La espada de Welleran (12 page)

Read La espada de Welleran Online

Authors: Lord Dunsany

BOOK: La espada de Welleran
3.12Mb size Format: txt, pdf, ePub

Entonces Leothric dijo:

—Yo soy el Señor de la espada Sacnoth.

Y avanzó sobre el conductor de Camello de Gaznak y Sacnoth subía y bajaba en su mano como si la agitara un pulso exaltado. Entonces el conductor de camellos de Gaznak huyó y los demás jinetes se echaron hacia adelante y azuzaron con látigos a sus camellos; desaparecieron con gran clamor de campanillas entre columnas y corredores y recintos abovedados y se dispersaron por la oscuridad interior de la fortaleza. Cuando el último sonido producido por ellos hubo muerto, Leothric dudó qué camino seguir, porque la guardia montada en camellos se había dispersado en múltiples direcciones; de modo que siguió derecho hasta que llegó a una gran escalinata en medio del vestíbulo. Entonces Leothric puso su pie en medio de un ancho escalón, y subió de firme la escalinata durante cinco minutos. Poca era la luz reinante en el vestíbulo por donde Leothric ascendía, pues sólo entraban rayos aislados y en el mundo, afuera, la tarde caía apresurada. La escalinata le llevó a una puerta de dos hojas ligeramente entreabiertas, y por la rendija pasó Leothric que intentó seguir andando derecho, pero no pudo hacerlo pues todo el cuarto parecía estar lleno de cuerdas que se tendían de pared a pared, lanzadas desde el techo. Todo el recinto estaba atestado y ennegrecido por ellas. Eran suaves y ligeras al tacto, como de seda fina, pero a Leothric le fue imposible romper ninguna y aunque se apartaban de su camino cuando avanzaba, cuando se hubo trasladado tres yardas, le rodeaban todas como una pesada capa. Entonces Leothric dio un paso atrás y esgrimió a Sacnoth, y Sacnoth dividió las cuerdas sin el menor sonido, y sin el menor sonido varias de ellas cayeron al suelo. Leothric avanzó lentamente moviendo por delante de sí a Sacnoth de arriba a abajo. Cuando hubo llegado al centro del recinto, repentinamente, al partir con Sacnoth un grueso montón de filamentos, vio delante de sí a una araña de mayor tamaño que un carnero, y la araña le miraba con ojos pequeños, pero con mucho pecado en ellos, y dijo:

—¿Quién eres tú que arruinas la labor de años realizada toda en honor de Satán?

Y Leothric respondió:

—Soy Leothric, hijo de Lorendiac.

Y la araña dijo:

—Haré una cuerda enseguida con la cual colgarte. Entonces Leothric partió otro puñado de filamentos y se acercó aún más a la araña, que estaba sentada tejiendo la cuerda, y la araña, levantando la vista de su labor, inquirió:

—¿Qué espada es ésa, capaz de cortar mis cuerdas?

Y Leothric respondió:

—Es Sacnoth.

Al oír eso el pelo negro que caía sobre la cara de la araña se partió a izquierda y derecha y la araña frunció el entrecejo; luego el pelo volvió a su lugar escondiéndolo todo, excepto el pecado de los ojillos que siguió brillando hambriento en la oscuridad. Pero antes que Leothric pudiera alcanzarla, trepó rápido por una de las cuerdas y se ocultó en una viga donde se quedó gruñendo. Pero abriéndose camino con Sacnoth, Leothric atravesó el recinto y llegó a la puerta que se encontraba a su otro extremo; como la puerta estaba cerrada y el picaporte estaba muy alto, fuera de su alcance, se abrió camino a través de ella con Sacnoth, como se lo había abierto a través de la Porte Resonante, el Camino por el que se Llega a la Guerra. Y así se encontró Leothric en la bien iluminada cámara en que reinas y príncipes estaban juntos dándose un banquete sentados todos en una gran mesa; y miles de velas resplandecían por todas partes y se reflejaban en el vino que los príncipes bebían y en el oro de los enormes candelabros; las caras reales irradiaban con el fulgor, al igual que el blanco mantel y las joyas de los cabellos de las reinas; cada una de las joyas tenía un historiador para sí solo que en todos los días de su vida no escribía otra crónica alguna. Entre la mesa y la puerta había doscientos lacayos en dos filas de cien lacayos cada una que se enfrentaban entre sí. Nadie miró a Leothric al entrar por el boquete de la puerta, pero uno de los príncipes le hizo una pregunta a un lacayo y la pregunta pasó de boca en boca por todos los cien lacayos hasta que llegó al último de ellos que era el que estaba más cerca de Leothric; y le preguntó a Leothric sin mirarle:

—¿Qué tratáis de hacer aquí?

Y Leothric respondió:

—Trato de degollar a Gaznak.

Y de lacayo en lacayo se repitió la respuesta hasta llegar a la mesa:

—Trata de degollar a Gaznak.

Y por la línea de lacayos llegó otra pregunta:

—¿Cuál es vuestro nombre?

Y la línea que se enfrentaba a la primera llevó la respuesta de vuelta.

Entonces uno de los príncipes dijo:

—Lleváoslo de aquí donde no oigamos sus gritos.

Y un lacayo fue repitiéndolo a otro hasta que la orden llegó a los dos últimos, que avanzaron para agarrar a Leothric.

Entonces Leothric les mostró su espada diciendo:

—Ésta es Sacnoth.

Y ambos se lo dijeron al hombre que tenían más cerca:

—Ésa es Sacnoth.

Y luego gritaron y se alejaron corriendo.

Y de a dos, ascendieron por la doble línea, los lacayos fueron repitiendo:

—Ésa es Sacnoth.

Y gritaban y se echaban a correr, hasta que los últimos dos transmitieron el mensaje a la mesa, todo el resto había ya desaparecido. Apresuradamente entonces se levantaron las reinas y los príncipes y huyeron del recinto. Y la mesa real, cuando todos hubieron escapado, pareció pequeña, desordenada y sucia. Y a Leothric, que se preguntaba en el recinto desolado por qué puerta debía seguir adelante, le llegó el sonido de una música y supo que eran los ejecutantes mágicos que tocaban para Gaznak mientras éste dormía.

Entonces Leothric avanzó hacia la música distante y pasó por la puerta que se enfrentaba a la que había perforado al entrar y se encontró con un recinto tan vasto como el anterior en el que había muchas mujeres extrañamente hermosas. Y todas le interrogaron sobre sus intenciones, y cuando supieron que eran degollar a Gaznak, todas le rogaron que se demorara entre ellas, diciendo que Gaznak era inmortal, salvo que Sacnoth le atacara y también que tenían necesidad de un caballero que las protegiera de los lobos que corrían y corrían en derredor del revestimiento de madera durante toda la noche y que a veces irrumpían a través del roble convertido en polvo. Quizá Leothric hubiera tenido la tentación de demorarse entre ellas si hubieran sido mujeres humanas, porque era una rara belleza la suya, pero advirtió que en lugar de ojos tenían llamitas que vacilaban en sus cuencas y supo que eran los febriles sueños de Gaznak. Por tanto dijo:

—Tengo una empresa entre manos en relación a Gaznak y con Sacnoth.

Y al nombre de Sacnoth, esas mujeres gritaron y las llamas de sus ojos se redujeron a una chispilla.

Y Leothric las abandonó y, abriéndose paso con Sacnoth, atravesó la puerta más alejada.

Una vez afuera sintió el aire de la noche en la cara y descubrió que se encontraba en un estrecho sendero entre dos abismos. A izquierda y derecha, hasta donde alcanzaba a ver, los muros de la fortaleza terminaban en un profundo precipicio, aunque la techumbre todavía lo cubría y ante él estaban los dos abismos llenos de estrellas porque se abrían camino de parte a parte de la Tierra y exhibían las estrellas del cielo inferior; y siguió andando entre ellos por el sendero que ascendía gradualmente y cuyos lados eran abruptos. Y más allá de los abismos, por donde el sendero ascendía hacia las cámaras más alejadas de la fortaleza, Leothric oía a los músicos que ejecutaban su melodía mágica. De modo que siguió por el sendero, que sólo tenía escasamente una zancada de anchura, esgrimiendo a Sacnoth desnuda. Y aquí y allí, por debajo de él en cada uno de los abismos, batían las alas de los vampiros que subían y bajaban alabando a Satán en su vuelo. Enseguida percibió al dragón Thok que yacía en el camino fingiéndose dormido y su cola colgaba por uno de los abismos.

Y Leothric avanzó hacia él y cuando estuvo muy cerca, Thok se precipitó sobre Leothric.

Y le hirió profundamente con Sacnoth y Thok cayó en uno de los abismos chillando; sus miembros vibraban en la oscuridad al caer y siguió cayendo hasta que su chillido no fue más alto que un silbato para luego dejar de oírse. Una o dos veces Leothric vio una estrella parpadear un instante para reaparecer nuevamente, y este eclipse momentáneo de unas pocas estrellas fue todo lo que quedó en el mundo del cuerpo de Thok. Y Lunk, el hermano de Thok, que había estado echado algo más allá, vio que aquella espada debía ser Sacnoth y huyó con gran estruendo. Y todo el tiempo que avanzó Leothric entre los dos abismos la poderosa bóveda de la techumbre se extendía por sobre su cabeza llenándolo todo de lobreguez. Ahora bien, cuando llegó a divisarse el extremo más distante del precipicio, Leothric vio una cámara que se abría en innumerables arcos sobre los abismos gemelos, y los pilares de los arcos se perdían a la distancia y se desvanecían en la lobreguez de izquierda y derecha.

Allá abajo, en el oscuro precipicio en que se levantaban los pilares, vio pequeñas ventanas enrejadas, y entre las rejas aparecían por momentos para desaparecer luego, cosas de las que no hablaré.

No había otra luz allí, salvo la de las grandes estrellas australes que brillaban abajo en los abismos, y aquí y allí en la cámara entre los arcos, se movían luces furtivas sin el menor sonido de pasos.

Entonces Leothric abandonó el sendero y entró en la gran cámara.

Aun él mismo se sintió un diminuto enano al andar bajo uno de esos arcos colosales.

La última desmayada luz de la tarde entraba vacilante por una ventana que pintada con sombríos colores conmemoraba los triunfos de Satán sobre la Tierra. Emplazada alta en el muro estaba la ventana y, más abajo, las luces de las candelas se alejaron furtivas.

Otra iluminación no había, salvo el ligero fulgor azulino lanzado por el ojo de acero de Tharagavverug, que atisbaba incesante alrededor de él desde la empuñadura de Sacnoth. Pesaba en el aire de la cámara el viscoso olor de una bestia inmensa y mortal.

Leothric avanzó lentamente con la hoja de Sacnoth por delante en busca de un enemigo, y el ojo de su empuñadura vigilaba por detrás.

Nada se agitaba allí.

Si algo había que acechara por detrás de los pilares que sostenían el techo, no respiraba ni se movía.

La melodía de los músicos mágicos llegaba desde muy cerca.

De pronto las grandes puertas del extremo más alejado de la cámara se abrieron a izquierda y derecha. Por un instante Leothric no vio nada que se moviera y aguardó empuñando a Sacnoth. Luego sobre él avanzó Wong Bongerok con fuerte respiración.

Éste era el último y más fiel guardián de Gaznak, que justamente venía de babosear la mano de su amo.

Más como a un niño que como a un dragón tenía Gaznak costumbre de tratarlo, ofreciéndole a veces de su propia mano, tiernos trozos de hombre humeante de su mesa.

Largo y bajo era Wong Bongerok, en sus ojos relucía la sutileza, de su fiel pecho lanzaba maligno aliento contra Leothric y detrás de él rugía la armería de su cola, como cuando los marineros arrastran las cadenas del ancla por el muelle.

Y bien sabía Wong Bongerok que se enfrentaba ahora con Sacnoth, pues había sido su costumbre profetizar para sí calladamente durante largos años mientras yacía enrollado a los pies de Gaznak.

Y Leothric se internó en la ráfaga de su aliento y levantó a Sacnoth para asestar el golpe.

Pero cuando Sacnoth estuvo en lo alto, el ojo de Tharagavverug en su empuñadura vio al dragón y percibió su sutileza.

Porque abrió grande la boca revelándole a Leothric las filas de sus dientes de sable y sus encías de cuero se inflamaron. Pero mientras Leothric amagaba a herirlo en la cabeza, lanzó hacia adelante como un escorpión su cola blindada. Y todo esto percibió el ojo de la empuñadura de Sacnoth, que avanzó repentinamente de lado. No con el filo asestó Sacnoth su golpe porque, de haberlo hecho así, el extremo seccionado de la cola habría continuado su ataque, como un pino que la avalancha hubiera lanzado de punta desde el risco habría atravesado el ancho pecho de un montañés. Lo mismo le habría sucedido a Leothric; pero Sacnoth asestó su golpe de lado, con el plano de su hoja y lanzó la cola zumbando por sobre el hombro izquierdo de Leothric; y raspó su armadura al pasar y dejó en ella un surco. De lado atacó entonces la cola frustrada de Wong Bongerok a Leothric y Sacnoth la paró y la cola salió disparada chillando ante la hoja por sobre la cabeza de Leothric. Entonces Leothric y Wong Bongerok lucharon espada contra diente y la espada hirió como sólo Sacnoth puede hacerlo y la maligna vida fiel de Wong Bongerok escapó por la ancha herida abierta.

Entonces Leothric dejó atrás el cadáver del monstruo, cuyo cuerpo blindado todavía se estremecía un tanto. Por un momento fue como todas las rejas de arado que trabajan juntas en un campo tras caballos cansados y empeñosos; luego el estremecimiento cesó y Wong Bongerok quedó allí tieso, víctima de la futura herrumbre.

Y Leothric avanzó hacia los portales abiertos y Sacnoth fue goteando en silencio a lo largo del suelo.

Por los portales abiertos a través de los que Wong Bongerok había hecho su entrada, Leothric llegó a un corredor que llenaban los ecos de la música. Éste fue el primer lugar en el que Leothric pudo ver algo por sobre su cabeza, porque hasta aquí los techos habían ascendido a alturas de montaña y se había extendido indistintos en la lobreguez. Pero a lo largo del estrecho corredor colgaban enormes campanas muy bajo y cerca de su cabeza, y el ancho de cada una de las campanas de bronce era de pared a pared y se encontraban una detrás de la otra. Y al pasar bajo cada una de ellas, la campana sonaba y su voz era luctuosa y profunda, como la voz de una campana que se dirige a un hombre por última vez cuando éste acaba de morir. Cada una de las campanas sonaba una vez al pasarle Leothric por debajo y sus voces clamaban solemnes y distintas a intervalos ceremoniales. Porque si caminaba lentamente, estas campanas se aproximaban entre sí, y cuando aceleraba el paso, se alejaban la una de la otra. Y los ecos de cada una de las campanas que doblaban fúnebres por sobre su cabeza, se le adelantaban susurrándose entre sí. Una vez, al haberse él detenido, sonaron discordantes y enfadadas hasta que él volvió a ponerse en marcha.

Por entre estas notas lentas y ominosas, llegaba el sonido de los ejecutantes mágicos. Ahora estaban tocando una endecha sumamente luctuosa.

Other books

BarefootParadise by J L Taft
The City Under the Skin by Geoff Nicholson
The Resurrectionist by Matthew Guinn
Casca 19: The Samurai by Barry Sadler
Lost Cause by John Wilson
Hearsay by Taylor V. Donovan
Cat in a Hot Pink Pursuit by Carole Nelson Douglas