El brick naufraga en la noche del 3 al 4. Arthur Pym y Dirk Peters, refugiados en la caena, vuelta, se ven reducidos a alimentarte de cyrrhopodes, de los que el casco está cubierto, en medio de bandadas de tiburones que les espían… Finalmente, llega la goleta
Jane
de Liverpool, capitán William Guy, cuando los náufragos no habían derivado menos de 25° de Norte a Sur.

Evidentemente, no repugna a la razón admitir la realidad de estos hechos, por más que la tirantez de las situaciones se lleve hasta los últimos límites, lo que no es de extrañar tratándose de la prestigiosa pluma del poeta americano. Pero, a partir de este momento, se va a ver si la menor verosimilitud es observada en la sucesión de los incidentes que siguen. Arthur Pym y Dirk Peters, recogidos a bordo de la goleta inglesa, fueron bien tratados. Quince días después, recobrados de sus angustias, no se acordaban de ellas: ¡tan proporcionado a la energía del contraste es el poder del olvido! Con alternativas de bueno y mal tiempo la
Jane
llegó el 13 de Octubre a la isla del Príncipe Eduardo, después a las islas Crocet, por camino opuesto al de la
Halbrane,
y, por último, a las islas Kerguelen, que once días antes había yo abandonado.

Empleáronse tres semanas en la caza de bueyes marinos, de los que la goleta hizo buen acopio. Durante está escala, el capitán de la
Jane
depositó la célebre botella en la que su homónimo de la
Halbrane
pretendía haber encontrado una carta donde William Guy anunciaba su intención de visitar los mares australes.

El 12 de Noviembre la goleta abandonó a las Kerguelen y subió al Oeste hacia Tristán de Acunha, como nosotros lo hacíamos ahora.

Llegó a la isla quince días después y permaneció en ella una semana, y el 5 de Diciembre pardo para reconocer las Auroras por 53° 15' de latitud Sur y 49° 38' de longitud Oeste, islas imposibles de encontrar.

El 12 de Diciembre
la Jane
se dirigió al polo antártico. El 26 son vistos los primeros
ice–bergs,
más allá del grado 73, y se reconoce el banco de hielo. Del 10 de Enero de 1828 al 14 del mismo, evoluciones difíciles, paso del círculo polar en medio de los hielos y navegación por la superficie de una mar libre; la famosa mar libre descubierta por 81° 21' de latitud Sur y 42° de longitud Oeste; siendo la temperatura de 47° Fahrenheit (8° 33 c. sobre 0) y la del agua 34° (l° ll c. sobre 0).

Se convendrá en que Edgard Poe está aquí en plena fantasía. Nunca navegante alguno había llegado a tales latitudes, ni aun el capitán James Weddell, de la marina británica, que no pasó del 74 paralelo en 1822.

Pero si esto es inadmisible, ¡cuánto mas los incidentes que siguen! Incidentes que Arthur Pym, o sea Edgard Poe, refiere con inocente inconsciencia.

¡Verdaderamente él no dudaba de elevarse hasta el polo!

En primer lugar, no se ve un solo
ice–bergs
sobre aquel mar fantástico. Innumerables bandadas de pájaros vuelan por la superficie, entre ellos un pelícano, que es muerto de un tiro. Sobre un bloque de hielo (¿los había, pues, aun?) venía un oso de la especie ártica y de dimensiones ultragigantescas. Al fin la tierra es señalada a estribor. Se trata de una isla de una legua de circunferencia, a la que se da el nombre de isla Bennet en honor al socio del capitán en la propiedad de la
Jane.

Este islote está situado en los 82° 50' de latitud Sur y 43° 20' de longitud Oeste, según dice Arthur Pym en su diario; pero desafío a los hidrógrafos a formar un mapa de los pasajes antárticos sobre tan fantásticos datos.

Naturalmente, a medida que la goleta ganaba el Sur, la variación de la brújula disminuía, mientras que la temperatura del aire y del agua se dulcificaba, con un cielo siempre claro y una brisa constante de algunos puntos del Norte.

Por desgracia el escorbuto se había declarado en la tripulación, y tal vez sin la insistencia de Arthur Pym, el capitán William Guy hubiera puesto el cabo hacia el Norte.

Claro es que en aquella latitud y en el mes de Enero se gozaba de un día perpetuo, y, en suma, la
Jane
hizo bien en continuar su aventurera campaña, puesto que el 18 de Enero se vio tierra a los 83° 21' de latitud y 43° 51' de longitud.

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