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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (10 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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Malus no lamentaba que el recorrido se prolongara tanto. Le daba tiempo para pensar. Ahora que contaba con un medio de entrar en el templo, tenía que cumplir con su parte del trato y entregar a los fanáticos en manos de Rhulan. Una vez hecho eso, podría dedicar sus esfuerzos a penetrar en los confines del Sanctasanctórum de la Espada y localizar la maldita
Espada de Disformidad
. Mientras avanzaba con cuidado por el barrio noble, consideró las opciones de que disponía. Aún había muchas cosas que no sabía, pero por primera vez veía una senda clara hacia la meta. Por el momento, al menos, llevaba ventaja, y tenía intención de aprovecharla.

Era cerca de medianoche cuando giró en la calle de la puerta blanca de Veyl. Una pila de cadáveres decapitados yacían en medio de la calle, y en el exterior de la puerta montaba guardia un solo fanático manchado de sangre, con la goteante espada atravesada ante el pecho. Al acercarse Malus, le hizo una reverencia y se apartó a un lado mientras él abría la puerta y desaparecía en el patio del otro lado.

El pequeño recinto estaba casi desierto; evidentemente, habían enviado a los fanáticos al exterior para cosechar ofrendas para Khaine durante las horas de la noche. Para sorpresa de Malus, encontró a Tyran de pie cerca de los escalones de la casa, hablando con un pequeño grupo de recién llegados. Cuando el jefe de los fanáticos vio a Malus, sus ojos se iluminaron de interés.

—Bienhallado, santo —dijo con gravedad—. Regresas solo.

Malus asintió con la cabeza y se quitó la capucha.

—Mis compañeros murieron en gloriosa batalla —replicó. Parecía la frase apropiada.

—Y tú no —observó Tyran, con la pregunta tácita claramente expresada por el tono de voz.

El noble echó atrás la capa y la luz lunar rieló sobre la pálida piel y oscura sangre seca cuando Malus descolgó los trofeos del cinturón y se los presentó a Tyran.

—Alguien tenía que regresar con la buena noticia —dijo. Tyran se acercó para mirar más de cerca las caras manchadas de sangre.

—Veo a Aniya la Torturadora —dijo, señalando la cabeza de la anciana—; y éste es Maghost —añadió, al mirar al anciano de cara de zorro. Frunció el ceño ante la masa vapuleada que era el tercer trofeo—. ¿Y éste?

—El maestre de asesinos, tal y como ordenaste —replicó Malus—. No fue tan complaciente como los otros dos.

Una lenta sonrisa apareció en el rostro de Tyran, y sus sospechas quedaron olvidadas mientras consideraba esa última noticia.

—El Haru'ann del templo ha quedado desbaratado, mientras que el nuestro está casi completo —dijo—. Ésta es una gran victoria para los fieles. —Le dedicó a Malus una ancha sonrisa—. ¡Estás verdaderamente bendecido, santo! Has acelerado la llegada del día en que el Portador de la Espada caminará entre nosotros.

—Ésa es mi ferviente esperanza —declaró Malus, con sinceridad convincente—. ¿Cuál será nuestro siguiente movimiento?

Tyran cogió las cabezas de manos de Malus, y las miró a los ojos vacuos con una sonrisa de orgullo.

—Ahora podemos competir con el templo por los corazones del pueblo —dijo—. Los ancianos supervivientes estarán desorganizados, y los asesinos permanecerán paralizados hasta que escojan un nuevo maestre. —El jefe de los asesinos señaló a los recién llegados con la mano libre—. Cada día llegan más y más verdaderos creyentes —añadió—. Somos lo bastante fuertes para presentar nuestra causa abiertamente en las calles de la ciudad. —Con un gesto, llamó a los druchii que aguardaban, para que se reunieran con ellos—. Incluso podemos contar en nuestras filas con otra alma bendecida como tú.

Malus apenas le prestaba atención.

—Es una noticia realmente buena —dijo, ausente, mientras meditaba qué sería el Haru'ann y cómo encajaba eso en los planes de Tyran.

Tyran le hizo una reverencia a una de las figuras encapuchadas.

—Santo, éste es Hauclir, un verdadero creyente de Naggor —dijo, al tiempo que señalaba a Malus—. Es en verdad un poderoso presagio que dos almas bendecidas de ciudades enemistadas se reúnan en nombre de la gloria de Khaine.

El fanático alzó una pálida mano y se quitó la capucha. Su largo cabello blanco relumbró como una mortaja fantasmal a la luz de la luna, y sus ojos color latón destellaron como monedas calientes al clavarse en Malus con una enigmática mirada.

—En verdad que los caminos del Señor del Asesinato son realmente misteriosos —declaró Arleth Vann, al clavar la mirada en los ojos de su antiguo amo.

—¡Preparaos, oh, sirvientes de Khaine! ¡El Tiempo de Sangre se avecina!

El fanático se encontraba de pie sobre un sucio bloque de piedra blanca, con las espadas gemelas que destellaban al sol alzadas hacia el cielo de la tarde. A ambos lados del verdadero creyente había pirámides gemelas de cráneos manchados que ofrecían un banquete a la bandada de cuervos que asentían con la cabeza y escuchaban con distraído interés el entusiasta discurso del fanático.

Apenas un puñado de druchii se habían detenido a escuchar lo que tenía que decir el verdadero creyente, al principio convencidos de que se trataba de un novicio del templo que estaba predicando para los ciudadanos en el exterior del santuario de mármol con columnas que había en el barrio noble. Una corriente de elfos y elfas oscuros pasaban por la pequeña plaza con ofrendas que depositaban ante el altar que había al otro extremo del edificio bajo. Un par de novicios auténticos que se hallaban de pie ante la entrada del santuario mortecinamente iluminado acariciaban con los dedos las hoces ceremoniales que les colgaban del cinturón y miraban a los fanáticos del otro lado de la plaza con desprecio evidente.

Malus se había apostado en la entrada de una estrecha calle que desembocaba en la plaza y que le permitía una visión clara tanto del santuario como del enérgico sermón del fanático. Hacía una hora que el druchii predicaba. Poco después de que comenzara, Malus vio a un mensajero que bajaba corriendo los escalones del santuario y se dirigía al norte, hacia la fortaleza del templo. El noble calculaba que no tendrían que esperar mucho más.

Durante los últimos tres días, los fanáticos habían enviado elfos y elfas oscuros al interior de la ciudad para que proclamaran sus creencias ante las gentes de Har Ganeth. Antes del presente día, habían permanecido en movimiento, recorriendo las calles para propagar sus ideas, pero sin proporcionarle al templo un objetivo estacionario en el que descargar su disgusto. Hoy, Tyran había decidido darles lo que deseaban, y había enviado a un druchii a predicar la fe verdadera ante cada santuario de la urbe.

—¡La Novia de Destrucción aguarda en el Sanctasanctórum de la Espada! —declaró el fanático ante su escaso público—. Espera a su compañero, pero los ancianos del templo no le dan satisfacción. ¡Desafían la voluntad del Dios de Manos Ensangrentadas, y no tardarán en sufrir su cólera!

Malus recorrió la plaza con los ojos para intentar ver a los otros fanáticos que acechaban la reacción del templo. Ataviados con ropones corrientes y kheitan sin adornos, eran invisibles en el constante flujo de sirvientes y guardias personales que atravesaban la plaza dedicados a los asuntos de sus amos.

Malus sabía que Arleth Vann estaba allí, en alguna parte, y el pensamiento le heló la sangre.

Había estado a punto de delatarse cuando el asesino había mostrado su rostro aquella noche. Por un momento, había sentido pánico al pensar que se había metido en una trampa diabólica. Sorprendentemente, había sido el demonio quien lo había contenido y desterrado el frío terror con una voz de hierro y hueso.

—Míralo a los ojos, Darkblade —había ordenado Tz'arkan—. ¡Míralo! Está tan conmocionado como tú.

Y era verdad. Por un fugaz instante, se habían mirado el uno al otro con prevención, pero luego Tyran invitó a los recién llegados a entrar con él en la casa, y Arleth Vann se había limitado a dar media vuelta y echar a andar junto al jefe de los fanáticos, sin volverse una sola vez a mirar a Malus. Con la mente hecha un torbellino, Malus se había encaminado con paso tambaleante hacia la celda sin muebles que le habían adjudicado en la casa de Veyl, y se había sentado con la espalda contra la robusta puerta de madera y la recta espada nórdica desnuda sobre el regazo. Permaneció sentado a oscuras durante horas; el sueño iba apoderándose de su mente exhausta mientras él intentaba decidir qué iba a suceder. ¿Estarían esperando a que llegaran más fanáticos antes de enfrentarse a él? El instinto le había dicho que huyera mientras podía, que se escabullera al interior de la ciudad antes de que Arleth Vann pudiera revelarle a Tyran su verdadera identidad. Pero los fanáticos eran su moneda de cambio en el trato hecho con Rhulan. Si rompía el acuerdo con el Arquihierofante, dudaba que pudiera acercarse en lo más mínimo al Sanctasanctórum de la Espada. Estaba completamente enredado en una tela que había tejido él mismo. Así pues, había aguardado en la oscuridad mientras se preguntaba cómo y cuándo intentaría vengarse Arleth Vann. Lo siguiente que recordaba era que parpadeaba ante los primeros rayos del amanecer, con los ojos pegajosos de sueño y la charada que representaba aún intacta.

Desde entonces, había visto poco a su antiguo guardaespaldas. Tyran pasó los días siguientes enviando fanáticos a las calles para que intentaran averiguar noticias referentes a los ancianos muertos. Malus atisbaba al antiguo asesino al amanecer y al anochecer, cuando salía de la casa y entraba en ella como uno de los ubicuos cuervos de la ciudad. No sabía dónde dormía Arleth Vann, ni siquiera si dormía en absoluto, pero era evidente que cuando estaba en la casa pasaba la mayor parte de su tiempo en compañía de Tyran. Era una situación que a Malus le causaba una inquietud infinita, pero no tenía la más remota idea de qué hacer al respecto, teniendo en cuenta que el antiguo asesino podía traicionarlo cuando le diera la gana. Así que el noble se había mantenido a distancia y le había pasado a Rhulan breves mensajes que no hacían más que confirmar lo obvio: los fanáticos estaban agitando a la población de la ciudad con el fin de forzar una confrontación con el templo.

Pasaron dos días antes de que Malus se diera cuenta de que no corría un peligro inmediato. Nadie había hecho nada contra él, en realidad, y Tyran no lo trataba de modo diferente. Se dio cuenta de que Arleth Vann podría sentirse tan inquieto como él. A fin de cuentas, también él era un renegado, un asesino que había roto sus votos y abandonado el templo hacía años. El tratamiento que el templo daba a los pródigos era legendario. Nunca perdonaban ni olvidaban a los druchii que traicionaban su confianza. Si supieran que Arleth Vann estaba en la ciudad, no repararían en esfuerzos para capturarlo o matarlo. Unas pocas palabras condenatorias pronunciadas en uno de los santuarios de la ciudad serían suficientes. Momentáneamente, estaban en tablas.

Pero ¿por qué estaba Vann allí?, se preguntaba Malus. «¿Acaso ha sido desde siempre un fanático que mantenía en secreto su herejía, o me ha seguido hasta aquí para intentar acabar la obra que comenzó en el Valle de las Sombras?» Lo único que sabía con certeza era que no podía aguardar a que Arleth Vann mostrara las cartas. Debía hallar un modo de matarlo sin delatarse a sí mismo con ese hecho.

Un movimiento que se produjo en un lado de la plaza captó la atención de Malus. Un trío de druchii vestidos con negros ropones avanzaba hacia el fanático que predicaba, y la luz del sol destellaba en el filo de los largos
droichs
que llevaban. Malus se irguió y bajó la mano hacia la espada. El templo había oído el mensaje de Tyran, y allí estaba la respuesta que habían esperado los fanáticos.

Los tres guerreros no eran solamente espadachines: eran
drüichnyr
no
Khctine
, asesinos incomparables famosos por matar a los enemigos con un solo y perfecto tajo de sus enormes espadas. Había visto druchii como ellos en acción cuando Urial había llevado a los guerreros del templo a la batalla contra su hermana Nagaira. Su reputación era sobradamente merecida. El noble echó a andar tras ellos mientras deslizaba la espada fuera de la vaina y la ocultaba bajo la capa. Reparó en que otras dos figuras embozadas también se habían puesto en movimiento y avanzaban tras los verdugos del templo como ágiles lobos hambrientos.

—¡En este preciso momento, los cobardes del templo lanzan sus perros contra mí! —gritó el fanático desde el pedestal, y señaló a los espadachines que se aproximaban—. ¿Por qué? ¡Porque no quieren que se descubran sus mentiras! ¡Os han engañado, hermanos y hermanas! ¡Os han engañado y robado, y deformado las palabras del Dios de la Sangre para alimentar su propia codicia! ¡La Novia de Destrucción ha llegado! ¡El Tiempo de Sangre está cerca, hijos e hijas de la perdida Nagarythe! ¿Os erguiréis con orgullo ante el Azote, o seréis barridos a un lado?

—¡Hereje! —bramó el jefe de los verdugos, cosa que hizo que el reducido público del fanático se dispersara—. Blasfemas en la ciudad sagrada de Khaine e insultas el honor de sus devotos servidores. —Alzó la espada—. Incluso el Señor de la Sangre te repudia. Tu cráneo no es adecuado para yacer a los pies de Khaine. Después de que te hayamos destripado como a un novillo, serás arrojado al mar para que te devoren los peces.

Malus se encontraba a menos de diez pasos de la retaguardia de los verdugos. Se llevó una mano al broche de la capa, lo soltó y dejó que la prenda cayera sobre el adoquinado. Con el rabillo del ojo vio que sus compañeros también se preparaban. La mano del noble apretó la empuñadura de la espada cuando inspiró profundamente y gritó con una voz apropiada para un campo de batalla.

—¡El Portador de la Espada ha llegado! ¡Sangre y almas para el Portador de la Espada!

Había que reconocer que los verdugos reaccionaron con rapidez y destreza ante el ataque sorpresa. El que iba delante de Malus giró en redondo al oír el grito, y su
droich
dibujó un abanico de luz reflejada al desplazarse en torno al espadachín en un círculo defensivo. A la izquierda, Malus oyó el agudo tintineo del acero templado, y luego el estertor de muerte de alguien. Un cuerpo cayó sobre el adoquinado con un golpe sordo, pero el noble no se atrevía a apartar los ojos del druchii con quien se enfrentaba. Un solo movimiento equivocado, y el verdugo le cortaría la cabeza.

Malus lanzó un terrible grito de guerra y arremetió contra el guerrero. La curva arma del verdugo detuvo sus movimientos circulares y por un momento Malus recordó a Tyran, completamente inmóvil ante el furioso ataque de Sethra Veyl. «Quiere que me arriesgue, para luego asestarme el golpe mortal», pensó Malus. Contuvo el golpe mientras se acercaba aún más y hacía descender la punta de la espada. Si el verdugo no reaccionaba con rapidez, sería atravesado.

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